domingo, 20 de noviembre de 2022

LA BODA PERFECTA

Extracto de “La donna nel matrimonio”, de Pierre Dufoyer, Edizioni Paoline, 1958. 


La mujer tendrá que darse cuenta de lo mucho que, como mujer, le debe a Cristo y a la Iglesia; tendrá que comprender que las leyes con las que la Iglesia rodea el amor no son para ahogarlo, sino para darle la posibilidad, más y mejor, de vivir y disfrutar del gran amor al que aspira su corazón femenino


EL MATRIMONIO PERFECTO

“Non tantum caro, sed spiritus unus erat”. Eran dos en uno; en cuerpo como en espíritu. (Epitafio de dos esposos cristianos)

Expondremos la concepción cristiana del matrimonio, no como podemos verla realizada en algún caso particular, sino como debería ser, como la Iglesia la describe, la aclara y se esfuerza por llevarnos a vivirla. 

El matrimonio es la comunión de vida de dos personas de distinto sexo, que nace de un don gratuito y mutuo hecho por amor. El matrimonio es una comunión total de vida: unión de cuerpos, de corazones, de espíritus, de almas (totalidad en intensidad), hasta la muerte (totalidad en duración). 

La unión de los cuerpos es uno de los elementos que distingue el amor de la amistad. La amistad es posible entre personas del mismo sexo, el amor conyugal no. La amistad es la confianza de los corazones, los espíritus y las almas. El amor conyugal es todo esto también, y además la intimidad física, y la convivencia completa y duradera en el mismo hogar. Es, pues, una amistad con una intimidad más integral, porque abarca todo el ser, tanto físico como psíquico, y porque permite los enriquecimientos especiales inherentes a la sexualidad. 

De la unión de los corazones se desprenden todos los elementos afectivos y sentimentales del amor, como la dulzura y la embriaguez de volver a verse, la alegría de vivir uno al lado del otro, la felicidad de estar juntos. Permite que uno crezca en el otro, que uno complete al otro, que el otro se desarrolle y que el otro sea feliz. 

Esta unión de corazones, elevando el don de los cuerpos, distingue el amor de los hombres del de las bestias, el amor de una novia del de una compañera ocasional. 

La unión de los espíritus incluye todos los elementos intelectuales del amor, la concordancia de las ideas, de los juicios, del modo de ver y de pensar. Cuando decimos "concordancia", nos referimos a un intercambio amistoso y amoroso, y no al despotismo de un cónyuge autoritario frente a una esposa pobre, moralmente disminuida o casi anulada. [...] 

Entre el hombre y la mujer no hay un grado diferente de humanidad; sólo hay diferencias psicológicas y fisiológicas entre ellos dentro de la misma naturaleza humana. El hombre y la mujer son diferentes entre sí, no son desiguales, son complementarios y no están subordinados como personas humanas. 

Como en cualquier sociedad, la autoridad es necesaria en el hogar. Psicológicamente, el temperamento masculino es, por naturaleza, más proclive a ejercer esa autoridad; el femenino, a aceptarla. Por eso la autoridad, indispensable en una familia, pertenece per se al marido. Por otro lado, es posible dividirlo sabiamente según la aptitud de los sexos. La autoridad masculina no tiene derecho a oprimir la personalidad femenina ni a degenerar en despotismo. Debe ser una resolución amorosa y tierna que llegue a conclusiones razonables y comunes tras un intercambio de opiniones. Sólo en este sentido, según la recta razón y la doctrina cristiana, el novio es la cabeza de la mujer. [...] 

Por la unión de las almas, entendemos todas las mociones naturales y sobrenaturales hasta las profundidades del ser, hasta los elementos tan profundamente arraigados en el sustrato del individuo que no pueden ser suficientemente aclarados. Es una especie de ósmosis, un crecimiento íntimo de uno en el otro, un vivir al unísono, una intimidad supersensible en la que uno pertenece al otro. 

Uno vive tanto en el otro que sus alegrías se convierten en "nuestras" alegrías, [...] sus contrariedades en "nuestras" contrariedades, sus peligros en "nuestros" peligros. Uno, en cierto modo, se convierte en el otro. 

Los dos soportan las mismas pruebas, sufren las mismas penas, gozan de las mismas alegrías; y en las horas tristes como en las alegres, son siempre fieles. 

La unión de las almas, que refuerza la de los cuerpos, los corazones y los espíritus, distingue claramente al novio y a la novia del amante o del amigo. Estos últimos suelen ser fieles sólo en el éxito; por lo general, sólo los verdaderos esposos están unidos incluso en las pruebas más duras. Unión hasta la muerte: es la plenitud en relación con la duración. 

El hombre y la mujer que se aman sin reservas; caminarán juntos, uno al lado del otro, a través de las alegrías y las pruebas de la vida, a través de posibles choques, hasta el final de sus fuerzas, como compañeros de entusiasmo en la juventud, de trabajo en la madurez y de soledad en la vejez. Esta unión nace de la entrega mutua y espontánea en el amor. 

El don de sí mismo debe ser mutuo. Uno se entrega por completo, con su riqueza material, sus fuerzas humanas, corporales, sentimentales e intelectuales, y recibe del otro todos los dones correspondientes. Uno se da a sí mismo para tener la felicidad del otro y para hacer feliz al otro. 

El matrimonio no es la pura posesión del otro o la búsqueda de la felicidad individual por sí sola, pues eso sería egoísmo. Tampoco es una mera dedicación al otro, sino que debe ser "unión", es decir, al mismo tiempo posesión y don. La espontaneidad de la entrega total de uno mismo y el amor que la dicta, constituyen la grandeza y el esplendor humano del matrimonio. 

No se puede imaginar una concepción más elevada del matrimonio que ésta. Es algo que la Iglesia trata de presentar y vivir en el mundo. 

Desgraciadamente, no es vivida por muchas en su verdadera perfección. Algunas mujeres tienen una concepción egoísta y mundana del matrimonio. Otras buscan en él una mayor libertad personal y la realización de sus propios sentimientos más que la felicidad del cónyuge; aspiran sobre todo a ser halagadas, aduladas y rodeadas de ternura. Pero incluso éstas casi siempre tienen, de alguna manera, el deseo de sacrificarse por su marido y sus hijos. 

Es difícil imaginar a una doncella con un corazón tan seco, tan egoísta y poco femenino como para pensar sólo en sí misma. Entregarse por completo y para siempre; ésta es la vida matrimonial querida por Dios. Cuando los novios lleven este amor al matrimonio, cuando la elección de sus corazones haya sido buena, fundarán una familia verdaderamente bendecida, y repartirán en ella alegría y felicidad con ambas manos.


Cordialiter

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