miércoles, 2 de octubre de 2019

FÉMINAS

Mons. Tucho Fernández es noticia hoy nuevamente en el diario La Nación, donde escribe una columna que viene ilustrada con un retrato suyo en el que aparece con sus característicos rasgos de rata cruel.

No creo que valga la pena destinar demasiado espacio en el blog y en la cabeza a los discursos de este personaje de alcantarilla que son por demás previsibles. Nadie podía suponer que el regalón del papa Francisco tuviera alguna actitud crítica con respecto al Encuentro Nacional de Mujeres que este año se celebra en su arquidiócesis. Si existía alguna reprimenda o advertencia sería contra los católicos, y así fue.
No es mi función discutir el meollo del comunicado de Tucho, es decir, el pedido o conminación a los católicos de acercarse a defender los templos —como se hace habitualmente—, de las desatadas hordas feministas. Está en su derecho, como obispo, a hacerlo y, por otro lado, creo que tiene parte de razón.

En primer término, me parece que ya perdió todo sentido que numerosos grupos de sufridas mujeres católicas, con un heroísmo admirable, se expongan durante dos o tres días a las agresiones verbales y físicas de las feministas radicales en los talleres, reuniones y demás dependencias del aquelarre. 

En su momento, las católicas representaron una frontera que podía contener, aunque más no fuera momentáneamente, las aguas servidas que ya se han desparramado por todo el país. ¿Qué beneficio obtendrían ahora con su participación? Con suerte modificarían una coma o un punto y coma de la declaración final que, a decir verdad, no tiene la menor relevancia. Nadie está obligado, ni me parece prudente exponerse al vituperio y a las burlas gratuitamente. El martirio no debe ser buscado sino que es ofrecido por Dios. El que lo busca corre el riesgo de sobreestimar su resistencia y sus virtudes.

El otro punto es el de los varones católicos que durante las marchas que realizan las mujeres por la ciudad, se dedican a defender los templos a fin de que no sean arruinados con inscripciones soeces o dañados de algún otro modo. No me parece que sea una actitud reprobable; todo lo contrario, pero es una actitud subsidiaria. La defensa del orden y de los edificios corresponde a la policía. Es una de sus funciones propias y no debería ser reemplazada por “milicias urbanas” sino en caso que se tuviera la certeza que las fuerzas de seguridad no cumplirían con su deber. Y en esto creo que el arzobispo de La Plata tiene razón.

La maldad de la columna de Tucho en La Nación va por otro lado. En primer lugar, su fingida ingenuidad en considerar que el Encuentro Nacional de Mujeres se realiza para discutir con sinceridad las problemáticas de la mujer. Y si no lo suyo no es ingenuidad, es torpeza. 

Resulta clara por la evidencia de dos décadas de acontecimientos similares, que esa reunión no es más que la excusa para amontonar a las feministas más rabiosas e ideologizadas, financiadas por dineros muy oscuros y comandadas por fuerzas más oscuras aún. Es cuestión de ver los videos y declaraciones de años anteriores. 

Tucho, que no es ningún estúpido, quiere anotarse un punto más en su listado de correcciones políticas que le sirva para mostrar la moderación y disposición al diálogo apropiados para avanzar en su carrera episcopal.

Pero esta actitud, que no sería muy diferente de la que tuvieron muchos obispos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, se torna vil, despreciable y digna de un buen sopapo, cuando recurre al canibalismo institucional. 

En efecto, Tucho carga contra la Iglesia para justificar que las mujeres del Encuentro se pongan por momentos, violentas o agresivas

“¿Cuánta culpa no le corresponde a la Iglesia Católica por siglos de machismo y abuso de poder?” dice en su escrito. Y aprovecha para embarrar la cancha recurriendo a remanidos y discutibles ejemplos históricos que no conforman más que a los ignorantes y a los bobos.

El último párrafo de la columna resume el programa episcopal de Tucho: alcanzar una sociedad más inclusiva en el que se respete la igualdad de todos los hombres y su inmenso valor más allá de sus ideas u orientación sexual. Estas líneas arquiepiscopales habrían merecido en otras épocas que su autor fuera depuesto y encarcelado. En las actuales circunstancias, es probable que en algún momento le merezcan la púrpura cardenalicia

Los buenos católicos, dispuestos a defender los templos materiales de las hordas mujeriles, quizás deban pensar que nos están vendiendo gato por liebre. El enemigo más peligroso no está en las manifestaciones verdes; está dentro de la iglesia, encerrado en sus palacios episcopales. Las feministas podrán tirar un par de tarros de pintura sobre las paredes de una catedral; pero un obispo como Tucho destruye la fe de multitudes.

Finalmente, a cualquier lector más o menos atento, le resulta claro que el escrito de Fernández tiene un objetivo claro: desprenderse de cualquier responsabilidad frente a la opinión pública que se le pueda adjudicar debido a la “violencia de los católicos” durante el Encuentro de Mujeres

El deja muy en claro que no sólo no está de acuerdo sino que prohíbe a los católicos establecer una “resistencia cristiana” que, indudablemente, es contraria al diálogo, a la democracia, a la diversidad sexual y todas las otras correcciones políticas que ya conocemos. Él, como Pilatos, se lava las manos desde los balcones del nuevo pretorio -el diario La Nación-, a fin de que vean que no es el responsable por los atentados fascistas.

Alimañas siempre hubo en la Iglesia; pero dejan un rastro más profundo en la historia de la ignominia.


The Wanderer


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