viernes, 10 de marzo de 2023

EL SILENCIO ANTE LA HEREJÍA DE MONS. VÍCTOR FERNÁNDEZ

El clamoroso silencio ante la herejía de Mons. Fernández es tan escandaloso como la misma herejía declarada desde la cátedra platense.


Ayer publiqué un breve fragmento de la homilía pronunciada el domingo 5 de marzo por el arzobispo de La Plata, Mons. Víctor “Tucho” Fernández, en su catedral. Pueden ver la ceremonia completa en este enlace.

Creo que no es necesario abundar no sólo en este blog sino en cualquier ámbito católico, sobre la gravedad de las palabras pronunciadas por quien es uno de los asesores teológicos más importantes del papa Francisco.

“Sin darse cuenta” —dice textualmente Mons. Fernández— “la iglesia desarrolló durante siglos una doctrina llena de clasificaciones que establecían que:

a) Sólo pueden comulgar aquellos bautizados que están en gracias de Dios y no pueden hacerlo quienes están en pecado mortal

b) Sólo pueden recibir la absolución sacramental quienes están arrepentidos de sus pecados y muestran propósito de enmienda”
.

“Esto” —dice el prelado—, “fue algo “terrible”. Felizmente, ocurrió en tiempos que ya pasaron pues el papa Francisco ha cambiado todas esas barbaridades”.

Más allá de los pintoresco y de lo patético del personaje, lo que ha dicho de un modo público y magisterial —pues habló desde su cátedra de obispo— es gravísimo y no puede dejarse pasar.

En primer lugar, lo dicho constituye una herejía clara y distinta, pues “niega, después de recibido el bautismo, una verdad que ha de creerse con fe divina y católica” (canon 751). Las verdades que denuesta y considera malas y perimidas fueron establecidas por San Pablo (I Cor. 11,29), desarrolladas en toda la Tradición y enseñadas por los Padres y Doctores de la Iglesia. No es necesario un teólogo para que discierna si hay o no hay negación o atentado a las verdades de la fe: lo dice el arzobispo explícitamente: “la Iglesia se equivocó terriblemente” al establecer esas leyes.

El Código de Derecho Canónico dice en su canon 1364 § 1: 
“El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el c. 194 § 1, 2; el clérigo puede ser castigado además con las penas enumeradas en el c. 1336 § 1, 1, 2 y 3”. 
Se trata de la pena en la que ha incurrido el arzobispo de La Plata y, por ser latae sententiae, no es necesario que sea promulgada por la Sede Apostólica. Mons. Víctor Manuel Fernández está excomulgado. Y por estarlo, “queda removido del oficio eclesiástico”, como lo establece el canon 194, 2, en tanto “se ha apartado públicamente de la fe católica”. Esto implica que, de hecho, Mons. Víctor Fernández no tiene jurisdicción en su diócesis y que sus sacerdotes y fieles no están ya sujetos a su autoridad, aunque la aplicación del canon 194 seguramente debe ser ejercida por la autoridad competente y no es automática. Si algún canonista puede aportar al respecto, le estaremos muy agradecido.

Algo similar ocurrió hace pocas semanas en Estados Unidos. Allí, el neo cardenal Robert McElroy, de San Diego, afirmó que los actos homosexuales no serían pecado mortal y que, por tanto, quienes lo comenten podrían comulgar. Pocos días después, el Obispo de Springfield y experto en derecho canónico, Mons. Thomas Paprocki publicó un artículo en el que, sin nombrar al purpurado, se pregunta: “¿No es acaso contrario a la fe católica y, por lo tanto, herejía decir que los pecados sexuales no son materia grave? ¿No es contrario a la fe católica y, por lo tanto, herejía decir que uno puede recibir la santa Eucaristía a pesar de haber cometido un pecado grave sin arrepentirse? ¿Si esto es así, cuáles son las implicancias canónicas de tales herejías?”. Y recuerda que el canon 750 establece que debemos creer “todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida por tradición” y “todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria”. Y entonces, “Los herejes, apóstatas y cismáticos incurren en la penalidad de la excomunión sobre sí mismos”.

En Estados Unidos, en el por algunos odiado país protestante del norte, un obispo se le animó a un cardenal y le dijo públicamente que es un hereje y que está excomulgado. Me pregunto si pasará algo parecido en nuestro católico país. Aquí tenemos obispos que saben teología, que dan cursos sobre Santo Tomás de Aquino y que se proclaman fieles a la doctrina católica de siempre. Más aún, algunos de ellos fueron despojados brutalmente de sus diócesis debido a la conocida “misericordia” del papa Francisco. Es decir, no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo. ¿Hablarán? ¿Se animarán a decir algo? O bien, seguirán enseñando que “la unidad de la Iglesia” está por encima de todo eso, aún de la herejía. Mons. Pedro Martínez, obispo emérito de San Luis, doctor en teología y doctor en derecho canónico, ¿tendrá algo para decir? Mons. Samuel Jofré, obispo de Villa María, doctor en derecho canónico, miembro del Consejo de Asuntos Jurídicos de la Conferencia Episcopal y muy cercano al Opus Dei, ¿se animará, como Mons. Paprocki, a decir lo evidente? Y más aún, así como aconsejan a sus fieles no asistir a las misas celebradas por los “cismáticos” lefebvristas, ¿les aconsejarán también no asistir a las que celebra el herético Tucho? El clamoroso silencio ante la herejía de Mons. Fernández es tan escandaloso como la misma herejía declarada desde la cátedra platense. Guardo la esperanza de que, al menos, Mons. Héctor Aguer diga algo.

Tucho no es tonto. Sabe que lo que dice es herejía y sabe que no recibirá ninguna reprimenda. Según dicen algunos que lo conocen, quiere recibir otra cosa y por eso se desvela buscando agradar al soberano. Quiere recibir la sede de Buenos Aires, convertirse en primado de la Argentina y tener más o menos asegurado el capelo cardenalicio. La sede porteña quedará vacante en cualquier momento pues su titular hace ya bastante que presentó la renuncia, y los candidatos a ocuparla son mucho. Además de Tucho, están Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza; Mons. Jorge Lozano, arzobispo de San Juan, y Mons. Vicente Ojea Quintana, obispo de San Isidro entre otros. Y todos ellos saben que para encararmarse a tan preciada sede no es necesario mostrar valentía e intrepidez en la defensa de la fe católica, sino sometimiento y pleitesía al tirano. Pero conociendo al personaje tal como los últimos diez años nos permiten conocerlo, yo auguro que ninguno de ellos conseguirá su deseo y que el papa Francisco nombrará a un desconocido, a un inesperado, posiblemente a un cura de misa y olla, con mucho tufo a oveja, que le deba todo y le asegure obediencia ciega. Y si es hereje y tiene un par de cadáveres en el placard, mucho mejor.


Wanderer



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