viernes, 4 de octubre de 2019

UNA IGLESIA AL REVÉS

Entrevista con el R. P. Davide Pagliarani Superior General de la Fraternidad San Pío X


R. P. Superior General, se esperan acontecimientos importantes de aquí a fin de año, como el Sínodo para la Amazonia y la reforma de la Curia romana, que van a tener una repercusión histórica en la vida de la Iglesia. En su opinión, ¿qué lugar ocupan en el pontificado del papa Francisco?


La impresión que muchos católicos tienen actualmente es la de una Iglesia al borde de una nueva catástrofe. Si volvemos la vista atrás, el mismo Concilio Vaticano II sólo fue posible porque era el resultado de una decadencia que había afectado a la Iglesia en los años que precedieron a su inauguración: como si una presa se rompiera bajo la presión de la fuerza que la había estado desgastando durante algún tiempo. Es lo que permite el éxito de las grandes revoluciones, dado que los legisladores solo aprueban y sancionan una situación que ya es un hecho, al menos en parte.

De este modo, la reforma litúrgica fue sólo la culminación de un desarrollo experimental que se remontaba al período entre las dos guerras mundiales, y que ya se había introducido en una gran parte del clero. Más cerca de nosotros, bajo este pontificado, Amoris laetitia ha supuesto la ratificación de una práctica que, lamentablemente, ya se había introducido en la Iglesia, especialmente en lo referente a la posibilidad de comulgar para las personas que viven en un estado de pecado público. Parece que hoy la situación ya está madura para otras reformas muy serias.

¿Puede precisar su juicio sobre la exhortación apostólica Amoris laetitia tres años después de su publicación?

Amoris lætitia representa, en la historia de la Iglesia en los últimos años, lo que Hiroshima o Nagasaki han sido para la historia moderna de Japón: humanamente hablando, el daño es irreparable. Éste ha sido, sin lugar a duda, el acto más revolucionario del papa Francisco y, al propio tiempo, el más discutido, incluso fuera de la Tradición, porque afecta directamente a la moral conyugal; cosa que ha permitido que muchos sacerdotes y fieles se den cuenta de la presencia de errores graves. Este documento catastrófico fue presentado erróneamente como el trabajo de una personalidad excéntrica y provocadora en sus expresiones, –lo que algunos quieren ver en el papa actual. Pero eso no es correcto, y simplificar así el problema resulta inapropiado.

Parece insinuarnos que esta consecuencia era inevitable. ¿Por qué es usted reacio a definir al papa actual como una persona original?

En realidad, Amoris laetitia constituye uno de los resultados que, tarde o temprano, debía producirse como resultado de las premisas establecidas por el Concilio. El cardenal Walter Kasper ya lo había subrayado señalando que a una nueva eclesiología –la del Concilio–corresponde a una nueva concepción de la familia cristiana.

De hecho, el Concilio es principalmente eclesiológico, es decir que propone en sus documentos una nueva concepción de la Iglesia. Sencillamente, la Iglesia fundada por Nuestro Señor ya no equivaldría a la Iglesia católica, sino que se trataría de algo más amplio, que incluiría a las demás confesiones cristianas. Como resultado de esto, las comunidades ortodoxas o protestantes tendrían la «eclesialidad» en virtud del bautismo. Dicho en otras palabras, la gran novedad eclesiológica del Concilio es la posibilidad de pertenecer a la Iglesia fundada por Nuestro Señor en diferentes formas y grados. De ahí la noción moderna de comunión total o parcial, «con geometría variable», se podría decir. La Iglesia se ha vuelto estructuralmente abierta y flexible. La nueva modalidad de pertenencia a la Iglesia, extremadamente elástica y variable, según la cual todos los cristianos están unidos en la misma Iglesia de Cristo, constituye el origen del caos ecuménico.

No pensemos que estas novedades teológicas son abstractas, pues tienen repercusiones en la vida concreta de los fieles. Todos los errores dogmáticos que afectan a la Iglesia, tarde o temprano tienen efectos en la familia cristiana, porque la unión de los esposos cristianos constituye la imagen de la unión entre Cristo y su Iglesia. En una iglesia ecuménica, flexible y pancristiana, existe una noción de la familia en la que los compromisos del matrimonio ya no tienen el mismo valor, y en la que los vínculos entre los esposos, entre un hombre y una mujer, ya no se perciben ni definen de la misma manera, sino que también se vuelven flexibles.


UN PAPA COHERENTE CON LOS PRINCIPIOS DEL CONCILIO VATICANO II

¿Podría darnos más detalles?

Concretamente, del mismo modo que la Iglesia de Cristo «pancristiana» tendría elementos buenos y positivos fuera de la unidad católica, habría igualmente elementos buenos y positivos para los fieles fuera del matrimonio sacramental, por ejemplo, en un matrimonio civil, y también en cualquier otro tipo de unión. Lo mismo que ya no hay distinción entre una Iglesia «verdadera» e iglesias «falsas», dado que las iglesias no católicas son buenas, aunque imperfectas, igualmente todas las uniones se vuelven buenas, porque siempre hay algo bueno en ellas, aunque sólo sea el amor.

Esto significa que en un matrimonio civil «bueno» –especialmente cuando se celebra entre creyentes–, se pueden encontrar ciertos elementos del matrimonio cristiano sacramental. No se trata de equipararlos, pero, sin embargo, la unión civil ya no es mala en sí misma, ¡sino que sencillamente no es tan buena! Hasta ahora se hablaba de obras buenas o malas, y de la vida en gracia o en pecado mortal. Pero ahora todo lo que queda son acciones buenas o no tan buenas, o sea, formas de vida que corresponden totalmente con el ideal cristiano, y otras que solo le corresponden parcialmente... Resumiendo, a una Iglesia ecuménica le corresponde una familia ecuménica, o sea, recompuesta o «que puede recomponerse», según las necesidades y sensibilidades.

Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia enseñaba que las denominaciones cristianas no católicas estaban fuera del seno de la verdadera Iglesia y, por lo tanto, no formaban parte de la Iglesia de Jesucristo. La doctrina de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium (nº 8), abrió un medio para reconocerlos como realizaciones parciales de la Iglesia de Cristo. Las consecuencias de tales errores son incalculables y aún están en pleno desarrollo.

Amoris lætitia es el resultado inevitable de la nueva eclesiología enseñada por Lumen Gentium, y también de la loca apertura al mundo predicada por la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de este tiempo, Gaudium et spes. Y, de hecho, con Amoris laetitia, el matrimonio cristiano se parece cada vez más al matrimonio tal como lo concibe y profana la modernidad.

De este modo, la enseñanza objetivamente desconcertante del papa Francisco no supone una consecuencia extraña, sino que es la consecuencia lógica de los principios establecidos en el Concilio. El papa saca de ella algunas conclusiones últimas... por el momento.

¿Esta nueva doctrina sobre la Iglesia se ha manifestado mediante un concepto teológico particular?

Después del Concilio, la noción de Pueblo de Dios reemplazó a la del Cuerpo Místico de Cristo. Esta nueva noción está omnipresente en el nuevo Código de Derecho Canónico publicado en 1983. Pero en 1985 se hizo un cambio. Parecía que el término «Pueblo de Dios» se volvía engorroso, porque permitía desviaciones hacia la teología de la liberación y el marxismo. Por eso se reemplazó con otra noción, también sacada del Concilio: la eclesiología de la comunión, que permite una pertenencia a la Iglesia extremadamente elástica, con la que todos los cristianos están unidos –aunque más o menos– en la misma Iglesia de Cristo, de modo que el diálogo ecuménico se ha vuelto babélico, como en la reunión de Asís en 1986. De modo parecido al poliedro del que nos habla el papa Francisco: «una figura geométrica que tiene muchas facetas distintas. El poliedro refleja la confluencia de todas las diversidades que, en este caso, conservan su originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, y nada domina nada».

¿Ve Usted esta misma raíz eclesiológica en el origen de las reformas anunciadas en el Instrumentum laboris del próximo sínodo para la Amazonia, o en el proyecto de reforma de la Curia romana?

Todo se reduce, directa o indirectamente, a una noción equivocada de la Iglesia. Una vez más, el papa Francisco sólo saca las conclusiones últimas de las premisas que estableció el Concilio. Concretamente, sus reformas siempre presuponen una Iglesia en escucha, una Iglesia sinodal, una Iglesia atenta a la cultura de los pueblos, a sus expectativas y requisitos, especialmente a las condiciones humanas y naturales, específicas de nuestro tiempo y siempre cambiantes. La fe, la liturgia y el gobierno de la Iglesia deben adaptarse a todo esto y ser su resultado.

La Iglesia sinodal, siempre en escucha, constituye la última evolución de la Iglesia colegial, predicada por el Concilio Vaticano II. Para dar un ejemplo concreto, de acuerdo con el Instrumentum laboris, la Iglesia debe ser capaz de asumir y adoptar elementos como las tradiciones locales del culto de los espíritus y las medicinas tradicionales amazónicas, que recurren a supuestos «exorcismos». Dado que estas tradiciones indígenas están enraizadas en un suelo que tiene una historia, se deduce que este «territorio es una referencia teológica y una fuente particular de la revelación de Dios»; razón por la cual, debemos reconocer la riqueza de esas culturas indígenas, pues «una apertura no sincera hacia el otro, lo mismo que una actitud corporativa, que reserva la salvación sólo a su propia fe, destruyen esta misma fe». Da la impresión de que, en lugar de luchar contra el paganismo, la jerarquía actual pretende asumir e incorporar esos valores. Y los encargados del próximo sínodo se refieren a esos «signos de los tiempos», queridos por Juan XXIII, que hay que escrutar como signos del Espíritu Santo.


LA IGLESIA DE CRISTO NO ES UN FORO NI UNA PLATAFORMA


¿Y, más específicamente, qué nos dice sobre la Curia?

Por su parte, el proyecto de reforma de la Curia predica una Iglesia que se parece mucho más a una empresa humana que a una sociedad divina y jerárquica, depositaria de la Revelación sobrenatural, que goza del carisma infalible de conservar y enseñar a la humanidad la Verdad eterna hasta el fin de los tiempos. Se trata, como dice expresamente el texto del proyecto, de la «actualización (aggiornamento) de la Curia», «sobre la base de la eclesiología del Vaticano II». Por lo tanto, casi no nos sorprende leer bajo la pluma de los cardenales responsables de esta reforma: «La Curia actúa como una especie de plataforma y un foro de comunicación con respecto a las Iglesias y Conferencias particulares de los Obispos que necesitan tales experiencias. La Curia recoge las experiencias de la Iglesia universal y, a partir de ellas, exhorta a las Iglesias y Conferencias particulares de los Obispos... Esta vida de comunión dada a la Iglesia tiene el rostro de la sinodalidad... Pueblo fiel, Colegio episcopal y obispo de Roma se escuchan unos a otros, y todos ellos escuchan al Espíritu Santo... Esta reforma se establece en el espíritu de una «descentralización saludable»... La Iglesia sinodal consiste en que «el Pueblo de Dios camina unido»... Este servicio de la Curia a la misión de los obispos y a la comunión no se basa en una actitud de vigilancia o de control, ni siquiera en la toma de decisiones en cuanto autoridad superior...»

Plataforma, foro, sinodalidad, descentralización... todo eso no hace sino confirmar la raíz eclesiológica de todos los errores modernos. En este magma informe, ya no hay una autoridad superior. Es la disolución de la Iglesia tal como la estableció Nuestro Señor, que, al fundar su Iglesia, no abrió un foro de comunicación, ni una plataforma para intercambios, sino que le confió a Pedro y a sus Apóstoles la tarea de pastorear su rebaño, y de ser pilares de verdad y santidad para conducir las almas al Cielo.

¿Cómo caracterizar este error eclesiológico en relación con la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesucristo?

La pregunta es muy amplia, pero Monseñor Lefebvre nos da una respuesta, diciendo que la estructura de la nueva misa correspondía a una Iglesia democrática, y ya no jerárquica ni monárquica. La iglesia sinodal tal como la sueña Francisco es realmente de tipo democrático. Él mismo dio la imagen que tenía de ella: la de una pirámide invertida. ¿Se podía acaso manifestar más claramente lo que quiere significar con sinodalidad? Es una iglesia al revés. Pero insistamos, él sólo desarrolla los principios que ya estaban presentes en el Concilio.

¿No parece que Usted está forzando la realidad actual, pretendiendo reducirlo todo a los principios del Concilio Vaticano II, que se celebró hace más de cincuenta años?

Uno de los colaboradores más cercanos de Francisco es el que nos da la respuesta. Se trata del cardenal Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del C6. Veamos lo que nos dice: «Después del Concilio Vaticano II, los métodos y el contenido de la evangelización y la educación cristiana están cambiando. La liturgia cambia. (...) La perspectiva misionera cambia: el misionero debe establecer un diálogo evangelizador (...). La acción social está cambiando, no es sólo la caridad y el desarrollo de los servicios, sino también la lucha por la justicia, los derechos humanos y la liberación... Todo cambia en la Iglesia según el modelo pastoral renovado». Y agrega, para mostrar en qué espíritu se realizan estas transformaciones: «El Papa quiere llevar la renovación de la Iglesia a un punto en el que se vuelva irreversible. El viento que impulsa las velas de la Iglesia hacia la alta mar de su profunda y total renovación es la misericordia».

Sin embargo, no se puede negar que muchas voces se han alzado contra estas reformas y es razonable suponer que esto continuará en los próximos meses. ¿Cómo juzga Usted tales reacciones?

No podemos sino alegrarnos por tales reacciones, y por una toma de conciencia progresiva por parte de muchos fieles y algunos prelados de que la Iglesia se encamina a una nueva catástrofe. Estas reacciones tienen la ventaja y el mérito de demostrar que la voz que propaga estos errores no puede ser la de Cristo, ni la del Magisterio de la Iglesia. Esto es extremadamente importante y, a pesar del contexto trágico, alentador. La Fraternidad tiene el deber de estar muy atenta a estas reacciones y, al mismo tiempo, tratar de evitar que se extravíen y no lleguen a nada.


EL PLURALISMO CONCILIAR CONVIERTE A TODA OPOSICIÓN EN ESTRUCTURALMENTE INEFICAZ

¿Qué quiere decir con eso?

En primer lugar, debe tenerse en cuenta que estas reacciones se enfrentan sistemáticamente con un «muro de goma», y hay que atreverse a preguntarse por qué. Para dar un ejemplo, cuatro cardenales habían expresado sus dubia sobre Amoris laetitia. Muchos habían notado esta acción y la habían aclamado como el comienzo de una reacción que produciría resultados duraderos. Pero, en realidad, el silencio del Vaticano dejó esta crítica sin respuesta. Mientras tanto, dos de estos cardenales han fallecido, y el papa Francisco ha pasado a otros proyectos de reforma, de los que acabamos de hablar, de modo que la atención se ha desplazado a nuevos temas, dejando, por la fuerza de las circunstancias, la batalla sobre Amoris lætitia en el aire, olvidada, y el contenido de esta exhortación parece que de facto se da por sentado.

Para entender este silencio del papa, no debemos olvidar que la Iglesia que viene del Concilio es pluralista. Es una Iglesia que ya no se basa en una Verdad eterna y revelada, enseñada desde arriba, por la autoridad. Tenemos ante nosotros una Iglesia que está a la escucha y, por lo tanto, necesariamente escucha voces que pueden diferir entre sí. Dando una comparación, en un régimen democrático, por ejemplo, siempre hay un lugar, al menos aparente, para las oposiciones, que, de alguna manera, forman parte del sistema porque muestran que se puede discutir y tener una opinión diferente, y que hay espacio para todos. Esto, por supuesto, puede fomentar el diálogo democrático, pero no la restauración de una Verdad absoluta y universal, y una ley moral eterna. De esta manera, el error puede enseñarse libremente, junto con una oposición real pero estructuralmente ineficaz e incapaz de poner las verdades en su lugar. Por lo tanto, hay que salir del sistema pluralista en sí mismo; y este sistema tiene una causa: el Concilio Vaticano II.

En su opinión, ¿qué deberían hacer los prelados o fieles preocupados por el futuro de la Iglesia?

En primer lugar, deberían tener la lucidez y el valor de reconocer que existe una continuidad entre las enseñanzas del Concilio, de los Papas de la era postconciliar y el pontificado actual. Citar el magisterio de «San» Juan Pablo II, por ejemplo, para oponerse a las novedades del papa Francisco, es un pésimo remedio, condenado desde el principio al fracaso. Un buen médico no puede quedar satisfecho con unos pocos puntos para cerrar una herida, sin extraer primero la infección que se encuentra en la herida. Lejos de nosotros despreciar estos esfuerzos, pero al mismo tiempo es una cuestión de caridad indicar dónde radica la raíz de los problemas.

Para dar un ejemplo concreto de esta contradicción, basta mencionar un nombre entre todos, el del cardenal Müller. Es sin duda el más virulento hoy contra Amoris laetitia, el Instrumentum laboris y el proyecto de reforma de la Curia. Utiliza expresiones muy fuertes, incluso llega a hablar de «ruptura con la Tradición». Y, sin embargo, este cardenal que ahora encuentra la fuerza para denunciar públicamente estos errores es el mismo que quería imponer a la Fraternidad San Pío X –en continuidad con sus predecesores y sucesores en la Congregación para la Doctrina de la Fe– la aceptación de todo el Concilio y del magisterio posconciliar. Independientemente de la Fraternidad y sus posturas, esta crítica, que ataca sólo los síntomas sin remontarse a su causa, representa un ilogismo de los más dañinos y desconcertantes.


LA CARIDAD DE QUERER «TRANSMITIR LO QUE HEMOS RECIBIDO»

A menudo se objeta que la Fraternidad sólo sabe criticar, pero ¿qué propone positivamente?

La Fraternidad no critica sistemáticamente ni a priori. Ella no es una «gruñidora» profesional. Tiene una libertad de tono que le permite hablar abiertamente, sin temor a perder los beneficios de los que goza... Esta libertad es indispensable en las circunstancias actuales.

La Fraternidad tiene sobre todo el amor de la Iglesia y de las almas. La crisis actual no es sólo doctrinal: se cierran los seminarios, se vacían las iglesias y la práctica sacramental cae vertiginosamente. No podemos ser espectadores, con los brazos cruzados, y decirnos: «todo esto prueba que la Tradición tiene razón». La Tradición tiene el deber de ayudar a las almas, con los medios que le brinda la divina Providencia. No nos mueve a ello un espíritu orgulloso, sino que nos sentimos impulsados por la caridad de querer «transmitir lo que hemos recibido» (1 Cor. 15, 3). Esto es lo que intentamos hacer humildemente a través de nuestro trabajo apostólico diario. Pero este trabajo es inseparable de la denuncia de los males que sufre la Iglesia, para proteger al rebaño abandonado y dispersado por los malos pastores.

¿Qué espera la Fraternidad de los prelados y fieles que comienzan a ver con claridad, con el fin de dar una continuidad positiva y efectiva de sus posturas?

Hemos de tener el valor de reconocer que incluso una buena postura doctrinal no basta si no va acompañada de una vida pastoral, espiritual y litúrgica coherente con los principios que queremos defender, porque el Concilio inauguró una nueva forma de concebir la vida cristiana, coherente con una nueva doctrina.

Si la doctrina se reafirma con todos sus derechos, debemos pasar a una vida católica real y conformarnos con lo que profesamos. De lo contrario, tal o cual declaración sólo será un acontecimiento mediático, limitado a unos pocos meses o incluso semanas... Concretamente, hay que volver a la Misa Tridentina y todo lo que eso significa; hay que volver a la misa católica y sacar todas las consecuencias; hay que volver a la Misa no ecuménica, a la Misa de siempre y dejar que esta Misa regenere la vida de los fieles, de las comunidades y de los seminarios, y, sobre todo, dejar que transforme a los sacerdotes. No se trata de restaurar la Misa Tridentina porque es la mejor opción teórica; sino que se trata de restaurarla, de vivirla y defenderla hasta el martirio, porque sólo la Cruz de Nuestro Señor puede sacar a la Iglesia de la catastrófica situación en la que se encuentra.



Portæ inferi non prævalebunt adversus eam!

¡Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!


Padre Davide Pagliarani, Superior General

Menzingen, 12 de septiembre de 2019, fiesta del Santo Nombre de María


FSSPX

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