30 de Octubre: San Marcelo, centurión, mártir
(✞ 298)
El glorioso centurión y mártir de Cristo san Marcelo fue de nacionalidad española y según la Tradición nació en la ciudad de León, que después fue cabeza y corte del reino de su nombre.
Floreció en la profesión militar en tiempos del presidente Anastasio Fortunato que gobernaba aquella provincia de España, y celebrándose en esos días la exaltación de Maximiano Herculeo al imperio, para que la función fuese más solemne, el presidente Anastasio Fortunato publicó un edicto por el que se mandaba que todos los pueblos de la provincia concurriesen a León el día señalado para la festividad y regocijo público.
Marcelo, estando delante de las banderas de su legión, sufriendo al ver tanta gente entregada a la idolatría, a la vista de todos, se quitó el cíngulo o banda militar y dijo:
- Yo sólo sirvo a Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores, por lo que desisto de servir a los emperadores de la tierra, y desprecio sus falsos dioses.
Diciendo esto, arrojó también el sarmiento que llevaba en la mano como divisa de su grado de centurión en la milicia.
El gobernador dio la orden que pusiesen a Marcelo en la cárcel, y terminadas las fiestas y sacrificios idólatras, le preguntó lleno de ira:
- ¿Qué causa has tenido para arrojar el cíngulo militar?
Marcelo respondió:
- La causa es, que siendo como soy, cristiano, no puedo conservar esas insignias que parece obligan a prestar sacrificio a vuestras deidades quiméricas.
Fortunato repuso:
- Yo no puedo ignorar tu temeridad, y daré parte de ella al César, enviándote por ahora a Tanger con mi principal, Agricolano.
Marcelo contestó:
- Haz lo que te parezca, pero entiende que aquí y en todas partes haré la misma confesión de mi Señor, Jesucristo.
Fortunato envió a Marcelo, en efecto, a la prisión de la metrópoli de la Mauritania, adonde se hallaba Agricolano, y habiendo llegado el santo a aquella ciudad, después de sufrir innumerables padecimientos en el viaje, enterado Agricolano del proceso iniciado por Fortunato, mandó a uno de sus oficiales leerlo en voz alta, y preguntó después a Marcelo:
- ¿Qué furor te ha preocupado para arrojar las insignias militares y blasfemar contra los dioses del imperio?
Respondió el mártir:
- No hay furor alguno en los que temen al Señor.
Marcelo fue condenado a muerte y tras oír su sentencia, mostrándose agradecido al prefecto, le dijo:
- Agricolano, Dios te bendiga y tenga misericordia de ti.
Fue conducido después al lugar del suplicio ese mismo día que entró en Tanger, y tras ponerse en oración, fue degollado.
Los cristianos recogieron el venerable cuerpo del ilustre soldado de Cristo en el silencio de la noche, y habiéndole embalsamado, le dieron honrosa sepultura.
Reflexión:
¡Qué heroico vencedor de los respetos humanos se mostró el cristiano centurión san Marcelo, arrojando el cíngulo militar delante de tan gran muchedumbre y en medio de aquella fiesta tan solemne! ¡Cómo podrán leer este ejemplo tan sublime sin cubrirse de vergüenza las miserables víctimas del qué dirán! Pero, ¿no es razón hacer más caso del qué dirá Dios del qué dirán los hombres? y si llega la alternativa de perder la amistad de Dios o la del mundo, ¿qué amistad ha de preferirse y conservarse en todo trance? ¿La historia del mundo que es tan mudable, fementida y transitoria, o la de Dios, que es constante, fidelísima y eterna? Mira cuán necios son los que por no desagradar al mundo por un poco tiempo, no reparan en perder la eterna amistad de Dios.
Oración:
Te rogamos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Marcelo mártir, por su intercesión crezca en nosotros el amor por tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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