Sea enemigo, extraño, o infiel, es prójimo: a quien como debemos amar por mandato de Dios, síguese que debemos hacer oraciones por él
CUARTA PARTE
DEL CATECISMO ROMANO
CAPITULO V
POR QUIENES SE HA DE ORAR
Sabidas ya las cosas que se han de pedir, se ha de enseñar a los fieles por quiénes se debe orar. Mas, como la oración contiene petición y hacimiento de gracias, tratemos primero de la petición. Se ha de orar pues por todos sin excepción alguna, o de enemistades, o de naciones, o de religión. Porque sea enemigo, extraño, o infiel, es prójimo: a quien como debemos amar por mandato de Dios, síguese que debemos hacer oraciones por él; pues esto es oficio del amor. Y a esto se endereza aquella exhortación del Apóstol: Ruego que se hagan oraciones por todos los hombres. Y en esta oración primeramente se han de pedir las cosas que pertenecen a la salud del alma, y luego las que conducen a la del cuerpo.
Pero en este ejercicio debemos dar el primer lugar a los Pastores de almas, como nos lo enseña con su ejemplo el Apóstol. Porque escribiendo a los Colosenses, dice, que hagan oración por él, para que Dios le abra la puerta de la predicación. Y lo mismo encarga a los Tesalonicenses. Y en los Hechos de los Apóstoles se escribe también: Que se hacía en la iglesia oración continua por San Pedro. Esto nos aconseja San Basilio en los libros de las Reglas morales, diciendo, que se ha de pedir por aquellos que están encargados de predicar la palabra de la verdad.
En segundo lugar se debe pedir por los Príncipes, según el mismo Apóstol. Porque ninguno ignora lo mucho que interesa el bien común en tener bien Príncipes piadosos y justos. Y así se ha de pedir a Dios los haga tales, cuales deben ser los que presiden a los demás.
Hay ejemplos de varones santos, en que se nos previene, que hagamos oración por los justos y buenos. Porque aún estos están necesitados de oraciones de los demás. Y esto lo ordenó así el Señor, para que no se engrían por soberbia, viéndose necesitados de sufragios de los inferiores.
También mandó el Señor, que rogásemos por los que nos persiguen y calumnian. Además de esto es celebrado por testimonio de San Agustín, que viene de los Apóstoles la costumbre de hacer oraciones y votos al Señor por los que son ajenos de la Iglesia; para que los infieles se reduzcan a la fe; para que los idólatras sean sacados de los errores de su impiedad; para que los judíos, ahuyentada la oscuridad de sus almas, reciban la luz de la verdad; para que los herejes, volviendo a la salud, sean instruidos en los preceptos de la Doctrina Católica, y para que los cismáticos, que se apartaron de la comunión de la Santa Madre Iglesia, se junten con ella otra vez en lazo de verdadera caridad. Cuan eficaces sean las oraciones hechas de corazón por tales gentes, consta de muchísimos ejemplos de toda suerte de hombres, que sacándolos cada día del poder de las tinieblas, los traslada Dios al reino del Hijo de su amor, y de vasos de ira, los hace vasos de misericordia; para lo cual ninguno que sienta bien, puede dudar que aprovechan muchísimo las oraciones de los buenos.
Las oraciones que se hacen por los difuntos para que sean librados del fuego del Purgatorio, traen su origen de la Doctrina de los Apóstoles. Sobre lo cual se dijo lo bastante tratando del Sacrificio de la Misa.
Aquellos de quien se dice, que pecan de muerte, apenas aprovechan las oraciones y votos. Sin embargo, es obra de caridad cristiana rogar por ellos, y porfiar llorando, por si puede aplacarse con ruegos y lágrimas la ira de Dios.
Mas las execraciones de que usaron los Santos contra los impíos, consta que son, según sentencia de los Padres antiguos, o profecías de los males que les habían de sobrevenir, o que se enderezaban contra el pecado; para que, salvas las personas, se destruyese la malignidad de la culpa.
En la segunda parte de la oración damos a Dios muchas gracias por los divinos e inmortales beneficios, que siempre hizo y hace cada día al linaje humano. Y señaladamente nos valemos de esta acción de gracias a causa de todos los Santos, rindiendo a su Majestad singulares alabanzas por las victorias y triunfos, que con su divina gracia consiguieron de todos sus enemigos internos y externos.
A este hacimiento de gracias pertenece aquella primera parte de la Salutación Angélica, cuando la rezamos para pedir, diciendo: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres. Porque aquí bendecimos a Dios, dándole sumas alabanzas, y rindiéndole gracias por haber colmado a la Santísima Virgen con toda la plenitud de sus divinos dones. Y a la misma Señora damos los parabienes por su especialísima felicidad. Y con mucha razón la Santa Iglesia de Dios añadió a esta acción de gracias ruegos, y la invocación de la Santísima Madre de Dios, con la cual nos acogiésemos a ella piadosa y rendidamente, para que por su intercesión reconciliase con Dios a nosotros, pecadores, y nos alcanzase los bienes necesarios, así para esta vida, como para la eterna. Y así nosotros, desterrados hijos de Eva, que estamos en este valle de lágrimas, debemos invocar de continuo a la Madre de la misericordia y Abogada del pueblo fiel, para que ruegue por nosotros, pecadores, y por medio de esta oración implorar el patrocinio y amparo de esta Señora, cuyos méritos para con Dios son subidísimos, y cuya voluntad está muy inclinada a favorecer a los hombres; como ninguno lo puede dudar si no impía y malvadamente.
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