En 1968, Jane Porter, una católica británica, se encontraba viviendo en Brasil, en el marco de un programa de intercambio estudiantil. Tras caer enferma, fue víctima de un falso ritual “de sanación” llevado a cabo por una religión pagana indígena revestida de catolicismo. Los efectos, dice, la llevaron a “un sufrimiento mayor”, que duró décadas.
En esta entrevista, Porter cuenta su traumática experiencia y expresa su preocupación ante el hecho de que los documentos de trabajo del Sínodo de la Amazonia – y por tanto el propio sínodo – aboguen por la introducción en el catolicismo de prácticas como las que ella experimentó en Brasil.
“El sínodo debería estar buscando el modo de evangelizar esos pueblos con el poder salvífico de Cristo”, señala Porter, en lugar de, como dicen los documentos de trabajo, observar a los pueblos aborígenes como si “ya hubiesen tenido una revelación divina” y su espiritualidad fuese “una fuente de riquezas para la experiencia cristiana” que debiese ser “parte del catecismo” (123).
¿Qué experiencia tuviste en Brasil que te haga estar preocupada por el sínodo que está teniendo lugar?
En el verano de 1968 fui a Brasil en calidad de estudiante británica de la Universidad de Essex para llevar a cabo mi tesis de grado en Estudios Comparativos entre Latinoamérica y Brasil, de cultura portuguesa.
Como católica practicante en una de las primeras universidades seculares americanas que se asentaron en Reino Unido, me encontré con unas enseñanzas que, respecto a los aspectos religiosos e histórico-políticos de América Latina, eran realmente pobres. Tenía, por tanto, una escasa comprensión de la verdadera naturaleza de su cultura, entendida desde un punto de vista teológico, como si esta proviniese únicamente de una evolución de la colonización occidental de los siglos XVI y XVII.
Mi fe, bastante tradicional, me la enseñaron mis padres desde que nací. En la Universidad de Essex, aprendí acerca de la nueva teología, la teología de la liberación, que se estaba introduciendo en la Iglesia latinoamericana y en el trabajo social que llevaban a cabo los “curas obreros” en los barrios marginales de las crecientes ciudades, particularmente en Río de Janeiro. Y mientras estaba en Brasil, decidí investigar el tema como base de mi trabajo final.
¿Qué sucedió luego?
Viajé hasta Brasil pasando por América del Norte, dejando Florida con un avión latinoamericano hasta Lima, en Perú, desde donde tenía planeado viajar hasta Río de Janeiro atravesando el Amazonas. Desafortunadamente, en el avión contraje un enterovirus, proveniente del agua, y fui hospitalizada en Lima, con goteros llenos de fuertes medicamentos durante varias semanas, lo que me produjo una infección cutánea conocida como gran urticaria, que causa la inflamación de la piel, con grietas y supuraciones. Lo peor fue la desfiguración del rostro, que duró hasta que, al fin, se cayeron las costras.
Una vez estuve suficientemente repuesta para seguir viajando, volé directamente hasta Río de Janeiro. Allí, la embajada británica me había preparado un lugar en el que quedarme junto a otras dos chicas, hermanas y profesoras, en el distrito de Ipanema. Eran católicas, sencillas y muy acogedoras. Después supe que formaban parte de una nueva clase media, originada a partir de los indígenas más pobres (caboclo), gente de los suburbios, las favelas. De hecho, allí seguían residiendo sus familias.
Durante algunas semanas, yo me dediqué a mi tesis, visitando la Universidad Católica de Río y los suburbios de la ciudad. Luego visitaría también al arzobispo de Brasilia, hasta donde llegué en avión, acompañada de militares, puesto que era una parte de la ciudad en construcción.
Algún tiempo después, sufrí un fuerte ataque de gran urticaria, por lo que tuve que permanecer en mi habitación, pues debía tomar fuertes medicamentos y permanecer en un lugar oscuro y fresco. Las chicas, que me cuidaron en aquellos momentos, fueron muy amables, pero mi condición empeoró, por lo que mi cara se desfiguró completamente, llenándose de pústulas a causa de una reacción alérgica.
¿Qué hiciste?
Una tarde estaba sola en el piso y le abrí la puerta a una señora mayor, que pensaba que era familiar de las hermanas (su madre). Algunas horas después, escuché gritos en la puerta de al lado de mi habitación y, al principio, pensé que sería alguna riña familiar.
Como aquello duraba hasta la noche, abrí la puerta y encontré a la hermana menor. Me dijo que no me asustase, pues la familia se había reunido para orar por una sanación – mi sanación. Me animó a entrar en la habitación donde estaba la familia reunida. Allí vi que sobre la estantería había una vela encendida, un vaso de agua (símbolo de salud) y dos imágenes de santos, san Cosme y san Damián, ambos metidos en bolsas (“para que los espíritus permanezcan dentro”, me dijeron).
Había una persona en el centro, que llevaba unas ropas anchas y se tiraba del pelo mientras gritaba o cantaba. Era una mujer, aunque era corpulenta, masculina, poderosa. Me empujaron hacia ella y me impuso las manos sobre mi cara y mi cuerpo al tiempo que iba cantando una oración. En aquel momento cayó al suelo.
Todo el mundo fue abandonando la habitación y vi como un joven de la familia recogió a la mujer, la peinó y le limpió la cara. Entonces fue cuando reconocí a la madre de las chicas. Se quedó a comer. Como sólo hablaba en su dialecto indígena, caboclo, no pude conversar con ella, aunque nos sonreíamos mutuamente. En un momento, a mitad de la comida, la hermana menor se me quedó mirando fijamente.
Pensé que, tal vez, alguna de mis pústulas estaba supurando, por lo que me excusé y fui al baño. Para mi sorpresa, las pústulas de mi cara habían desaparecido y mi rostro y piel habían vuelto a su estado habitual. Me di cuenta de que había sido “sanada”. La madre se fue y yo continué mi estancia en Rio de forma normal, viajando por todo el país hasta que marché hacia Reino Unido, dispuesta a comenzar el nuevo semestre, ya en septiembre.
¿Cuándo volvió la enfermedad?
Jamás pude terminar ni la tesis ni el grado, puesto que caí gravemente enferma a los seis meses de volver a casa. Estuve en un agresivo tratamiento con esteroides y medicamentos para la urticaria, supervisado por el Hospital St. George, en Londres. Mientras, vivía en casa de mis padres hasta que estuve lo suficientemente recuperada para poder hacer un curso de secretariado políglota y poder así comenzar una vida tranquila trabajando en Cambridge, Bruselas y Norwich. A los 30 años, comencé una segunda carrera, en Londres, sobre conservación arqueológica, pudiendo trabajar como conservadora de escultura en un museo de Escocia hasta mi jubilación anticipada, en 1997, por causa de una enfermedad autoinmune.
En retrospectiva, creo que mi enfermedad se agravó por la falsa “sanación” que tuve en Brasil, que más tarde supe que era conocida como “umbanda”, un tipo de magia “blanca”, parte de la religión ocultista conocida como Macumba. Esto último pude presenciarlo en Brasil, cuando fui con unos amigos a un evento que promocionaba una escuela de samba. No me di cuenta hasta muy tarde de que aquel bello y rítmico espectáculo se convertiría en un ritual de odio y venganza, Macumba, en el cual se lleva a cabo la práctica de matar pollos para extraer su sangre con el fin de atraer a los “espíritus naturales”, que entrarían o inspirarían a alguna persona, con el fin de herir o matar a alguien antes del fin de la noche. Las conocidas poesías y canciones que acompañan a la samba pueden ser muy oscuras, animando a rehuir la luz para entrar en lugares oscuros que inducen al suicidio. Al contrario que en nuestra cultura, en Brasil aprendí que la vida es muy barata y recuerdo en aquel tiempo ver cadáveres envueltos en papeles y tirados en las cunetas, cosa que a todo el mundo parecía darle igual.
¿Sentiste algo más, aparte del sufrimiento físico?
Las secuelas espirituales de la “sanación” me supusieron un sufrimiento mucho mayor. Durante los diez años posteriores experimenté constantes ataques y visitas de entes malignos; la más notable fue en mi estudio, cerca de Avenue Louise, en Bruselas. Aquella noche me levanté por el sonido de una ventana rota, tal vez en la cocina o en el baño. Pensé que sería un ladrón, pero no había nadie, salvo una presencia hostil. Pensé que sería un espíritu infeliz que habitó la casa anteriormente, por lo que me levanté y recé, agarrada a mi rosario, cerca de dos horas. Esto sucedió cada noche durante una semana, hasta que la última noche el sonido fue mayor de lo habitual. Me di cuenta de que no podía moverme, hablar o siquiera abrir los ojos, aunque sentía una abrumadora presencia del mal alrededor de mi cama, e incluso encima. Sentía que me estaban estrangulando. En mi mente, escuché las palabras: “Soy más fuerte que tú y no puedes hacer nada”.
Estaba aterrorizada y pensé en el Signo de la Cruz y, en aquel momento, creí ver la figura de una mujer, que estaba a los pies de mi cama, que pensé que sería mi madre. En aquel momento, la presencia maligna desapareció. Ahora creo que aquella mujer pudo ser nuestra madre bendita, la Virgen María.
¿Cómo se manifestó la enfermedad los últimos años?
Volví a Inglaterra poco después de aquello. Trabajaba como asistente personal del director del Servicio de Museos de Norfok, en Norwich. A pesar de que la presencia era entonces menos hostil, algunas visitas ocasionales me despertaron a lo largo de los cinco años siguientes. La presencia era mucho más notable en una habitación concreta, y pude identificar cuál era. Aunque tenía problemas, no estaba lo suficientemente asustada como para dejar la oración, por lo que continué con mi vida de oración lo mejor que pude, aunque, claramente, mi fe se había debilitado mucho y tenía una gran falta de confianza.
Cuando comencé mi segunda carrera y estaba ya viviendo en Londres, las visitas de la presencia maligna cesaron y jamás mencioné mi falsa “sanación” ni los subsiguientes acontecimientos en la confesión, puesto que pensé que nadie me creería. La única persona a la que se lo conté fue a una amiga anglicana, de Oxford, que había sido mi tutora en la asignatura de conservación de pintura medieval: amaba a nuestra Señora.
Una vez comencé mi vida como comisaria de exposiciones en Glasgow, me aferraba a mi fe, sabiendo que Jesús estaba en la Eucaristía. En aquella época, mi madre tuvo una conversión muy fuerte en Medjugorje, y yo también me decidí a ir. Así restablecí mi vida de oración y volví a rezar el rosario a la Virgen, con el apoyo de un grupo de oración de Glasgow.
Ya retirada a causa de mi enfermedad, mi amiga anglicana me contó que un sacerdote católico, con mucha experiencia en la oración de liberación y con gran devoción por nuestra Señora, se mudaba a Escocia. En su iglesia realizaba poderosas oraciones de intercesión por mí y, con la ayuda de otro sacerdote, oraban por mi liberación. También recibí consejos de un sacerdote muy mariano, que me hizo las veces de director espiritual. En ambos casos, todo se dispuso para que yo fuese sanada por Dios.
Tras una cirugía a causa de un cáncer de pecho en 2010, decidí dejar Glasgow y volver cerca de mi familia, por lo que volví a Walsingham, donde solía pasar mis vacaciones en la granja familiar. Vivir junto al santuario de Nuestra Señora de Walsingham me permitió vivir bajo su manto y tener más tiempo para la oración. Sin embargo, fue un tiempo de prueba y aprendizaje.
De forma inesperada, fui guiada por la Virgen hasta Francia, a los actos del 300 aniversario de San Luis María Grignion de Montfort, donde conocí a un obispo que había realizado sus estudios en un seminario brasileño a finales de los ochenta. Para mi sorpresa, conocía bien las prácticas sincréticas que se daban en Brasil, que mezclaban la fe católica con las religiones paganas de los indígenas americanos y africanos.
También entendía cuán relacionados estaban mis síntomas físicos y espirituales con el ritual de “sanación” que llevó a cabo la médium umbanda. Bajo secreto de confesión, en la Iglesia de Nuestra Señora, me dio la absolución y me impartió su bendición. Desde aquel momento supe que estaba libre de cualquier vínculo con el mal. Sentí que sería algo similar a aquella mujer que tocó la túnica de Cristo y sanó: “Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. […] Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad»” (Mc 5, 25-35).
Me llevó hasta la Pascua siguiente darme cuenta de todo lo que implicaba la liberación que había recibido y crecer hasta donde Él quería, tras 48 años de luchas, oscuridades y enfermedad. Una renovación completa de mi espíritu. El obispo me aseguró que estaba libre y que, desde ese momento, Dios me usaría para hacer su voluntad, por lo que estoy muy agradecida.
En vísperas del Sínodo Pan-Amazónico, escribí este testimonio público para dar gracias a Dios y nuestra Madre por mi total sanación, y también para advertir a aquellos que pudiesen considerar incluir estas prácticas sincréticas en su vida, pues se arriesgan a abrir sus cuerpos a enfermedades y sus almas a maldades que duran toda una vida y que entrañan la muerte espiritual.
¿Cuáles son los aspectos del sínodo que te preocupan, dada tu experiencia hasta llegar a la plenitud de la Iglesia?
El Instrumentum laboris indica claramente su disposición a introducir, en las prácticas de la fe católica, aspectos de la cultura cosmológica de las tribus amazónicas, cuya religiosidad es pagana y abiertamente ocultista. “Armonizando las relaciones entre la naturaleza, los hombres, el ser supremo y las diversas fuerzas espirituales (12-13)… las creencias y derechos de los antiguos sanadores (88-89)… en diálogo con los espíritus (75)… de acuerdo con la divinidad, nombrada de diversas formas (87)… para vivir en armonía con la Madre Tierra (85)”. Todas estas expresiones describen las características de una religión sincrética, la religión de la sanación umbanda, de la cual recibí una falsa y milagrosa “sanación” que me dejó, sin embargo, una enfermedad física, ataques de fuerzas espirituales malignas y oscuridad espiritual durante 48 años.
Este es el origen de las prácticas paganas de la Nueva Era (New Age) que se han desarrollado en el Occidente, incluyendo el Reino Unido; prácticas que, mediante la música, el canto, los tambores y las danzas rítmicas atraen a los espíritus, todo ello con Gaia, la Madre Tierra, como símbolo principal. El “ser supremo” mencionado en el documento, me sugiere algo oculto. El enemigo de Dios, junto a sus legiones de “fuerzas espirituales”.
Mi experiencia debería alertar a cualquiera que quisiese involucrarse.
La insistencia del documento en que los ministros católicos se adapten a las ancestrales tradiciones de los pueblos aborígenes permitiría que los “antiguos sanadores”, entre los que se incluyen mujeres, se sintiesen libres para llevar a cabo rituales chamánicos y ceremonias indígenas, integrando también sus ritos, símbolos y modos de celebración en los rituales litúrgicos y sacramentales de la Iglesia, sin ningún tipo de control. Sin “censura, dogmatismo ni disciplina ritual”. Esto supondría un riesgo real de que prácticas como las que yo viví, una mujer poseída por un espíritu que es capaz de obrar un cambio físico en menos de dos horas, fuesen normales.
Me preocuparía si la Iglesia Católica no mantuviese el control de su liturgia y no protegiese su Sagrada Tradición, puesto que la poderosa, oscura y abrumadora presencia e influencia de un “ser supremo” se cerniría sobre la Iglesia y sobre los corazones de los hombres – y, aún peor, podría animarles a ser sacrílegos contra la Eucaristía o llevar a cabo asesinatos en el contexto de rituales paganos como el de macumba, en el cual son poseídos por un espíritu de odio y muerte. Este ser es peligroso y, desde mi experiencia, uno sólo sabe que ha sido poseído cuando ya es demasiado tarde.
Aunque muchos sacerdotes han escuchado mi historia, solo unos pocos han entendido plenamente la naturaleza y peligros de mi experiencia, y los efectos de la práctica del ocultismo.
A este respecto, me preocupa que haya sacerdotes participando en el sínodo que no estén advertidos de los peligros de estas prácticas, aunque apoyen sinceramente a la Iglesia. Sin embargo, podrían aceptar, bajo las premisas del amor y la benevolencia, y con la idea de incluir a los indígenas, la idea de acomodar la doctrina a sus prácticas, pero deben saber que son una antítesis de la verdad, no sirven para la evangelización ni tampoco podrían enriquecer la vida de la Iglesia.
La aculturación supone tomar todo aquello que es bueno de una cultura para enriquecer a la Iglesia. ¿Crees que algunas de las prácticas y tradiciones de las culturas indígenas del Amazonas podrían ser reconvertidas y transformadas en una fuerza para hacer el bien?
Mi única experiencia con las culturas indígenas y amazónicas proviene de mi vivencia de los rituales umbanda y macumba, como he contado arriba. Soy, sin embargo, muy consciente del mal, activo, que emana de estas prácticas, mal que algunas tienen por origen.
A pesar de esto, mi experiencia con los brasileños que conocí, tanto indígenas como mestizos, fue muy acogedora, son gente con fuertes vínculos familiares, siempre dispuestos a ayudar a cualquiera que esté enfermo o en problemas. Esta disposición fue la que me “sanó” mediante el ritual umbanda, que es una mezcla sincrética de elementos cristianos y paganos, nada peligroso… Creían firmemente en el poder sanador de los espíritus, y en que su oración con la médium caboclo era lo suficientemente fuerte como para sanarme, cosa que esperaban y que, de hecho, vieron. Esta gente estaba sinceramente convencida del poder del dios/espíritu al que rezaban. Creo que ignoraban los efectos adversos de aquella sanación y el mal que sufrí como consecuencia. Ellos pensaban que había sido sanada instantáneamente gracias a sus oraciones.
En mi opinión, creo que esta gente es noble, y sería completamente leal a aquello en lo que creyese, puesto que son completamente serios en lo que a sus creencias y tradiciones se refiere. Sus creencias están profundamente arraigadas, basadas en tradiciones de generaciones, incluyendo una veneración reverencial por los ancestros. Considero que les resultaría difícil adaptarse o dejar estas prácticas, especialmente aquellas que tienen que ver con María, la madre de Dios, que es venerada como una diosa, denominada Ifagenu, y que es la diosa del mar, así como aquellas tradiciones que incluyen a los santos, que se vinculan con espíritus que, probablemente, no provengan de Dios.
El término “aculturación” en el documento de trabajo parece sugerir la incorporación de prácticas indígenas en la Iglesia Católica, más que iluminarles y aportarles una nueva visión sobre la salvación que les aporta la fe católica. Es engañoso y peligroso. En su lugar, lo que necesitan sus corazones es, en primer lugar, la evangelización y, otorgándoles nuevos modos de pensar, ofrecerles cambiar sus prácticas por la práctica de la Iglesia, basada en el poder sanador de Cristo, su Eucaristía, su Evangelio y la oración.
El Sínodo de la Amazonia es una gran oportunidad para la misión y la evangelización de estos pueblos en el poder salvífico de Cristo. Creo, sin embargo, que los redactores del documento confunden el término “aculturación” con “sincretización”, lo que podría generar grandes daños en la Iglesia y fallaría en su misión de evangelizar a estos pueblos en la verdadera fe cristiana.
¿Qué opinas sobre lo que señalan el cardenal Raymond Burke y el obispo Athanasius Schneider, que consideran que el documento de trabajo contiene graves errores teológicos y herejías?
El cardenal y el obispo han señalado seis problemas del documento de trabajo del sínodo. Problemas que, claramente, apoyan mi experiencia con los ritos sincréticos de sanación de Brasil. Mi testimonio demuestra que las creencias de estos pueblos, entrelazados con la naturaleza, no admiten la realidad de un único y verdadero creador, sino que consideran que la naturaleza y el universo son los creadores. El panteísmo está implícito.
Junto a ellos, me posiciono en contra de la afirmación que realiza el documento de que “los pueblos aborígenes ya han recibido una revelación divina y su espiritualidad indígena debería ser una fuente de riquezas para la experiencia cristiana que conforme un catecismo que asuma la lengua y el sentido de las culturas indígenas y afroamericanas” (123). Según lo que yo viví, el dios de los indígenas y afroamericanos es el dios de las prácticas religiosas sincréticas – un dios que es muchos dioses y que reviste muchos modos de fe, constituido sobre la base de espíritus oscuros y un mundo ancestral basado en la muerte. No seguiría jamás un catecismo que aceptase esto, sino que, en su lugar, reafirmaría mi creencia de que hay “un único Salvador, Cristo Jesús, y la Iglesia es su único cuerpo místico y esposa”, como dijeron el obispo y el cardenal.
Con ellos, rechazo la propuesta de que la Iglesia pueda interactuar con estos pueblos como si fuese un “mero enriquecimiento intercultural”, que considero que ignora los peligros de las prácticas religiosas indígenas. La Iglesia debe ser muy clara en lo que se refiere a las fuerzas ocultas que operan en muchos de estos ritos. Como dije antes, creo que los redactores de los documentos sinodales podrían confundir el término “aculturación” con “sincretización”, mezclando aspectos cristianos con prácticas ocultas que forman parte de la vida de los pueblos brasileños; parece como si no estuviesen al tanto de los peligros que supone incorporar tales prácticas a la Iglesia.
También opino que el documento relativiza la antropología cristiana, reduciendo el hombre a un mero eslabón de la cadena natural, lo que oscurece y falsifica su responsabilidad divinamente otorgada como guardián de la creación, de acuerdo con el plan de Dios, que le permitiría crecer para poder desarrollarse a imagen y semejanza del propio Dios. Tras haber recuperado mi libertad para poder llevar a cabo la voluntad de Dios, jamás admitiría otra fe que niegue esta libertad del hombre.
Como señalábamos antes, también me opongo a que los sacerdotes católicos se adapten a las tradiciones ancestrales de los pueblos aborígenes “sin ningún control estructural”, y creo que este movimiento supondría la naturaleza profunda del sacerdocio, que representa a Cristo como Sumo y Eterno Sacerdote, con un sacerdocio puro y célibe que se transmite, con la bendición de Pedro, de forma sacramental, a lo largo de los siglos. Me opongo totalmente a la inclusión de los ritos chamánicos y a que la mujer tome parte de la obra sacerdotal. En su lugar, animaría a que las mujeres apoyasen las labores sacerdotales al estilo de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia.
Estoy en contra de toda suerte de tribalismo y colectivismo, que prive al individuo de su personalidad y su libertad, otorgadas por Dios. Tras toda una vida subyugada a los efectos espirituales de una falsa sanación llevaba a cabo por indígenas, mi reciente liberación y mi verdadera sanación por obra de Cristo e intercesión de la Virgen, me permiten ver que estos rituales paganos no pueden aportar nada a mi vida espiritual y mi relación con Dios, sino que, en su lugar, redujeron mi autoestima y mi confianza. Haberme dado cuenta de esto hace que esté particularmente preocupada por los cambios que la Iglesia pueda introducir, pues podrían reducir la fe de los fieles o, incluso, destruirla.
Me gustaría cerrar este testimonio con la siguiente reflexión. Antes de comenzar a escribir este testimonio, pude asistir a dos misas ciertamente importantes; la primera, fue una misa con las reliquias de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, el 18 de septiembre, en la Catedral de Glasgow; la segunda fue la fiesta de san Francisco en el templo de Nuestra Señora de Walsingham. En ambas ocasiones, el prefacio para vírgenes y religiosos que se recitó contenía las siguientes palabras que considero clave para comprender la discusión que está teniendo lugar en el sínodo. Se lee:
“Porque celebramos tu providencia admirable en los santos que se entregaron a Cristo por el reino de los cielos. Por ella llamas de nuevo a la humanidad a la santidad primera que de ti había recibido y la conduces a gustar los dones que espera recibir en el cielo”.
Publicado por Edward Pentin en NCR.
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