Por Wanda Massa
Me adentro en el debate sobre el uso generalizado de la máscara sanitaria que está sobreviviendo a la propia normativa que la impuso.
La mascarilla, más que ninguna otra cosa, se ha convertido en el símbolo de la sumisión beligerante a las imposiciones gubernamentales, incluso las más infundadas e irracionales.
Su inutilidad y el daño que causa a la salud psicofísica, especialmente entre los más jóvenes, está ahora ampliamente documentado.
Sin embargo, en contra de toda razón, muchos siguen circulando enmascarados incluso cuando ya no hay obligación, sino sólo una tonta "recomendación".
Esta es la prueba más impactante del cambio antropológico producido por las técnicas de condicionamiento de masas, que se han difundido obsesiva y extensamente en los grandes medios de comunicación durante más de dos años.
Si cruzarse con personas amordazadas en la calle o en las tiendas es bastante habitual, por muy angustioso que nos parezca, en las iglesias católicas es la norma. Y esta situación es más que penosa, es trágica y en algunos aspectos incluso blasfema.
Es sencillamente devastador ver que la humillante mordaza se ha convertido en una condición para asistir a la Santa Misa, una especie de bautismo políticamente correcto.
No es posible asistir al Sacrificio de Jesucristo, la Verdad encarnada, llevando ese odioso símbolo del engaño globalista. Tampoco es aceptable transigir con quienes lo llevan como barbijo o bajo la nariz, en nombre de una obediencia equivocada o del respeto a la sensibilidad de los demás.
Más bien, entrar en la Iglesia a cara descubierta, sin ostentación, pero con naturalidad, es un acto de caridad hacia quienes, de otro modo, no encontrarían el valor de desprenderse de esa mordaza inútil. Y no menos los propios sacerdotes.
En la época profetizada por Chesterton en la que defender lo obvio es un acto contrarrevolucionario, no hay lugar para la mediocridad. En cierto sentido, estos son tiempos heroicos, y el Catecismo y el ejemplo de los santos, testigos vivos de la Libertad de los hijos de Dios, siempre nos han recordado el valor del heroísmo y el peligro del respeto humano para conseguir el único objetivo que realmente cuenta: la salvación de nuestras almas.
El Blog de Sabino Paciolla
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