jueves, 10 de noviembre de 2022

EL PAPA NECESITA UNA REFORMA, NO EL PAPADO

Tal y como reza el título del libro de Henri Sire “El Papa Dictador”, podemos decir que el papa Francisco se comporta como un auténtico déspota.

Por José Antonio Ureta


A finales de agosto (2022), Bergoglio organizó un consistorio de cardenales pero, en la práctica, los amordazó dividiéndolos en grupos lingüísticos. Sólo permitió que un ponente de cada grupo interviniera en la sesión plenaria, pero únicamente para resumir la discusión del grupo.

Luego, a principios de septiembre, impuso una nueva constitución a la Orden de Malta, pasando por alto los debates internos sobre las enmiendas a sus estatutos. Al mismo tiempo, destituyó a las autoridades de la Orden y nombró una dirección provisional hasta que se eligiera una nueva con arreglo a su constitución.

Desde un punto de vista estrictamente jurídico, quizá tenga autoridad para hacer ambas cosas. Los cardenales son sus consejeros, así que puede escucharlos o no. En cuanto a la Orden de Malta, a pesar de ser soberana en el orden temporal, es esencialmente una Orden Religiosa, por lo que el papa tiene el poder de intervenir en su estructuración canónica.

Sin embargo, la Iglesia Católica no es un departamento gubernamental que se rige fríamente por decretos. Por el contrario, es una realidad viva cuyas leyes administrativas sirven como esqueleto que sostiene costumbres inmemoriales que vivifican y suavizan su aplicación. Además, ni los cardenales ni los religiosos y laicos de la Orden de Malta son esclavos del papa, sino hermanos e hijos.

Ignorar las antiguas costumbres que rigen las relaciones entre el papa y los cardenales y entre él y las Ordenes Religiosas (o los movimientos católicos, pues la Orden de Malta es una entidad mixta) equivale a gobernar la Iglesia con ese dirigismo con el que los déspotas de la Ilustración acabaron con la monarquía orgánica medieval.

Paradójicamente, este despotismo papal se utiliza para igualar y democratizar la Iglesia. En una entrevista concedida en marzo de 2015 a una televisión mexicana, el papa Francisco declaró: "Creo que ésta [la Curia] es la última corte que queda en Europa. Las demás se han democratizado" (1).

Al nombrar cardenales "de la periferia", el papa Francisco está demoliendo de hecho el Colegio Cardenalicio, una institución eminentemente elitista cuyos miembros han tenido el rango protocolario de "príncipes de la Iglesia" desde Bonifacio VIII (1294-1303). Al intervenir en la Orden de Malta, el papa Francisco pretende acabar con una institución aristocrática heredada de las Cruzadas, “dos aberraciones”, en su opinión, “por las que la Iglesia debe hacer penitencia”.

El papa Francisco quiere “una Iglesia con rostro amazónico”  (2) desacralizada, vulgar y pauperizada según el "buen vivir" de los nativos del Amazonas. A estos últimos se les concederá su propio rito en la Iglesia, incorporando supersticiones paganas ancestrales. Al mismo tiempo, los fieles católicos amantes del rito latino tradicional son perseguidos por su supuesto atraso (indietrismo).


El papa Francisco se siente con derecho a cambiar las enseñanzas de la Iglesia sobre el adulterio, las condiciones para recibir la comunión, la pena de muerte y la guerra justa, al tiempo que se plantea cambiar la anticoncepción artificial y las relaciones homosexuales. Su comportamiento dictatorial ha conmocionado el sensus fidei de millones de católicos y ha suscitado legítimamente la reacción y la resistencia de decenas de prelados y cientos de intelectuales y líderes laicos de todo el mundo. Por mi parte, escribí un artículo sobre el motu proprio Traditionis custodes en el que afirmaba que "Los fieles tienen pleno derecho a defenderse de las agresiones litúrgicas, incluso cuando vienen del papa" (3).

Sin embargo, algunos intelectuales que se han opuesto públicamente a las desviaciones doctrinales y los abusos de autoridad del papa Francisco han planteado la posibilidad de refundar el papado en sí mismo. Atribuyen la tiranía del actual papa y la pasividad de la inmensa mayoría de la jerarquía a un papel inflado del papado a lo largo del siglo XX. En su opinión, este llamado hiperpapalismo es el resultado de un desequilibrio permanente que la proclamación de los dogmas de la supremacía e infalibilidad papales por parte del Concilio Vaticano I introdujo involuntariamente en la vida de la Iglesia (4).

Algunos sostienen que la exageración de la autoridad papal comenzó en la Edad Media con la afirmación del poder papal en el pontificado de San Gregorio VII (1073-1085). Para ellos, el estilo de relación entre el papa y las iglesias locales debería volver a ser como eran las cosas en el primer milenio, antes del cisma de Oriente (1054).

Aunque estos autores aceptan los dogmas del Concilio Vaticano I sobre la supremacía y la infalibilidad papales, dicen que es necesario corregir los abusos en su ejercicio y, en consecuencia, la forma en que los fieles ven el papado. Así, reexaminan las quejas sobre la supuesta excesiva intromisión de los papas en la elección de los obispos y la dirección de las iglesias locales como si las quejas fueran legítimas. Al hacerlo, reciclan falsas creencias expresadas primero por los cismáticos ortodoxos y luego por los partidarios del galicanismo.

Paradójicamente, este erróneo proceder de algunos escritores del campo tradicionalista para reevaluar el ejercicio del papado coincide con propuestas anteriores de destacados progresistas. Baste mencionar la conocida conferencia pronunciada en 1996 en Campion Hall, Oxford, por el reverendo John R. Quinn, el controvertido arzobispo emérito de San Francisco, titulada "Las pretensiones del primado y el costoso llamamiento a la unidad" (5).

Es cierto que las motivaciones de ambas corrientes son muy diferentes. Al proponer cambiar el modo en que el papa ejerce el papado, los progresistas se esfuerzan por hacer realidad el sueño ecuménico del Concilio Vaticano II de unir a todas las iglesias y confesiones cristianas sin que ninguna de ellas se convierta al catolicismo propiamente dicho. Por otra parte, la propuesta de los tradicionalistas pretende proteger la Fe y los ritos tradicionales de la Iglesia de las novedades conciliares que el papa Francisco impone manu militari.

Sin embargo, ambas valoraciones de la actuación del papado son similares, al igual que las propuestas prácticas de rectificación. Ambas corrientes toman como modelo y guía el primer milenio. Reclaman una disminución del papel de la Curia, una devolución de la autoridad a los obispos locales, cambios en la forma de elegir a estos últimos, una Iglesia más descentralizada y una mayor aplicación del principio de subsidiariedad. Tanto los progresistas como los tradicionalistas neogalicanos manifiestan la misma antipatía por el papado como "monarquía plena y perfecta" de la Iglesia (6).

El progresismo es una revolución dentro de la Iglesia. Por lo tanto, no es de extrañar que sus líderes -movidos por sus ideales de "libertad, igualdad, fraternidad"- busquen reducir al máximo las atribuciones del papa o que éste las utilice para transformar la Iglesia en una democracia igualitaria. Lo que resulta extraño, sin embargo, es ver a los escritores tradicionalistas difundiendo opiniones contrarias a los principios contrarrevolucionarios, abogando por una refundación del papado en algo parecido a lo que sugieren los progresistas. Sin quererlo, quizás, caen en el defecto denunciado por Joseph de Maistre -un autor que les disgusta por estar en el origen del ultramontanismo del siglo XIX-. Él advirtió sabiamente que la Contrarrevolución no debía ser una "revolución contraria" sino "lo contrario de la Revolución" (7).


No se puede negar el mérito de los escritores tradicionalistas que denuncian los errores y abusos del papa Francisco. Sin embargo, cometen el mismo error que los promotores de la Vía Sinodal Alemana, que culpan a la estructura y doctrina tradicional de la Iglesia de los abusos sexuales del clero cuando deberían culpar a los clérigos pecadores. La solución a los abusos sexuales del clero, según ellos, pasa por suprimir el celibato sacerdotal y las diferencias jerárquicas entre clérigos y laicos. Asimismo, los tradicionalistas neogalicanistas que abogan por una reinterpretación del papado sostienen que los numerosos abusos del papa Francisco y la pasividad de los obispos y los fieles hacia ellos son el resultado de una autoridad papal hipertrofiada y del "ultramontanismo", fomentado involuntariamente por los dogmas de la supremacía y la infalibilidad papales.

Como es bien sabido, los abusos sexuales del clero no se deben al celibato sacerdotal o a la estructura jerárquica de la Iglesia, sino a la moral disoluta del clero. Esto es especialmente cierto en el caso de aquellos a los que los obispos complacientes permiten matricularse en los seminarios y ordenan sacerdotes imprudentemente a pesar de su orientación homosexual.

Asimismo, las desviaciones doctrinales y los abusos de autoridad del papa Francisco no son fruto de la hipertrofia de la autoridad papal, sino de sus convicciones modernistas y del carácter dictatorial denunciado por Henri Sire en su mencionado libro. La pasividad de los obispos y de los fieles que no están de acuerdo con el papa, pero que no se atreven a resistirse a él, no se debe a una disminución de su papel en la vida de la Iglesia. De hecho, al menos desde el punto de vista doctrinal, su papel aumentó con la constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II, que introdujo dos novedades: la colegialidad episcopal y la noción de la Iglesia como Pueblo de Dios. En la mayoría de los casos, esa pasividad se debe al arribismo, la cobardía, el miedo a ir contra la corriente y la falta de espíritu sobrenatural.

No es necesario cambiar la disciplina de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal o su enseñanza sobre la superioridad del clero sobre los laicos para resolver la crisis de los abusos sexuales. Del mismo modo, para hacer frente a la actual tiranía papal, no es necesario redefinir el papado o sus formas ordinarias de ejercer el ministerio petrino. Lo que se necesita es una profunda conversión del papa, de los obispos y de los fieles. Esa conversión ayudará a que el papa actúe realmente como Vicario de Cristo, no como su todopoderoso sustituto. Por su parte, un pueblo convertido, lleno de fe y de fidelidad a la Tradición, sabrá distinguir entre la voz de un verdadero pastor y la que conduce al rebaño por un precipicio.


Si una autoridad papal hipertrofiada fuera el resultado de una excesiva veneración del papado por parte de los fieles, los ultramontanos y sus sucesores habrían sido los más acérrimos defensores de los errores y abusos pontificios después del Concilio Vaticano I. Al fin y al cabo, fueron los defensores de definir las prerrogativas papales como dogmas de la Fe. Sin embargo, lo que ocurrió fue precisamente lo contrario, como he demostrado anteriormente (8). Desde la época de León XIII hasta el Concilio Vaticano II, los seguidores de la corriente ultramontana se levantaron contra los errores del papa y los abusos del papado. Fueron los católicos liberales -cuyo partido había considerado "inoportunas" esas definiciones dogmáticas- los que trataron de imponer esos errores y abusos a todos los católicos. Con el cardenal Charles Lavigerie, tales católicos liberales afirmaban: "La única regla de salvación y vida en la Iglesia es estar con el papa, con el papa vivo. Sea quien sea".

Plinio Corrêa de Oliveira, el principal contrarrevolucionario del siglo XX entre los laicos, dio un brillante ejemplo de fidelidad ultramontana. En un momento desgarrador y humillante, el líder católico brasileño expresó su veneración por el papado en términos conmovedores. En 1968, las TFP de Brasil, Argentina, Chile y Uruguay recogieron en las calles de las principales ciudades de esos países 2.038.112 firmas en una petición en la que se pedía al papa Pablo VI que actuara contra la infiltración comunista en la Iglesia. Los varios miles de hojas que contenían las firmas (algunas manchadas de sangre al atacar los activistas comunistas a los jóvenes voluntarios de la TFP) se entregaron a la Secretaría de Estado del Vaticano. Sin embargo, la Santa Sede ni siquiera acusó recibo. En cambio, unas semanas después, una delegación de sacerdotes progresistas llevó al Vaticano un documento desafiante, y Pablo VI prometió rápidamente estudiar sus demandas. El fundador brasileño de la TFP utilizó su columna semanal en Folha de S. Paulo para denunciar el indigno comportamiento del papa. Imaginó la correspondencia de Jeroboam Cândido Guerreiro, un lector protestante imaginario:
“¿No se da cuenta, Dr. Plinio, de que las puertas del Vaticano y del corazón del papa están abiertas a todas las corrientes y opiniones, excepto a los postulados ideológicos y a las voces que soplan desde su extremo del espectro?

Francamente, me asombra la facilidad con la que, en sus artículos, finge no ver nada de esto y se manifiesta como un católico ferviente e intransigente, como si el papa de hoy no fuera Montini sino Sarto (Pío X), el cruel martillo de los herejes de principios de siglo.

No escribo esto para mortificarlo, Dr. Plinio, pero hay que decir la verdad: Abra los ojos. El papado modernizado y la Nueva Iglesia le rechazan a usted y a sus cohermanos más que a nadie en el mundo...

Sin embargo, a pesar de que le han cerrado 
la puerta en la cara, se presenta en público como un papista, tan fanático como cuando era un joven miembro de las Sodalidades Marianas gritando el himno: "¡Viva el Papa, que Dios lo proteja, el Pastor de la Santa Iglesia!"...

Tenga el valor de explicar a la opinión pública su posición contradictoria”.
En su artículo, Plinio Corrêa de Oliveira responde a esta carta ficticia con un himno de amor al papado:
“No es con el entusiasmo de mi juventud que me presento hoy ante la Santa Sede. Es con un entusiasmo aún mayor, mucho mayor. Cuanto más vivo, pienso y adquiero experiencia, más entiendo y amo al papa y al papado. Eso sería cierto incluso si me encontrara en las circunstancias que describe el Sr. Jeroboam Guerreiro.

Todavía recuerdo las lecciones de catecismo en las que se explicaba el papado: su institución divina, sus poderes y su misión. Mi joven corazón (tenía entonces unos nueve años) se llenó de admiración, arrebato y entusiasmo. Había encontrado el ideal al que dedicaría toda mi vida. Desde entonces hasta ahora, mi amor por este ideal no ha hecho más que crecer. Y pido a la Virgen que lo aumente en mí hasta mi último aliento. Que el último acto de mi intelecto sea un acto de fe en el papado. Quiero que mi último acto de amor sea un acto de amor al papado. Quiero morir en la paz de los elegidos, bien unido a María, mi Madre, y a través de ella a Jesús, mi Dios, Rey y excelente Redentor.

Mi amor al papado, señor Guerreiro, no es abstracto. Incluye un amor especial por la persona sacrosanta del papa ayer, hoy y mañana. Es un amor de veneración y obediencia.

Insisto: Es un amor de obediencia. Quiero dar a todas las enseñanzas de este papa, y a las de sus predecesores y sucesores, la plena adhesión que la doctrina de la Iglesia me prescribe, teniendo como infalible lo que Ella dice que es infalible, y como falible lo que Ella enseña que es falible. Quiero obedecer las órdenes de este o de cualquier papa en toda la medida que la Iglesia me ordena. Es decir, no anteponiendo nunca mi voluntad ni la de ningún poder terrenal, y negando la obediencia a la orden de un papa sólo cuando implique pecado. En ese caso extremo, como enseñan el apóstol Pablo y todos los teólogos morales católicos, hay que obedecer en cambio la voluntad de Dios.

Eso es lo que enseñaban mis clases de catecismo. Eso es lo que leí en los tratados que estudié. Así es como pienso, siento y soy con todo mi corazón” (9).
El amor de Plinio Corrêa de Oliveira por el papado mostraba su enorme estima por el ceremonial pontificio. En una reunión con los miembros más jóvenes de la TFP brasileña, en enero de 1976, proyectaron la película Vatican City Under Pius XII


En ella se mostraba al Papa Pacelli con la tiara y portado en la sedia gestatoria rodeado de flabelli y de la guardia papal. Tras la proyección, el Dr. Plinio improvisó esta explicación de la pompa pontificia:
“Todas estas escenas se deducen directamente de lo que la teología nos enseña sobre el papado y de las sabias enseñanzas de la Iglesia sobre cómo organizar la vida.

El papado es la institución más elevada de la Tierra. Es más alto que cualquier poder temporal porque lo que concierne al espíritu vale más que lo que concierne a la materia. Lo que se refiere a lo sobrenatural vale más que lo que se refiere a lo natural. Y el papa tiene un poder universal sobre todos los pueblos del mundo, mientras que todas las demás soberanías del mundo son limitadas. No hay un rey o presidente del mundo, pero el papa es el pastor de todo el mundo y tiene jurisdicción sobre las almas en todo el globo. Es el representante del supremo poder sobrenatural -el poder de Dios en la Tierra- y le corresponde ejercer en el más alto grado los poderes trascendentes propios de la Iglesia Católica de enseñar, guiar y santificar. Es el más alto jerarca de toda la Iglesia y, por lo tanto, debe estar rodeado también de las más extraordinarias manifestaciones de respeto que se pueden rendir a un hombre.

De todo esto se desprende que la vida en torno al papa debe organizarse de acuerdo con tres ideas: respeto, amor y fuerza. Respeto: el papa debe ser venerado. Amor: siendo el papa el representante de Cristo en la Tierra, todo el amor de la humanidad por Nuestro Señor Jesucristo debe aplicarse inmediatamente al papa, su representante en la Tierra. Fuerza: el papa es un pastor, y ningún pastor puede ser débil porque debe defender a las ovejas y, por lo tanto, usar la fuerza contra los lobos; el poder de gobernar a las ovejas es parte del poder de luchar contra los lobos.

Así que se ve alrededor del pontífice la pompa religiosa y, al mismo tiempo, la fuerza paternal y visible, representada por las tres guardias pontificias que defienden los palacios vaticanos: la Guardia Suiza, la Guardia Palatina y la Guardia Noble (compuesta por miembros del patriciado romano que se turnaban, sirviendo gratuitamente en la Guardia). Garantizaban la integridad del pontífice y la seguridad de los colosales tesoros artísticos del Vaticano, además de controlar el enorme flujo de personas que allí se encontraban. Pero su principal significado es que, según el caso, el papa tiene el derecho y el deber de usar la fuerza para defender la fe. Y en estos guardias, cuyos uniformes están tan alejados de las Cruzadas, hay una reminiscencia de las mismas.

La Iglesia organizó sabiamente las cosas para que todos los que fueran a ver al papa pudieran llevar su devoción y amor al máximo y su respeto y temor ante la fuerza. La visita a la Basílica de San Pedro y al Palacio Vaticano era un ejercicio espiritual del que los fieles salían con el alma más unida al papa que antes.

Hay que prestar atención a la cara de la gente cuando habla con el Papa, pero sobre todo cuando se mueve. Es casi la cara de alguien que acaba de recibir la Sagrada Comunión. Alguien recibe sólo una breve palabra del pontífice, pero ¡qué palabra! Guardará para siempre el timbre de la voz del papa, su sonrisa, la temperatura de su mano, cómo la estrechó o no, y los imponderables que rodean al papa. La persona guarda todo eso para toda la vida e incluso hasta la muerte.

Yo mismo lo he experimentado. Llevé varios objetos para ser bendecidos por Pío XII, entre ellos unas velas de las que se venden en la Via della Conciliazione. Estaban bellamente trabajadas, con relieves, figuras, etc. Las bendijo. Al volver al hotel, pensé: "Cuando muera, quiero sostener la vela bendecida por el Vicario de Cristo. Así permaneceré unido a la Sede de Roma hasta que esté inconsciente, colgado entre la vida y la muerte, y mi intelecto ya no articule ningún pensamiento. Mi mano se aferrará a esta vela que representa lo que más amo en la Tierra: el Papa, con el que todo en la Tierra es digno de amor, sin el que nada es digno de amor, sino sólo el desprecio, marcado por el pecado original y bajo el dominio del diablo" (10).
Una persona superficial o parcial podría deducir por estas exclamaciones de amor al papado que Plinio Corrêa de Oliveira era una víctima de la "papolatría", alguien incapaz de analizar objetivamente las enseñanzas y los gestos del papa, y mucho menos de resistirse a su aplicación. Esa persona estaría profundamente equivocada, porque la admiración del Dr. Plinio por el papado era una aguda expresión de amor a la Santa Iglesia y, en definitiva, a Nuestro Señor. Por lo tanto, si el papa reinante enseñaba o hacía algo contrario a la enseñanza y acción perenne de la Iglesia, ese mismo amor a Dios le llevaba a oponerse con las más rápidas y fuertes reacciones.

Ya en 1965, cinco años antes de escribir la respuesta imaginaria arriba mencionada a Jeroboam Guerreiro, Plinio Corrêa de Oliveira siguió de cerca los estudios de Arnaldo Xavier da Silveira sobre la hipótesis teológica de un papa herético. Participó en un simposio de tres días para discutir el asunto junto con los obispos Geraldo de Proença Sigaud y Antônio de Castro Mayer.

Desde octubre de 1969, nueve meses antes del artículo de Folha, había seguido los estudios de Xavier da Silveira sobre el Novus Ordo Missae de Pablo VI y participó en dos simposios en presencia del obispo Mayer. En ellos concluyó que la “nueva misa” era inaceptable en conciencia para un católico bien educado.

Seis meses antes de su artículo en el que elogiaba al papado, Plinio Corrêa de Oliveira había escrito otro en el mismo diario, titulado "El derecho a saber" (11). En él, informaba al público brasileño de una carta dirigida a Pablo VI por los cardenales Ottaviani y Bacci, autores de Un breve estudio crítico del nuevo orden de la misa, y de una carta dirigida al padre Annibale Bugnini de la Asociación de Sacerdotes y Religiosos San Antonio María Claret (con una membresía de 6.000 sacerdotes). La carta de la Asociación concluye: "Los sacerdotes católicos no podemos celebrar una misa que el señor Thurian, de la comunidad de Taizé, declaró que podía celebrar sin dejar de ser protestante. La obediencia nunca puede imponer la herejía (a nosotros)".

De manera igualmente significativa, casi dos años antes de sus entusiastas comentarios sobre la película La Ciudad del Vaticano bajo Pío XII, Plinio Corrêa de Oliveira escribió "La política vaticana de distensión con los gobiernos comunistas: ¿deben los PTF retirarse? ¿O deben resistir?" (12). El documento denunciaba esa política equivocada, que hoy continúa el papa Francisco en su acuerdo criminal con la China Roja, sometiendo a la Iglesia subterránea en China a los caprichos de Xi Jing Pin. Dirigida a Pablo VI, la Declaración de Resistencia de los PTF fue publicada como un anuncio pagado en 37 periódicos brasileños y 14 más en otros países. Decía: "Nuestra alma es vuestra; nuestra vida es vuestra. Ordenadnos hacer lo que queráis. Sólo que no nos ordenéis que no hagamos nada ante el asalto del lobo rojo. A eso se opone nuestra conciencia".

Plinio Corrêa de Oliveira recordó este párrafo en el primero de una serie de dos artículos en diciembre de 1983 y enero de 1984. Ambos se titulaban "¡Lutero, absolutamente no!" (13) y "Lutero se cree divino" (14). Ambos reaccionaban a la benévola carta de Juan Pablo II al cardenal Johannes Willebrands, responsable del ecumenismo del Vaticano, en el 500º aniversario del nacimiento de Lutero y fechada el 31 de octubre, aniversario de su revuelta. Su reacción ante la participación de Juan Pablo II en un acto festivo de amor y admiración al heresiarca en un templo protestante de Roma fue aún más fuerte: "Vertiginoso, espantoso, gimió mi corazón católico ante esto. Sin embargo, mi fe y mi veneración por el papado se redoblaron" (15).

En enero de 1977, escribiendo una actualización de su obra Revolución y contrarrevolución, el Dr. Plinio hizo una valoración muy crítica del Concilio Vaticano II con la misma claridad y valentía:
"Utilizando tácticas de 'aggiornamiento' (de las que lo menos que se puede decir es que son discutibles en teoría y que resultan ruinosas en la práctica), el Concilio Vaticano II trató de ahuyentar, digamos, a las abejas, las avispas y las aves de rapiña. Pero su silencio sobre el comunismo dejó plena libertad a los lobos. La obra de este Concilio no puede inscribirse como efectivamente pastoral ni en la historia ni en el Libro de la Vida.

Es doloroso decirlo. Pero, en este sentido, la evidencia señala al Concilio Vaticano II como una de las mayores calamidades, si no la mayor, de la historia de la Iglesia" (16).
Podría dar muchos más ejemplos de resistencia, pero eso excedería los límites de este ensayo. Los citados bastan para mostrar que Plinio Corrêa de Oliveira, inflexible defensor ultramontano de los atributos del Vicario de Cristo en la Tierra, se resistió con decisión al Concilio Vaticano II, a Pablo VI, a Juan Pablo II y a sus erróneas enseñanzas y acciones -quizás incluso antes del nacimiento de algunos de estos escritores tradicionalistas que piden una reinterpretación del papado. Lo hizo con energía porque su legítima resistencia surgía de su profunda veneración por el papado.

Alguien puede preguntarse: ¿Cómo podemos salir de este estancamiento si es inaceptable refundar el papado o cambiar su ejercicio incluso ante los abusos del papa Francisco?

En mi libro de 2018, El "cambio de paradigma" del papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? mencioné la conclusión sugerida por Plinio Corrêa de Oliveira en 1976 para el libro de la TFP chilena, “La Iglesia del Silencio en Chile”. Es reconocer la autoridad que tienen el papa Francisco y los obispos diocesanos, pero interrumpir la convivencia diaria rutinaria con los prelados demoledores, de la misma manera que una esposa y sus hijos pueden interrumpir la convivencia bajo el mismo techo con un marido y un padre abusivo sin romper los lazos conyugales y filiales (17).

Por último, creo que lo que escribí hace cuatro años es aún más válido hoy. Por eso lo repito al final de este ensayo:
"En la confusión actual, que amenaza con agravarse muy pronto, una cosa es segura: Los católicos fieles a su bautismo nunca romperán el vínculo sagrado de amor, veneración y obediencia que les une al Sucesor de Pedro y a los sucesores de los Apóstoles. Esto es cierto incluso cuando éstos puedan llegar a oprimirlos en su intento de demoler la Iglesia. Si en el abuso de su poder y tratando de coaccionar a los fieles para que acepten sus desviaciones esos prelados los condenan por su fidelidad al Evangelio y por resistir legítimamente a la autoridad abusiva, serán esos pastores, y no los fieles, los responsables de la ruptura y de sus consecuencias ante Dios, los derechos de la Iglesia y la historia. San Atanasio es un ejemplo de ello. Aunque fue víctima del abuso de poder, sigue siendo una estrella en el firmamento de la Iglesia para siempre" (18).

Cuando la Divina Providencia decida poner fin a la crisis apocalíptica por la que atraviesa la Santa Iglesia, y venga a gobernarla un papa santo, como profetizaron numerosos santos y almas privilegiadas, las manchas que ahora desfiguran el papado brillarán con el mismo esplendor sobrenatural con que brillaron las llagas de la Pasión en el Cuerpo resucitado de nuestro Divino Redentor. En esa hora sagrada, las santas manos del Sucesor de Pedro bendecirán particularmente a los que se comportaron como los buenos hijos de Noé (19) en los días actuales de agitación con los papas infieles. Aferrados al sensus fidei, aumentaron su veneración por el papado, sin caer en la trampa de pretender reformar por manos humanas lo que las manos divinas establecieron: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 16:18).

Sí, en efecto. El papa necesita una reforma, no el papado.


Notas:

1) El papa Francisco habla con la 
Televisión Mexicana, Estados Unidos, 13 de marzo de 2015

2) Papa Francisco, exhortación apostólica Querida Amazonia (2 de febrero de 2020), n. 61.

4) Ver Concilio Vaticano I, Primera Constitución Dogmática sobre la Iglesia de Cristo, (18 de julio de 1870).

5) John R. Quinn, The Claims of the Primacy and the Costly Call to Unity (29 de junio de 1996).

6) Louis Billot, Tractatus de Ecclesia Christi (Roma: Aedes Universitatis Gregorianae, 1927) 1:535.

7) Joseph de Maistre, Considérations sur la France, en Œuvres, ed. Pierre Glaudes (París: Robert Laffont, 2007), p. 276.

8) José Antonio Ureta, Leo XIII: The First Liberal Pope Who Went Beyond His Authority, 19 de octubre de 2021.

9) Plinio Corrêa de Oliveira,A perfeita alegria”, Folha de S. Paulo, 12 de julio de 1970.

10) “Saint of the Day”, 10 de enero de 1976, adaptado para este ensayo del estilo hablado al escrito.

11) Plinio Corrêa de Oliveira, O direito de saber, Folha de S. Paulo, 25 de enero de 1970.

13) Plinio Corrêa de Oliveira, Lutero, Absolutamente No!” TFP.org

14) Plinio Corrêa de Oliveira, Lutero pensó que era divino!” 

15) Corrêa de Oliveira, “Lutero, Absolutamente No!”

16) Plinio Corrêa de Oliveira, Revolution and Counter-Revolution (York, Penn.: The American Society for the Defense of Tradition, Family, Property, 1993), 145.

17) Ver José Antonio Ureta, Pope Francis’s “Paradigm Shift”: Continuity or Rupture in the Mission of the Church? trans. José Aloisio Schelini (Spring Grove, Pensilvania: The American Society for the Defense of Tradition, Family, and Property 2018), 166-71.

18) Ureta, “Pope Francis’s “Paradigm Shift”, 170-71.

19) Véase Génesis 9:20-27.


Tradition, Family and Property


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