Por el padre Jean-Michel Gleize
1. En alquimia, la Gran Obra es la realización de la Piedra Filosofal, la famosa piedra capaz de transmutar los metales, curar infaliblemente las dolencias del cuerpo y aportar la inmortalidad. Sobre la base de la teoría que afirma la existencia de dicha piedra, existe una tradición según la cual los distintos metales maduran lentamente en las profundidades de la tierra hasta alcanzar el estado metálico ideal, el del oro. La Gran Obra es la aceleración de esta maduración, utilizando como catalizador el agente activo de esta evolución. La operación alquímica de la Gran Obra comprende, pues, dos etapas principales: en primer lugar, aislar este principio transmutador separándolo de todos los demás cuerpos con los que está mezclado y que obstaculizan su acción (solvere); y en segundo lugar, utilizarlo como agente activo de la evolución, asociándolo de una manera nueva a todos los demás cuerpos de los que había sido aislado previamente (coagulare).
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2. La expresión utilizada para designar este proceso por los alquimistas ha hecho fortuna, y tanto más fácilmente cuanto que la alquimia es una ciencia oculta y, como tal, en correspondencia con otras ciencias y otras prácticas pertenecientes al mismo tipo de ocultismo. Así fue como la masonería adoptó la fórmula que hoy caracteriza su propio modo de proceder: "limpiar antes de construir" [1]. Este método de acción masónica ha sido perfectamente analizado por Mons. Delassus en su libro La Conjuration antichrétienne [2]. La división de los capítulos del libro basta para mostrar que la masonería busca primero corromper (este es el significado de la palabra latina solvere) la moral y las ideas antes de reconstruir un nuevo orden social, pero reutilizando los elementos que formaban parte de la composición del antiguo orden y que ahora están desarticulados (este es el significado de la palabra latina coagulare). Es lo que Aristóteles llamaba "desarmonizar y rearmonizar".
3. Este plan masónico es una realidad, debidamente atestiguada en sus grandes líneas por numerosos y serios trabajos, cuya sustancia fue recogida por Monseñor Delassus, y que han sido continuados desde entonces y cuyas principales conclusiones siguen siendo de actualidad [3], habiendo sido retomados y desarrollados tal cual en el marco del análisis de la mundialismo [4]. Dicho esto, ¿por qué este plan no podría servir hoy, en el contexto post-Vaticano II, y especialmente en el contexto del pontificado del papa Francisco, como orientación para los católicos fieles a sus promesas bautismales que deseen comprender la naturaleza exacta del giro de los acontecimientos en el seno de la Iglesia? En efecto, en los diez años transcurridos desde que el papa Francisco aceptó su elección al pontificado, ha quedado cada vez más claro que se trata de un nuevo giro de los acontecimientos, no sólo en relación con lo que la Iglesia vivió antes del Concilio Vaticano II, sino también en relación con la evolución seguida hasta ahora desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI. Porque los diez años de pontificado de Francisco, hay que reconocerlo, se parecen poco a los anteriores. Sin embargo, y esto no deja de sorprender a los diversos observadores de la actualidad de la Iglesia, sea cual sea su nivel de obediencia, parece que la fecha histórica del miércoles 13 de marzo de 2013 inauguró un verdadero punto de inflexión, como un punto de no retorno, o incluso como una nueva ruptura en esta continuidad de la ruptura.
4. La idea, formidable en la seducción que no puede dejar de ejercer sobre una mente ansiosa de comprender el verdadero significado de este pontificado de Francisco, surge por sí misma. Si la evolución de los últimos diez años ya no se parece a la de los años anteriores, que culminaron en el famoso solvere heredado de la Gran Obra de la alquimia, es decir, una disolución, ¿no será simplemente porque el papa Francisco está llevando a la Iglesia a la siguiente etapa de este plan de inspiración masónica, la etapa del coagulare, donde se trata precisamente de construir otra cosa, no sobre las ruinas de la Tradición, sino a partir de los elementos ahora dispersos de esa Tradición, reempleándolos para darles una configuración radicalmente nueva? ¿Podría verificarse tal idea a la luz de los acontecimientos que jalonan el pontificado del papa Francisco? Aquí, como en todas partes, para comprender hay que comparar: veamos hasta qué punto la diferencia que distingue el pontificado de Francisco de los de sus predecesores podría corresponder a la que distingue las dos etapas de la Gran Obra, solve et coagula.
5) ¿Cómo pudieron los predecesores de Francisco, de Pablo VI a Benedicto XVI, llevar a cabo esta operación de solvere? ¿Qué hicieron exactamente para disolver o interrumpir la Tradición de la Iglesia? Lo hicieron aislando el postulado inmanentista [5] de la dignidad ontológica de la persona humana, con su fundamento en el hecho de que la persona fue creada "a imagen de Dios" [6] y como tal posee "un germen divino" [7] o "una dignidad cuasi-divina" [8], para ponerlo de relieve y convertirlo en un principio dogmático-pastoral. Fue proclamando este postulado que los papas inmediatamente posteriores al Concilio, Pablo VI y Juan Pablo II, literalmente disolvieron y desarticularon la Tradición de la Iglesia, allanando así el camino a Francisco y poniéndolo en posesión de lo que está destinado a ser el catalizador de un nuevo orden eclesial, a su vez destinado a servir al nuevo orden mundial de inspiración masónica. Benedicto XVI sigue formando parte de esta primera etapa de solvere, en la medida en que proporciona la justificación teórica de esta disolución por parte de sus predecesores, dándole la coartada especulativa y reflexiva de la continuidad.
6. Este principio de la dignidad inmanentista de la persona humana -que es una de las variantes, o formulaciones posibles, del personalismo- es absolutamente radical, ya que es el que comanda [9] los tres grandes ejes de la desarticulación de la Tradición de la Iglesia: la libertad religiosa, el ecumenismo y la democratización de la constitución de la Iglesia (calificada habitualmente de "colegialidad", pero cuya naturaleza profunda va mucho más allá de la simple atribución del poder supremo al Colegio de los Obispos). Y fijémonos bien, porque es importante, en qué consiste precisamente la operación realizada por Pablo VI y Juan Pablo II, y cuya justificación crítica debemos a Benedicto XVI. Sería demasiado simple concebir esta operación como el equivalente de "limpiar el terreno", como creíamos poder comprobar a propósito de la Revolución francesa de 1789 [10]. Esta operación consiste más bien en desarticular (o desorganizar) las partes integrantes (o elementos constitutivos) de la Tradición, no en suprimirlas. Estos elementos (los dogmas y el catecismo, los sacramentos y la liturgia, las leyes de la Iglesia y su Código de Derecho Canónico, la constitución jerárquica de la Iglesia) siguen siendo aparentemente los mismos. Pero están desarticulados porque ya no están unidos por el mismo principio, que ha sido hasta ahora el principio del bien común de la triple unidad de fe, culto y gobierno conocidos y aceptados en dependencia de la autoridad del Dios revelador. Este principio queda relegado a un segundo plano y aparece otro nuevo, que se aísla para destacarse mejor en el discurso habitual de los hombres de Iglesia: el principio personalista e inmanentista de la dignidad ontológica de la persona humana. Los mismos elementos de la Tradición ya no se unifican en la unidad del triple vínculo de fe, culto y gobierno. Quedan así desarticulados, mientras surge otro principio de articulación.
7. Juan Pablo II ha predicado constantemente esta versión inmanentista del personalismo. Su máxima expresión se encuentra en su primera Encíclica, Redemptor hominis, del 4 de marzo de 1979, en el n. 13: “El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin de que 'la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre' (Gaudium et spes, n. 91) en todos sus aspectos, para hacerla cada vez más humana”. “Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los hombres. En nombre de tal solicitud, como leemos en la Constitución pastoral del Concilio, la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana” (Ibidem, n. 13) [11].
8. Y Benedicto XVI, en su famoso Discurso a la Curia del 22 de diciembre de 2005, quiso dar un análisis y una justificación reflexiva de esta nueva predicación, en la que, desde el Vaticano II, los hombres de Iglesia han adoptado el presupuesto personalista de la modernismo. Este presupuesto se expresa en la constitución Gaudium et Spes, que el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, calificó de "contra Syllabus" [12]. Ahora que era papa, le correspondió establecer (en su discurso del 22 de diciembre de 2005) que esa contradicción no era tal: “El Concilio Vaticano II, con su nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, ha revisado o incluso corregido algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad ha mantenido y profundizado su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia es, tanto antes como después del Concilio, la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través del tiempo”.
9. Hasta el año 2013, los herederos del Concilio se habían propuesto, podría decirse, reinterpretar -o releer- toda la Tradición de la Iglesia a la luz de este principio inmanentista y personalista, que es la mayor expresión del liberalismo de la edad moderna y del modernismo desde el Vaticano II. Pero aquí el papa Francisco parece introducirnos en un nuevo enfoque.
10. A primera vista, Francisco parece ir más lejos que sus predecesores, demasiado lejos, al parecer, a los ojos de muchos católicos. Tres ejemplos pueden dar fe de ello.
11. El primer ejemplo es el #303 de la Exhortación Postsinodal Amoris laetitia del 19 de marzo de 2016. La idea radicalmente falsa es que “una situación que no responde objetivamente a las exigencias generales del Evangelio” y “aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” es, “con cierta seguridad moral la entrega que Dios mismo está reclamando”. Aquí encontramos ya el mismo principio que surgiría tres años más tarde en la Declaración de Abu Dhabi: el principio de que Dios autoriza positivamente lo que hasta ahora sólo había sido objeto de un derecho negativo, el derecho a no ser impedido. En la exhortación apostólica Familiaris consortio, de 22 de noviembre de 1981, Juan Pablo II declaró que los esposos cristianos “no pueden considerar el derecho como un mero ideal a alcanzar en el futuro, sino que deben mirarlo como un mandamiento de Cristo Señor para superar seriamente los obstáculos”. En otras palabras, aunque el principio inmanentista de la dignidad de la persona humana autoriza el derecho negativo, el papa rechaza la idea de que Dios mande y apruebe lo que, en nombre de ese derecho, no impiden las autoridades públicas. Con Amoris laetitia, Francisco afirma equivalentemente que el pluralismo y la diversidad de la moral son voluntad de Dios, y que por todo ello, la ley de Cristo sobre las exigencias del matrimonio cristiano es sólo una de las posibles expresiones de la voluntad de Dios sobre la moral conyugal.
12. El segundo ejemplo es la Declaración de Abu Dhabi -sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común-, firmada conjuntamente el lunes 4 de febrero de 2019, por el papa Francisco y el gran imán Ahmad Al-Tayyeb [13]. Este texto afirma que “El pluralismo y la diversidad de religión [...] son expresión de una sabia voluntad divina”. Los predecesores de Francisco han dicho una y otra vez que “el pluralismo y la diversidad religiosa son necesarios” precisamente por el principio de libertad religiosa adoptado por el Concilio Vaticano II en la declaración Dignitatis humanae. En efecto, esta declaración reconoce a los fieles de las diversas religiones el derecho a que no se les impida profesar su religión en público. La afirmación del Concilio, retomada por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, resulta así del principio inmanentista de la dignidad de la persona humana, que reivindica el derecho negativo a que las autoridades civiles no se opongan al ejercicio de su religión, verdadera o falsa. Mientras admite esta libertad de conciencia entendida como derecho negativo a no ser impedido, en el foro externo del ejercicio de los actos de religión, Benedicto XVI rechazará la libertad de conciencia, entendida como derecho positivo a elegir la propia verdad, en el foro interno de los actos de conciencia, “como expresión”, dice en el Discurso de 2005, “de la incapacidad del hombre para encontrar la verdad”, lo que se convertiría en "una canonización del relativismo" [14]. La afirmación de Francisco en la Declaración de Abu Dhabi parece presuponer tal relativismo y, por lo tanto, ir más allá del pensamiento de sus predecesores.
Continuidad en la ruptura, de Pablo VI a Benedicto XVI
5) ¿Cómo pudieron los predecesores de Francisco, de Pablo VI a Benedicto XVI, llevar a cabo esta operación de solvere? ¿Qué hicieron exactamente para disolver o interrumpir la Tradición de la Iglesia? Lo hicieron aislando el postulado inmanentista [5] de la dignidad ontológica de la persona humana, con su fundamento en el hecho de que la persona fue creada "a imagen de Dios" [6] y como tal posee "un germen divino" [7] o "una dignidad cuasi-divina" [8], para ponerlo de relieve y convertirlo en un principio dogmático-pastoral. Fue proclamando este postulado que los papas inmediatamente posteriores al Concilio, Pablo VI y Juan Pablo II, literalmente disolvieron y desarticularon la Tradición de la Iglesia, allanando así el camino a Francisco y poniéndolo en posesión de lo que está destinado a ser el catalizador de un nuevo orden eclesial, a su vez destinado a servir al nuevo orden mundial de inspiración masónica. Benedicto XVI sigue formando parte de esta primera etapa de solvere, en la medida en que proporciona la justificación teórica de esta disolución por parte de sus predecesores, dándole la coartada especulativa y reflexiva de la continuidad.
6. Este principio de la dignidad inmanentista de la persona humana -que es una de las variantes, o formulaciones posibles, del personalismo- es absolutamente radical, ya que es el que comanda [9] los tres grandes ejes de la desarticulación de la Tradición de la Iglesia: la libertad religiosa, el ecumenismo y la democratización de la constitución de la Iglesia (calificada habitualmente de "colegialidad", pero cuya naturaleza profunda va mucho más allá de la simple atribución del poder supremo al Colegio de los Obispos). Y fijémonos bien, porque es importante, en qué consiste precisamente la operación realizada por Pablo VI y Juan Pablo II, y cuya justificación crítica debemos a Benedicto XVI. Sería demasiado simple concebir esta operación como el equivalente de "limpiar el terreno", como creíamos poder comprobar a propósito de la Revolución francesa de 1789 [10]. Esta operación consiste más bien en desarticular (o desorganizar) las partes integrantes (o elementos constitutivos) de la Tradición, no en suprimirlas. Estos elementos (los dogmas y el catecismo, los sacramentos y la liturgia, las leyes de la Iglesia y su Código de Derecho Canónico, la constitución jerárquica de la Iglesia) siguen siendo aparentemente los mismos. Pero están desarticulados porque ya no están unidos por el mismo principio, que ha sido hasta ahora el principio del bien común de la triple unidad de fe, culto y gobierno conocidos y aceptados en dependencia de la autoridad del Dios revelador. Este principio queda relegado a un segundo plano y aparece otro nuevo, que se aísla para destacarse mejor en el discurso habitual de los hombres de Iglesia: el principio personalista e inmanentista de la dignidad ontológica de la persona humana. Los mismos elementos de la Tradición ya no se unifican en la unidad del triple vínculo de fe, culto y gobierno. Quedan así desarticulados, mientras surge otro principio de articulación.
7. Juan Pablo II ha predicado constantemente esta versión inmanentista del personalismo. Su máxima expresión se encuentra en su primera Encíclica, Redemptor hominis, del 4 de marzo de 1979, en el n. 13: “El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin de que 'la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre' (Gaudium et spes, n. 91) en todos sus aspectos, para hacerla cada vez más humana”. “Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los hombres. En nombre de tal solicitud, como leemos en la Constitución pastoral del Concilio, la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana” (Ibidem, n. 13) [11].
8. Y Benedicto XVI, en su famoso Discurso a la Curia del 22 de diciembre de 2005, quiso dar un análisis y una justificación reflexiva de esta nueva predicación, en la que, desde el Vaticano II, los hombres de Iglesia han adoptado el presupuesto personalista de la modernismo. Este presupuesto se expresa en la constitución Gaudium et Spes, que el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, calificó de "contra Syllabus" [12]. Ahora que era papa, le correspondió establecer (en su discurso del 22 de diciembre de 2005) que esa contradicción no era tal: “El Concilio Vaticano II, con su nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, ha revisado o incluso corregido algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad ha mantenido y profundizado su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia es, tanto antes como después del Concilio, la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través del tiempo”.
¿Un nuevo paradigma?
10. A primera vista, Francisco parece ir más lejos que sus predecesores, demasiado lejos, al parecer, a los ojos de muchos católicos. Tres ejemplos pueden dar fe de ello.
11. El primer ejemplo es el #303 de la Exhortación Postsinodal Amoris laetitia del 19 de marzo de 2016. La idea radicalmente falsa es que “una situación que no responde objetivamente a las exigencias generales del Evangelio” y “aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” es, “con cierta seguridad moral la entrega que Dios mismo está reclamando”. Aquí encontramos ya el mismo principio que surgiría tres años más tarde en la Declaración de Abu Dhabi: el principio de que Dios autoriza positivamente lo que hasta ahora sólo había sido objeto de un derecho negativo, el derecho a no ser impedido. En la exhortación apostólica Familiaris consortio, de 22 de noviembre de 1981, Juan Pablo II declaró que los esposos cristianos “no pueden considerar el derecho como un mero ideal a alcanzar en el futuro, sino que deben mirarlo como un mandamiento de Cristo Señor para superar seriamente los obstáculos”. En otras palabras, aunque el principio inmanentista de la dignidad de la persona humana autoriza el derecho negativo, el papa rechaza la idea de que Dios mande y apruebe lo que, en nombre de ese derecho, no impiden las autoridades públicas. Con Amoris laetitia, Francisco afirma equivalentemente que el pluralismo y la diversidad de la moral son voluntad de Dios, y que por todo ello, la ley de Cristo sobre las exigencias del matrimonio cristiano es sólo una de las posibles expresiones de la voluntad de Dios sobre la moral conyugal.
12. El segundo ejemplo es la Declaración de Abu Dhabi -sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común-, firmada conjuntamente el lunes 4 de febrero de 2019, por el papa Francisco y el gran imán Ahmad Al-Tayyeb [13]. Este texto afirma que “El pluralismo y la diversidad de religión [...] son expresión de una sabia voluntad divina”. Los predecesores de Francisco han dicho una y otra vez que “el pluralismo y la diversidad religiosa son necesarios” precisamente por el principio de libertad religiosa adoptado por el Concilio Vaticano II en la declaración Dignitatis humanae. En efecto, esta declaración reconoce a los fieles de las diversas religiones el derecho a que no se les impida profesar su religión en público. La afirmación del Concilio, retomada por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, resulta así del principio inmanentista de la dignidad de la persona humana, que reivindica el derecho negativo a que las autoridades civiles no se opongan al ejercicio de su religión, verdadera o falsa. Mientras admite esta libertad de conciencia entendida como derecho negativo a no ser impedido, en el foro externo del ejercicio de los actos de religión, Benedicto XVI rechazará la libertad de conciencia, entendida como derecho positivo a elegir la propia verdad, en el foro interno de los actos de conciencia, “como expresión”, dice en el Discurso de 2005, “de la incapacidad del hombre para encontrar la verdad”, lo que se convertiría en "una canonización del relativismo" [14]. La afirmación de Francisco en la Declaración de Abu Dhabi parece presuponer tal relativismo y, por lo tanto, ir más allá del pensamiento de sus predecesores.
13. El tercer ejemplo es el del nº 119 de la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, donde el papa Francisco ofrece su propia exégesis del nº 12 de Lumen gentium. Para Francisco, la infalibilidad del “sensus fidei” significa que el Pueblo de Dios no se equivoca cuando cree, “aunque no encuentre las palabras para expresar su fe”; pues la presencia del Espíritu Santo da a los cristianos “una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que les permite comprenderlas intuitivamente, aunque no dispongan de los medios adecuados para expresarlas con precisión”. Como hemos señalado [15], “tales afirmaciones son extremadamente graves, ya que están en contradicción fundamental con la idea tradicional del sensus catholicus. […] Contradicen todo lo que los Padres de la Iglesia, los santos doctores y los teólogos han dicho y repetido durante más de veinte siglos. Se oponen manifiestamente a las enseñanzas del Magisterio constante. Y convierten al Pueblo de Dios en una comunidad carismática”. Sobre todo, esta explicación de Francisco va mucho más allá de la dada hasta ahora por sus predecesores, en particular por Pablo VI, en la Declaración Mysterium Ecclesiae, publicada el 24 de junio de 1973. El objetivo inmediato de este documento era responder a los argumentos de Hans Küng contra la infalibilidad del Magisterio. Nos muestra así la relación exacta entre la función profética del Pueblo de Dios y la función magisterial reservada únicamente a los miembros de la jerarquía, el Papa y los obispos. En nombre del principio inmanentista de la dignidad de la persona humana, la constitución Lumen gentium postula que el Espíritu Santo inspira directamente a todo el Pueblo de Dios, con anterioridad a las enseñanzas de la jerarquía; pero con ello se especifica claramente que, si el Pueblo ya siente y vive la verdad revelada por el Espíritu, le es necesaria la formulación dogmática promulgada por el Magisterio. Por lo tanto, la función magisterial no se reduce a “sancionar el consenso ya expresado del Pueblo de Dios; al contrario, puede prevenir y exigir este consenso en la interpretación y explicación de la Palabra de Dios escrita o transmitida”. El texto de Mysterium Ecclesiae remite incluso aquí, en una nota, a la condenada 6ª proposición del Decreto Lamentabili de San Pío X: “En la definición de las verdades, la Iglesia enseñada y la Iglesia docente colaboran de tal modo que a la Iglesia docente sólo le queda sancionar las concepciones comunes de la Iglesia enseñada” [16]. Francisco va así más lejos que sus predecesores, y en su discurso del 17 de octubre, pronunciado con ocasión de la clausura del Sínodo, afirma que esta concepción del “sensus fidei”, indicada en la Evangelii gaudium, “impide una separación rígida entre Ecclesia docens y Ecclesia discens, ya que también el rebaño tiene su propio 'olfato' para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia”. El principio inmanentista, desarrollado en la continuidad del Vaticano II por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, llegó a hacer del Pueblo de Dios el primer depositario (y no sólo el destinatario) de la Revelación [17]; pero la complementariedad del Magisterio permaneció intacta en el sentido indicado por el Concilio. Aquí como en otras partes, Francisco acentúa el relativismo subrayando la importancia radical del “sensus fidei”.
14. Se dirá que estos ejemplos son aislados. Pero aunque lo sean, no dejan de ser sintomáticos, pues expresan un más allá del pensamiento conciliar clásico. Éste pretendía incrustar los falsos principios del personalismo inmanentista en los marcos de una doctrina aparentemente tradicional, manteniendo al mismo tiempo las salvaguardias prestadas por una cierta objetividad. Esta ambición se manifiesta claramente en el ámbito de la moral, con todo el magisterio de Juan Pablo II sobre la familia y la transmisión de la vida, del que Familiaris consortio es la máxima expresión. Las principales conclusiones de la moral tradicional (en particular la moral del matrimonio) se mantienen, pero derivan de principios que ya no son tradicionales, sino personalistas. Esto también puede verse con la libertad religiosa, donde el derecho contemplado es un derecho negativo, el derecho a no ser impedido, dentro de los límites del buen orden público de la sociedad temporal. Por último, puede verse en el ecumenismo y el diálogo interreligioso, donde, cualquiera que sea la parte de valor salvífico reconocida a otras religiones, cristianas o no, la Iglesia Católica sigue siendo la única donde se encuentra la plenitud de todos los medios de salvación. El magisterio de Francisco lleva la lógica de estos principios personalistas hasta sus últimas consecuencias, hasta el punto de romper la apariencia tradicional tanto de la nueva moral conciliar, con Amoris laetitia, como del ecumenismo y la libertad religiosa con la Declaración de Abu Dhabi.
Un modernismo maduro
16. Después de los diversos discursos sobre “la Iglesia de la escucha” [18], en los que el papa Francisco llevó más allá de sus límites la nueva eclesiología de la Lumen gentium, nos encontramos de nuevo en la perspectiva de una Iglesia “Pueblo de Dios”. El “Documento de trabajo para la etapa continental” publicado el pasado mes de octubre por la Secretaría General del Sínodo en el Vaticano se titula “Ensancha el espacio de tu tienda”, en referencia al versículo de Isaías, LIV, 2. La idea de ampliación, que ya hemos considerado como la puesta en práctica de un discurso pictórico [19], debe cobrar aquí todo su sentido.
17. El planteamiento mismo de este documento ya es revelador. Se indica claramente en los ocho primeros párrafos. Este “Documento de trabajo” es el fruto de una fase consultiva, la primera que se llevará a cabo en la preparación del próximo sínodo. Así, millones de personas, que se presentan como “los verdaderos protagonistas del Sínodo” (n. 1), participaron en encuentros a nivel local, para “contribuir a encontrar la respuesta a la pregunta fundamental que guía todo el proceso: ¿cómo se está realizando a diferentes niveles (desde el local al universal) este ‘caminar juntos’ que permite a la Iglesia anunciar hoy el Evangelio, de acuerdo con la misión que le ha sido confiada; y qué pasos ulteriores nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?” Los diversos debates entre unos y otros fueron una oportunidad para expresar la experiencia vivida por los distintos miembros del Pueblo de Dios. Esta experiencia “se puso en palabras en las contribuciones que las diferentes comunidades y grupos enviaron a las diócesis, que las resumieron y las transmitieron a las Conferencias Episcopales” (nº 4). La Secretaría del Sínodo recogió las síntesis de 112 de las 114 Conferencias Episcopales, todas ellas de las 15 Iglesias orientales católicas (n. 5). El Documento de Trabajo es en sí mismo una síntesis, la síntesis de las síntesis.
18. Evidentemente, se trata de la puesta en práctica del programa definido por el papa Francisco en sus discursos con ocasión del Sínodo precedente de 2015. El próximo Sínodo será así la realización misma, en la práctica, de “la Iglesia de la escucha”. En efecto, el “Documento de trabajo”, cuyo alcance no debe exagerarse, representa una referencia indispensable en el proceso de preparación del Sínodo, porque está “cargado del precioso tesoro teológico contenido en el relato de la experiencia de escucha de la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, que permite el surgimiento de su sensus fidei” (n. 8). Por eso es un documento teológico, “en el sentido de que está orientado al servicio de la misión de la Iglesia: anunciar a Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo”.
19. Y esta “Iglesia de la escucha”, donde el Espíritu es la fuente de inspiración del Pueblo, a través de la experiencia vivida por éste, ¿no es el resultado o la maduración del principio inmanentista y personalista introducido por el Vaticano II? La Revelación divina se funde con la conciencia, y la Iglesia, encargada de recibir y transmitir la Palabra que Dios nos revela, se identifica con la conciencia común del Pueblo de Dios. El Magisterio tiene el ministerio de “poner en palabras” esta experiencia del sensus fidei. ¿Y no es el mejor lenguaje, porque es el más apropiado para dar cuenta de esta experiencia colectiva, el de las expresiones pictóricas que tan fácilmente utiliza el papa Francisco? Porque tales expresiones son las que resultan adecuadas para significar un hecho experiencial, como ha observado uno de los representantes designados de la nueva teología conciliar, a propósito del lenguaje mismo de la constitución Lumen gentium. “Podemos ver que la palabra comenzó a hablarse de manera diferente en el Concilio que en el pasado reciente o más lejano de la Iglesia occidental. El cambio de estilo implica también un cambio en la manera de concebir la recepción del mensaje y la respuesta al mismo. […] Todo lo que dice el Concilio, incluso en el plano jurídico y teológico, forma parte de una repetición original, en su propio modo narrativo y poético, del testimonio confiado a la Iglesia desde el principio. La adhesión propiamente intelectual o la obediencia ético-jurídica forman parte de un reconocimiento más amplio, que es también compromiso e implica a la totalidad de la persona en sí misma y en la comunidad que comunica el testimonio” [20]. El estilo pictórico o poético es el adecuado para traducir las intuiciones del sensus fidei y Francisco no se equivoca.
20. Podría ser, entonces, que este estilo esté en perfecta correspondencia con la nueva etapa que estamos viviendo con el papa Francisco: una etapa de un personalismo inmanentista que ha llegado a su conclusión, y que, en consecuencia, está reaccionando sobre los elementos ya desarticulados de la Tradición de la Iglesia, para darles la nueva configuración que exige un neomodernismo maduro. ¿Francisco, papa de la "coagula", después de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, papas del "solve"? La explicación es ya recurrente [21] y no pretendemos aquí convertirla en la piedra filosofal de la crisis de la Iglesia. Pero es evidente que diez años después de la elección del cardenal Bergoglio al Pontificado, los presupuestos del Vaticano II están haciendo sentir sus efectos de manera singularmente llamativa. Ello exige discernimiento por parte de unos católicos cada vez más perplejos.
Notas a pie de página:
1) Cf. Augustin Cochin, La Révolution et la libre pensée, p. 95.
2) Mons. Henri Delassus (1836-1921), La Conjuration antichrétienne: le temple maçonnique voulant s'élever sur les ruines de l'Église catholique, 3 volúmenes, 1910. Ordenado sacerdote en Cambrai en 1862, Henri Delassus fue nombrado capellán de la basílica de Notre-Dame-de-la-Treille en 1874. En 1904, fue nombrado Prelado de la Casa Pontificia y, en 1911, Protonotario Apostólico. En 1914, fue el primer decano del cabildo catedralicio de la nueva diócesis de Lille. Desde 1872, colaboró en el periódico La Semaine religieuse de Cambrai, del que se convirtió en propietario y director en 1875. Nunca dejó de denunciar los inicios del globalismo y los comienzos de un gobierno mundial. Su obra puede considerarse, a principios del siglo XX, como la síntesis de todo el pensamiento contrarrevolucionario del siglo anterior.
3) Como demuestran los libros de Jean Lombard, La Face cachée de l'histoire moderne, Omnia veritas Ltd, 2016; Jean-Claude Lozac'hmeur, Fils de la Veuve. Essai sur le symbolisme maçonnique, Éditions Sainte Jeanne d'Arc, 1990; Epiphanius, Maçonnerie et sociétés secrètes. Le côté caché de l'histoire, Publications du Courrier de Rome, 2005.
4) Como atestiguan los trabajos de Pierre Hillard La Marche irrésistible du nouvel ordre mondial: destination Babel, François-Xavier de Guibert, 2007) o los de Ghuilhem Golfin Babylone et l'effacement de César, Editions de l'Homme Nouveau, 2019).
5) Este adjetivo significa que el postulado de esta dignidad implica la confusión de naturaleza y gracia.
6) Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 12,3 y n. 17; Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, de 4 de marzo de 1979, n. 13, y encíclica Evangelium vitae, de 25 de marzo de 1993, n. 7 y n. 84.
7) Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 2.
8) Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1993, n° 84. En este último pasaje, Juan Pablo II escribe: “En cada niño que nace y en cada hombre que vive o muere, reconocemos la imagen de la gloria de Dios: celebramos esta gloria en cada hombre, signo del Dios vivo, icono de Jesucristo”.
9) Este punto se explica por el hecho de que se trata de un personalismo inmanentista, en el que la naturaleza es, si no confundida, al menos supuestamente inseparable de la gracia fundamental de la “semilla divina”. Si el hombre es divino, 1° no se puede impedir la expresión pública de su conciencia (libertad religiosa); 2° el Espíritu Santo actúa más o menos en el ejercicio de toda religión (ecumenismo); 3° Dios se revela primero en la conciencia y, por lo tanto, en el Pueblo antes de hablar a través de la jerarquía (democratización de la Iglesia).
10) Se podría pensar que ésta es la manera de ver adoptada por Augustin Cochin, ya citado, cuando resume su presentación de la Asamblea Constituyente diciendo que ésta se había impuesto la tarea de “despejar antes de construir”. Pero este atajo sería engañoso si no tuviera en cuenta el análisis en profundidad que Cochin comienza proporcionando a su lector. “La gran obra de esta doctrina”, dice, “el acto preparatorio de todo el sistema, había sido la inmensa destrucción política de la Constituyente”. Pero precisa: “Consiste en matar todos los cuerpos políticos o sociales que tienen un alma, una vida, un espíritu propios, para sustituirlos por mecanismos inertes”. Y sólo entonces entra en juego el atajo antes mencionado. La expresión importante de la pluma de Cochin -importante porque expresa exactamente la idea de solve- es aquella en la que escribe que la labor de la Constituyente consiste en “sustituir por mecanismos inertes” y no en “hacer borrón y cuenta nueva”.
11) Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, nº 13.
12) Joseph Ratzinger, Les Principes de la théologie catholique. Esquisse et matériaux, Téqui, 1982, pp. 426-427.
13) Véase el artículo François et le dogme (II) (PDF en francés aquí) en el número de febrero de 2019 de Courrier de Rome.
14) Véase el número de septiembre de 2011 de Courrier de Rome.
15) Véase el artículo Le sens de la foi, principe et fondement d’une église synodale? en el número de octubre de 2015 de Courrier de Rome (PDF en francés aquí).
16) DS 3406
19) Véase el artículo Les soixante ans du Concile en este número del Courrier de Rome.
20) Dom Ghislain Lafont, Imaginer l'Église catholique, Cerf, 2000, p 87-89 y 95-96.
21) Algunos ya han intentado hacer de Juan Pablo II el papa de la "coagula" después de Pablo VI, el papa del "solvere". Cf. el libro Mystère d'iniquité, prologado por el obispo sedevacantista Mons. Dolan, p. 98. “La libertad religiosa corresponde al solve (= disolver, destruir lo antiguo) de los francmasones. La construcción de una federación universal de todas las religiones corresponde a la coagula (= coagular, construir sobre nuevos cimientos) masónica. Montini hizo la primera fase; Wojtyla inaugura la segunda: solve y coagula”.
La Porte Latine
Notas a pie de página:
1) Cf. Augustin Cochin, La Révolution et la libre pensée, p. 95.
2) Mons. Henri Delassus (1836-1921), La Conjuration antichrétienne: le temple maçonnique voulant s'élever sur les ruines de l'Église catholique, 3 volúmenes, 1910. Ordenado sacerdote en Cambrai en 1862, Henri Delassus fue nombrado capellán de la basílica de Notre-Dame-de-la-Treille en 1874. En 1904, fue nombrado Prelado de la Casa Pontificia y, en 1911, Protonotario Apostólico. En 1914, fue el primer decano del cabildo catedralicio de la nueva diócesis de Lille. Desde 1872, colaboró en el periódico La Semaine religieuse de Cambrai, del que se convirtió en propietario y director en 1875. Nunca dejó de denunciar los inicios del globalismo y los comienzos de un gobierno mundial. Su obra puede considerarse, a principios del siglo XX, como la síntesis de todo el pensamiento contrarrevolucionario del siglo anterior.
3) Como demuestran los libros de Jean Lombard, La Face cachée de l'histoire moderne, Omnia veritas Ltd, 2016; Jean-Claude Lozac'hmeur, Fils de la Veuve. Essai sur le symbolisme maçonnique, Éditions Sainte Jeanne d'Arc, 1990; Epiphanius, Maçonnerie et sociétés secrètes. Le côté caché de l'histoire, Publications du Courrier de Rome, 2005.
4) Como atestiguan los trabajos de Pierre Hillard La Marche irrésistible du nouvel ordre mondial: destination Babel, François-Xavier de Guibert, 2007) o los de Ghuilhem Golfin Babylone et l'effacement de César, Editions de l'Homme Nouveau, 2019).
5) Este adjetivo significa que el postulado de esta dignidad implica la confusión de naturaleza y gracia.
6) Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 12,3 y n. 17; Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, de 4 de marzo de 1979, n. 13, y encíclica Evangelium vitae, de 25 de marzo de 1993, n. 7 y n. 84.
7) Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 2.
8) Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1993, n° 84. En este último pasaje, Juan Pablo II escribe: “En cada niño que nace y en cada hombre que vive o muere, reconocemos la imagen de la gloria de Dios: celebramos esta gloria en cada hombre, signo del Dios vivo, icono de Jesucristo”.
9) Este punto se explica por el hecho de que se trata de un personalismo inmanentista, en el que la naturaleza es, si no confundida, al menos supuestamente inseparable de la gracia fundamental de la “semilla divina”. Si el hombre es divino, 1° no se puede impedir la expresión pública de su conciencia (libertad religiosa); 2° el Espíritu Santo actúa más o menos en el ejercicio de toda religión (ecumenismo); 3° Dios se revela primero en la conciencia y, por lo tanto, en el Pueblo antes de hablar a través de la jerarquía (democratización de la Iglesia).
10) Se podría pensar que ésta es la manera de ver adoptada por Augustin Cochin, ya citado, cuando resume su presentación de la Asamblea Constituyente diciendo que ésta se había impuesto la tarea de “despejar antes de construir”. Pero este atajo sería engañoso si no tuviera en cuenta el análisis en profundidad que Cochin comienza proporcionando a su lector. “La gran obra de esta doctrina”, dice, “el acto preparatorio de todo el sistema, había sido la inmensa destrucción política de la Constituyente”. Pero precisa: “Consiste en matar todos los cuerpos políticos o sociales que tienen un alma, una vida, un espíritu propios, para sustituirlos por mecanismos inertes”. Y sólo entonces entra en juego el atajo antes mencionado. La expresión importante de la pluma de Cochin -importante porque expresa exactamente la idea de solve- es aquella en la que escribe que la labor de la Constituyente consiste en “sustituir por mecanismos inertes” y no en “hacer borrón y cuenta nueva”.
11) Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, nº 13.
12) Joseph Ratzinger, Les Principes de la théologie catholique. Esquisse et matériaux, Téqui, 1982, pp. 426-427.
13) Véase el artículo François et le dogme (II) (PDF en francés aquí) en el número de febrero de 2019 de Courrier de Rome.
14) Véase el número de septiembre de 2011 de Courrier de Rome.
15) Véase el artículo Le sens de la foi, principe et fondement d’une église synodale? en el número de octubre de 2015 de Courrier de Rome (PDF en francés aquí).
16) DS 3406
17) Ver Deux conceptions du Magistère, artículo 3, n° 10 y 11 en Vatican II, cinquante ans après. Quel bilan pour l’Église ? Actes du XIe Congrès Théologique del Correo de Roma, 4-5-6 de enero de 2013, Correo de Roma, pp. 257-25, DS 3406
18) Véase el número de octubre de 2015 del Courrier de Rome.
19) Véase el artículo Les soixante ans du Concile en este número del Courrier de Rome.
20) Dom Ghislain Lafont, Imaginer l'Église catholique, Cerf, 2000, p 87-89 y 95-96.
21) Algunos ya han intentado hacer de Juan Pablo II el papa de la "coagula" después de Pablo VI, el papa del "solvere". Cf. el libro Mystère d'iniquité, prologado por el obispo sedevacantista Mons. Dolan, p. 98. “La libertad religiosa corresponde al solve (= disolver, destruir lo antiguo) de los francmasones. La construcción de una federación universal de todas las religiones corresponde a la coagula (= coagular, construir sobre nuevos cimientos) masónica. Montini hizo la primera fase; Wojtyla inaugura la segunda: solve y coagula”.
La Porte Latine
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