8 de Marzo: San Juan de Dios, fundador
(✞ 1550)
Nació el admirable varón San Juan de Dios en la Villa de Monte Mayor en el reino de Portugal, de padres virtuosos y pobres.
En su mocedad andaba mudándose de pastor a soldado, y de soldado a pastor, sin decidir qué camino tomar.
Después se puso a vender libros y estampas, convirtiéndose en predicador apostólico, porque repartiendo estampas a los niños les enseñaba la doctrina, y a los mayores exhortaba a huir de las culpas, reduciendo muchos pecadores a penitencia.
Así pasó algunos años, y andando un día su camino, encontró un niño muy hermoso, con vestido pobre y roto y los pies descalzos.
Lo tomó, pues, llevándolo en hombros y era al principio una carga liviana, pero luego se hizo tan pesada que sudaba el santo, y se fatigaba en gran manera, por lo cual, hallando una fuente, lo dejó para beber y reposar.
Pocos pasos había dado hacia la fuente cuando oyó a su espalda la voz del niño que le decía: “Juan, Granada será tu cruz”, y volviendo el rostro vio que el niño celestial le mostraba una granada abierta que tenía en la mano, y en medio de la granada había una cruz, y luego desapareció.
Se encaminó el santo a Granada, y en una mala casilla puso su pequeña librería, más ansioso de ganar almas que dinero. Predicaba a la sazón en Granada, el beato padre maestro de Ávila, y oyendo sus sermones el santo, quedó tan encendido en un divino fervor, que comenzó a servir a Dios con una muestra de altísima y perfectísima santidad.
Luego repartió todo lo que tenía a los pobres y encarcelados, y se dio a tan maravillosos extremos de penitencia y humildad, que se hizo un espectáculo en el pueblo, hasta el punto de tenerle muchos por loco y afligirle como tal en las calles y en el hospital de locos.
Fue allí a verle el maestro Ávila, que era su director espiritual, y le dijo que era ya tiempo de quitarle aquella máscara de fingida locura, para atender a otras obras del servicio divino.
Entendiendo, pues, que el Señor le llamaba a los oficios de misericordia con los pobres enfermos, construyó los cimientos de la Orden de los Hermanos Hospitalarios, y alcanzó al poco tiempo médicos, cirujanos, boticarios y más, e hizo entre sus amados enfermos indecibles proezas de caridad.
Un día, el Hospital Real de Granada se incendió, y nadie se atrevía a entrar adentro por estar la puerta llena de humo y de fuego. Llegó corriendo San Juan de Dios, y fue sacando cuantos pobres había en la sala que ardía, trayéndolos a cuestas, y saliendo ileso al cabo de media hora de entre las llamas.
Finalmente, después de una vida llena de prodigios, méritos y virtudes, a la edad de cincuenta y cinco años descansó en la paz del Señor, quedando su cuerpo hermosísimo y arrodillado como cuando oraba.
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