Por Monseñor De Segur (1862)
En el seno de la unidad católica sucede a veces que se suscitan cuestiones religiosas sobre las cuales se disputa y se escribe, ya en pro, ya en contra. Los impíos, que no comprenden esos debates; sacan de ellos consecuencias contra la religión. Pero, ¿acaso tienen esas cuestiones al alcance que se las quiere dar? ¿Por ventura, se parecen ellas a las divisiones religiosas de los protestantes?
De ninguna manera. Todos los católicos tienen una misma fe, porque profesan un mismo principio de fe, que es la obediencia a la enseñanza de la Iglesia. Sobre el dogma propiamente dicho, todos ellos están absolutamente de acuerdo, mientras que el dogma es precisamente aquello en que los protestantes se dividen. Su pretensión de reunirse en un terreno común, o como ellos dicen en los puntos fundamentales, es entre ellos una ilusión desmentida por los hechos. Las sectas no están de acuerdo sobre nada, fuera de la existencia de Dios. Entre los setecientos ministros protestantes que en Francia predican la herejía y atacan a la Iglesia católica, había quinientos que no creían en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en la Santísima Trinidad, en la regeneración bautismal, etc., según lo hacía constar el protestante Gasparin. Hay muchos que siguiendo al profesor Shoever, teólogo de Ginebra, no creen que la Biblia sea un libro divino. De manera, que cabalmente los puntos fundamentales, los solo fundamentales, son aquellos en que los protestantes están separados entre sí, como lo demostraba el gran Bossuet hace ya dos siglos.
Los católicos, por el contrario, no entran ni pueden entrar en discusión; sino sobre puntos de doctrina que, la Iglesia no propone obligatoriamente a la creencia de sus hijos, por lo que justamente se les llama opiniones. Toda opinión es libre, en lo cual difiere de los dogmas. En cuanto a opiniones, habiendo dejado la Iglesia libertad para adoptar las unas o las otras, de ahí es que a veces abrazan y defienden pareceres opuestos los simples fieles, los doctores particulares y hasta los obispos. De estas cuestiones doctrinales nacen ordinariamente luces preciosas, enriqueciendo el conjunto de ellas la ciencia teológica, ciencia, que no es el Catecismo de la Fe, sino el resultado de los trabajos del talento humano sobre las inmóviles y magníficas bases puestas por la fe.
Si en su sabiduría, toda divina; la Iglesia juzga oportuno definir como punto de fe algunas de aquellas opiniones, los católicos, cesando de discutir, creen. Elevada la opinión a dogma lo que antes era dudoso, porque aún no había hablado la Iglesia; luego que ella lo define, se hace cierto.
Los diversos pareceres de los católicos tienen especialmente por objeto las apreciaciones de conducta. Los unos creen, por ejemplo, que para el bien de la religión conviene atacar a sus enemigos de frente, sin negociar jamás con ellos, repeliendo con energía sus ataques y sus errores, mientras que otros llaman a eso violencia o imprudencia, entendiendo de otro modo la caridad, pues creen que se puede domesticar a los lobos.
¿Quién no ve que estas divisiones dejan completamente intacta nuestra unidad religiosa? Sin embargo, esto es lo que escandaliza profundamente a los pastores protestantes, tan amigos de la verdad, de la unidad, y de la caridad como se ha visto. ¡Pobres hombres que ven la paja en el ojo ajeno y olvidan la viga que les atraviesa el propio!
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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