Su vehemente y sobreactuado discurso ante los líderes mundiales congregados esta semana en la ONU le ha generado una legión de detractores
Por Rosalía Sánchez
Por Rosalía Sánchez
Había sufrido una depresión que la llevó a recluirse en el domicilio familiar, había dejado de hablar y de comer, y le fueron diagnosticadas las enfermedades de síndrome de Asperger, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), y mutismo selectivo, un trastorno de ansiedad que lleva a retraerse hasta rozar el autismo. Sus terapeutas la entrenaron en la resiliencia y la animaron a convertir su enfermedad en su «superpoder», como ella misma ha relatado en varias entrevistas, y decidió aplicar ese superpoder para salvar el planeta.
Comenzó por su casa. Sus padres, deseando apoyarla, la siguieron en su conversión al veganismo y en su deseo de mantener la neutralidad climática familiar, hasta el punto que su madre, la cantante de ópera Malena Ernman, abandonó su carrera por no querer seguir volando en avión para tender sus compromisos profesionales. Su padre, el actor y director Olof Thunberg, hijo a su vez del famoso actor y director Olof Thunberg, justificó el 20 de agosto de 2018 que su hija faltase al colegio para colocarse frente al parlamento sueco, demandando la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera y armada con un cartel pintado a rotulador que decía «Skolstrejk för klimatet» (Huelga escolar por el clima).
«Yo respeto sus principios, tiene la opción de quedarse en casa amargada por lo que está pasando o salir a la calle y luchar por lo que quiere. Y cuenta con nuestro apoyo», dijo Thunberg a los medios suecos.
El segundo viernes que faltó a clase estuvo ya acompañada por otros alumnos y en otoño su movimiento #fridaysforthefuture se convirtió en viral y traspasó las fronteras. Su eslogan reunía dos conceptos magnéticos para adolescentes de toda Europa: «clima», una cuestión sobre la que vienen siendo concienciados incluso en los colegios, y «huelga escolar», por el que los escolares vienen sintiendo interés desde que se inventó la escuela.
En octubre los consejos escolares de centros públicos de Berlín debatían ya si permitir a los alumnos faltar el viernes a clase para poder asistir a las protestas, en noviembre el movimiento había llegado ya a Australia y en diciembre Greta fue invitada por primera vez a una cumbre del clima de la ONU, la que se celebraba en Katowice (Polonia).
«Ustedes dicen que aman a sus hijos por encima de todo, pero les están robando su futuro ante sus propios ojos», dijo durante su intervención en la COP24. A principios de 2019, este discurso junto a otras intervenciones de Greta en manifestaciones y protestas, pasaron a formar parte de un libro titulado «Cambiemos el mundo», que ha sido traducido desde entonces al menos a 14 idiomas, editado en España por Lumen, y un mes después, tomó un tren a Davos, Suiza, durmió en una tienda de campaña y les dijo a las personas más ricas y poderosas del mundo que «los adultos siguen diciendo que debemos darles a los jóvenes esperanza. Pero yo no quiero su esperanza. Quiero que ustedes entren en pánico».
En marzo, casi 1,5 millones de niños en docenas de países abandonaron las aulas para exigir a los políticos el enfriamiento del planeta. Con movimientos organizados en redes en más de 500 ciudades solo en Estados Unidos, el 20 de septiembre los seguidores de Greta habrían, como mínimo, duplicado esa cifra. Calentando esta última manifestación, inmediatamente de su discurso ante la ONU en Nueva York, apareció en mayo en la portada de la revista Time, que la nombró «líder de la próxima generación» y en un documental de Vice de 30 minutos titulado Make the World Greta Again, en contraposición a la consigna trumpista «make America grate again». Greta, además, se embarcó en el Malizia II, un moderno velero propiedad de Pierre Casiraghi, que le permitió cruzar el Atlántico sin emitir un solo gramo de CO2. Su travesía fue seguida por medios del mundo entero, en los que a menudo no apareció, sin embargo, la triste cara oculta de la aventura.
Una vez que Greta pisó tierra en Nueva York, cinco marineros profesionales volaron desde Europa en avión para navegar con el Malizia II de vuelta a Eruopa, y posiblemente deban hacer lo mismo el padre de Greta, la activista y los dos marineros que hicieron con ellos el viaje de ida a vela, Boris Herrmann y Pierre Casiraghi, además de un cineasta que registró en imágenes todo lo ocurrido a bordo. La singladura de vuelta, además, no será de momento posible. Poco después de zarpar, el Malizia II sufrió una «gran colisión» con un objeto no identificado, «quizá un contenedor o igual una ballena», según el servicio especializado en línea «Segelreporter.com». Un experto ha volado desde Europa para estudiar la posible reparación.
Pero a estas alturas Greta es ya un icono global y mascarón de proa de un movimiento que absorberá hasta 2100 ente el 2% y el 4% del PIB mundial. «Nadie quiere criticarla, es solo una niña y es comprensible, pero sus demandas son muy peligrosas y merece la pena parar a pensarlo dos veces», advierte Bjørn Lomborg, profesor y ambientalista danés que asegura que «la gestión del clima no es cosa de niños».
Comenzó por su casa. Sus padres, deseando apoyarla, la siguieron en su conversión al veganismo y en su deseo de mantener la neutralidad climática familiar, hasta el punto que su madre, la cantante de ópera Malena Ernman, abandonó su carrera por no querer seguir volando en avión para tender sus compromisos profesionales. Su padre, el actor y director Olof Thunberg, hijo a su vez del famoso actor y director Olof Thunberg, justificó el 20 de agosto de 2018 que su hija faltase al colegio para colocarse frente al parlamento sueco, demandando la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera y armada con un cartel pintado a rotulador que decía «Skolstrejk för klimatet» (Huelga escolar por el clima).
«Yo respeto sus principios, tiene la opción de quedarse en casa amargada por lo que está pasando o salir a la calle y luchar por lo que quiere. Y cuenta con nuestro apoyo», dijo Thunberg a los medios suecos.
El segundo viernes que faltó a clase estuvo ya acompañada por otros alumnos y en otoño su movimiento #fridaysforthefuture se convirtió en viral y traspasó las fronteras. Su eslogan reunía dos conceptos magnéticos para adolescentes de toda Europa: «clima», una cuestión sobre la que vienen siendo concienciados incluso en los colegios, y «huelga escolar», por el que los escolares vienen sintiendo interés desde que se inventó la escuela.
En octubre los consejos escolares de centros públicos de Berlín debatían ya si permitir a los alumnos faltar el viernes a clase para poder asistir a las protestas, en noviembre el movimiento había llegado ya a Australia y en diciembre Greta fue invitada por primera vez a una cumbre del clima de la ONU, la que se celebraba en Katowice (Polonia).
«Ustedes dicen que aman a sus hijos por encima de todo, pero les están robando su futuro ante sus propios ojos», dijo durante su intervención en la COP24. A principios de 2019, este discurso junto a otras intervenciones de Greta en manifestaciones y protestas, pasaron a formar parte de un libro titulado «Cambiemos el mundo», que ha sido traducido desde entonces al menos a 14 idiomas, editado en España por Lumen, y un mes después, tomó un tren a Davos, Suiza, durmió en una tienda de campaña y les dijo a las personas más ricas y poderosas del mundo que «los adultos siguen diciendo que debemos darles a los jóvenes esperanza. Pero yo no quiero su esperanza. Quiero que ustedes entren en pánico».
En marzo, casi 1,5 millones de niños en docenas de países abandonaron las aulas para exigir a los políticos el enfriamiento del planeta. Con movimientos organizados en redes en más de 500 ciudades solo en Estados Unidos, el 20 de septiembre los seguidores de Greta habrían, como mínimo, duplicado esa cifra. Calentando esta última manifestación, inmediatamente de su discurso ante la ONU en Nueva York, apareció en mayo en la portada de la revista Time, que la nombró «líder de la próxima generación» y en un documental de Vice de 30 minutos titulado Make the World Greta Again, en contraposición a la consigna trumpista «make America grate again». Greta, además, se embarcó en el Malizia II, un moderno velero propiedad de Pierre Casiraghi, que le permitió cruzar el Atlántico sin emitir un solo gramo de CO2. Su travesía fue seguida por medios del mundo entero, en los que a menudo no apareció, sin embargo, la triste cara oculta de la aventura.
Una vez que Greta pisó tierra en Nueva York, cinco marineros profesionales volaron desde Europa en avión para navegar con el Malizia II de vuelta a Eruopa, y posiblemente deban hacer lo mismo el padre de Greta, la activista y los dos marineros que hicieron con ellos el viaje de ida a vela, Boris Herrmann y Pierre Casiraghi, además de un cineasta que registró en imágenes todo lo ocurrido a bordo. La singladura de vuelta, además, no será de momento posible. Poco después de zarpar, el Malizia II sufrió una «gran colisión» con un objeto no identificado, «quizá un contenedor o igual una ballena», según el servicio especializado en línea «Segelreporter.com». Un experto ha volado desde Europa para estudiar la posible reparación.
Pero a estas alturas Greta es ya un icono global y mascarón de proa de un movimiento que absorberá hasta 2100 ente el 2% y el 4% del PIB mundial. «Nadie quiere criticarla, es solo una niña y es comprensible, pero sus demandas son muy peligrosas y merece la pena parar a pensarlo dos veces», advierte Bjørn Lomborg, profesor y ambientalista danés que asegura que «la gestión del clima no es cosa de niños».
ABC (España)
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