DISCURSO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Sala del Consistorio
Viernes, 6 de mayo de 2022
Queridos cardenales,
queridos hermanos obispos y sacerdotes,
queridos hermanos y hermanas
Os saludo de corazón y agradezco al cardenal Koch las palabras que me ha dirigido en nombre de vosotros, miembros, consultores y colaboradores del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos.
Hoy concluye la sesión plenaria de vuestro Consejo, que por fin ha podido celebrarse en persona, después de haberla aplazado varias veces a causa de la pandemia. Ésta, con su trágica repercusión en la vida social de todo el mundo, ha condicionado fuertemente incluso las actividades ecuménicas, impidiendo los habituales contactos y los nuevos proyectos de los últimos dos años. Al mismo tiempo, sin embargo, la crisis sanitaria ha ofrecido también una oportunidad para fortalecer y renovar las relaciones entre los cristianos.
Un primer resultado ecuménico significativo de la pandemia ha sido una renovada conciencia de pertenecer a una sola familia cristiana, una conciencia arraigada en la experiencia de compartir la misma fragilidad y de poder confiar sólo en la ayuda que viene de Dios. Paradójicamente, la pandemia, que nos obligaba a mantenernos alejados unos de otros, nos ha hecho comprender lo cerca que estamos en realidad unos de otros, y cómo somos responsables unos de otros. Es fundamental seguir cultivando esta conciencia, y dar lugar a iniciativas que expliciten y alimenten este espíritu de fraternidad. Y sobre esta cuestión, quiero subrayar que hoy, para un cristiano, no es posible ni practicable ir solo con la propia confesión. O vamos juntos, todas las confesiones fraternas, o no avanzamos. Hoy la conciencia del ecumenismo es tal que no se puede pensar en recorrer el camino de la fe sin la compañía de hermanos y hermanas de otras Iglesias de comunidades eclesiales. Y esto es una gran cosa. Solos, nunca. No podemos hacerlo. De hecho, es fácil olvidar esta profunda verdad. Cuando sucede a las comunidades cristianas, nos expone al grave riesgo de la presunción de autosuficiencia y autorreferencialidad, que son graves obstáculos para el ecumenismo. Y vemos esto. En algunos países hay ciertos renacimientos egocéntricos -por así decirlo- de ciertas comunidades cristianas que, o retroceden, o no pueden avanzar. Hoy, o caminamos todos juntos o no caminamos. Esta conciencia es una verdad y una gracia de Dios.
Incluso antes de que terminara la emergencia sanitaria, el mundo entero se encontró con otro trágico desafío: la guerra que se está librando en Ucrania. Desde el final de la segunda guerra mundial nunca han faltado guerras regionales, ¡muchas! Pensemos en Ruanda, por ejemplo, hace treinta años, por mencionar sólo una; pero pensemos en Myanmar, pensemos... Pero como están lejos, no las vemos, mientras que ésta está cerca y nos hace reaccionar. Tanto es así que a menudo he hablado de una tercera guerra mundial fragmentada, repartida por todas partes. Sin embargo, esta guerra, cruel y sin sentido como todas las guerras, tiene una dimensión mayor y amenaza al mundo entero, y no puede sino cuestionar la conciencia de cada cristiano y de cada Iglesia. Debemos preguntarnos: ¿qué han hecho y qué pueden hacer las Iglesias para contribuir al "desarrollo de una comunidad global de fraternidad basada en la práctica de la amistad social por parte de los pueblos y naciones" (Carta Encíclica Fratelli tutti, 154)? Es una cuestión sobre la que debemos reflexionar juntos.
En el siglo pasado, la conciencia de que el escándalo de la división de los cristianos tenía una relevancia histórica en la generación del mal que envenenaba el mundo con el dolor y la injusticia, ha movido a las comunidades de creyentes, bajo la guía del Espíritu Santo, a desear la unidad por la que el Señor rezó y dio su vida. Hoy, ante la barbarie de la guerra, hay que alimentar de nuevo este anhelo de unidad. Ignorar las divisiones entre los cristianos, por costumbre o resignación, significa tolerar esa contaminación de los corazones que crea un terreno fértil para los conflictos. El anuncio del evangelio de la paz, ese evangelio que desarma los corazones incluso ante los ejércitos, sólo será más creíble si lo anuncian cristianos finalmente reconciliados en Jesús, Príncipe de la paz; cristianos inspirados en su mensaje de amor y fraternidad universales, que trasciende las fronteras de la propia comunidad y nación. Volvamos a lo que dije: hoy, o caminamos juntos o nos quedamos quietos. No podemos caminar solos. Pero no porque sea moderno, no: porque el Espíritu Santo ha inspirado este sentido de ecumenismo y fraternidad.
Desde este punto de vista, su reflexión sobre cómo celebrar el 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea, que tendrá lugar en 2025, constituye una valiosa contribución. A pesar de los turbulentos acontecimientos de su preparación y, sobre todo, del largo período de recepción posterior, el primer Concilio ecuménico fue un acontecimiento de reconciliación para la Iglesia, que de forma sinodal reafirmó su unidad en torno a la profesión de su fe. El estilo y las decisiones del Concilio de Nicea deberían iluminar el actual camino ecuménico y conducir a pasos prácticos hacia el pleno restablecimiento de la unidad de los cristianos. Dado que el 1700 aniversario del primer Concilio de Nicea coincide con el año jubilar, espero que la celebración del próximo Jubileo pueda tener una dimensión ecuménica relevante.
Puesto que el primer Concilio Ecuménico fue un acto sinodal, y manifestó la sinodalidad como forma de vida y organización de la comunidad cristiana también a nivel de la Iglesia universal, quiero subrayar la invitación que vuestro Consejo, junto con la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, ha dirigido a las Conferencias Episcopales, pidiéndoles que busquen formas de escuchar, durante el actual proceso sinodal de la Iglesia católica, también las voces de los hermanos y hermanas de otras Confesiones sobre las cuestiones que desafían la fe y la diaconía en el mundo de hoy. Si realmente queremos escuchar la voz del Espíritu, no debemos dejar de oír lo que ha dicho y dice a todos los que han nacido de nuevo "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 5).
Seguir adelante, caminar juntos. Es cierto que el trabajo teológico es muy importante, y debemos reflexionar, pero no podemos esperar a que los teólogos se pongan de acuerdo para emprender el camino de la unidad. Una vez un gran teólogo ortodoxo me dijo que él sabía cuándo los teólogos se pondrían de acuerdo. ¿Cuándo? El día después del juicio final, dijo. ¿Pero mientras tanto? Caminar como hermanos, en la oración conjunta, en las obras de caridad, en la búsqueda de la verdad. Como hermanos. Y esta hermandad es para todos nosotros.
Queridos amigos, os animo a seguir en vuestro exigente e importante servicio, y os acompaño con mi constante cercanía y gratitud. Pido al Señor que os bendiga, y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 6 de mayo de 2022
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