miércoles, 31 de julio de 2024

LA BLASFEMIA PARISINA Y EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Todos los cristianos deben invocar a Jesús, como Sagrado Corazón, para que expulse a todos los demonios de París y de los Juegos Olímpicos.

Por el padre Thomas G. Weinandy, OFM, Cap.


Muchas personas, incluidos obispos católicos y numerosos cristianos de todo el mundo, han condenado el blasfemo acontecimiento que tuvo lugar durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de verano en París. Como casi todo el mundo sabe ahora, hubo una representación burlona de la Última Cena en la que Jesús fue retratado como una mujer obesa vestida de blanco. Estaba rodeada por un grupo de “apóstoles” drag queens, y también estaba incluida una jovencita –¿por qué deberíamos preguntarnos?– en esta representación hipersexualizada y sacrílega.

En medio de todas las condenas y afirmaciones sobre lo ofensivo de la exhibición, lo que no se ha dicho, ni siquiera por parte de los cristianos, es que quienes planearon, orquestaron y perpetraron una representación tan blasfema, a menos que se arrepientan, no tendrán una muerte feliz. En el mismo momento de su muerte, estarán a punto de enfrentarse a aquel mismo a quien blasfemamente se burlaron y degradaron. Y, contrariamente al cristianismo sentimental de muchos hoy, la Escritura misma nos dice que Él será su juez : el santo y resucitado Señor Jesucristo.

Además, Dios Padre no permitirá que su amado Hijo encarnado, Jesucristo, sea blasfemado. Francia, y en particular París, y tal vez incluso los mismos Juegos Olímpicos, no quedarán impunes. Jesús declaró a sus discípulos: “De cierto os digo que a los hijos de los hombres se les perdonarán todos los pecados y las blasfemias que profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá jamás perdón, sino que será reo de pecado eterno. Porque decían: Tiene un espíritu inmundo” (Marcos 3:28-30).

Aunque todos los pecados pueden ser perdonados, incluso la blasfemia contra Dios, la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada. ¿Qué es esta blasfemia contra el Espíritu y por qué no puede ser perdonada?

Blasfemar contra el Espíritu Santo es negar que Jesús es el Mesías lleno del Espíritu. Los judíos incrédulos declararon que Jesús estaba poseído por un espíritu inmundo, el diablo, y al hacerlo, blasfemaron contra el Espíritu Santo que moraba en Jesús en toda su plenitud. Blasfemar contra el Espíritu Santo es negar que Jesús es el Hijo amado encarnado del Padre. Una vez más, el Padre nunca tolerará tal blasfemia, sino que la condenará eternamente.

Ahora bien, ¿acaso quienes se burlaron de Jesús y sus Apóstoles no sabían que Jesús es el Mesías lleno del Espíritu? Si no lo sabían, lo que hicieron podría ser indecoroso y de mal gusto, pero no serían, debido a su ignorancia, culpables del pecado imperdonable de blasfemar contra el Espíritu Santo. Sin embargo, es precisamente porque sabían que Jesús es el Hijo encarnado del Padre lleno del Espíritu que se burlaron de él, y así blasfemaron contra el Espíritu Santo. El desprecio fue el punto central de su representación blasfema.

Así, todo el acontecimiento fue demoníaco. El diablo no desea nada más que blasfemar a Jesús, pues Jesús, mediante su muerte salvadora y su gloriosa resurrección, destruyó el reino de Satanás. Satanás sabe claramente quién es Jesús y qué hace. “¡Ah! ¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios” (Lucas 4:34).

Jesús de Nazaret, el Santo de Dios, destruyó el dominio de Satanás sobre el pecado y la muerte. Hasta el día de hoy, Satanás y sus matones demoníacos, demonios y seres humanos por igual, continúan buscando venganza, y lo hacen fomentando la blasfemia contra él. Esta provocación demoníaca se exhibió plenamente en París en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos: un rito litúrgico demoníaco.

¿Fue entonces casualidad que la representación blasfema fuera la representación de la Última Cena? ¡No! Satanás no sólo quería blasfemar contra Jesús, sino que también deseaba blasfemar contra la Eucaristía. La Eucaristía es la realización del único sacrificio salvador de Jesús, un sacrificio que venció al pecado y a la muerte. En la Eucaristía, los fieles reciben el cuerpo resucitado y la sangre resucitada de Jesús, y así entran en comunión viva con Él.

La Misa es la máxima exigencia de la destrucción del reino de Satanás y la expresión definitiva de la permanencia del reino de Dios. La Misa significa sacramentalmente, para todos los tiempos, la muerte de Satanás y el triunfo de Jesús. Es un ultraje visible y siempre presente contra Satanás y un insulto que él no puede soportar, pero que no puede hacer nada.

En Montmartre, el lugar donde fue decapitado San Dionisio (el santo patrón de París), a sólo unos kilómetros de donde se cometió la blasfemia parisina, se encuentra la Basílica del Sacré-Coeur, la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Fue terminada en 1914. La triste ironía es que fue construida con el propósito de reparar dignamente los pecados de Francia y París, y obtener misericordia y perdón del Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo. En la basílica, se celebra la adoración perpetua a la Sagrada Eucaristía.

Si alguna vez hubo un momento en el que, ante el Santísimo Sacramento, se necesita hacer una reparación al Sagrado Corazón de Jesús, es éste. El corazón de Jesús fue traspasado por amor a todos. De su corazón brota una abundancia de misericordia y perdón. Todos los cristianos deben invocar a Jesús, como Sagrado Corazón, para que expulse a todos los demonios de París y de los Juegos Olímpicos. Todos los grupos cristianos deben orar para que Jesús llene a todos, especialmente a los atletas, con el amor de su Espíritu Santo.

Los Juegos Olímpicos, como evento deportivo internacional, simbolizan el mundo entero, y no sólo Francia y París necesitan a Jesús, sino toda la humanidad.


The Catholic Thing


FARISEÍSMO EXTREMO

Una de las cosas que más me llama la atención de la gente rabiosamente anticristiana es su fortísimo sentimiento de justicia propia.


Un cristiano sabe que es un pecador. Incluso cuando sus defectos son sustanciales -por ejemplo: una mujer promiscua, un hombre alcohólico- van constantemente acompañados de la certeza absoluta de ser gravemente pecadores. Pueden ser incapaces, a veces incluso reacios, a hacer lo que es correcto. Pero saben lo que es correcto, y saben que no lo están haciendo.

Los nuevos fariseos no piensan así. Parecen vivir en un mundo que está básicamente ahí para afirmar su propia justicia. Cualquier cosa que quieran hacer es correcta, porque es su preferencia. Su preferencia tiene un valor ético inmediato. Yo quiero matar a mi bebé en el vientre materno, por lo tanto mi deseo es justo y tú eres un intolerante asesino de la democracia por atreverte a discrepar.

De este modo, al menos pueden intentar apaciguar su conciencia repitiéndose a sí mismos la adhesión a sus propias, sagradas e inviolables normas éticas. Esto no es realmente diferente del fariseo, creyéndose el tipo super-engañador por, básicamente, cumplir con su deber en algunas cosas limitadas y siendo, en general, extremadamente presuntuoso y altanero.

Sin embargo, al menos el fariseo tenía, para sí mismo, el hecho de que observar reglas que él no había hecho le causaba cierta incomodidad y sacrificio. Los nuevos fariseos ni siquiera piensan de esa manera. Automáticamente se atribuyen a sí mismos todo el bien del mundo. Si son adúlteros, dirán que tienen un “espíritu libre”. Si son pervertidos, dirán que son “gay”. Si matan a su bebé en el vientre materno, lo llamarán “opción reproductiva”

En todos los casos, harán todo lo posible para sentirse absolutamente bien consigo mismos. Cuando estén mal, incluso según sus estándares (por ejemplo, drogadicción), dirán que hicieron una “mala elección”, lo que no altera lo fundamental y absolutamente maravilloso de sí mismos. Siempre que oigas a un izquierdista decir que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho, porque “ha hecho de él lo que es hoy”, sabrás que juega al nuevo juego del siglo XXI, el fariseísmo extremo, ya que blanquean absolutamente todo lo que han hecho.

Los nuevos fariseos resultan ser mucho peores que los antiguos, pero, al igual que los fariseos de antaño, su fariseísmo es un gran obstáculo para que abran los ojos y se den cuenta de su pecaminosidad.

Mientras tanto, siguen gritando “derechos reproductivos”, y apoyando todo tipo de degeneración, benditamente inconscientes de la factura que se les presentará un día.

Pero tú, querido lector, sigue trabajando en tu salvación con miedo y temblor, sabiendo que todos somos unos miserables pecadores indignos de una sola de las muchas gracias que Dios nos concede, pero dispuestos a hacer todo lo posible por superar nuestra pecaminosidad y colaborar, con la Gracia de Dios, a Su obra mientras caminamos -tropezando aquí y allá, pero levantándonos cada vez- hacia una salvación esperada.

Pecadores los unos y pecadores los otros, por supuesto.

Pero vaya, qué diferencia.


Mundabor


CATECISMO DE TRENTO (1566) - EL SACRAMENTO DEL ORDEN SAGRADO

En primer lugar se debe mostrar a los fieles cuán grande es la dignidad y excelencia de este Sacramento considerado en su grado más alto, el sacerdocio.


EL SACRAMENTO DEL ORDEN SAGRADO

Importancia de la instrucción sobre este Sacramento

Si se considera atentamente la naturaleza y esencia de los demás Sacramentos, se verá fácilmente que todos dependen del Sacramento del Orden, hasta tal punto que sin él algunos de ellos no podrían ser constituidos ni administrados, mientras que otros quedarían privados de todas sus solemnidades, así como de cierta parte del respeto religioso y honor exterior que se les tributa. Por lo cual, al continuar la exposición de la Doctrina de los Sacramentos, será necesario que los pastores tengan presente que es su deber explicar con especial cuidado el Sacramento del Orden.

Esta explicación será de gran utilidad, en primer lugar, para el mismo pastor, luego para todos los que han entrado en el estado eclesiástico y, finalmente, para el pueblo en general. Al pastor mismo, porque al tratar de este tema se sentirá más profundamente impulsado a avivar en él la gracia que ha recibido en este Sacramento; a los que han sido llamados a la porción del Señor, en parte animándolos con un espíritu de piedad similar, y en parte brindándoles la oportunidad de adquirir un conocimiento de las cosas que les permitirán avanzar más fácilmente a las órdenes superiores; a los demás fieles, en primer lugar, porque les permite comprender el respeto debido a los ministros de la Iglesia y, en segundo lugar, porque, como sucede con frecuencia que pueden estar presentes muchos que han destinado a sus hijos, aún jóvenes, al servicio de la Iglesia, o que desean abrazar esa vida ellos mismos, no es justo que tales personas ignoren las verdades principales sobre este estado particular.

Dignidad de este Sacramento

En primer lugar, pues, se debe mostrar a los fieles cuán grande es la dignidad y excelencia de este Sacramento considerado en su grado más alto, el sacerdocio.

Los obispos y sacerdotes, intérpretes y embajadores de Dios, encargados en su nombre de enseñar a los hombres la ley divina y las normas de conducta, y que ocupan el lugar que Dios les ha asignado en la tierra, es evidente que no puede imaginarse una función más noble que la suya. Por eso, son llamados no sólo Ángeles, sino incluso dioses, por el hecho de que ejercen en nuestro medio el poder y las prerrogativas del Dios inmortal.

En todos los tiempos los sacerdotes han sido tenidos en el más alto honor; sin embargo, los sacerdotes del Nuevo Testamento superan con creces a todos los demás. Porque el poder de consagrar y ofrecer el cuerpo y la sangre de nuestro Señor y de perdonar los pecados, que se les ha conferido, no sólo no tiene nada igual ni parecido en la tierra, sino que incluso sobrepasa la razón y el entendimiento humanos.

Y como nuestro Salvador fue enviado por su Padre, y como los Apóstoles y discípulos fueron enviados a todo el mundo por Cristo nuestro Señor, así también los sacerdotes son enviados diariamente con los mismos poderes, para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo.

Requisitos de los candidatos para las Órdenes

Santidad, Conocimiento, Prudencia

Por lo tanto, la carga de este gran oficio no debe ser impuesta temerariamente a nadie, sino que debe ser conferida sólo a aquellos que por su santidad de vida, su conocimiento, fe y prudencia, son capaces de soportarla.

Llamado divino

Que nadie se atribuya el honor, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón; y son llamados por Dios los que son llamados por los ministros legítimos de su Iglesia. Es a aquellos que arrogantemente se inmiscuyen en este ministerio a quienes el Señor debe entenderse que se refiere cuando dice: No envié profetas, pero ellos corrieron. Nada puede ser más infeliz y desdichado que esa clase de hombres, y nada más calamitoso para la Iglesia de Dios.

Intención correcta

En cada acción que emprendemos es de la mayor importancia tener en vista un buen motivo, porque si el motivo es bueno, el resto procede armoniosamente. Por lo tanto, el candidato a las Sagradas Órdenes, en primer lugar, debe ser amonestado a no tener propósitos indignos de tan excelso oficio.

Este tema exige mayor atención, porque en nuestros días los fieles pecan a menudo gravemente en este sentido. Hay algunos que abrazan este estado para conseguir lo necesario para la vida y que, por consiguiente, buscan en el sacerdocio, como hacen otros hombres en los más bajos estratos de la vida, nada más ni nada menos que ganancias. Aunque tanto la ley natural como la divina establecen, como observa el Apóstol, que quien sirve al altar debe vivir del altar, sin embargo, acercarse al altar por motivos de lucro y dinero es uno de los sacrilegios más graves.

Algunos son atraídos al sacerdocio por la ambición y el amor a los honores; mientras que hay otros que desean ser ordenados simplemente para poder abundar en riquezas, como lo prueba el hecho de que a menos que se les confiriera algún beneficio rico, no soñarían con recibir las Sagradas Órdenes. A éstos, nuestro Salvador los describe como mercenarios, que, según las palabras de Ezequiel, se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, y cuya bajeza y deshonestidad no sólo han traído gran desgracia al estado eclesiástico, hasta el punto de que ahora casi nada es más vil y despreciable a los ojos de los fieles, sino que también terminan en esto: que no sacan otro fruto de su sacerdocio que el que sacó Judas del apostolado, que sólo le trajo la destrucción eterna.

Pero aquellos, por otra parte, que son legítimamente llamados por Dios, y asumen el estado eclesiástico con el único motivo de promover el honor de Dios, se dice verdaderamente que entran en la Iglesia por la puerta.

Pero esto no debe entenderse como si la misma ley no obligara a todos los hombres por igual. Los hombres han sido creados para honrar a Dios, y esto deben hacerlo, en particular, los fieles que han obtenido la gracia del bautismo, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas.

Pero quienes deseen recibir el Sacramento del Orden no sólo deben procurar la gloria de Dios en todas las cosas, obligación que es común a todos los hombres y particularmente a los fieles, sino también servirle con santidad y justicia en cualquier esfera de su ministerio en que se encuentren. Así como en el ejército todos los soldados obedecen las órdenes del general, aunque no todos tienen las mismas funciones que desempeñar, pues uno es centurión y otro prefecto, así también, aunque todos los fieles deben practicar diligentemente la piedad y la inocencia, que son los principales medios para honrar a Dios, sin embargo, los que están en los Santos Sacramentos tienen ciertos deberes y funciones especiales que desempeñar en la Iglesia. Así, ofrecen sacrificios por sí mismos y por todo el pueblo; explican la ley de Dios y exhortan y forman a los fieles para que la observen con prontitud y alegría; administran los Sacramentos de Cristo nuestro Señor, por medio de los cuales se confiere y aumenta toda gracia; y, en una palabra, están separados del resto del pueblo para desempeñar el mayor y más noble de todos los ministerios.

El doble poder que confiere este Sacramento

Habiendo explicado todo esto, el párroco debe ahora fijar su atención en las propiedades peculiares de este Sacramento, para que los fieles que desean entrar en el estado eclesiástico comprendan la naturaleza del oficio al que son llamados y la extensión del poder otorgado por Dios a la Iglesia y a sus ministros.

Este poder es doble: el poder de orden y el poder de jurisdicción. El poder de orden tiene por objeto el cuerpo real de Cristo nuestro Señor en la Santísima Eucaristía. El poder de jurisdicción se refiere en su totalidad al cuerpo místico de Cristo. El alcance de este poder es gobernar y regir al pueblo cristiano y conducirlo a la eterna bienaventuranza del cielo.

El poder de las Órdenes

El poder del orden no sólo comprende el poder de consagrar la Eucaristía, sino que también capacita y prepara las almas de los hombres para recibirla. Abarca también todo lo demás que pueda tener alguna relación con la Eucaristía. Con respecto a este poder se pueden aducir numerosos pasajes de la Sagrada Escritura; pero los más importantes y sorprendentes son los que se leen en San Juan y San Mateo: Como el Padre -dice nuestro Señor- me ha enviado, yo también os envío... Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos; y: En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra, quedará atado también en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado también en el cielo. Estos textos, cuando sean expuestos por los pastores, de acuerdo con la enseñanza y autoridad de los Padres, arrojarán gran luz sobre esta verdad.

La grandeza de este poder

Este poder excede con mucho el que se daba bajo la ley de la naturaleza a ciertos que tenían a su cargo las cosas sagradas. El período anterior a la ley escrita debe haber tenido su sacerdocio y su poder espiritual, ya que es cierto que tenía su ley; porque estos dos, como atestigua el Apóstol, están tan estrechamente relacionados que si el sacerdocio se transfiere, la ley necesariamente debe transferirse también. Guiados, por lo tanto, por un instinto natural, los hombres reconocieron que Dios debe ser adorado; y de ahí se sigue que en cada nación a algunos, cuyo poder podría en cierto sentido llamarse espiritual, se les dio el cuidado de las cosas sagradas y del culto divino.

Este poder lo tenían también los judíos, pero, aunque era superior en dignidad al que tenían los sacerdotes bajo la ley natural, sin embargo, debe considerarse muy inferior al poder espiritual que se encuentra en la nueva ley, pues este último es celestial y supera todo el poder de los ángeles; no proviene del sacerdocio mosaico, sino de Cristo nuestro Señor, que fue sacerdote, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Porque Él, dotado del poder supremo de conceder la gracia y perdonar los pecados, dejó a su Iglesia este poder, aunque lo limitó en su extensión y lo vinculó a los Sacramentos.

Nombres de este Sacramento

Por eso, para ejercer esta potestad se nombran y consagran solemnemente ciertos ministros, consagración que se llama Sacramento del Orden o Ordenación 
Sagrada. Los Padres emplearon esta palabra, que en sí misma tiene un significado muy amplio, para manifestar la dignidad y excelencia de los ministros de Dios.

En realidad, el orden, entendido en su sentido estricto, es la disposición de las cosas superiores e inferiores de tal modo que estén en mutua relación. Ahora bien, como en este ministerio hay muchos grados y diversas funciones, y como todas ellas están dispuestas y organizadas según un plan definido, se le ha aplicado con acierto y propiedad el nombre de Orden.

El Orden Sagrado es un Sacramento

El Concilio de Trento ha establecido que la Sagrada Ordenación debe contarse entre los Sacramentos de la Iglesia, por la misma línea de razonamiento que ya hemos empleado varias veces. Como el Sacramento es un signo de una cosa sagrada, y como la acción externa en esta consagración denota la gracia y el poder conferidos al que es consagrado, se hace claramente evidente que el orden debe considerarse verdadera y propiamente como un Sacramento. Así, el Obispo, entregando al que se está ordenando un cáliz con vino y agua, y una patena con pan, dice: Recibe el poder de ofrecer sacrificios, etc. Con estas palabras, pronunciadas junto con la aplicación de la materia, la Iglesia siempre ha enseñado que se confiere el poder de consagrar la Eucaristía, y que se imprime en el alma un carácter que trae consigo la gracia necesaria para el debido y apropiado desempeño de ese oficio, como declara el Apóstol así: Por eso te invito a que reavives el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos. Porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio.

Numero de Ordenes

Ahora bien, para usar las palabras del santo Concilio: Siendo el ministerio de tan sublime sacerdocio cosa totalmente divina, es propio de su más digno y reverente ejercicio que en la ordenada disposición de la Iglesia haya varios órdenes diversos de ministros destinados a ayudar al sacerdocio en virtud de su oficio, órdenes dispuestas de tal manera que los que ya han recibido la tonsura clerical sean elevados, paso a paso, de los órdenes inferiores a los superiores.

Es necesario, pues, enseñar que estos órdenes son siete y que ésta ha sido la enseñanza constante de la Iglesia Católica: los órdenes de Portero, Lector, Exorcista, Acólito, Subdiácono, Diácono y Presbítero.

Que el número de ministros fue sabiamente establecido de esta manera, se puede probar considerando los diversos oficios que son necesarios para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa y la consagración y administración de la Santísima Eucaristía, siendo este el objetivo principal de su institución.

Se dividen en Ordenes Mayores o Sagradas y Ordenes Menores. Las Ordenes Mayores o Sagradas son el Presbiterado, el Diaconado y el Subdiaconado; mientras que las Ordenes Menores son las de Acólito, Exorcista, Lector y Portero, acerca de cada una de las cuales diremos ahora algunas palabras para que el párroco pueda explicarlas especialmente a aquellos que sabe que están a punto de recibir alguna de las órdenes en cuestión.

Tonsura

En primer lugar, hay que explicar la tonsura y mostrar que es una especie de preparación para recibir las órdenes. Así como los hombres se preparan para el Bautismo con los exorcismos y para el Matrimonio con el compromiso, así también a los que se consagran a Dios por la tonsura se les abre el camino que lleva al Sacramento del Orden, pues el corte del cabello significa el carácter y la disposición de quien desea dedicarse al ministerio sagrado.

El nombre “Clérigo”

En cuanto al nombre de clérigo, que se le da por primera vez, se deriva del hecho de que con ello comienza a tomar al Señor como su porción y herencia, de la misma manera que a aquellos que entre los judíos estaban apegados al servicio de Dios, el Señor les prohibió tener parte alguna de la tierra que se repartiría en la tierra prometida: “Soy tu parte y tu heredad”, dijo. Y aunque estas palabras son ciertas para todos los fieles, es cierto que se aplican de manera especial a quienes se consagran al servicio de Dios.

Origen y significado de la tonsura

El cabello de la cabeza se corta en forma de corona. Siempre debe llevarse así y debe agrandarse a medida que se avanza a órdenes superiores.

La Iglesia enseña que este uso tiene origen apostólico, pues lo mencionan los Padres más antiguos y autorizados, como San Dionisio el Areopagita, San Agustín y San Jerónimo.

Se dice que el Príncipe de los Apóstoles introdujo por primera vez este uso en memoria de la corona de espinas que fue puesta sobre la cabeza de nuestro Salvador, para que los recursos a que recurrieron los impíos para la ignominia y tortura de Cristo pudieran ser usados ​​por sus Apóstoles como signo de honor y gloria, así como para significar que los ministros de la Iglesia debían esforzarse por parecerse a Cristo nuestro Señor y representarlo en todas las cosas.

Algunos, sin embargo, afirman que con la tonsura se designa la dignidad real, es decir, la porción reservada especialmente a los que son llamados a la herencia del Señor. Se ve fácilmente que lo que dice el Apóstol Pedro de todos los fieles: Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, se aplica especialmente y con mucha mayor razón a los ministros de la Iglesia.

Todavía hay quienes consideran que con el círculo, que es la más perfecta de todas las figuras, se significa la profesión de una vida más perfecta emprendida por los eclesiásticos; mientras que en vista del hecho de que el cabello de sus cabezas, que es una especie de superfluidad corporal, está cortado, otros piensan que denota desprecio por las cosas externas y desapego del alma de todos los cuidados humanos.

Las Órdenes Menores

Portero

Después de la tonsura, se suele ascender al primer orden, que es el de Portero. La función (del Portero) es la de guardar las llaves y las puertas de la iglesia, y no permitir la entrada a nadie a quien se le haya prohibido el acceso. Antiguamente, el Portero solía asistir al Santo Sacrificio de la Misa, para vigilar que nadie se acercara demasiado al altar o molestara al sacerdote durante la celebración de los divinos misterios. También se le asignaban otros deberes, como se puede ver en las ceremonias utilizadas en su ordenación.

Así pues, el Obispo, tomando las llaves del altar, las entrega al que va a ser nombrado Portero, y dice: Sea vuestra conducta la de quien tiene que dar cuenta a Dios de aquellas cosas que se guardan bajo estas llaves.

Cuán grande era la dignidad de esta Orden en la Iglesia antigua, se puede inferir de una costumbre que se mantiene en la Iglesia en estos tiempos: pues el oficio de tesorero, que todavía se cuenta entre las funciones más honorables de la Iglesia, estaba confiado a los porteros, y conllevaba también la custodia de la sacristía.

Lector

El segundo grado del Orden es el de Lector, que tiene por misión leer en la iglesia con voz clara y distinta los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, y especialmente los que se leen durante la salmodia nocturna. Antiguamente también tenía por misión enseñar a los fieles los primeros rudimentos de la Religión Cristiana.

Por eso, al ordenarlo, el Obispo, en presencia del pueblo, entregándole un libro en el que está escrito todo lo que se refiere a este oficio, dice: Toma y sé anunciador de la palabra de Dios; si desempeñas fiel y provechosamente tu oficio, tendrás parte con aquellos que desde el principio han administrado bien la palabra de Dios.

Exorcista

El tercer Orden es el de los Exorcistas, a quienes se les da el poder de invocar el nombre del Señor sobre los poseídos por espíritus inmundos. Por eso el Obispo, al ordenarlos, les presenta un libro en el que están contenidos los exorcismos y al mismo tiempo pronuncia esta fórmula de palabras: Tomad y memorizad y tened el poder de imponer las manos sobre los poseídos, ya sean bautizados o catecúmenos.

Acólito

El cuarto grado es el de los Acólitos, y es el último de los Ordenes que se llaman Menores y no sagrados. Su deber es asistir y servir a los ministros que están en los Ordenes Mayores, es decir, al Diácono y al Subdiácono, en el Sacrificio del altar. También llevan y atienden las luces durante la celebración del Sacrificio de la Misa, y especialmente durante la lectura del Evangelio, por lo que también se les llama portadores de velas.

Por eso, en la ordenación de los Acólitos, el Obispo observa el siguiente rito: en primer lugar, les advierte cuidadosamente sobre la naturaleza de su oficio; luego, les entrega a cada uno una luz, diciendo: Tomad este candelabro y esta vela, y acordaos que de ahora en adelante se os ha dado el encargo de encender las velas de la iglesia, en el nombre del Señor. Luego les entrega vinajeras vacías en las que se presenta el vino y el agua para el Sacrificio, diciendo: Tomad estas vinajeras para suministrar vino y agua para la Eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del Señor.

Las Órdenes Mayores

Subdiácono

De las Ordenes Menores, que no son sagradas, y de las que hemos hablado hasta ahora, se entra y se asciende lícitamente a las Ordenes Mayores y Sagradas.

Ahora bien, el Subdiaconado es el primer grado de las Ordenes Mayores. Su función, como indica el propio nombre, es servir al Diácono en el altar. Es el Subdiácono quien debe preparar el mantel, los vasos y el pan y el vino necesarios para la celebración del Santo Sacrificio. También es él quien presenta el agua al Obispo o al sacerdote cuando éste se lava las manos durante el Sacrificio de la Misa. Es también el Subdiácono quien ahora lee la Epístola que antiguamente leía en la Misa el Diácono. Asiste como testigo en el Santo Sacrificio y guarda al celebrante para que nadie lo moleste durante las ceremonias sagradas.

Los diversos deberes que corresponden al Subdiácono son indicados por las solemnes ceremonias usadas en su ordenación. En primer lugar, el Obispo le advierte que la obligación de la continencia perpetua está ligada a esta Orden, y declara que nadie debe ser admitido entre los Subdiáconos que no esté preparado y dispuesto a aceptar la obligación en cuestión. A continuación, tras la recitación solemne de las Letanías, el Obispo enumera y explica los deberes y funciones del Subdiácono. A continuación, cada uno de los que van a ser ordenados recibe del Obispo el cáliz y la sagrada patena; y, para mostrar que va a servir al Diácono, el Subdiácono recibe del Archidiácono vinajeras llenas de vino y agua, junto con una jofaina y una toalla con las que lavarse y secarse las manos. Al mismo tiempo el Obispo pronuncia estas palabras: Mirad qué clase de ministerio se os ha confiado; os amonesto, pues, para que os mostréis dignos de agradar a Dios. Siguen otras oraciones y, finalmente, cuando el Obispo ha revestido al Subdiácono con los ornamentos sagrados, para cada uno de los cuales hay palabras y ceremonias especiales, le entrega el libro de las Epístolas, diciendo: Recibe el libro de las Epístolas con poder para leerlas en la Santa Iglesia de Dios, así por los vivos como por los difuntos.

Diácono

El segundo grado del Orden Sagrado es el de los Diáconos, cuyas funciones son mucho más extensas y siempre han sido consideradas como más santas. Su deber es estar siempre al lado del Obispo, custodiarlo mientras predica, servirle a él y al sacerdote durante la celebración de los divinos misterios, así como durante la administración de los Sacramentos, y leer el Evangelio en el Sacrificio de la Misa. En los tiempos pasados ​​amonestaba con frecuencia a los fieles a estar atentos a los santos misterios; administraba la sangre de nuestro Señor en las iglesias en las que existía la costumbre de que los fieles recibieran la Eucaristía bajo las dos especies; y a él se le confió la distribución de los bienes de la Iglesia, así como el deber de proveer a todo lo necesario para el sustento de cada uno. Al Diácono también, como ojo del Obispo, le corresponde ver quiénes son en la ciudad que llevan una vida buena y santa, y quiénes no; quiénes asisten al Santo Sacrificio y a los sermones en los tiempos señalados, y quiénes no; para que pueda dar cuenta de todo al Obispo y éste pueda amonestar y aconsejar a cada uno en privado o reprender y corregir en público, según crea más útil. También debe leer en voz alta la lista de los catecúmenos y presentar al Obispo a los que deben ser admitidos a las Ordenes. Por último, en ausencia de un Obispo o de un sacerdote, puede explicar el Evangelio, pero no desde el púlpito, dejando ver así que no es éste su oficio propio.

El Apóstol muestra el gran cuidado que se debe tener para que nadie indigno del Diaconado sea promovido a este orden, cuando en su Epístola a Timoteo expone el carácter, las virtudes y la integridad del diácono. Lo mismo se desprende también de los ritos y ceremonias solemnes que emplea el Obispo al ordenarlo. El Obispo usa oraciones más numerosas y solemnes en la ordenación de un Diácono que en la de un Subdiácono, y también añade otras clases de vestimentas sagradas. Además, le impone las manos, tal como leemos que solían hacer los Apóstoles al ordenar a los primeros Diáconos. Finalmente, le entrega el libro de los Evangelios, con estas palabras: Recibe el poder de leer el Evangelio en la Iglesia de Dios, tanto por los vivos como por los difuntos, en el nombre del Señor.

Sacerdote

El tercer y más alto grado de todas las Ordenes Sagradas es el sacerdocio. Los Padres de los primeros siglos solían designar con dos nombres a los que habían recibido esta Orden. En un tiempo los llamaban presbíteros, palabra griega que significa ancianos, no sólo por la edad madura muy necesaria para esta Orden, sino mucho más por su gravedad, ciencia y prudencia; pues está escrito: La vejez venerable no es la de mucho tiempo ni la que se cuenta por el número de los años; sino que el entendimiento del hombre son las canas y la vida sin mancha es la vejez. En otras ocasiones los llaman sacerdotes, ya porque están consagrados a Dios, ya porque a ellos les corresponde administrar los Sacramentos y encargarse de las cosas sagradas y divinas.

Doble sacerdocio

Pero como la Sagrada Escritura describe un doble sacerdocio, uno interno y otro externo, será necesario tener una idea distinta de cada uno para que los pastores puedan explicar la naturaleza del sacerdocio del que ahora estamos hablando.

El sacerdocio interno

En cuanto al sacerdocio interno, se dice que son sacerdotes todos los fieles, una vez lavados en las aguas salvíficas del Bautismo. Este nombre se da especialmente a los justos que tienen el Espíritu de Dios y que, con la ayuda de la gracia divina, han sido hechos miembros vivos del gran Sumo Sacerdote, Jesucristo; porque, iluminados por la fe, inflamada por la caridad, ofrecen a Dios en el altar de sus corazones los sacrificios espirituales más importantes. Entre estos sacrificios se deben contar todas las acciones buenas y virtuosas realizadas para gloria de Dios.

Por eso leemos en el Apocalipsis: Cristo nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre y nos ha hecho un reino y sacerdotes para Dios, su Padre. Del mismo modo dijo el Príncipe de los Apóstoles: Sed también vosotros, como piedras vivas, edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, ofreciendo sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo, mientras que el Apóstol nos exhorta a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, agradable a Dios, como culto racional. Y mucho antes David había dicho: Un sacrificio para Dios es un espíritu afligido: un corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás. Todo esto se refiere claramente al sacerdocio interno.

El sacerdocio externo

El sacerdocio externo, por el contrario, no pertenece a todos los fieles, sino sólo a algunos hombres que han sido ordenados y consagrados a Dios por la legítima imposición de manos y por las solemnes ceremonias de la Santa Iglesia, y que por ello se dedican a un particular ministerio sagrado.

Esta distinción del sacerdocio se puede ver incluso en la antigua ley. Que David habló del sacerdocio interno, lo hemos demostrado. Por otra parte, todos conocen los múltiples y diversos preceptos dados por el Señor a Moisés y Aarón sobre el sacerdocio externo. Junto con esto, designó a toda la tribu de Leví para el ministerio del Templo, y prohibió por ley que nadie perteneciente a otra tribu se atreviera a inmiscuirse en esa función. Por eso el rey Ozías fue afligido por el Señor con lepra por haber usurpado el ministerio sacerdotal, y tuvo que sufrir graves castigos por su arrogancia y sacrilegio.

Ahora bien, como la misma distinción de un doble sacerdocio puede notarse en la Nueva Ley, los fieles deben ser advertidos de que lo que vamos a decir ahora se refiere al sacerdocio externo que se confiere a ciertas personas especiales. Esto es lo único que pertenece al Sacramento del Orden Sagrado.

Funciones del sacerdocio

El oficio del sacerdote es, pues, ofrecer sacrificios a Dios y administrar los Sacramentos de la Iglesia. Esto lo prueban las mismas ceremonias que se usan en su Ordenación. Al ordenar a un sacerdote, el Obispo le impone las manos, como hacen todos los demás sacerdotes presentes. Luego le pone una estola sobre los hombros y la coloca sobre el pecho en forma de cruz, declarando con esto que el sacerdote está revestido de poder desde lo alto, capaz de llevar la cruz de Cristo nuestro Señor y el suave yugo de la ley de Dios, e inculcar esta ley no sólo con palabras, sino también con el ejemplo de una vida santísima y virtuosa.

Después le unge las manos con óleo santo y le entrega el cáliz con vino y la patena con la hostia, diciendo al mismo tiempo: Recibe el poder de ofrecer el sacrificio a Dios y de celebrar las Misas por los vivos y por los difuntos. Por estas palabras y ceremonias el sacerdote se constituye en intérprete y mediador entre Dios y los hombres, lo que debe considerarse como la función principal del sacerdocio.

Por último, colocando las manos por segunda vez sobre la cabeza (la persona ordenada Obispo), dice: Recibe el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos, comunicándole así aquel poder divino de perdonar y retener los pecados que fue dado por nuestro Señor a sus discípulos. Tales son, pues, las funciones especiales y principales del orden sacerdotal.

Grados del sacerdocio

Sacerdotes

Ahora bien, aunque el orden sacerdotal es uno solo, tiene, sin embargo, diversos grados de dignidad y poder. El primer grado es el de aquellos que se llaman simplemente sacerdotes, y de cuyas funciones hemos estado hablando hasta ahora.

Obispos

El segundo es el de los Obispos, que están encargados de las diversas diócesis, no sólo de gobernar a los demás ministros de la Iglesia, sino también a los fieles, y de promover su salvación con suma vigilancia y cuidado. Por eso, en la Sagrada Escritura se les llama con frecuencia pastores de las ovejas. Su oficio y deber ha sido bien descrito por San Pablo en el sermón a los Efesios, como leemos en los Hechos de los Apóstoles; y San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, también ha establecido una regla divina para el ejercicio del oficio episcopal. Y si los Obispos se esfuerzan por conformar sus acciones a esta regla, no puede haber duda de que serán buenos pastores y también serán estimados como tales. Los Obispos también son llamados pontífices. Este nombre deriva de los paganos, que así designaban a sus sumos sacerdotes.

Arzobispos

El tercer grado es el de los Arzobispos, que presiden a muchos Obispos y que se llaman Metropolitanos, porque son Obispos de aquellas ciudades que se consideran metrópolis de sus respectivas provincias. Por eso gozan de mayor dignidad y más amplio poder que los Obispos, aunque su ordenación sea la misma.

Patriarcas

En cuarto lugar están los Patriarcas, es decir, los primeros y más altos de los Padres. En otro tiempo, además del Romano Pontífice, en la Iglesia universal sólo había cuatro Patriarcas, que, sin embargo, no eran de igual dignidad. Así, Constantinopla, aunque alcanzó el honor patriarcal sólo después de todos los demás, obtuvo un rango superior por ser la capital del Imperio. Le seguía en rango el Patriarca de Alejandría, cuya Iglesia había sido fundada por San Marcos Evangelista por orden del Príncipe de los Apóstoles. El tercero era el de Antioquía, donde Pedro fijó su primera sede. Finalmente, el de Jerusalén, sede gobernada en primer lugar por Santiago, el hermano de nuestro Señor.

El Papa

Por encima de todo esto, la Iglesia Católica ha puesto siempre al Sumo Pontífice de Roma, a quien Cirilo de Alejandría, en el Concilio de Éfeso, nombró Obispo Supremo, Padre y Patriarca de todo el orbe. Él ocupa la cátedra de Pedro, en la que sin duda alguna se sentó hasta el fin de sus días el Príncipe de los Apóstoles, y por eso la Iglesia reconoce en él el más alto grado de dignidad y una universalidad de jurisdicción derivada, no de decretos de hombres o de concilios, sino de Dios mismo. Por eso es Padre y guía de todos los fieles, de todos los Obispos y de todos los prelados, por alto que sea su poder y oficio; y como sucesor de San Pedro, como verdadero y legítimo Vicario de Cristo nuestro Señor, gobierna la Iglesia universal.

De lo dicho, pues, deben enseñar los pastores cuáles son los principales deberes y funciones de los diversos Ordenes y grados eclesiásticos, y también quién es el ministro de este Sacramento.

El Ministro de las Órdenes Sagradas

Sin duda alguna, es al Obispo a quien corresponde la administración (de las Ordenes), como lo prueba fácilmente la autoridad de la Sagrada Escritura, la Tradición más cierta, el testimonio de todos los Padres, los decretos de los Concilios y el uso y práctica de la Santa Iglesia.

Es cierto que a algunos abades se les ha concedido ocasionalmente permiso para administrar aquellas Ordenes que son Menores y no sagradas; sin embargo, no hay duda alguna de que es oficio propio del Obispo, y solo del Obispo, conferir las Ordenes llamadas Santas o Mayores.

Para ordenar Subdiáconos, Diáconos y Presbíteros basta un Obispo; pero según una Tradición Apostólica siempre observada en la Iglesia, los Obispos son consagrados por tres Obispos.

El destinatario de las Órdenes Sagradas

Pasamos ahora a indicar quiénes son idóneos para recibir este Sacramento, y especialmente el Orden Sacerdotal, y cuáles son las principales disposiciones que se les exigen.

De lo que expondremos acerca de las disposiciones que se requieren para el sacerdocio, será fácil determinar lo que se debe observar al conferir las otras Ordenes, teniendo debidamente en cuenta el oficio y la dignidad de cada una. Ahora bien, la extrema cautela que se debe tener al conferir este Sacramento se deduce del hecho de que, mientras que todos los demás Sacramentos confieren al que lo recibe la gracia para su propio uso y santificación, el que recibe las Sagradas Ordenes se hace partícipe de la gracia celestial precisamente para que con su ministerio promueva el bien de la Iglesia y, por lo tanto, de toda la humanidad.

De donde se comprende fácilmente por qué las ordenaciones se efectúan sólo en días especiales, en los cuales, además, según una antiquísima práctica de la Iglesia Católica, se señala un ayuno solemne para que mediante una santa y fervorosa oración los fieles obtengan de Dios ministros bien idóneos para ejercer debidamente y con utilidad de la Iglesia el poder de tan gran ministerio.

Requisitos para el sacerdocio

Santidad de vida

La principal y más necesaria cualidad requerida en aquel que ha de ser ordenado sacerdote es que sea recomendado por la integridad de vida y costumbres: primero porque, al procurar o permitir su ordenación siendo consciente de pecado mortal, un hombre se hace a sí mismo culpable de un nuevo y enorme crimen; y segundo, porque el sacerdote está obligado a dar a los demás el ejemplo de una vida santa e inocente.

En este sentido, los pastores deben exponer las reglas que el Apóstol dio a Tito y Timoteo, y explicar también que aquellos defectos corporales que, por mandato del Señor, excluían del servicio del altar en la antigua ley, en la nueva deben entenderse, en su mayor parte, como deformidades del alma. Por eso se ha establecido en la Iglesia la santa costumbre de que el que va a ser admitido a las Ordenes tenga antes mucho cuidado de purificar su conciencia con el Sacramento de la Penitencia.

Conocimiento competente

En segundo lugar, se requiere del sacerdote no sólo la ciencia que toca al uso y administración de los Sacramentos, sino que también debe ser versado en la ciencia de la Sagrada Escritura, para poder instruir al pueblo en los misterios de la fe cristiana y en los preceptos de la ley divina, conducirlo a la piedad y a la virtud y librarlo del pecado.

El sacerdote tiene dos funciones: la primera es consagrar y administrar debidamente los Sacramentos; la segunda es instruir al pueblo que le ha sido confiado en todo lo que debe saber o hacer para salvarse. De ahí las palabras del profeta Malaquías: Los labios del sacerdote guardarán conocimiento, y buscarán la Ley en su boca; porque él es el ángel del Señor de los ejércitos.

Ahora bien, para cumplir el primero de estos deberes es suficiente que esté dotado de una moderada dosis de ciencia. En cuanto al segundo, no se trata de conocimientos ordinarios, sino muy especiales. Al mismo tiempo, sin embargo, debe recordarse que no se exige a todos los sacerdotes en igual grado un conocimiento profundo de las cuestiones abstrusas. Es suficiente que cada uno sepa todo lo que es necesario para el desempeño de su oficio y ministerio.

Aptitud Canónica

Este Sacramento no debe administrarse a los niños, ni a los locos o dementes, porque están privados del uso de la razón. Pero si se les administra, debemos creer sin vacilación que el carácter sacramental queda impreso en sus almas. En cuanto a la edad exacta requerida para recibir las diversas órdenes, se encontrará fácilmente en los decretos del Concilio de Trento.

Quedan excluidos también los esclavos. Quien no es su propio amo y está en poder de otro, no debe dedicarse al servicio divino.

También son rechazados los homicidas y los hombres de sangre, porque están excluidos por una ley de la Iglesia y son declarados irregulares.

Lo mismo debe decirse de los hijos ilegítimos y de todos los que no han nacido de matrimonio legítimo. Es justo que quienes se dedican al servicio divino no tengan nada en sí mismos que pueda exponerlos a la burla y al desprecio bien merecidos de los demás.

Por último, no se deben admitir a los que estén notablemente mutilados o deformes. Un defecto o deformidad de esta clase no puede dejar de ofender la vista y obstaculizar la debida administración de los Sacramentos.

Efectos de las Órdenes Sagradas

Dicho esto, ahora corresponde a los pastores indicar los efectos de este Sacramento. Es evidente que el Sacramento del Orden, si bien se ocupa principalmente, como ya se ha dicho, de la salud y belleza de la Iglesia, sin embargo confiere al alma del ordenado la gracia de la santificación, haciéndole apto y capacitado para el correcto desempeño de sus funciones y para la administración de los Sacramentos, de la misma manera que por la gracia del Bautismo cada uno está capacitado para recibir los demás Sacramentos.

Este Sacramento 
confiere claramente otra gracia, a saber, un poder especial respecto del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Este poder es pleno y perfecto en el sacerdote, porque sólo él puede consagrar el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor; pero es mayor o menor en los ministros inferiores, a medida que su ministerio se acerca al Sacramento del Altar.

Este poder se llama también carácter espiritual, porque los que han sido ordenados se distinguen de los demás fieles por una cierta marca interior impresa en el alma, por la cual se consagran al culto divino. Esta gracia es la que parece haber tenido en mente el Apóstol cuando dijo a Timoteo: No descuides la gracia que está en ti, que te fue dada mediante la profecía, con la imposición de las manos del sacerdocio. Y también: Te aconsejo que avives la gracia de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.

Amonestación

Esto bastará para el Sacramento del Orden. Nos hemos propuesto presentar solamente los puntos principales que se refieren a este tema, a fin de proporcionar al párroco material suficiente para instruir a los fieles y orientarlos hacia la piedad cristiana.

31 DE JULIO: SAN IGNACIO DE LOYOLA, PATRIARCA Y FUNDADOR


31 de Julio: San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador

(† 1556)

El gran celador de la mayor gloria divina, San Ignacio de Loyola, nació en la provincia de Guipúzcoa, y en la nobilísima casa de Loyola. 

Se crio desde niño en la corte de los reyes católicos y se inclinó a los ejercicios de las armas. 

Habiendo los franceses puesto cerco al castillo de Pamplona, Ignacio lo defendió con heroico valor, hasta que fue malamente herido. 

Agravándosele el mal, se le apareció el apóstol san Pedro, del cual era muy devoto, y a cuya honra había escrito un poema, y con esta visita del cielo comenzó a mejorar. 

En la convalecencia pidió algún libro de caballería para entretenerse, y como le trajesen, en lugar de estos libros, uno de la Vida de Cristo y otro de Vidas de santos, se encendió en su lección de suerte que determinó hollar el mundo. 

En este instante se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba Ignacio tembló, hundiéndose de arriba abajo una de las paredes. 

Sano de sus heridas, partió para Montserrat, donde hizo confesión general, y colgó su espada y daga junto al altar de nuestra Señora, y dando los vestidos preciosos a un pobre, se vistió con un saco asperísimo. 

De allí partió para Manresa, donde por espacio de un año hizo vida austerísima y penitente en el hospital de santa Lucía y en una cueva cerca del río; en la cual ilustrado por el Espíritu Santo y enseñado por la Virgen santísima, escribió aquel famoso libro de los Ejercicios espirituales, que ha dado siempre increíble fruto en la Iglesia de Dios. 

Pasó después a visitar los sagrados lugares de Jerusalén, y entendiendo que para ganar almas a Cristo eran necesarias las letras, volvió a España y estudió en Barcelona, en Alcalá y Salamanca, donde padeció por Cristo persecuciones, cárceles y cadenas. 

Acabó sus estudios en París y ganó para Dios nueve mancebos de los más excelentes de aquella florida universidad, y con ellos echó en el Monte de los Mártires los primeros cimientos de la Compañía de Jesús, que instituyó después en Roma, añadiendo a los tres votos de religión un cuarto voto de obediencia al Sumo Pontífice acerca de las Misiones. 

Paulo III aprobó la nueva Orden diciendo con espíritu de Pontífice: Digitus Dei est hic. El dedo de Dios es éste: porque en efecto la Compañía de Jesús era un nuevo e invencible ejército que el Señor suscitaba para la propagación de la santa fe y defensa de la santa Iglesia combatida por los sectarios de estos últimos tiempos, discípulos de Lutero e imitadores de la rebeldía de Lucifer. 

Y así la Compañía de Jesús conquistó para Cristo muchos reinos de Asia, África y América, restauró en Europa la piedad cristiana y la frecuencia de Sacramentos, y ha ilustrado la Iglesia con centenares de mártires, con millares, de nombres sapientísimos, y aun dando por ella la vida, y resucitando para volver a luchar como antes por la mayor gloria de Dios. 

Tal es el espíritu magnánimo que infundió San Ignacio en su santa Compañía; el cual después de haberla gobernado por espacio de dieciséis años, a los sesenta y cinco de edad descansó en la paz del Señor.

Reflexión:

Si quieres alcanzar el espíritu de Jesucristo que informaba el alma de san Ignacio, lo hallarás en sus Ejercicios espirituales. Dice el Pontífice León XIII, que al conocerlos, no pudo menos que exclamar: “He aquí el alimento que deseaba para mi alma” (Alocución de León XIII al clero de Carpineto).

Oración:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, diste un nuevo socorro a la Iglesia militante por medio del bienaventurado Ignacio, concédenos que peleando con su ayuda y ejemplo en la tierra, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.


martes, 30 de julio de 2024

CELO

Si las obras corporales son tan agradables a Dios, ¿qué diremos de las espirituales, que se ordenan directamente al alma, y cooperan con el Divino Redentor al fin sublime de la salvación del prójimo?


III

CELO

El Evangelista San Marcos, refiriéndose al hecho narrado por San Lucas en el Evangelio de hoy, introduce una pequeña variante: “Presentáronle -dice- un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese sobre él su mano” (7: 32).

He aquí un ejemplo y una lección saludable. Todos y cada uno de nosotros somos sordomudos de nacimiento a los que el Señor, por medio de la Iglesia, abre los oídos para que oigan la divina palabra, y desata la lengua para que profesen y propaguen la fe. Inspirada por el Espíritu Santo, tomó la Santa Iglesia de la curación milagrosa, relatada en el Evangelio de hoy, algunas ceremonias que emplea al administrar el Sacramento del Bautismo.

1. “Efeta”. - El “efeta” divino abre nuestras almas a la verdad, y a la vez que nos confiere privilegios y derechos sublimes, nos impone también los deberes sagrados, que no podremos violar impunemente. Todo cristiano está obligado a atender el fin para el que fue creado, es decir, a servir a Dios en este mundo, para así gozarle y glorificarle por siempre, en la eternidad. Para facilitarnos el cumplimiento de esa tarea, nos dio el Señor los Mandamientos, que no son otra cosa, sino el código detallado de nuestros deberes para con Dios y para con el prójimo. Todos ellos se resumen en el doble precepto del amor, que encierra en sí totalmente la voluntad divina:

“Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”

Pero ese amor, si ha de ser vivo y sincero, tiene que ser eficaz y se ha de traducir en buenas obras.

2. El celo, obligación del cristiano. - Entre todas las manifestaciones de la caridad, la más expresiva es ciertamente el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas. El verdadero cristiano tiene que ser un apóstol, sea cual fuere el estado a que Dios le llamare. Entre los deberes de su vocación, está incluido el celo como uno de los más sagrados, impuestos por la ley divina. La comunión de los santos establece entre todos los fieles una unión sagrada, que debe fomentar la solidaridad, el afecto fraternal, la caridad, que es de suyo expansiva, dadivosa, solícita por el bien del prójimo, especialmente por el bien espiritual, a cuya consecución se encaminan todos sus esfuerzos.

La vida cristiana no tolera el egoísmo, la exclusiva preocupación por sí mismo, por el “Yo”. En la soledad de los claustros anida y florece la caridad. Allí se sufre, se ora, se santifican las almas y se ofrecen como víctimas de expiación por amor a la humanidad pecadora. Pero ese deber no incumbe solamente a las almas más perfectas.

A todos se nos ha de juzgar por las obras de misericordia; y si las corporales son tan agradables a Dios, cuando van inspiradas por la caridad, ¿qué diremos de las espirituales, que se ordenan directamente al alma, y cooperan con el Divino Redentor al fin sublime de la salvación del prójimo?

Siguiendo el ejemplo que hoy en el Evangelio se nos da, llevemos a la presencia de Cristo, en alas de nuestro celo, a todos los pobres sordos y mudos, que se nos presentan en el camino de la vida.

Aprovechémonos para ese fin de los talentos que el Señor tan generosamente nos concedió, de los cuales tendremos que dar cuenta un día.

Perfumemos nuestras actividades y trabajos, con el suave incienso de la oración y con la mirra de la mortificación, y así lograremos atraer las bendiciones divinas sobre nuestras buenas obras, y su misericordia sobre los pecadores. Sufrir, orar y trabajar es el triple apostolado del amor y el instrumento de que se sirve el celo para realizar su obra suprema: cooperar, en la medida de sus fuerzas, a la gloria de Dios y a la salvación de las almas.


Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.



LA EVOLUCIÓN DEL ROCK AND ROLL AL HARD ROCK Y AL ACID ROCK

No más esconderse: La adoración a Satanás fue abierta.

Por el padre Jean-Paul Régimbal


Como se señaló en nuestra Introducción, el soft rock se convirtió rápidamente en hard rock, cuyos principales protagonistas fueron Jerry Lee Lewis, Stevie Nicks y Alice Cooper. Las características de esta segunda ola son una aceleración del ritmo (beat), un aumento del volumen del sonido y el desencadenamiento frenético de la percusión.

Con respecto a este ritmo, se realizó una cuidadosa investigación sobre las tribus africanas y sus rituales vudú (1) tal como se practican en América del Sur y Haití. Se reunió un repertorio completo de todos los ritos sexuales, encantamientos y hechizos con el fin de replicar lo más fielmente posible los ritmos sucesivos que inducen a los oyentes a un placer sexual pleno.

El beat insistente estimula todas las potencias emocionales, físicas y psicológicas de una manera que desgasta el sistema nervioso de los oyentes, e incluso paraliza el proceso mental del consciente.

La música macabra y demoníaca de Alice Cooper

La intensidad del sonido supera en 20 decibeles (2) el nivel de tolerancia del oído humano; se trata de un ataque deliberado y directo a la persona a través de la vía directa de los nervios auditivos.

¿Qué desencadenó este punto de inflexión en la evolución del rock 'n' roll?

Mencionaremos sólo tres fuentes principales:
● Las diversas técnicas de mensajes subliminales

● La consagración de los intérpretes de rock a Satanás

● Los benefactores que proporcionaron los fondos con el objetivo de lograr el dominio mundial, a saber, los Illuminati y la masonería, la WICCA y otras organizaciones satánicas como la Sociedad de Brujería de Gales.
Más adelante profundizaremos en la influencia de estas organizaciones mundiales en la evolución y el enorme éxito del rock satánico.

Rock ácido

La revolución estaba todavía en sus primeras etapas. La llegada a la escena de los Beatles, los Rolling Stones y The Who añadió un nuevo elemento a la corriente infernal.

Un recorrido psicodélico por el álbum Yellow Submarine

Los jóvenes ya habían sido iniciados en el uso de drogas alucinógenas (3) desde que el psicólogo y escritor norteamericano Timothy Leary inició una campaña en los años 60 para introducir el LSD a los intelectuales y artistas.

Inevitablemente, la música rock integraría toda la panoplia de drogas alucinógenas para potenciar las fuertes emociones inducidas en los oyentes de la nueva ola de rock, es decir, el rock ácido.

Los Beatles con su Yellow Submarine (alucinógeno psicodélico o LSD), los Rolling Stones con Brown Sugar (cocaína) y Sister Morphine (un opiáceo) y, finalmente, Silver Lady de David Soul (la aguja cargada para inyectarse drogas) contribuyeron a esta nueva fase.

Abby Hoffman, autora de Revolution for the Hell of It!, lo dijo claramente: “El rock es la fuente de la revolución. Nuestro estilo de vida con drogas, ropa rara y música rock con su poder, ¡esa es la revolución!”

El rock and roll satánico

Se podría pensar que se han alcanzado los límites finales, pero esto sería subestimar los recursos del genio diabólico de los revolucionarios en cuestión. Se apuntaba al límite último, lo oculto, (4) que conduce al culto a Satanás.

No más esconderse: adoración abierta a Satanás

Esta fase fue inaugurada por los Beatles en 1968 con la aparición del Álbum Blanco, que contenía sus múltiples bucles de cinta en Revolution y mensajes ocultos en Revolution 9. Por primera vez en la industria discográfica, se introdujeron mensajes subliminales (5) para transmitir el “evangelio de Satán”. La fórmula tuvo éxito (Charles Manson recibió sus órdenes asesinas del álbum), y a partir de entonces la música rock caminó por este amplio camino de perversión diabólica.

Entre los “maestros” del género, hay que mencionar a los Rolling Stones, cuyo arcipreste satánico es Mick Jagger (6), seguidos de cerca por The Who, Black Sabbath, Led Zeppelin y Styx. Ya no hay equívocos. Todo está inspirado y conduce a la glorificación de los poderes ocultos y al culto de su majestad Satán.

En esta fase, ya no encontramos prohibiciones sexuales, ni represión de los instintos, ni barnices sociales que impidieran a los jóvenes expresar libre y salvajemente su sexualidad.

Punk rock (7)

¿Era éste el fin? No, todavía no, porque la perversión del rock no había tocado el abismo. Los años '80 vieron nacer grupos de rock cuyo objetivo y filosofía eran conducir a sus adeptos directamente al suicidio, la violencia masiva y el crimen sistemático.

El punk rock alcanza nuevos extremos de satanismo sádico

Entre los grupos más conocidos, mencionaremos a Kiss, Ted Nugent y mutantes como el grupo de rock psicodélico/progresivo Aphrodite's Child con su Álbum 666.

El punto culminante de la experiencia musical del punk rock es hacer sangrar a un compañero mediante cuchillas de afeitar cosidas a los vaqueros y la camisa o golpear a compañeros de rock y herirlos con brazaletes con clavos y puñetazos. En 1999, dos grupos principales sobresalieron, Rob Zombie, cuyo maestro fue Alice Cooper y, sobre todo, Marilyn Manson

En eso se había convertido el rock 'n' roll en el año 1999. En el próximo artículo veremos cómo se desenmascara el carácter subversivo del rock.

Continúa...

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Notas:

1) Vudú: Culto de origen animista que combina algunos elementos del ritual católico romano con ritos mágicos y religiosos paganos africanos, caracterizados por la brujería y la posesión de espíritus. Se practica entre los negros del Caribe, América Latina y África.

2) Decibelio: unidad (dB) utilizada para medir el nivel de sonido. La voz humana tiene una intensidad media (conversación moderada) de 55 decibeles y el trueno 70 dB.

3) Drogas alucinógenas: drogas que provocan alucinaciones, es decir, distorsiones profundas en la percepción de la realidad de una persona. Bajo la influencia de los alucinógenos, las personas ven imágenes, oyen sonidos y sienten sensaciones que parecen reales pero que no existen. La terminología de la droga es “estar en el espacio”. Las drogas ácidas comunes de este período del rock eran el LSD, el peyote, la psilocibina, las anfetaminas, los barbitúricos, los narcóticos, etc.

4) Ocultismo: ciencia esotérica cuyos orígenes se remontan al paganismo antiguo (Egipto y Mesopotamia), que utiliza los poderes ocultos de las tinieblas y los demonios a través de la astrología, la magia y el culto satánico, con fines de alcanzar poderes humanos más que naturales.

5) Subliminal: mensaje que llega a una persona por debajo del umbral de la conciencia, es decir, un mensaje que es captado por el subconsciente. Este mensaje escapa así al análisis de la mente consciente y se abre paso lentamente hacia el cerebro.

6) La canción de los Rolling Stones Sympathy for the Devil es el himno oficial de la Iglesia de Satán. En ella, Lucifer habla en primera persona y pide compasión por todos los que lo conocen. El cantante principal, Mick Jagger, afirma que Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán y autor de la Biblia Satánica, ayudó a inspirar su música.

7) En Inglaterra, esta palabra significaba originalmente “prostituta, ramera, fulana”, de origen desconocido. Según otra fuente estadounidense, significa “la más baja”.


El padre Jean-Paul Regimbal (1931-1986), quien predicó implacablemente contra la masonería
y la música rock, fue un sacerdote trinitario en Northbay, Ontario, Canadá.




PROTESTANTISMO: LA HEREJÍA ES UN GRAN PECADO (6)

La herejía es, por su naturaleza, un pecado mucho más grave y un mal mucho más profundo y pernicioso, que la voluptuosidad y todos los desórdenes sensuales.

Por Monseñor De Segur (1862)


Irse a lo más seguro

La Madre de Melanchton, el cual fue uno de los más famosos discípulos de Lutero, había sido arrastrada por su hijo a la apostasía, siguiéndole en la pretendida reforma. Estando ella para morir, hizo llamar al reformador; y en aquel supremo momento, le dijo con solemnidad: “Hijo mío, por tu consejo dejé a la Iglesia Católica, para abrazar la religión nueva. Ya voy a comparecer delante de Dios; y por el mismo Dios vivo te conjuro para que me digas, sin ocultarme nada, ¿en qué fe debo morir?” Melanchton bajó la cabeza y guardó silencio un momento. El amor de hijo luchaba en su pecho contra el orgullo de sectario. “Madre, le respondió por fin, la doctrina protestante es más fácil: la católica es más segura.”

Si la Religión Católica es más segura, es necesario abrazarla; y aun más necesario todavía no abandonarla, por irse a la menos segura.

Este razonamiento de simple buen sentido, indujo al rey Enrique IV a hacerse católico. Se había tenido una conferencia sobre religión en presencia del rey y de toda su corte. Los controversistas eran, por una parte, muchos teólogos católicos; y por otra parte los ministros protestantes Duverdier, Morlas, Salette y algunos otros.

El rey, dice el historiador, viendo que uno de los ministros no se atrevía a negar que pudiese uno salvarse en la Religión Católica, tomando la palabra, dijo: “¡Qué! ¿Estáis de acuerdo en que puede uno salvarse en la religión romana?” El ministro respondió que no lo dudaba, con tal de que viviese bien. “Y vosotros señores -dijo S. M. a los doctores católicos- ¿pensáis que puedo salvarme quedándome protestante?” “Pensamos y declaramos, respondieron estos doctores, que habiendo conocido la Iglesia Católica, estáis, señor, obligado a entrar en su comunión y que así no podéis salvaros en el protestantismo”. Oyendo esto continúa el historiador, el rey añadió muy juiciosamente, dirigiéndose a los ministros protestantes: “La prudencia quiere que yo abrace la religión de los católicos dejando la vuestra, porque siendo de la primera me salvo según ellos y según vosotros; mientras que, si me quedo en la segunda, me salvo según vosotros, pero según ellos me pierdo. La prudencia pide, pues, que me vaya a lo más seguro”. Dijo y abjuró el error.

Si la herejía es un gran pecado

Es la herejía uno de los crímenes más grandes de que puede hacerse culpable un hijo de Dios. Es la apostasía de la Iglesia.

La Fe es el cimiento de todo el edificio religioso. Ella es la primera condición de la vida cristiana. Así es que nuestro Señor Jesucristo resume toda la Religión en la Fe, repitiendo en cada página de su Evangelio, que para salvarse es necesario creer en él, creer en su palabra, creer a la Iglesia. “El que crea se salvará; y el que no crea se condenará”.

La herejía es el pecado contra la Fe, es la rebelión voluntaria y obstinada contra la divina enseñanza de la Iglesia de Jesucristo. La herejía trastorna el orden establecido por Dios y separa al hombre de la gran familia católica, la cual es así en la tierra como en el cielo la familia de Dios.

Por esta razón es la herejía, por su naturaleza, un pecado mucho más grave y un mal mucho más profundo y pernicioso, que la voluptuosidad y todos los desórdenes sensuales. Estos pecados ciertamente son muy malos y separan mucho de Jesucristo, pero ellos no causan en el alma un desorden tan radical y tan peligroso como la herejía.

Júzguese por esto de la responsabilidad religiosa y de la enorme culpabilidad de esos pretendidos pastores evangélicos, que van sembrando la herejía. Ellos hacen mayor mal a la sociedad que los mismos apóstoles del libertinaje.

30 DE JULIO: SAN ABDÓN Y SAN SENÉN, MÁRTIRES


30 de Julio: San Abdón y san Senén, mártires

(† 250)

Los nobilísimos y portentosos mártires de Cristo Abdón y Senén fueron persas de nación, y caballeros principales y muy ricos en su patria; los cuales siendo cristianos y viendo padecer a los que lo eran graves tormentos y muertes atroces, imperando Decio y persiguiendo crudamente a la Iglesia, se ocupaban en consolar las almas de los que padecían por Cristo, y en dar sepultura a los cuerpos de los que con muerte habían alcanzado la vida. 

Supo esto Decio: los mandó prender y traer a su presencia, habiéndolos oído, y sabiendo por su misma confesión que eran cristianos, les mandó echar cadenas y prisiones, y guardar con otros cautivos de su misma nación que tenía presos, porque quería volver a Roma y entrar triunfando, y acompañado de todos estos presos y cautivos para que su triunfo fuese más ilustre y glorioso. 

Se hizo así: entró en Roma el emperador con gran pompa acompañado de gran multitud de persas cautivos, entre los cuales iban los santos mártires Abdón y Senén ricamente vestidos, como nobles que eran, y como presos, cargados de cadenas y grillos. 

Después mandó Decio a Claudio, pontífice del Capitolio, que trajese un ídolo y le pusiese en un altar, y exhortándoles que le adorasen, porque así gozarían de su libertad, nobleza y riquezas. 

Mas los santos, con gran constancia y firmeza, le respondieron que ellos a sólo Jesucristo adoraban y reconocían por Dios, y a Él le habían ofrecido sacrificio de sí mismos. 

Los amenazó con las fieras, y ellos se rieron. 

Los sacaron al anfiteatro, y quisieron por fuerza hacerlos arrodillar delante de una estatua del sol, que allí estaba; pero los mártires la escupieron, y fueron azotados y atormentados cruelmente con plomos en los azotes, y estando desnudos y llagados, aunque vestidos de Cristo y hermoseados de su divina gracia, soltaron contra ellos dos leones ferocísimos y cuatro osos terribles, los cuales, en lugar de devorar a los santos, se echaron a sus pies y los reverenciaron, sin hacerles ningún mal. 

El juez Valeriano, atribuyendo este milagro a arte mágica, mandó que los matasen; y allí los despedazaron con muchos y despiadados golpes y heridas que les dieron, y sus almas hermosas y resplandecientes subieron al cielo a gozar de Dios, dejando sus cuerpos feos y revueltos en su sangre. 

Los cuales estuvieron tres días sin sepultura, para escarmiento y terror de los cristianos; pero después vino Quirino, subdiácono (que se dice escribió la vida de estos santos), y de noche recogió sus sagrados cadáveres y los puso en un arca de plomo, y los guardó en su casa con gran devoción. 

E imperando el gran Constantino, por revelación celestial fueron descubiertos y trasladados al cementerio de Ponciano.

Reflexión:

Decía Marco Tulio, adulando al emperador Cayo César que acababa de perdonar generosamente a Marco Marcelo: “Has rendido muchas naciones y domado gentes bárbaras y triunfado de todos tus enemigos; pero hoy has alcanzado la más ilustre victoria, porque perdonando a tu enemigo, te has vencido a ti mismo”. ¿Pues quién duda que según esta filosofía, mayor victoria alcanzaron los santos Abdón y Senén atados al carro triunfal de Decio, que el otro emperador que acababa de sujetar a los Persas? ¡Oh! ¡cuán gran gloria es padecer afrentas por Cristo! “Más gloriosa -dice san Crisóstomo- es esa ignominia que la honra de un trono real, y del imperio del mundo”.

Oración:

Oh Dios, que concediste a tus bienaventurados mártires Abdón y Senén un don copioso de tu gracia, para llegar a tan gran gloria; otórganos a nosotros, siervos tuyos, el perdón de nuestros pecados, para que por sus méritos nos veamos libres de todas las adversidades. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.