sábado, 4 de marzo de 2023

TRISTEZAS ROMANAS

El papa Francisco no será llorado por nadie; sólo harán algunos pucheros sus paniaguados, aquellos que con su muerte perderán su innobles puestos y funciones.


Una cosa es que te lo digan, y otra que lo veas. A esta verdad la he constatado con tristeza en los últimos días. Algunos amigos romanos me suelen comentar infidencias, o no tanto, de lo que sucede dentro de los muros vaticanos y Specola diariamente también nos aporta este tipo de noticias, y de las que sabe mucho. Pero otra cosa es constatar personalmente los hechos y confirmar la conclusión que todos sabemos: el papa Francisco no es querido por nadie; ni por obispos, ni por sacerdotes ni por los fieles, sean éstos de donde sean. Y más allá que el romano pontífice no nos sea particularmente simpático, es muy triste comprobar el profundo rechazo que produce su figura. Se trata, nos guste o no, del vicario de Cristo.

He podido hablar en las últimas semanas con sacerdotes de todos los pelajes. No es necesario verter aquí las opiniones de los conservadores y tradicionalistas. Todo el mundo las sabe. Lo que me ha asombrado es que los sacerdotes más progresistas, y que generalmente son también los de más edad, guardan por Bergoglio el mismo rechazo que sus colegas más jóvenes. Ya no se trata de una cuestión doctrinal en la que se enfrentan tradicionalistas contra progresistas; es algo más básico y que tiene que ver con lo humano y lo institucional. No pueden entender, por ejemplo, la permanente agresividad del papa hacia ellos; afirman de uno y otro lado que les asombra que siempre que hace referencia a los sacerdotes sea en términos fuertemente negativos: son carreristas, avaros, gruñones, proselitistas, criminales, miran pornografía, tienen problemas psiquiátricos, etc. Jamás una palabra de aliento; jamás la cercanía. Es como si hablara el enemigo, y no el padre que debiera confirmarlos en la fe. Alguno más malvado y agudo, me comentó que se trata de un típico caso de proyección: Bergoglio proyecta en los sacerdotes —y él mismo lo es— las características que inconscientemente sabe que posee y que detesta. Es decir, rechaza a los demás porque es él mismo quien se refleja en ellos.

En la Curia vaticana viven aterrorizados. "Il cretino gloriosamente regnante", es una expresión que se escucha con cierta frecuencia dentro de los sagrados muros. Pero la palabra que más se repite es terror. Es el régimen que ha instaurado allí el papa argentino. Nadie sabe hasta cuándo estará en su puesto y, peor aún, nadie sabe quién espía a quien, pues ese es otro de los métodos bergoglianos: el espionaje, para saber qué piensa y qué dice cada uno de los sacerdotes y religiosos que caminan por el Sacro Palacio. Es el mismo método que aplicaba en Argentina cuando era arzobispo de Buenos Aires y mantenía espías en todas las diócesis y congregaciones religiosas. Pero en Roma, además, se fía absolutamente de lo que le dicen sus alcahuetes y así, son varios los curiales que han recibido el mensaje de: “El Santo Padre quiere hablar contigo”, y media hora después estaban en la calle.

Otra de las cosas que más desconcierta y enfurece a todos es lo que está haciendo con el colegio cardenalicio y el colegio episcopal. E insisto, estos comentarios no vienen de sectores conservadores sino al contrario. Se trata de una cuestión de institucionalidad. No es posible, me decían algunos sacerdotes italianos, que las sedes más antiguas y prestigiosas de ese país como Milán, Nápoles, Venecia, Palermo o Turín no tengan cardenales y, en cambio, sedes nuevas e insignificantes sí lo tengan. Esto enfurece no solamente a los titulares de esas sedes que se quedan sin birreta sino también a los fieles, pues lógicamente se sienten dolidos frente a un pontífice que les niegan un privilegio que poseían desde hace siglos.

Lo que vemos en Argentina con los nombramientos episcopales, ocurre en todo el mundo. En nuestro país, Francisco ha nombrado un enjambre de obispos elegidos entre los sacerdotes menos formados y capacitados para el ministerio episcopal y con el correr de los años se verán las consecuencias de tales decisiones. Y lo mismo ocurre en buena parte del mundo. Personas que lo conocen muy bien y desde hace muchos años, me comentaban que Mons. Robert Prevost, nombrado hace pocas semanas prefecto del dicasterio de los obispos, es decir, una de los cargos más importantes y con más poder en la Iglesia, es un nada. No es que sea progresista o conservador; es insignificante, uno más del montón, limitado, cortito. Y será este buen señor el encargado de nombrar a los obispos del mundo entero…

Finalmente, un grupo de sacerdotes estadounidenses, moderados y de ningún modo tradicionalistas, me comentaban el enorme malestar que causó en California el nombramiento cardenalicio del obispo de San Diego, una diócesis pequeña y sufragánea, mientras que el arzobispo de Los Ángeles, su metropolitano, no lo es. Y el problema no es solamente quién usa la púrpura; el problema es que el cardenal Robert McElroy es extremadamente progresista, demasiado aún para los propios.

En definitiva, el papa Francisco no será llorado por nadie; sólo harán algunos pucheros sus paniaguados, aquellos que con su muerte perderán su innobles puestos y funciones.


Caminante- Wanderer


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