martes, 8 de junio de 2021

EL PADRINO ARGENTINO

Si no fuera trágico y doloroso, el espectáculo sería divertido. Un nuevo capítulo de “El Padrino”, protagonizado esta vez por un argentino y dirigida no sabemos bien por quién.


Empecemos:

1. En los últimos días todos hemos estado razonablemente preocupados por la posibilidad de que el papa Francisco limitara el motu proprio Summorum Pontificum. Una vez más, repito lo que muchas veces dije en esta página: Bergoglio no entiende la liturgia, y porque no la entiende no le interesa en absoluto. Por su formación y por la constitución de su intelecto, está incapacitado para percibir la dimensión sobrenatural de la Iglesia y el mysterium tremendum et fascinans que expresa el culto litúrgico. Para él, la Iglesia es meramente un factor de poder destinada, en el mejor de los casos, a mantener un cierto orden social para avanzar hacia una fraternidad humana más o menos universal, todo esto, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam. La liturgia, consecuentemente, es un lujo decadente e innecesario; una injustificada pérdida de tiempo. Y no es una novedad de su parte: es así como siempre pensó buena parte de la Compañía de Jesús, y para prueba remito a los lectores a la interesantísima discusión al respecto entre el benedictino Festiguére y el jesuita Navatel en 1913, que ya comentamos en este blog.

Consecuentemente, Bergoglio no puede entender que algunos jóvenes —sacerdotes o laicos—, o que familias enteras puedan tener gusto por incomprensibles y largas ceremonias en latín. Se trata de una anomalía; deben ser, necesariamente, personas enfermas, o rígidas, o semipelagianas, pero no es gente normal. En todo caso, es esta la objeción que tiene el papa Francisco con los tradicionalistas; no hay en el fondo una cuestión teológica o de encolumnamiento ideológico detrás de Bugnini. Y es ese el motivo por el cual, a lo largo de su pontificado, no los ha molestado; más bien al contrario, si tomamos el caso de la FSSPX.

Cuando hace pocas semanas el cardenal Braz de Aviz dijo que Francisco estaba preocupado porque veía que muchos sacerdotes y religiosos volvían a posiciones anteriores al Vaticano II, dijo lo que el mismo Francisco le pidió que dijera simplemente pour la galerie (¿o alguien puede pensar que el purpurado cometió una infidencia?), para tirarle otro huesito descarnado a los progresistas, sobre todo a los alemanes, que son su verdadero problema (y ya hablamos sobre la costumbre que tiene Bergoglio de tirar huesos para calmar a las fieras). ¿O alguien piensa seriamente que los amantes de la tradición somos un problema para Bergoglio? Somos insignificantes, nos guste o no. Cuando durante la semana pasada el mundo tradicionalista anunciaba que preparaba la resistencia a la modificación del Summorum Pontificum y advertía que “los tradi muerden”, decidí, por supuesto, que sería el primero en presentarme y que lo haría con entusiasmo, pero siendo realistas, ¿en qué consistiría tal resistencia? Me temo que en algunos fuegos artificiales lanzados desde blogs y páginas afines, y no mucho más. Nuestro poder de fuego es nulo, y menos que nulo. Cartuchos de salva, si somos generosos.

Como escribí la semana pasada, en el peor de los casos, y si finalmente el motu proprio se limitara en el sentido en que se ha filtrado (recomiendo particularmente el artículo de la siempre bien informada Diane Montagna), la situación no cambiaría en absoluto: los institutos religiosos que celebran la liturgia tradicional no serían tocados, y solamente se exigiría que los sacerdotes del clero que quieran celebrar públicamente la misa tradicional cuenten con el permiso de su obispo, lo cual ya ocurría de hecho. Quisiera saber cuántos sacerdotes se animaron a celebrar sin el previo beneplácito de su ordinario. Porque lo cierto es que en este punto fallaba el motu proprio: la autoridad de aplicación era la ex-Comisión Ecclesia Dei, pero no tenía ningún poder de coacción para hacer cumplir la norma. A lo sumo, podía enviar una nota al obispo que se oponía a la celebración del rito tradicional, pero no más que eso. El poder de autorizar o no el rito tradicional, en los hechos, siempre estuvo en poder del obispo diocesano.

2. Como dije más arriba, el verdadero problema de Bergoglio son los obispos progresistas alemanes. Ellos lideraron la mafia que lo llevó al poder —confesado por el mismo cardenal Daneels—, y cuando quisieron cobrar la deuda (sacerdocio femenino, matrimonio homosexual y tantas cosas más que ya sabemos), cayeron en la cuenta que Bergoglio, como Argentina, no paga sus deudas. Por tanto, decidieron cobrarla por su cuenta, y para ello armaron el famoso “camino sinodal de la iglesia alemana”. En términos criollos, le mojaron la oreja a Bergoglio, y éste ha reaccionado. E insisto, si no estuviera en juego la Iglesia, sería un espectáculo muy divertido. Veamos solamente lo que ha ocurrido la última semana:

a. Se publicó la reforma del Código de Derecho Canónico en la que se incluye en el canon 1379: “§ 3. Tum qui sacrum ordinem mulieri conferre attentaverit, tum mulier quae sacrum ordinem recipere attentaverit, in excommunicationem latae sententiae Sedi Apostolicae reservatam incurrit; clericus praeterea dimissione e statu clericali puniri potest. Es decir, si un obispo confiere el sacramento del orden —incluido el diaconado— a una mujer, queda excomulgado él, la fémina y puede ser expulsado del estado clerical. Se trata de la pena más dura que puede infligir la Iglesia. Y esto ha sido indiscutible decisión de Bergoglio, y los destinatarios están más que claros: los obispos alemanes, que son los únicos que habían jugueteado con ordenar diaconisas, primero en el Amazonas y después en su propio país. Y basta ver lo furiosos y furiosas que se han puesto los afectados y las afectadas.

b. El 4 de mayo el diario bávaro Augsburger Allgemeine publicó una noticia que pasó desapercibida (una síntesis en español puede leerse aquí). En 2006, siendo obispo de Tréveris el ahora cardenal Marx, encubrió a un sacerdote acusado de pedofilia, que hace pocas semanas fue finalmente condenado por los tribunales alemanes. Y están también implicados en el encubrimiento Mons. Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, y Mons. Ackermann, el actual obispo de Tréveris. Curiosamente, hace pocos días, Marx renuncia a su sede episcopal y no sería extraño que en los próximos días hicieran lo propio los dos obispos restantes, como lo sugiere en la nota el canonista Thomas Schüller, y es más que probable que lo haga también el cardenal Woelki, arzobispo de Colonia, a cuya arquidiócesis fue enviada una visita apostólica hace diez días por orden del papa Francisco.

¿Será casualidad que esta olla de encubrimiento se destape en Alemania justamente en estos días de camino sinodal? Es posible, pero más posible me parece que haya sido una jugada maestra de Bergoglio, que en cuestión de semanas puede limpiarse a toda la cúpula de la iglesia alemana, reduciendo a la nada a sus verdaderos enemigos, y convirtiendo al “camino sinodal” en un mero senderito o apenas huella. Una estrategia propia de Corleone o, al menos, de un político argentino que aprendió bien las lecciones de su maestro el general Juan Domingo Perón.


Wanderer



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