viernes, 3 de septiembre de 2021

3 DE SEPTIEMBRE: FIESTA DE SAN PÍO X, PAPA Y CONFESOR

El 3 de septiembre, la Santa Iglesia en el Calendario Tradicional celebra a San Pío X, Papa y confesor (Riese, 2 de junio de 1835 - Roma, 20 de agosto de 1914).

En esta hora difícil en la que la Tradición está siendo atacada, queremos recordarla con un pasaje de su carta apostólica Notre charge apostolique del 25 de agosto de 1910, muy actual: “Sin embargo, que esos sacerdotes no se dejen extraviar en el laberinto de las opiniones contemporáneas, por el espejismo de la democracia falsa; que no tomen la retórica de los peores enemigos de la Iglesia y del pueblo, un lenguaje enfático lleno de promesas tan sonoras como irrealizables. Que estén persuadidos de que la cuestión social y la ciencia social no han nacido ayer; que en todos los tiempos la Iglesia y el Estado, concertados felizmente, suscitaron con ese fin organizaciones fecundas; que la Iglesia, que jamás ha traicionado la dicha del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que desligarse del pasado y le basta reanudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la Revolución y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano que los inspiró, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea; porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas”.


Les ofrecemos las meditaciones tomadas de la Année Liturgique de Dom Prosper Guéranger, una obra monumental que apareció por primera vez en Francia en 1841-66 y en Italia a mediados de la década de 1950.

LV


3 de septiembre

SAN PÍO X, PAPA Y CONFESOR

Serios peligros

La vejez de León XIII, cuyo reinado había sido largo y glorioso, se entristeció por los graves peligros que amenazaban a la Iglesia. Una herejía sutil golpeó el corazón mismo del Apocalipsis y, bajo la falsa apariencia de un progreso vivificante, negó la tradición y alteró los dogmas. Sin embargo, ningún Papa de los tiempos modernos, como León XIII, había arrojado luz sobre el camino de los hombres. El número y la calidad de sus encíclicas lo sitúan entre los grandes Doctores que entendieron su época y resolvieron las cuestiones candentes del momento. Fue escuchado, fue aplaudido, pero en muchos ambientes no había sido entendido, no solo eso, sino que incluso se había alterado, y eso era lo más grave, el pensamiento mismo del Papa.

Las ciencias eclesiásticas, que él había querido renovar a través del tomismo, se plantearon de manera opuesta; la acción social de los católicos que él había definido claramente fue reemplazada gradualmente por una falsa democracia liberal; el secularismo invadió todos los campos y amenazó con oscurecer por completo los principios que rigen las sociedades y establecen sus relaciones con la Iglesia.


Estableciendo omnia in Christo

León XIII no tuvo tiempo para desenmascarar y derrocar al modernismo, esta hidra con múltiples cabezas, en cada una de las cuales revivió una antigua herejía. A León XIII le faltó tiempo para reorganizar las instituciones eclesiásticas para que pudieran ejercer, con mayor amplitud, más armonía y más eficacia, las funciones esenciales del magisterio y gobierno que derivan de la autoridad suprema de la sede apostólica. Dios, sin embargo, levantó al sucesor que deseaba. San Pío X había sido uno de sus más fieles discípulos, estaba formado en la doctrina de sus grandes encíclicas y tenía también una clara intuición de los graves peligros que amenazaban a la Iglesia; además, la profunda experiencia en el gobierno de las almas que había adquirido como párroco, como obispo y como patriarca, combinada con dones naturales poco comunes y una profunda santidad, lo hicieron el hombre adecuado para realizar la obra de renovación universal en la Iglesia. Al comienzo de su pontificado, Pío X estableció las líneas fundamentales de su programa a través de las palabras con las que san Pablo había hablado del plan de Dios para salvar el mundo: “Instaurate omnia in Christo”: una obra que había terminado con la vida terrena del Redentor, pero cuya realización se sigue cumpliendo en el tiempo con la ayuda de los hombres. Con este lema suyo, Pío X dejó claro que las circunstancias de la época no confían al Papa una vigilancia particular sólo sobre ciertos problemas sino que todo, omnia, necesitaba una postura enérgica, para que nada escapase a Cristo y su Redención.


La vida litúrgica

Es significativo que su primer acto, en vista de su reforma universal, tocara un detalle que muchos entonces consideraban insignificante: con el Motu proprio apenas unos meses después de su elección, llevó a cabo la primera etapa de una reforma integral de la liturgia, por medio de ciertas prescripciones sobre el canto sagrado. En este acto, Pío X se muestra en su carácter más verdadero y más profundo: un hombre fuerte de acción, Pío X fue sobre todo un hombre de oración. La oración que recomienda es, ante todo, la oración pública y solemne de la Iglesia que contiene, en un lenguaje común, una adoración común y un sacrificio único, a todas las almas bautizadas: es una anticipación de la oración de la eternidad. Pío X quiso que los fieles redescubrieran el sentido de esta gran oración litúrgica, encerrada en la oración que Cristo dirige al Padre, inspirada por el Espíritu Santo presente en la Iglesia, que debe ser fuente, inspiración de las oraciones personales que cada los fieles deben recitar, además, todos los días.

La oración será la palanca de la acción de Pío X; y esta renovación del canto gregoriano es sólo el comienzo de una serie de reformas e iniciativas de carácter litúrgico que orientarán la vida espiritual de los fieles en formas nuevas y al mismo tiempo tradicionales. Reforma del breviario, que proporciona y armoniza la distribución de los salmos y que restituye al domingo ese lugar de honor que el culto a los santos le había quitado en la Edad Media; desarrollo del culto eucarístico; invitación a la comunión frecuente y diaria a partir de la edad de la razón; reafirmación del ideal del sacerdocio. La llama del amor de este santo Papa, ignis ardens, rebosa de sus enseñanzas y recetas. Así, poco a poco, se produce una profunda renovación de la vida espiritual en la Iglesia, en la más íntima unión de las almas, entre sí y en Cristo. Y así hay un doble crecimiento, por un lado de las fuerzas que resisten los ataques del enemigo, por otro lado, del homenaje que se rinde a Dios en una forma más plena, más elevada, más pura.


Organizador y legislador

No por casualidad el Santo Papa recordó a los fieles la importancia fundamental, no solo de la oración (un hecho que, después de todo, nunca se había cumplido), sino particularmente de la oración litúrgica: de hecho, es la oración misma de la Iglesia. Queriendo reordenar todo en Cristo, es precisamente en la Iglesia y a través de la Iglesia donde los hombres son devueltos a Él. La Iglesia es el camino que conduce a Cristo y es Cristo mismo comunicado a las almas, es su cuerpo místico. Este cuerpo visible, Pío X, quería hacerlo cada vez más bello y acogedor. No quería que la Iglesia apareciera como una sociedad religiosa caducada, una supervivencia medieval, el bello testimonio de un pasado ya muerto, sin relación con el presente y sin influencia sobre él: era indispensable un sano acercamiento a la sociedad moderna. León XIII ya estaba convencido de esto, pero esas ideas, aún poco conocidas en ese momento, y la falta de tiempo, le habían impedido reorganizar el gobierno y la administración eclesiástica. Pío X afronta la reforma de la curia y oficios de las congregaciones romanas. Era necesario revivir ciertos hábitos fosilizados durante siglos. Las resistencias fueron fuertes, pero el Papa demostró que poseía fuerza y ​​tenacidad, así como dulzura y paciencia. En pocos años, la reforma se completó, algunas congregaciones desaparecieron, otras se fusionaron entre sí, cada una recibió asignaciones muy específicas. Esta reforma por sí sola habría bastado para hacer glorioso un pontificado: Pío X añadió de nuevo la completa reorganización del Derecho Canónico. Cuando murió el Papa, el Código no estaba terminado y fue su sucesor, Benedicto XV, quien lo promulgó diciendo que esta reforma colocó a Pío X entre los más grandes estudiosos del derecho canónico de toda la historia.


Defensor de la fe

Pero esta reorganización no habría dado frutos excesivos si la fe, fundamento de la unidad de la Iglesia, hubiera quedado a merced de la herejía. El espíritu de orden y justicia, ya vivo en las reformas llevadas a cabo hasta entonces, ayudó al Papa a llevar a cabo las enseñanzas de León XIII y a hacer brillar la doctrina cristiana en todo su esplendor. Para ello, entró en lucha contra la herejía insidiosa que pretendía destruir los cimientos de la fe: se puede decir que los once años del pontificado de Pío X fueron una afirmación poderosa y vigorosa de la fe católica. Bajo su enseñanza se reafirmaron las verdades de los dogmas fundamentales: Dios trascendente y presente en las criaturas; el orden sobrenatural y sus relaciones con la razón y la ciencia; Cristo, Dios y Hombre; la esencia de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, sociedad sobrenatural, fundada en Pedro; diversidad entre la Iglesia que enseña y la Iglesia que aprende, valor absoluto de las definiciones dogmáticas; la eficacia sobrenatural de los sacramentos que va más allá del significado puro del símbolo; los cánones de interpretación bíblica; el sentido de la historia; relaciones entre la Iglesia y el Estado; las condiciones de la salvación. Los elementos de nuestra vocación para el propósito sobrenatural, accesible sólo a través de la Gracia traída por Cristo, también fueron asumidos con maravillosa claridad. El gran deseo del Papa Pío X de establecer todo en Cristo se manifiesta sobre todo en esta preocupación por devolver todo su esplendor a la fe de la Iglesia. En este sentido, su delicadeza de conciencia fue ejemplar, pero para desenmascarar y condenar cada pequeño germen de herejía, dio un ejemplo de firmeza y justicia inflexible.


El Santo

En el discurso de la canonización, describiendo su fuerte personalidad, Pío XII dijo que el Papa Sarto era una figura gigantesca y dulce. Este, en efecto, es el carácter de su santidad: une, mejor y más que en los otros santos, la humildad, la bondad, la sencillez, cualidades que atrajeron las almas hacia él. Realizó, ante todo en sí mismo, el programa al que había llamado a los hombres: Cristo vivió, Señor, en su corazón, en su inteligencia, en su voluntad. Los breves datos que Pío XII incluyó en el martirologio, con motivo de la Fiesta de este Santo, muestran la plenitud de los dones y virtudes sobrenaturales que adornaban su alma y fecundaban sus obras. No sabemos si se debe admirar más su caridad ardiente o su espíritu de oración, su sentido del orden y la justicia o su profunda humildad, la integridad de su fe o la firmeza de sus directivas. Realizó en sí mismo el ideal del cristiano, del sacerdote, del pontífice. En cada ocasión tuvo una intuición realista de las necesidades, aspiraciones, energías de su tiempo. Es juez y médico de nuestra sociedad, modelo de santidad adecuado para el hombre de nuestro tiempo.
Que nuestras sociedades descristianizadas se vuelvan a él, escuchen su mensaje, soliciten sus oraciones: bajo el yugo pacífico de Cristo Rey, encontrarán esa salvación que ningún otro poder en este mundo ha podido darles.


VIDA

Giuseppe Sarto nació en Riese (hoy Riese Pio X, diócesis de Treviso) el 2 de junio de 1835; sus padres eran pobres pero de gran honestidad y profunda virtud. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento, recibió la Confirmación el 1 de septiembre de 1845, recibió la Sagrada Comunión por primera vez el 6 de abril de 1847. En 1850 ingresó en el Seminario de Padua y fue ordenado sacerdote el 17 de septiembre de 1858. Fue primer párroco de Salzano, luego secretario del obispo y director espiritual del seminario de Treviso, obispo de Mantua en 1884, cardenal y patriarca de Venecia en 1893. El 4 de agosto de 1903 fue elegido Pontífice Supremo, cargo que aceptó a pesar de él mismo, con el nombre de Pío X. Los desastres de la guerra, que había intentado evitar sin éxito, lo llevaron a la tumba el 4 de agosto de 1914. El pueblo cristiano ya lo consideraba Santo y, tras numerosas gracias y milagros obtenidos por su intercesión, Pío XII lo beatificó el 3 de junio de 1951 y lo declaró santo el 29 de mayo de 1954.


Oración de Pío XII

Oh Bienaventurado Pontífice, 
fiel servidor de tu Señor, 
humilde y fiel discípulo del Divino Maestro, 
en el dolor y la alegría, 
en las angustias y las ansias,
experimentado pastor del rebaño de Cristo, 
vuelve tu mirada hacia nosotros 
que estamos postrados ante tus restos vírgenes. 
Difíciles son los tiempos en que vivimos; 
las penurias que nos exigen son duras. 
La esposa de Cristo, confiada a tu cuidado, está de nuevo en grave angustia. 
Sus hijos están amenazados por innumerables peligros en el alma y el cuerpo. 
El espíritu del mundo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar. 
No pocos son sus víctimas. Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen. 
Cierran los ojos a la luz de la verdad eterna; 
escuchan voces de sirenas que insinúan mensajes engañosos. Tú, que fuiste gran despertador y guía del pueblo de Dios aquí abajo, 
sé nuestra ayuda e intercesor de todos los que profesamos ser seguidores de Cristo ¹.

Sí, oh San Pío X, gloria del sacerdocio, 
esplendor y decoro del pueblo cristiano. 

Tú, en quien la humildad parecía estar relacionada con la grandeza, 
la austeridad con la mansedumbre, 
la simple piedad con la profunda doctrina; 
Tú, pontífice de la Eucaristía 
y del Catecismo de fe integral y firmeza intrépida; 
dirige tu mirada hacia la Santa Iglesia, 
a la que tanto amaste y a la que dedicaste el mejor de los tesoros que, 
con mano pródiga, la bondad divina había depositado en tu alma; 
obten su seguridad y constancia, 
en medio de las dificultades y persecuciones de nuestro tiempo; 
Apoya a esta pobre humanidad, cuyos dolores te afligieron tan profundamente, 
que finalmente detuvieron el latido de tu gran corazón;
concédenos que la paz, que debe ser armonía entre las naciones, 
triunfe en este mundo turbulento, 
concede la colaboración fraterna y sincera entre las clases sociales, 
el amor y la caridad entre los hombres, 
para que así esas angustias que consumían tu vida apostólica, se conviertan, 
gracias a tu intercesión, en una feliz realidad, 
para gloria de nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. 
¡Que así sea ²!


¹ El día de la beatificación. Hechos y discursos de SS Pío XII, vol. XIII, págs. 157-158, Ed. Paoline, Roma.
² El día de la Canonización. Hechos y discursos de SS Pío XII, vol. XVI, pág. 133, Ed. Paoline Rome.


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