Somos muchos los que a lo largo de estos años de pontificado francisquista hemos tenido la experiencia de sentirnos solos porque todo lo que habíamos reverenciado se ha acabado.
En su novela Abejas de cristal, Ernst Junger dedica un capítulo a explicar la experiencia de la soledad. Comenta que una de las experiencias de soledad más profundas que vivió fue en Asturias cuando, durante la Guerra Civil Española, vio allí las tumbas de los conventos profanadas y cadáveres de frailes colgados de ganchos en las carnicerías. Y escribe: “Ese día me acometió una gran tristeza; tuve la certeza de que todo cuanto habíamos respetado, cuanto habíamos reverenciado, se había acabado. Palabras tales como ‘honor’ o ‘dignidad’ se habían vuelto ridículas. Allí volvía sobre mí, de noche, la palabra ‘solo’. La infamia de los corazones, como si la extinción amenazara a nuestro planeta”.
Somos muchos los que a lo largo de estos años de pontificado francisquista hemos tenido una experiencia similar: la de sentirnos solos porque todo lo que habíamos reverenciado se ha acabado; una sensación de orfandad y de desánimo que, para expresarla, hay que recurrir a la pluma de los poetas. Y estos días amazónicos están cargados de esas tristes nubes.
El sentido del ridículo y la vergüenza ajena no fueron suficientes cuando vimos y escuchamos a los cardenales y obispos participantes del sínodo —“Padres sinodales”, les llaman—, aplaudir y festejar como adolescentes cuando el cardenal Baldisseri les avisaba que, a partir de hoy, podían ir al aula sinodal sin sotana.
El lunes, mientras vociferaran en el aire que “los hombres y las mujeres de la tierra te alaban Señor” con ritmos tribales, el papa Francisco caminaba de la basílica de San Pedro al aula sinodal rodeado de personajes arrabaleros, portadores de carteles y fotos con los “mártires amazónicos”.
Más tarde, ingresaba en el aula sinodal una canoa portada por obispos, monjas y aborígenes emplumados, conteniendo en su interior un montón de cachivaches, entre ellos la talla en madera de una mujer embarazada y desnuda. Nadie sabe si se trata de una imagen blasfema de Nuestra Señora o de alguna deidad amazónica. Cualquier sea el caso, el hecho de no deja de ser gravísimo.
Y se trata de un hecho, por otro lado, en un todo armónico con la danza de la lluvia o de la fertilidad que un grupo de indios bailó el viernes en los jardines vaticanos, en presencia del Santo Padre y de orondos cardenales, en torno a un olivo recién plantado, en la que ni siquiera se privaron de adorar postrados a la indecencia más pagana de la representación de la fertilidad: el falo, como puede verse en la figura de la derecha de la fotografía y este video. Sobre este acto de culto pagano y su gravedad, se han explayado los últimos días conocidos personajes, como el P. Nicola Bux.
Finalmente, en su discurso de apertura al sínodo, nos advertía Francisco que debemos acercarnos a la “cultura amazónica” en “puntas de pie”, para demostrar nuestro respeto, admiración y actitud de escucha.
Se trata de una serie de hechos concentrados en pocos días que además de enfurecernos, provocan sensaciones similares a la descritas por Junger. Se trata de la “infamia de los corazones” y, agregaría yo, de la “infamia de la inteligencia” puesto que la evidencia del ridículo se impone a la vista de todos.
Por caso, hay que ser muy caradura para hablar de la densidad e importancia de la “cultura” amazónica sentado bajo la cúpula de la basílica de San Pedro. Mientras la cultura cristiana occidental puede ufanarse de semejante portento artístico y arquitectónico, la máxima hazaña cultural de los pueblos del Amazonas es su habilidad para reducir cabezas rebanadas a los guerreros de las tribus enemigas. No hay que ponerse de puntillas; hay que restregarse los ojos.
Sin embargo, frente a estos acontecimientos que estamos viviendo, es justa y necesaria una reflexión. Nadie duda que el papa Francisco es una calamidad y un personaje rastrero que está provocando un daño enorme a la Iglesia, pero debemos reconocer que ese daño se viene infligiendo desde hace décadas, concretamente desde el Concilio Vaticano II.
Como he dicho muchas veces en este blog, Bergoglio no es más que la floración más hedionda de la primavera conciliar, pero me pregunto si es justo sindicarlo como el peor de todos. Es sin duda el más vulgar y el más ramplón, y es por eso que causa en nosotros tanta repulsión, pero si sacamos la vulgaridad y la ramplonería, Bergoglio no es peor que Juan Pablo II. El hecho que durante el pontificado polaco las redes sociales todavía no existieran y que la información fuera sobre todo gráfica, puede contribuir al olvido. Debajo incluyo tres fotografías muy elocuentes:
Seamos justos y reconozcamos que algo está oliendo mal en la Iglesia desde hace décadas. En los últimos años, en todo caso, la sentina se ha ensanchado. Por eso, y una vez más, mientras no se ataque el origen, las aguas sépticas seguirán supurando.
El Papa Juan Pablo II es “bendecido” por el chamán de una tribu americana (1985). |
Una “sacerdotisa” indígena, realiza sobre el Papa un ritual de purificación (2002). Info |
Un grupo de aztecas realizan una danza religiosa pagana en torno al altar durante la celebración pontificia de la Santa Misa (2002). |
Seamos justos y reconozcamos que algo está oliendo mal en la Iglesia desde hace décadas. En los últimos años, en todo caso, la sentina se ha ensanchado. Por eso, y una vez más, mientras no se ataque el origen, las aguas sépticas seguirán supurando.
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