16 de Marzo: San Abraham, solitario
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El admirable varón San Abraham, cuya vida nos dejó escrita San Efrén, nació en cercanías de Edesa, en la Mesopotamia, de padres muy ricos, los cuales le amaban tiernísimamente, y fue tanta la insistencia que le hicieron para que se casase, y tantas las lágrimas que derramó la madre, que sólo por no entristecerlos dijo que se casaría.
Se prepararon las fiestas y la boda, y habiendo durado seis días el regocijo, el séptimo, mientras toda la casa estaba ocupada en convites, música, bailes y danzas, Abraham salió secretamente de la casa y fue a encerrarse en una gruta que distaba como una legua del lugar.
Lo hallaron allí al cabo de diecisiete días, y el santo habló a sus padres con tanto espíritu de Dios, que hasta suplicó a su esposa que consintiese en una perpetua separación.
Todo cuanto poseía en la tierra era una túnica de pelo de cabra, un manto, una escudilla para comer y beber y una estera de juncos para acostarse.
Había pasado varios años en esta vida cuando el Obispo de Edesa le mandó que se ordenase como sacerdote y evangelizase una población de gentiles muy obstinados que había en la diócesis.
Tres años le costó al santo la obra de convertirlos: lo apedrearon, lo dejaron por muerto, lo arrastraron tres veces por las calles, pero finalmente se rindieron, y se echaron a sus pies para que les bautizase.
Después Abraham volvió a su antiguo encierro, y en esos tiempos, una sobrina suya llamada María quedó huérfana a los siete años de edad, y se la llevaron al santo; el cual la puso en una celda inmediata a la suya y así por una ventanilla la instruía en las cosas de Dios.
Unos pocos años de su recogimiento pasaron cuando la doncella fue a perderse por la tentación de un mozo que en hábito de monje fue a visitar al santo, y en lugar de arrepentirse de su pecado, se fue a una ciudad que estaba desde allí a dos jornadas, y con ropaje mundano, galante y lascivo entró en un mesón para perderse del todo.
Abraham tuvo revelación sobre la caída de su sobrina y deseoso de sacar aquella alma de las garras del dragón infernal y restituirla a Jesucristo, buscó un caballo, y vestido de soldado, se fue a la ciudad y al mesón donde María vivía, a la cual habló con tan tiernas palabras, que compungida y llena de confusión, se deshizo en lágrimas, sin osar mirar la cara de su tío.
- No te desesperes, hija -le dijo el santo- porque no hay llaga tan incurable que con la sangre de Cristo no se pueda curar.
María volvió a su antigua morada, donde se entregó de tal modo a la penitencia, que fue un perfecto retrato de la santidad de su tío, y finalmente, fue compañera de su gloria en su dichoso tránsito.
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