Por el padre Jerry J. Pokorsky
Una evaluación honesta de la historia de la Iglesia durante el siglo pasado revela una buena dosis de sordidez moral, pero también perspectivas sorprendentemente esperanzadoras. Los historiadores del futuro pueden considerar esta era como la Era de la Anticoncepción y la Homosexualidad. Y tal vez también de la Esperanza.
Desde la antigüedad, la Iglesia ha condenado el uso de métodos anticonceptivos. En 1930, el Papa Pío XI reafirmó la enseñanza de la Iglesia:
Ningún motivo, sin embargo, aun cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando destinado el acto conyugal, por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destituyen adrede de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta.En la época moderna, la práctica de la anticoncepción ha pasado de ser motivo de vergüenza a una aceptación generalizada. La Conferencia Anglicana de Lambeth condenó inicialmente el “control de la natalidad”, pero lo permitió provisionalmente en 1931 para las conciencias agitadas.
En la década de 1950, el Dr. John Rock, “católico”, inventó la píldora anticonceptiva. “La píldora” prevenía el embarazo y se volvió fácilmente accesible. A principios de la década de 1960, la píldora se convirtió en algo común. Tardíamente, Pablo VI emitió Humanae vitae en 1968. Su enseñanza reafirmó la enseñanza constante de la Iglesia sobre la sexualidad humana y la anticoncepción.
Se desató una tormenta de disenso. El “teólogo moral” Charles Curran, de la Universidad Católica, orquestó la rebelión. El cardenal O'Boyle, de Washington, DC, disciplinó a 52 sacerdotes que desafiaron públicamente las enseñanzas de Pablo VI. El disenso a las enseñanzas de la Iglesia hizo metástasis.
Al mismo tiempo, la tormenta cultural de la revolución sexual de los años 60 cobró impulso, impulsada por la píldora. La cadena de restaurantes TGIF (Thank God It's Friday) sacó provecho de la píldora y sugirió que las “relaciones de una noche” ahora “eran seguras” después de una experiencia agradable en uno de sus restaurantes.
Se supone que la píldora liberó a las mujeres para tener relaciones sexuales sin temor al embarazo, pero, como muchos hombres sabían, la píldora los liberaba de responsabilidades. Cuando la anticoncepción fallaba –como inevitablemente sucedía–, las mujeres y sus bebés no nacidos sufrían las consecuencias. De hecho, la píldora impulsó la industria del aborto, ya que el aborto alcanzó reconocimiento legal en todos los estados con el fallo de la Corte Suprema de 1973, Roe v. Wade.
Un movimiento “gay” paralelo cobró fuerza con los infames disturbios de Stonewall en Greenwich Village en 1969. La guerra de Vietnam estaba en pleno apogeo y algunos historiadores de la Iglesia sugieren que los seminarios se convirtieron en refugios para hombres homosexuales que buscaban un aplazamiento del servicio militar.
La Sociedad Teológica Católica (CTSA) publicó Human Sexuality (Sexualidad humana) de Anthony Kosnik en 1977. En 1979, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano condenó el libro. Desaprobó algunas formas de conducta sexual, pero sólo por la supuesta ausencia, generalmente expresada en forma de duda, de “integración humana” (como en el intercambio de parejas, las parejas abiertas, la bestialidad), y no porque estas acciones se opongan a la naturaleza de la sexualidad humana.
La defensa de la “sexualidad humana” por parte de la CTSA sugiere que en 1979 ya había una aceptación generalizada de la contracepción y la homosexualidad entre los miembros de la jerarquía católica. La década de 1970 fue una época de consolidación de la revolución sexual y de formas extremas de libertinaje sexual. No es sorprendente que en esa década también se produjera un aumento de los abusos sexuales a jóvenes por parte de clérigos.
Hoy, bajo el “pontificado” de Francisco estamos presenciado la proliferación (casi institucionalización) de las ambigüedades doctrinales de los primeros años posconciliares, incluida una omnipresencia de un clero de alto rango abiertamente “amigo de los homosexuales”. Los efectos del disenso han diezmado amplios sectores de la jerarquía. Hoy, los obispos alemanes, en gran parte, se encuentran en un cisma no declarado.
Durante casi 100 años, la contracepción y su complemento homosexual han alcanzado la categoría de demonios –con el aborto como su sórdida joya de la corona–, venerados por la mayoría de las culturas, naciones e incluso por miembros prominentes de la jerarquía de la Iglesia. Pero Dios siempre destruye toda forma de adoración falsa y protege a Su Iglesia de las puertas del infierno. Con una confianza firme en la victoria final de Dios, no debemos temer airear los trapos sucios de la Iglesia.
Sin embargo, a pesar de toda esta revolución cultural que estamos viviendo, sectores importantes del clero y de los laicos se han mantenido fieles a la Iglesia. También ha surgido un laicado muy instruido y doctrinalmente ortodoxo. Algunos materiales catequéticos, algunas publicaciones católicas y algunos sitios web católicos dan testimonio de la ortodoxia que está surgiendo entre la intelectualidad laica y los católicos reflexivos.
Existen paralelismos históricos. En el siglo IV, Arrio negó la divinidad de Jesús. La herejía se volvió tan generalizada que San Jerónimo escribió en el año 359: “El mundo entero gimió y se asombró al encontrarse arriano”. Hoy podemos decir: “El mundo entero gimió y se asombró al encontrarse 'gay'”.
Pero el arrianismo fue derrotado, como también lo pueden ser hoy las herejías y desviaciones morales actuales.
“Permaneced firmes y conservad las tradiciones que os enseñaron” (2 Tesalonicenses 2:15)
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