A los cardenales que estaban junto a su lecho les dejó estas palabras: "¡Os encomiendo la Santa Iglesia que tanto he amado! Esforzaos por elegir un sucesor celoso, que sólo busque la gloria del Salvador y no tenga otro deseo que el bien de la cristiandad y el honor de la Sede Apostólica". Las palabras vienen de lejos, de una época en la que se creía realmente que se pasaba de la vida terrenal a la vida eterna y se pensaba frecuentemente en la llegada del punto final de la existencia, cuando cada persona debe dar cuenta a Dios de "pensamientos, palabras, obras y omisiones" (1). Aunque no era un gran partidario de la imaginería artística del Renacimiento, San Pío V no fue insensible a la advertencia que le hacía el grandioso fresco del Juicio Final realizado por Miguel Ángel unos treinta años antes en la Capilla Sixtina del Vaticano. "El poder de las Claves Supremas" (2) nunca podría separarse de Aquel que había conferido esa autoridad: Cristo el Señor, el juez supremo. Era consciente de que, de manera especial, se le pediría cuentas por el ejercicio de ese poder al final de su vida. El amor a la Iglesia, la gloria del Salvador, el honor de la Sede Apostólica y el bien de los cristianos, es decir, la gloria de Dios y la salvación de las almas fueron las preocupaciones absolutas de un pontificado que duró 6 años y 114 días, todo ello encaminado a aplicar fielmente las resoluciones de las recién concluidas Asambleas Tridentinas y a defender a la Cristiandad del peligro otomano.
Mucho debe recordarse a San Pío V, y con gratitud, en esta hora solemne en el altar, frente a la urna que contiene su venerado cuerpo; Solo menciono el compromiso con la Santa Liga con la victoria de Lepanto y la Virgen del Rosario y el proyecto de reforma de la Curia romana con la revisión del Corpus Iuris Canonici. Me detengo, sin embargo, en el elemento fundante de su acción como hombre, como religioso, como Papa, elemento del que todo ha venido: la Fe vivida e investigada, que en la Sagrada Liturgia se conserva solemnemente, crece, resplandece y se transmite. La publicación del Catecismo Romano, el Missale Romanum y el Breviarium. Soy testigo de un compromiso de memoria eterna. Vivimos un tiempo de Fe débil, de Doctrina incierta y de Misión confusa -hoy llamada Nueva Evangelización, muy abierta y poco realizada- por lo que reflexionar sobre las Ceremonias de la Santa Iglesia como instrumento de conocimiento de Cristo, de anuncio de la fe y la evangelización, tal como las entendió san Pío V, hoy parece al menos contracorriente y casi subversivo. Pero siempre los Papas y los Concilios, aunque no todos, se han esforzado al máximo para explicar los fundamentos de la Santa Misa. A San Pío V, digno hermano de Santo Tomás de Aquino -a quien proclamó Doctor de la Iglesia (1567)- son apropiadas las palabras dirigidas por Jesús al Doctor Angélico: "Bene scripsisti de me" (bien escribiste sobre mí) (3).
Como es la Fe de la Iglesia de la que fue Pontífice y como es la tradición de la Orden de Santo Domingo a la que pertenecía, nuestro Santo consideraba la Sagrada Eucaristía, la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, como el tesoro más precioso del mundo. En la Santa Misa reconocía toda la vida del Salvador, en ella contemplaba, adoraba y se unía a Jesús. También consideraba que la Santa Misa era el medio más elevado para ilustrar la vida de Cristo. Esta Tradición está magníficamente ejemplificada en el “Paramento Mazza” de la Sacristía de la Capilla Sixtina del Vaticano, regalo del emperador Fernando I al beato Pío IX (4). Es una obra grandiosa, que ilustra eficazmente lo que sucede en la misa: la realización simbólica de toda la historia de la salvación, desde la caída hasta la redención, desde el pecado original hasta el nacimiento de Jesús, pasando por su sacrificio y resurrección y el nacimiento de la Iglesia. En la Sagrada Escritura y en la Sagrada Liturgia el Santo Pontífice identificó la base para la refutación razonada de las herejías, previstas por Dios y condenadas por la Iglesia según la ocasión. La Sagrada Liturgia con sus ceremonias es un tesoro de la Verdad y un baluarte contra la herejía.
Siguiendo la estela de la Tradición, San Pío V remontó el origen de las Ceremonias Cristianas, es decir, de las acciones de la Santa Liturgia, a la voluntad explícita del Salvador en la Última Cena y al acto preciso del Salvador descrito en los versículos 30-31 del capítulo XXIV del Evangelio de Lucas, donde el evangelista dice: "Cognoverunt eum in fractione panis" [los discípulos de Emaús] (conocieron a Cristo cuando partió el pan). Es interesante observar que el evangelista no dice "le conocieron en el pan", sino "en la fracción del pan". La observación es formidable para mostrarnos lo virtuosas que son las Ceremonias Sagradas. ¿Cuál es la diferencia entre el pan y la fracción del pan? Que el pan no es una ceremonia, pero que partir el pan sí lo es. Este es el poder de las Ceremonias en el alma de los cristianos, un poder tan grande que nos permite conocer a Dios (5).
Queridos hermanos, nuestra salvación está en conocer a Dios, y si las Sagradas Ceremonias, la Sagrada Liturgia, nos hacen conocer a Dios, entonces comprendemos su gran utilidad, porque no hay nada más importante y más útil para la salvación que conocer a Dios, como dice Jesús en el Evangelio de Juan 17,3: "Haec est vita aeterna, ut congnoscant te solum verum Deum et quem misisti Jesum Christum" (Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo). La salvación eterna del hombre consiste en conocer a Dios. San Agustín comenta: "Infelix qui te non novit... Felix et beatus qui te novit" (Infeliz el que no te ha conocido... Feliz y dichoso el que te ha conocido) (Confesión V, 4).
La observación del Evangelio de Lucas y el comentario de San Agustín bastan para establecer la necesidad vital de la Sagrada Liturgia y la gran utilidad de las Sagradas Ceremonias para los cristianos. Por lo tanto, no sólo son importantes la fuerza, el poder y la utilidad de las Sagradas Ceremonias, sino también la dignidad y la belleza. Fue Cristo quien partió el pan "el más hermoso de los hijos del hombre" (Sal 45, 3), por lo tanto Jesús, el Hijo de Dios es el iniciador de las Ceremonias. Las Sagradas Ceremonias derivan la dignidad de Cristo Hombre-Dios. Quien ama mucho a Cristo amará también las Sagradas Ceremonias. Aquellos que tienen poca consideración por Cristo también tendrán poca consideración por las ceremonias sagradas. Fue la razón por la cual San Pío V se aplicó con Fe (6). El que tanto amó a la Iglesia quiso que ella expresara de la mejor manera posible su amor a Cristo, cuya gloria buscó siempre, cuidando de conservar y transmitir lo que Cristo había instituido: he aquí el honor de la Sede Apostólica y del cristianismo.
A partir de la muerte de un reformador que reformó la Iglesia reformándose a sí mismo, es sano apreciar su herencia y reavivar su espíritu, redescubrir esa vitalidad espiritual que es la única que mueve el ímpetu de una nueva evangelización y realzar la mirada sobrenatural que reconoce y desenmascara los engaños contemporáneos. Es un error maligno, para quienes lo proponen y para quienes lo acogen, creer que una capa de "Azul, celeste" o de todos los colores del arcoíris es suficiente para hacer que una antropología disuelta que no considera el pecado original se convierta en bien. Así se indica un camino diferente al de la Gracia y el Paraíso. El camino del cielo, de la vida sobrenatural, sólo puede ser indicado a las nuevas generaciones por el Evangelio, por la sana Doctrina y por los Santos, incluso exigentes como San Pío V. ¡Alabado sea Jesucristo!
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1. DE MATTEI R., Pio V. Storia di un papa santo, Torino 2021, p. 348.
2. TOMMASO D’AQUINO, Summa Theologiae, III, Supplemento, q. 17, Proemio.
3. BREVIARIUM ROMANUM, In festo S. Thomae de Aquino, Lect.V, II noct.
4. AGOSTINI P., Il paramento Mazza. Un capolavoro dell’arte serica veronese, Verona 1989.
5. Para una consideración general del significado de la Sagrada Liturgia y las Ceremonias Eclesiásticas en la Orden Dominicana, véase: SERAFINO CAPONI DALLA PORRETTA, Sacerdos in aeternum. Dichiarazione della Santa Messa, Cerimonie, Vestimenti, Roma 1729, pp.1-203.
6. VINAY V., Scritti religiosi di Lutero, Torino 1967, pp 308-322.
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