Por Margaret Galitzin
Una joven juega al bunko, un juego de dados, con una anciana. Podría ser una escena en cualquier residencia de ancianos o centro de mayores. Sin embargo, la anciana es la hermana Mary Traut, del centro de convalecencia Rosary Hill, y la joven es una postulante dominica.
Un periódico católico progresista presenta la foto para expresar el supuesto “nuevo entusiasmo por la vida religiosa”. Esto no es muy honesto, porque el pequeño repunte actual de vocaciones se encuentra sobre todo en las Órdenes donde todavía hay hábitos tradicionales y horarios ordenados en los conventos.
Estoy segura de que cuando la hermana de esta foto entró en la vida religiosa, vestía un hábito completo y vivía en comunidad, como hacían todas las religiosas antes del Vaticano II. Me pregunto si se imaginaba que acabaría su vida en una residencia de ancianos, vistiendo ropas laicas, con el pelo cortado y visible, distinguiéndose como religiosa sólo por la medalla que lleva al cuello. Pero incluso esa medalla no la identifica como monja a primera vista, ya que muchas mujeres laicas llevan medallas.
Antes del Vaticano II, las hermanas mayores solían permanecer en sus conventos, atendidas por las hermanas más jóvenes y las postulantes, que también vestían hábitos. Cuando los parientes y amigos venían de visita, sentían un aura religiosa que emanaba de los muros del convento y de todas las personas que estaban en él. No esperaban jugar una partida de dados con una hermana anciana; venían a recibir sus consejos y sus ánimos para mantener firme el rumbo en esta vida terrenal.
Veían a hermanas que habían renunciado libremente al mundo y a sus familias para seguir el camino de Cristo. Por amor a Cristo, habían consagrado todas sus fuerzas al oficio de la cura de almas, a la educación cristiana y a la oración por la conversión de los pecadores. Su entrega total estaba representada por el hábito, signo de la renuncia voluntaria al mundo con todas sus modas, locuras y diversiones. El espíritu de la religión estaba presente en este símbolo, uno de tantos, de modo que el convento y sus habitantes ejercían una influencia tácita sobre todos los que entraban en contacto con ellos.
¿Quién podría adivinar que la anciana de esta foto había dado la espalda al mundo y dedicado su vida a la religión? Parece lo contrario, ya que todo en su aspecto es muy laico. Lleva una blusa estampada de manga corta, quizá para estar más fresca o más cómoda, y parece absorta en la partida de dados.
Su joven amiga se muestra alegre al realizar el acto de caridad, pero, comprensiblemente, no muestra la reverencia que cabría esperar de una postulante ante una hermana mayor. Siento lástima por las hermanas ancianas que se han convertido tanto en parte del mundo que han perdido el aura de dignidad religiosa que solía ser una nota integral de una hermana, y especialmente de una anciana.
¡Qué diferencia hace el hábito religioso!
Tradition in Action
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