CUARTA PARTE
DEL CATECISMO ROMANO
CAPÍTULO I
DE LA ORACIÓN
Y PRIMERAMENTE
DE SU NECESIDAD
En el oficio y cargo Pastoral es muy necesaria para la salud del pueblo fiel la doctrina de la oración Cristiana; porque es preciso que ignoren muchos su virtud y el modo de hacerla, si no son instruidos por la piadosa y fiel diligencia del Pastor. Por esta razón debe poner el Párroco particular cuidado, sobre que entiendan los fieles, qué es lo que deben pedir a Dios, y de qué modo se debe orar. Todo cuanto se puede desear para este efecto, se contiene en aquella divina forma de orar que Cristo nuestro Señor quiso enseñar a sus Apóstoles, y por ellos y sus sucesores a cuantos abrazasen la Religión Cristiana: cuyas palabras y sentencias de tal modo se deben imprimir en el corazón y en la memoria, que las tengamos siempre muy a mano. Y para que tengan los Párrocos copia de materiales con que imponer a los fieles en el modo de orar, hemos propuesto aquí las cosas que nos han parecido más a propósito, sacadas de aquellos Escritores, cuya doctrina y erudición es celebrada como particular en este asunto; pues lo demás que fuere menester, de las mismas fuentes lo podrán tomar los Pastores.
Primeramente pues se ha de enseñar cuán necesaria es la oración, y que este precepto se nos intima no solo por modo de consejo, sino que tiene fuerza de mandamiento necesario: como lo declaró Cristo Señor nuestro en aquellas palabras: Es menester siempre orar. Y la Iglesia misma demuestra también esta necesidad de hacer oración en aquel como proemio de la Oración del Señor en la Misa: Amonestados con preceptos saludables, y enseñados por divina institución, nos atrevemos a decir. Siendo pues necesaria la oración a los cristianos, el mismo Hijo de Dios, habiéndole pedido sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar”, les ordenó la forma de orar, y les dio esperanza de alcanzar lo que pidiesen; y el mismo Señor fue documento de oración: Porque no solo oraba de continuo, sino que pasaba orando las noches enteras. No se descuidaron después los apóstoles en dar preceptos y reglas sobre este ejercicio a los que se convertían a la fe de Jesucristo. Porque San Pedro y San Juan exhortan a ella con diligencia suma a los cristianos. Y teniendo presente esto mismo el Apóstol, nos encomienda en muchos lugares esta saludable necesidad de hacer oración.
Además de esto necesitamos de tantas cosas que son indispensables para la conservación, así del cuerpo como del alma, que es forzoso recurrir a la oración, como único asilo, y la mejor intérprete de nuestras necesidades, y conciliadora de cuanto habemos menester. Porque como Dios a nadie debe nada, no queda a la verdad otro recurso, que pedirle con súplicas humildes lo que necesitamos, pues estas oraciones son como el instrumento necesario que su Majestad nos dio para conseguir lo que deseamos.
Es manifiesto que muchas cosas no pueden alcanzarse sin el socorro de la oración. Porque tienen las oraciones sagradas la excelente virtud de que por ellas señaladamente son lanzados los demonios; pues hay cierta casta de demonios, que no es lanzada sino por oración y ayuno. Y por lo tanto, se privan a sí mismos de grandes riquezas y de singulares dones, los que no se valen de esta santa costumbre y ejercicio de orar devota y diligentemente. Porque para alcanzar lo que deseas, has menester oración, no solo devota, sino también continua; pues como dice San Jerónimo: Escrito está: a todo el que pide, se da; luego si a ti no se da, es porque no pides: pedid pues, y recibiréis.
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