sábado, 19 de junio de 2021

EL OCASO DE UN PAPADO

El papa Francisco también tiene a sus seguidores en su contra.

Por Antonio Socci


¿Qué está pasando en la Iglesia Católica? ¿Estamos al borde de un terremoto? Hay muchas señales que nos inducirían a pensar así, y el artículo de Alberto Melloni de “La Repubblica” de ayer es realmente bastante sensacionalista, revelando la severa división de algunos católicos progresistas pro papa Francisco, a quien solían apoyar con entusiasmo.

Melloni, símbolo de la "Escuela de Bolonia" y del "ala progresista de la Iglesia", inicia su acusación subrayando que el cardenal alemán Marx, en su reciente carta de renuncia, "pedía efectivamente la renuncia del papa".

Marx es el líder del poderoso y acomodado episcopado alemán, que, a través de su Sínodo, parece querer una “revolución”. Los obispos alemanes son históricamente los partidarios de Bergoglio, pero su excesiva prisa no es respaldada por él, y ahora están claramente decepcionados.

Melloni cita luego otros episodios recientes, como el Decreto pontificio que “limita a diez años el mandato de los líderes y órganos de los movimientos eclesiales laicos”. Una norma -según Melloni- que "constriñe los derechos de los fieles" y "establece la liquidación de los dirigentes que actualmente sirven, en nombre de un bien ideológicamente definido".

Además, se trata de líderes de los movimientos, muy alineados con el papado bergogliano y que, en estos últimos años, prácticamente se han desvanecido: ya no se ve su vitalidad, ni sus apariciones públicas (y por lo tanto, en mi opinión, el decreto tiene algunos aspectos positivos).

Luego Melloni critica el destierro de Enzo Bianchi de su comunidad, que de hecho considera “perjudicial para la credibilidad ecuménica de la Iglesia”.

Luego ataca la inspección de la Congregación del Clero, ordenada por Bergoglio –“una acción que es inédita e inútil... que ilustra con qué rudeza se trata a quienes han servido lealmente al papa”– por ejemplo, el prefecto jubilado Cardenal Stella.

Hay que tener en cuenta que se cree que el cardenal Stella es uno de los estrategas en la elección de Bergoglio de 2013, por lo que se trata de otra ruptura grave en el mundo bergogliano. Melloni critica igualmente “la auditoría del Vicariato de Roma” organizada por Bergoglio, a quien se le encarga dar 'crédito a la charlatanería'.

Melloni es extremadamente duro con todo el asunto del cardenal Becciu. En su opinión, es probable que "la acusación sea todavía extremadamente frágil" y querríamos "evitar una defensa puntiaguda que enviaría a todo el mundo, un juicio del gobierno central".

Detrás de estos y otros episodios, explica Melloni: “algunos ven la abundancia excesiva de asesores groseros; otros de actitud autoritaria [… ..…]”. Pero el aumento de tales casos, según el intelectual progresista, “prepara para una tempestad”.

No es el primer “misil” que cae sobre Bergoglio desde la izquierda clerical. Ahora parece claro su creciente aislamiento: basta con considerar los casos enumerados por Melloni (el cardenal Marx y los obispos alemanes, los movimientos eclesiales laicos, Enzo Bianchi, el cardenal Becciu, el vicariato) para darse cuenta de que todos son (o eran) figuras y mundos que lo apoyaban.

El papa argentino es una personalidad compleja, a veces difícil de descifrar. Algunos de sus énfasis iniciales en Jesús tocaron cuerdas profundas como la necesidad de misericordia para el hombre moderno, pero el Evangelio dice que el Buen Pastor es también la Verdad hecha Carne y pide la conversión.

En su soledad actual, Bergoglio se ve obligado a reconocer amargamente que su papado, desde hace algún tiempo, se precipita hacia un estruendoso fracaso.

Incluso el líder histórico de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, para quien el Vaticano es su segundo hogar, publicó un libro titulado: “The Church is burning: the crisis and future of Christianity” (La Iglesia arde: la crisis y el futuro del cristianismo), donde vislumbra un escenario apocalíptico: “El fin del catolicismo” y “Un mundo sin Iglesia”.

Si consideramos cómo Bergoglio fue aclamado desde el principio por el mundo eclesiástico (el sueño era: un “triunfante efecto Bergoglio”), hoy podemos comprender cuán intensa es la desilusión hoy.

Después de estos últimos ocho años, la Iglesia no ha florecido, más bien, parece aniquilada. La vida religiosa está en estado de coma. El gobierno central de la Iglesia, en el Vaticano, está en un caos permanente. La confusión, incluso doctrinal, reina en toda la comunidad eclesial. La asistencia a la misa dominical es devastadora, las vocaciones están ahora en caída libre y entre otras cosas, vemos el colapso de los matrimonios sacramentales. El clero y los obispos parecen estar a la deriva.

Quienes pensaban que romper con los grandes pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI les aseguraría “un futuro brillante”, hoy han sido desmentidos. Aquellos como Bergoglio -quizás con las mejores intenciones- que tenían la ilusión de que la Iglesia, sumergiéndose en el mundo, podía fortalecerse, hoy están siendo testigos de una derrota histórica.

Por otro lado, los sociólogos de la religión -como Rodney Stark- lo habían demostrado durante años (después de todo, el Evangelio dice que si la sal pierde su sabor se vuelve inutilizable).

Hoy la voz de la Iglesia no se puede distinguir de la de las Naciones Unidas. La voz de Pedro no contrarresta las ideologías dominantes, laicas y de izquierda; de hecho, está en armonía con ellas y, con tal politización, genera desconcierto en los fieles y entusiasmo por los enemigos de todos los tiempos de la Iglesia.

Aparte de las raras intervenciones de Benedicto XVI, ya no se escucha una voz católica dirigiendo a los creyentes y a todos los pueblos, en continuidad con el magisterio de la Iglesia. Nunca la Iglesia ha sido tan conformista e irrelevante en el mundo en cuestiones de enorme importancia para toda la humanidad.

Han creado un desierto y lo han llamado "revolución". Pero toda revolución devora a sus hijos y ahora hay una ruptura entre Bergoglio y sus partidarios.

La crisis actual podría inducirlo a renunciar (probablemente no) o seguir desesperadamente, esperando la “tempestad” anunciada por Melloni.

En conclusión, hay una tercera posibilidad: Bergoglio podría reconocer que el intento de dar futuro a la Iglesia adaptándola a una mentalidad mundana ha fracasado y el camino correcto es el de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Parece imposible, pero... a veces pueden ocurrir milagros.

Hoy, por supuesto, se necesita mucho coraje para retomar el camino heroico de los Papas Wojtyla y Ratzinger, porque estamos en una época de persecuciones. Benedicto XVI, en su última intervención, afirmó que “la verdadera amenaza para la Iglesia, y por tanto para el Servicio Petrino, proviene de la dictadura universal de ideologías aparentemente humanistas; contradecirlas implica la exclusión por el consenso básico de la sociedad”.

Ratzinger enumeró los dogmas de estas ideologías, subrayando que “hoy los que se oponen a ellas están socialmente excomulgados…. La sociedad moderna pretende formular un credo anticristiano: quienes lo impugnan son castigados con la excomunión social. Tener miedo de este poder espiritual del Anticristo es demasiado natural”.

Pero Bergoglio (además de Dios) tendría a Benedicto XVI a su lado y a todos los fieles católicos que quedan en el mundo, que son muchos. De esta manera, la Iglesia podría ayudar verdaderamente en la liberación y la libertad de las personas.


Rorate-Caeli





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