- Sr. Superior General, el 4 de noviembre se publicó un documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (en adelante, “DDF”) que restringe el uso de ciertos títulos tradicionalmente atribuidos a la Santísima Virgen María, bajo el título “Mater Populi fidelis”. ¿Cuál fue su primera reacción?
- Confieso que me quedé impactado. Si bien el Papa León XIV ya había expresado su deseo de continuidad con su predecesor, no esperaba un documento de un dicasterio romano destinado a restringir el uso de los títulos, tan ricos en significado, que la Iglesia tradicionalmente atribuye a la Virgen María. Mi primera reacción fue celebrar una Misa de Reparación por este nuevo ataque a la Tradición y, más aún, a la Santísima Virgen María.
De hecho, no solo se cuestiona el uso de los títulos de "Corredentora" y "Mediadora de todas las gracias", sino que se distorsiona el significado tradicional de estos títulos. Esto es mucho más grave, pues negar estas verdades equivale a destronar a la Santísima Virgen María, lo cual hiere lo más profundo del alma católica. De hecho, la Santísima Virgen María, junto con la Sagrada Eucaristía, representa el don más preciado que Nuestro Señor nos ha legado.
- ¿Qué fue lo que más lo impactó?
- En primer lugar, el uso del término “Corredentora” se considera “siempre inoportuno”, lo que, en la práctica, equivale a prohibirlo. La razón es la siguiente: “Cuando una expresión requiere numerosas y constantes explicaciones para evitar que se desvíe de su significado correcto, no sirve a la fe del pueblo de Dios y se convierte en un obstáculo” [1].
No se trata de un término exótico sugerido por un vidente tras una dudosa aparición, sino de una expresión que la Iglesia ha utilizado durante siglos, y cuyo significado exacto ha sido claramente establecido por los teólogos. Además, varios Papas la han empleado. Paradójicamente, el propio Juan Pablo II empleó este título en varias ocasiones. En su magisterio, San Pío X define con gran claridad el fundamento y el alcance de la Corredención de Nuestra Señora, aunque no utilice directamente este término, sino el de “reparadora de la humanidad caída”.
- ¿Qué dice exactamente?
- En su encíclica mariana Ad diem illum (2 de febrero de 1904), San Pío X aborda directa y claramente la Corredención e incluso la mediación universal de María. Le damos la palabra:
“Cuando llegó la hora suprema del Hijo, junto a la Cruz de Jesús, estaba María, su Madre, no sólo ocupada en contemplar el cruel espectáculo, sino regocijándose de que su Hijo Unigénito fuera ofrecido para la salvación de la humanidad y participando tan íntegramente de su Pasión, que si hubiera sido posible ella habría soportado con alegría todos los tormentos que su Hijo soportó” [2].
La consecuencia de este sentimiento y sufrimiento compartido entre María y Jesús es que María “con pleno derecho merecía ser la restauradora de la humanidad caída” [3] y, en consecuencia, la dispensadora de todos los tesoros que Jesús adquirió para nosotros mediante su muerte y sangre. Ciertamente, es innegable que la dispensación de estos tesoros es un derecho propio y particular de Jesucristo, pues son fruto exclusivo de su muerte, y él mismo es, por su propia naturaleza, el mediador entre Dios y la humanidad. Sin embargo, debido a este dolor y angustia compartidos, ya mencionados, entre la Madre y el Hijo, esta augusta Virgen fue “poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo” [4].
La fuente, por lo tanto, es Jesucristo: “de cuya plenitud hemos recibido todo” [5]; “por quien todo el cuerpo, unido y compacto mediante las articulaciones comunicantes, recibe el crecimiento propio del cuerpo y se edifica en la caridad” [6]. Pero María, como bien observa San Bernardo, es el “acueducto” [7]; o, si se prefiere, esa parte media cuya función propia es conectar el cuerpo con la cabeza y transmitirle las influencias y eficacias de la cabeza. Nos referimos al cuello. Sí, dice San Bernardo de Siena, “ella es el cuello de nuestra cabeza, por medio del cual comunica a su cuerpo místico todos los dones espirituales” [8].
Por lo tanto, está muy lejos de nosotros, como vemos, atribuir a la Madre de Dios un poder productor de gracia, un poder que pertenece solo a Dios. Sin embargo, porque María supera a todos los demás en santidad y en unión con Jesucristo, y porque fue asociada por Jesucristo a la obra de la redención, ella merece para nosotros de congruo, como dicen los teólogos, lo que Jesucristo mereció para nosotros de condignon, y ella es la ministra suprema de la dispensación de las gracias. “Él, Jesús, está sentado a la diestra de la divina majestad en la sublimidad del cielo” [9]. Ella, María, está a la diestra de su Hijo, es un “refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo” [10]; “ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra” [11].
Esta cita es, sin duda, extensa, pero contiene las respuestas a las conclusiones formuladas en la nota doctrinal del DDF. Además, cabe señalar que esta encíclica de San Pío X solo se menciona en una nota a pie de página, pero nunca se cita. La razón es fácil de entender: es incompatible con la nueva orientación teológica.
- Pero ¿cuál cree usted que es la verdadera razón por la que el DDF considera ahora que el concepto de Corredentora es “siempre inoportuno”?
- La razón es principalmente ecuménica. Es esencial comprender que la noción de Corredención, así como la de mediación universal, son absolutamente incompatibles con la teología y el espíritu protestantes. Estas nociones ya habían sido descartadas en la época del concilio, tras haber sido objeto de un intenso debate, cuando algunos padres conciliares pidieron la definición de la mediación universal como dogma de fe.
Este distanciamiento de inspiración ecuménica ha tenido el desastroso efecto de minar la fe. De hecho, si las enseñanzas tradicionales sobre la Santísima Virgen María no se reiteran con regularidad, con el tiempo se perderán. En otras palabras, quienes redactaron este documento están genuinamente convencidos de que contiene términos peligrosos para la fe. Esto es catastrófico.
El texto, en su totalidad, reitera continuamente que la Santísima Virgen María no debe en modo alguno oscurecer la singularidad y centralidad de la mediación de Nuestro Señor y su singular papel como Redentor. Esta preocupación parece casi patológica, una especie de paranoia espiritual, inexplicable en un católico. De hecho, ninguna persona fiel, instruida en las verdades de la fe, que recurra a la Santísima Virgen María y se deje guiar por ella, puede arriesgarse a venerarla excesivamente en detrimento de Nuestro Señor. La devoción mariana, iluminada por la fe, tiene un solo fin: permitirnos profundizar en el misterio de Nuestro Señor y de la Redención. Esto se comprendió —y se practicó— hasta el concilio. Aquí nos encontramos ante un círculo vicioso que roza lo absurdo: se nos advierte contra un medio supuestamente abusivo para lograr un fin, cuando este mismo medio nos fue dado precisamente para ese fin.
- ¿Cree usted que la preocupación ecuménica es la única razón de esta acción del Vaticano?
- Creo que debemos considerar otra razón. Las expresiones criticadas en el documento romano están directamente relacionadas con el misterio de la Redención y la gracia que de él se desprende. Sin embargo, trágicamente, el concepto de Redención ya no es el mismo hoy en día. De hecho, las nociones de un “sacrificio expiatorio por nuestros pecados” y un “sacrificio para apaciguar la justicia divina” se están abandonando cada vez más. La idea de un sacrificio ofrecido a Dios para apaciguar su justicia no se acepta. Desde una perspectiva moderna, Nuestro Señor no necesita realmente merecer o expiar nuestros pecados, ni ofrecer un sacrificio expiatorio, porque la misericordia de Dios no cambia ante la realidad del pecado humano: es incondicional. Dios siempre perdona, por pura generosidad.
Por lo tanto, Nuestro Señor es Redentor en un sentido completamente nuevo: su muerte no es otra cosa que la manifestación última y suprema del amor misericordioso del Padre [12]. No es de extrañar, pues, que esta distorsión de la Redención conduzca inevitablemente a una incapacidad fundamental para comprender cómo y por qué la Virgen pudo estar asociada a ella a través de sus sufrimientos.
Al respecto, el texto del DDF contiene una advertencia reveladora: “Se deben evitar los títulos y expresiones referidas a María que la presenten como una especie de “pararrayos” ante la justicia del Señor, como si María fuese una alternativa necesaria ante la insuficiente misericordia de Dios” [13].
- Volvamos al concepto de Corredención. ¿Por qué le parece tan importante?
- Es, ante todo, la expresión de una evolución constante del dogma católico, y se consideraba una conclusión teológica común, incluso, para algunos, una verdad definible como dogma de fe. Tiene su origen en el propio Evangelio y manifiesta el alcance preciso de la asociación con la obra de la Redención que Nuestro Señor quiso para su Madre.
No se trata de una Redención paralela ni de algo añadido a la obra de Nuestro Señor, como cierta caricatura pretende erróneamente hacernos creer. Es simplemente una incorporación absolutamente única a la obra de Cristo, sin equivalente posible, que reconoce el lugar propio de Nuestra Señora y extrae las conclusiones necesarias de ello.
- ¿Qué argumentos de autoridad utiliza el texto del DDF?
- Esta nota teológica cita la opinión desfavorable del cardenal Josef Ratzinger, quien consideraba que la noción de Corredención no estaba suficientemente arraigada en la Sagrada Escritura. Sin embargo, no debemos olvidar que el propio cardenal Ratzinger sostenía teorías sobre la redención que no eran tradicionales [14].
Pero la nota se basa principalmente en la autoridad del papa Francisco. Consideremos sus palabras, citadas en el texto: “Nuestra Señora no quiso quitarle ningún título a Jesús […]. No pidió para sí misma ser cuasi-redentora o una co-redentora: no ... la obra redentora del Hijo de Dios encarnado, que ha sido perfecta y no necesita añadidos” [15].
Estas palabras son desoladoras. Son una caricatura de las verdaderas razones de la Corredención. Digamos simplemente que no se trata de lo que Nuestra Señora hubiera deseado ser; eso sería ridículo. Se trata de reconocer lo que la Sabiduría Divina le dio y le exigió que fuera en la obra única de la Redención, ella fue dada para ofrecernos una satisfacción digna, mientras que Jesucristo satisfizo por nosotros en estricta justicia; debido a su perfecta caridad y su unión única con Dios, ella fue dada para merecer para nosotros lo que Nuestro Señor mereció en estricta justicia.
- ¿Existe una conexión entre la Corredención y la mediación de todas las gracias?
- Es evidente que existe un vínculo entre estas dos nociones: por eso también se cuestiona el título de “Mediadora de todas las gracias”, porque su uso se considera ahora peligroso y, por lo tanto, se desaconseja enérgicamente, como veremos con más detalle.
Debido a la asociación de Nuestra Señora con la obra de la Redención, y porque ella también ha merecido para nosotros, aunque de manera diferente, todo lo que Nuestro Señor nos ha merecido, fue establecida por Nuestro Señor mismo como dispensadora de todas las gracias así merecidas. Esto es evidente en las investigaciones de la Teología Tradicional, así como en el Magisterio de San Pío X, que acabamos de mencionar.
Por supuesto, esta Nota doctrinal no niega la posibilidad de que los santos y la Santísima Virgen María merezcan. Pero, implícitamente, pone en tela de juicio la mediación universal y necesaria de María en la distribución de las gracias [16]: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María o de los santos. En todo caso, lo que podemos decir es que María desea ese bien para nosotros y lo pide junto a nosotros” [17]. […] “El hecho es que sólo Dios justifica. Sólo el Dios Trinidad. Sólo Él nos eleva para superar la desproporción infinita que nos separa de vida divina, sólo Él actúa en nosotros su inhabitación trinitaria, sólo Él se entraña en nosotros transformándonos y haciéndonos participar de su vida divina. No se honra a María atribuyéndole alguna mediación en la realización de esta obra exclusivamente divina” [18].
En realidad, por las razones ya expuestas, la Virgen Santísima nos ha merecido ya no sólo algunas gracias, sino todas; y no sólo nos ha merecido la aplicación de ellas, sino también su adquisición, al pie de la cruz: pues se unió a Cristo Redentor en el mismo acto de la Redención aquí abajo, antes de interceder por nosotros en el Cielo.
- ¿Por qué entonces se advierte contra el uso del término “Mediadora de todas las gracias”, y por qué se considera que este término no es capaz de garantizar una comprensión adecuada del papel de la Virgen?
- Sobre este punto podemos responder que los autores del texto tienen un prejuicio: no aceptan que Dios haya decidido –y que la Tradición haya explicado– de modo distinto a la idea preconcebida que ellos formaron.
Es cierto que Nuestro Señor es el único Mediador y que solo hay una Redención, la suya, que lo abarca todo. Pero, así como Nuestro Señor eligió libremente los medios para llevar a cabo la Redención, en particular muriendo en la cruz cuando pudo haber elegido otro camino, también eligió libremente asociar a su Madre a su obra según su voluntad. Nadie, ni siquiera el Prefecto de la Diócesis de Francia, puede privar a Nuestro Señor del poder de actuar según su divina Sabiduría y de hacer de su Madre la Corredentora y Mediadora universal de las gracias. Nuestro Señor es consciente de que no disminuye su dignidad de Redentor actuando de esta manera. Pero la consecuencia de esta elección de Nuestro Señor es clara: así como es necesario acudir a Él para la salvación, también es necesario acudir a su Madre, aunque en una capacidad diferente. Ignorar esta necesidad significa rechazar los decretos de Nuestro Señor, la Tradición de la Iglesia y los medios dados a los cristianos para alcanzar su salvación.
Esta idea preconcebida, e incluso esta obstinación, reaparece con mucha frecuencia en el texto. Limitémonos a algunos pasajes: “Si se tiene en cuenta que la inhabitación trinitaria (gracia increada) y la participación de la vida divina (gracia creada) son inseparables, no podemos pensar que este misterio pueda estar condicionado por un “paso” a través de las manos de María” [19]; “Ninguna persona humana, ni siquiera los apóstoles o la Santísima Virgen, puede actuar como dispensadora universal de la gracia” [20]; “el título antes mencionado [mediadora de todas las gracias] corre el peligro de ver la gracia divina como si María se convirtiera en una distribuidora de bienes o energías espirituales en desconexión con nuestra relación personal con Jesucristo” [21].
- Desde un punto de vista pastoral, ¿cómo evalúa el impacto de estas decisiones del DDF?
- Creo que puedo decir con seguridad que las repercusiones negativas serán numerosas y catastróficas.
En primer lugar, no debemos olvidar que María es el modelo perfecto de la vida cristiana. Al minimizar la asociación de Nuestra Señora con la obra de la Redención, el texto minimiza el llamado a cada alma a entrar, a través de la cruz, en la obra de la Redención, la reparación y la santificación personal. Esto corresponde exactamente a una visión protestante de la vida cristiana, en la que ya no hay espacio para la cooperación en la obra de Cristo que nos santifica y salva. Por esta razón, Lutero destruyó la vida religiosa y consideró toda buena obra, incluida la Santa Misa, una ofensa a la grandeza de la obra de Cristo, que, al ser perfecta, no requiere nada añadido. Cualquier adición equivaldría a una incomprensión de su perfección. Como católicos, profesamos precisamente lo contrario: dado que la obra de Cristo es supremamente perfecta, puede abarcar la cooperación de las criaturas sin perder nada de su propia perfección.
Además, estas decisiones del DDF me parecen catastróficas en el contexto actual, especialmente para la fe y la vida espiritual de las almas más sencillas y desposeídas. Pienso en las periferias sociales y morales, por usar un término que estuvo de moda durante el pontificado anterior. Para las personas más abandonadas, la Santísima Virgen María a menudo sigue siendo su único refugio en el desierto actual. He visto con mis propios ojos cómo una devoción sencilla y sincera a la Santísima Virgen María puede asegurar la salvación a las almas que ni siquiera tienen la oportunidad de ver a un sacerdote con regularidad. Por eso, un texto del DDF que pretende advertir a las almas contra las nociones marianas tradicionales me parece indescriptible y pastoralmente irresponsable.
Finalmente, nunca más que hoy la Iglesia tendría necesidad de redescubrir la grandeza de la Santísima Virgen: frente a una presión del mundo que hunde cada vez más las almas en la apostasía y en la impureza, esta grandeza se ofrece como medio soberano para resistir a esta presión y permanecer fieles.
- ¿Tiene algún consejo pastoral que dar a los autores del texto?
- La idea de recordar que Nuestro Señor es el único mediador entre Dios y los hombres, y que sólo hay una verdadera Redención, la suya, es en sí misma loable y, especialmente hoy, es importante recordarlo.
El problema es que esta verdad no debe presentarse a los católicos con el pernicioso propósito de advertirles contra la interferencia o supuesta competencia de la Santísima Virgen María. Más bien, esta verdad debe predicarse y recordarse a judíos, budistas, musulmanes y a todos aquellos que no conocen a Nuestro Señor, ya sean creyentes no cristianos o ateos.
El 28 de octubre, el Vaticano celebró el sexagésimo aniversario de la promulgación de Nostra Aetate, el documento conciliar que sienta las bases del diálogo con las religiones no cristianas. Esto resulta, cuanto menos, paradójico, ya que este diálogo —que durante los últimos sesenta años ha dado lugar a los más lamentables encuentros interreligiosos— constituye una negación clara y explícita de que Nuestro Señor es el único mediador entre Dios y la humanidad, y de que la Iglesia Católica fue instituida para predicar esta verdad al mundo.
- ¿Cree que hay otro concepto mariano tradicional que merezca ser más conocido?
- En el Oficio Divino de la Santísima Virgen María, la liturgia la define como “la que aplastó todas las herejías”. Creo que esta noción merece una mayor exploración a través de la investigación teológica. Es muy interesante observar cómo la Iglesia considera a Nuestra Señora como la guardiana de la verdad católica. Esto está directamente relacionado con su papel de Madre. Ella no podría engendrar a Nuestro Señor en cada uno de nosotros sin comunicarnos la verdad y el amor a la verdad, pues Nuestro Señor es la Verdad misma, encarnada, manifestada a la humanidad. Es a través de la fe, y en la pureza de la fe, que las almas se regeneran y tienen la oportunidad de crecer a imagen de Nuestro Señor.
Creo que no comprendemos plenamente este vínculo necesario entre la pureza de la fe y la autenticidad de la vida cristiana. Nuestra Señora, que destruye todos los errores, es la clave para comprender esta verdad.
- Para finalizar esta entrevista ¿Qué oración en honor a Nuestra Señora elegiría?
- Elegiría sin dudarlo la siguiente oración, que también se encuentra en la liturgia:
Dignare me laudare te, Virgo sacrata. Da mihi virtutem contra hostes tuos.
“Dígnate permitirme alabarte, Virgen Santísima. Dame fuerza contra tus enemigos”.
Notas:
1) Mater Populi fidelis, n° 22.
2) San Buenaventura, I Sent., f. 48, ad Litt., dub. 4.
3) Eadmeri, De Excellentia Virg. María, c. IX.
4) Pío IX, Ineffabilis.
5) Juan 1:16.
6) Efesios IV, 16.
7) De Aquæductu, núm. 4.
8) Quadrag. de Evangelio æterno, Serm. X, a. III, c. 3
9) Hechos 1: 3
10) Pío IX, Ineffabilis.
11) Pío IX, Ineffabilis.
12) Se refiere a la nueva doctrina del Misterio Pascual, que constituye en particular la base de la reforma litúrgica postconciliar.
13) Mater Populi fidelis, n° 37, b .
14) En particular, en su obra *La fe cristiana ayer y hoy* , 1968 (republicada en 2000 con un prefacio del autor).
15) Mater Populi fidelis, n ° 21.
16) El principal defecto del texto es su fracaso en hacer la distinción clásica entre mediación física y moral. Por mediación física, se entiende que María transmite la gracia como un verdadero instrumento, por ejemplo, un arpa que, cuando es tocada por el artista, produce sonidos armoniosos. Teólogos reconocidos (Lépicier, Hugon, Bernard) atribuyen tal influencia a la Virgen, de una manera subordinada a la humanidad de Cristo, enfatizando que, según la Tradición, María está verdaderamente en el cuerpo místico como el cuello que, al unir la cabeza a las extremidades, les transmite el influjo vital. Por la mediación puramente moral de la gracia de María, se entiende que, al menos a través de la satisfacción de los méritos pasados y su intercesión siempre presente, María transmite a las almas, universalmente, todas las gracias que fluyen de la cruz de su Hijo. Esta tesis es aceptada por todos los Teólogos Tradicionales. En ambos casos, la mediación de María es libremente querida por Dios como universal y necesaria. Al negar la mediación física instrumental de María y omitir su distinción clásica, al menos de la mediación moral, el texto concluye indebidamente con una negación general de cualquier mediación universal y necesaria de María en la dispensación de las gracias. En otras palabras: se puede discutir la modalidad de la mediación de la Virgen, pero no su universalidad ni su necesidad fáctica.
17) Mater Populi fidelis Núm. 54.
18) Mater Populi fidelis Núm. 55.
19) Mater Populi fidelis Núm. 45.
20) Mater Populi fidelis Núm. 53.
21) Mater Populi fidelis Núm. 68.

1 comentario:
Sí, todo lo que dice está muy bien, pero Pagliarani continúa en comunión con los apóstatas. Nada más que observar.
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