¡Señor! Sostén mi triste corazón; reanímalo con ideas consoladoras de fe para que no me contriste con aquellos que lo hacen sin esperanza, porque yo lo sé, Dios mío; Tú has vencido a la muerte; el que ha creído en Ti no muere nunca; y esa muerte pasajera que no es más que un sueño, nos hace entrar en la vida eterna. También sé que los lazos que Tú mismo has formado, los afectos que has bendecido, pueden verse separados por algún tiempo sobre esta tristísima tierra, pero luego deben reunirse de nuevo en el cielo para no volverse a separar nunca. Recibe, pues, en tu reino, al ser que lloro. ¡Padre mío! Olvida sus faltas, ten misericordia de él y dale tu paz eterna.
Y a mí, concédeme, Señor, mientras te dignes que aquí viva, el sacrificarme de tal modo por el sufrimiento, que me vea un día reunido a los que tanto he amado y a Ti, Dios mío, a quien debo amar más que a todas las cosas. Amén.
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