viernes, 10 de septiembre de 2021

¿LOS ÚLTIMOS MESES DEL PAPA FRANCISCO?

Los historiadores deberán escarbar mucho en la historia para encontrar un pontificado tan catastrófico como el que dejará el único papa argentino, en el que se combinaron la torpeza de sus decisiones con la vileza de su persona


Aldo María Valli es uno de los vaticanistas más respetados en Italia, y posee una larga trayectoria informando y comentando sobre todo lo que sucede en el Vaticano y en la Iglesia. Hace pocos días, en una entrevista que le realizó un sitio italiano, afirmó que la intervención quirúrgica a la que se sometió recientemente el papa Francisco no estaba programada sino que fue de urgencia, que se le habrían extirpado dos tumores y que el pontífice ha sido muy reacio a seguir los tratamientos indicados por los médicos. 

Un periodista del profesionalismo de Valli nunca daría por buena una noticia de este tipo si no tuviera serios de su veracidad para hacerlo. Creo, entonces, que podemos tener cierta confianza en ella y afirmar con cautela que es cuestión de meses para que, finalmente, termine el pontificado de Bergoglio. No renunciará, sino que Dios Nuestro Señor lo llamará para pedirle cuenta de su vida.

Los historiadores deberán escarbar mucho en la historia para encontrar un pontificado tan catastrófico como el que dejará el único papa argentino, en el que se combinaron la torpeza de sus decisiones con la vileza de su persona. Y así, una Iglesia que venía derrumbándose lentamente desde mediados del siglo XIX y acelerando su caída luego del Vaticano II, ha quedo postrada y convertida no solamente en un apéndice subsidiario e insignificante de los organismos internacionales, lo cual no sería tan grave, sino en la “sal que perdió su sabor” (Mt. 5,13) puesto que en la práctica, y también en los documentos, ha renunciado a ser lo que debía: el canal de la gracia de Dios para la santificación de los hombres a fin de que, a través de ella, alcancen la salvación eterna. Las preocupaciones actuales pasan por el cuidado del medio ambiente y por la acogida de los migrantes. Incluso el agonizante Opus Dei, otrora un baluarte conservador, se ha subido al tren del oficialismo de turno.

Valli, en la entrevista mencionada y refiriéndose al próximo —muy próximo— cónclave, opina lo que en alguna ocasión hemos comentado en este blog: los cardenales, por muy bergoglianos que sean, no son suicidas, y un grupo minoritario de ellos tiene neuronas suficiente para darse cuenta que otro pontífice similar a Francisco terminaría con la Iglesia. No sería extraño, por tanto, que no salga electo otro primate como ocurrió en 2013, y nos libremos así de cualquier posibilidad de un nuevo papa venido de las periferias y, en cambio, podríamos escuchar el anuncio de la elección de un cardenal medianamente católico, que crea en Dios y en la encarnación de su Hijo, que no mienta, que tenga nobleza de carácter y algunas pocas virtudes más. Con eso nos conformamos.

Sin embargo, es necesario ser realistas. Cruelmente realistas. Yo sé que es mucho más fácil y, sobre todo, consolador, escaparse por tangentes escatológicas, ilusionarnos con la postrera persecución y entretenernos con discusiones sobre la capacidad de transmisión de datos que posee el óxido de grafeno inoculado en millones de seres humanos, sellándolos con la Marca del Innominable, los que morirán en poco tiempo debido a una purulenta úlcera. La fe católica es mucho más simple y seca y por eso también más dolorosa. No necesita aditivos, y nos exige ser fríamente realistas, evitando el escapismo que supone el masón o el judío siempre a mano para justificar que la realidad no es como la imaginamos ni como la sueña la poesía, y tranquilizarnos de ese modo, trasladando al odioso culpable la responsabilidad de la situación, que escapa a nuestro control y a nuestro entender.

Y este realismo cruel que reclamo nos exige también ser conscientes de que aún cuando salga elegido Papa el mejor candidato posible, poco y nada podrá hacer por la Iglesia, a no ser que medie una portentosa intervención divina. Y señalo aquí tres factores que me llevan a afirmar lo dicho:

1. En las crisis más profundas de la Iglesia, el poder secular tuvo o bien la iniciativa, o bien jugó un papel central a la hora de implementar las reformas. Y pongo sólo dos ejemplos, aunque se podrían agregar muchos más: el concilio de Nicea, que buscó solucionar la crisis arriana, fue convocado por el emperador Constantino I, y el concilio de Trento, que hizo lo propio con la crisis protestante, fue convocado a instancias, insistencias y presiones del emperador Carlos V. En la actualidad, en cambio, no existe poder secular alguno interesado en una reforma de la Iglesia —más bien lo contrario— y, más importante aún, la Iglesia tiene una relevancia social tan mínima y desdeñable, que a nadie le interesa su suerte. En el mejor de los casos, se ocuparán de ella a fin de que continúe en el camino en el que se encuentra.

Se trata éste de un argumento que debe ser mejor pensado y valorado, pero creo que vale la pena que sea explorado.

2. Es impensable la reforma de la Iglesia sin un episcopado católico y mínimamente virtuoso. Y lo cierto es que los obispos actuales son, en su inmensa mayoría, exactamente lo contrario. El papa Francisco, en la que quizás sea una de las acciones más graves y deletéreas de su pontificado, se dedicó a nombrar una enorme cantidad de obispos con las mismas condiciones que adornan a su augusta persona: ignorancia, vileza e impiedad. Los argentinos sabemos de sobra la clase de obispos que tenemos, y el mundo se entera semanalmente de nuevos escándalos. Recuerdo los dos ocurridos en las tres últimas semanas: el dimitido secretario de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos por mantener encuentros homosexuales concertados a través de una aplicación en su celular, y el dimitido obispo de Solsona, que abandonó su carga episcopal para ayuntarse con una psicóloga, madre de dos hijos, esposa de un moro y escritora de novelas eróticas. ¿Cómo se hace para terminar con esta situación? Yo no encuentro otra solución más que el paso de un nuevo ángel exterminador, pero mucho me temo que esos gloriosos tiempos hayan ya pasado hace mucho tiempo.

3. Podríamos abrigar la esperanza en las bases de la Iglesia: el clero y los religiosos. Y ciertamente es donde queda cierta reserva de fe católica y virtud. Pero me permito ser también muy escéptico al respecto. Las congregaciones religiosas, salvo excepciones muy raras y puntuales, se encuentran en un profundo estado de postración y en camino ya irreversible en muchos casos de la extinción. Es cuestión de darse una vuelta por los candidatos que pueblan los noviciados para caer en la cuenta del real estado de la situación. En este blog vimos hace algunos meses el caso de los Hermanos de Lasalle, y no me extrañaría que la situación fuera similar en la mayor parte de las congregaciones. Y albergo mis dudas de que se salven de esta situación generalizada los institutos tradicionalistas. La misa tradicional, la sotana y los latines no son suficientes.

El clero secular, más que menguado, recorre un camino paralelo. En países como Alemania, Francia, Suiza o Austria, entiendo que más de la mitad del clero activo son sacerdotes africanos o asiáticos, con todo lo que eso significa. Los que vivimos en Iberoamérica, conocemos en qué consiste la “reserva de la Iglesia” que el Papa Juan Pablo II soñó que se encontraba en Latinoamérica: nada y menos que nada.

En resumen: aunque la previsiblemente pronta desaparición física del papa Francisco puede ser un alivio, lo será muy relativo, porque aun en el mejor de los casos, y aun cuando el Sacro Colegio sufriera un shock de fe católica y virtud y fuera elegido el mejor candidato posible, bien poco y nada podrá hacer. Y por eso, debemos arribar a la novedosa conclusión de que la a Iglesia, o la salva Dios, o no la salva nadie.




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