martes, 8 de noviembre de 2022

CONTRA LOS MODERNISTAS (I): ALGUNAS VERDADES SOBRE EL BAUTISMO

Hay algunas cosas que parece que molestan y que ya apenas se predican sobre el bautismo. Así que conviene recordarlas, porque ya no podemos dar por supuesto que nadie sabe nada: ni siquiera prelados, religiosos o monjas.

Por Pedro Luis Llera


Lo he podido comprobar en Twitter en los últimos días. Así que, aunque solo sea por tocarles las narices a los modernistas imperantes, me propongo recordar algunas verdades que les resultan incómodas.

Dice el Catecismo Romano:
La ley del Bautismo ha sido impuesta por Dios a todos los hombres, de modo que si no renacen para Dios por la gracia del Bautismo, son engendrados por sus padres para la muerte eterna: “Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn. 3 5.).

El bautismo de los niños: como el bautismo se administra para borrar el pecado original, y como los niños nacen con él, es necesario que los niños lo reciban para obtener la vida eterna, pues sin el Bautismo no puede de modo alguno obtenerse. Los niños, en el bautismo, reciben la gracia de la fe, no porque crean asintiendo con el entendimiento, sino porque son adornados con la fe de la Iglesia universal. Débese bautizar a los niños lo antes que se pueda sin peligro, de modo que se hacen reos de grave culpa quienes privan a los niños del Bautismo más tiempo del que exige la necesidad, pues es el único medio de que disponen para alcanzar la salvación, y están expuestos a numerosos peligros.
La mayoría de la gente hoy no cree en el pecado original ni en la necesidad de bautizar a los niños cuanto antes. Abundan quienes dicen no bautizar a los niños con el pretexto de que, de mayores, ya decidirán ellos si quieren bautizarse o no. Eso solo se puede entender en familias sin fe, ateas o agnósticas. Reduciéndolo al absurdo, eso es como si no les ponemos nombre cuando nacen, para esperar a que ellos se los pongan a su gusto cuando sean mayores; o en no darles de comer leche, carne o pescado, porque no sabemos si de mayores van a ser vegetarianos, veganos o si van a comer de todo.

Quien tiene fe bautiza a los niños lo antes posible para abrirles las puertas del cielo. Pero claro, para eso hay que creer que hay salvación y condenación, cielo e infierno. Y hoy en día ya nadie cree esas cosas.

¿Nadie? ¡No! Un pequeño grupo de irreductibles creyentes resistimos todavía (y lo haremos siempre) a los herejes y a los ateos materialistas que nos tratan de invadir y aniquilar a toda costa (no lo conseguirán).

Hay que bautizar a los niños de recién nacidos. ¿Por qué? Porque, si les pasa algo y mueren, es su única posibilidad de ir al cielo. El bautismo limpia el pecado original con el que todos nacemos. Y por el bautismo somos hechos hijos adoptivos de Dios en el Hijo y coherederos de cielo. Quien no renace del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos. Nuestros padres y abuelos lo tenían clarísimo y nos bautizaban a los pocos días de nacer. Haced caso a vuestros mayores y respetad la fe de vuestros padres. A ver si os vais a creer vosotros mejores o más listos que ellos.
“Si alguno dijere, que nadie se debe bautizar sino de la misma edad que tenía Cristo cuando fue bautizado, o en el mismo artículo de la muerte; sea excomulgado”.

“Si alguno dijere, que los párvulos después de recibido el Bautismo, no se deben contar entre los fieles, por cuanto no hacen acto de fe, y que por esta causa se deben rebautizar cuando lleguen a la edad y uso de la razón; o que es más conveniente dejar de bautizarlos, que el conferirles el Bautismo en sola la fe de la Iglesia sin que ellos crean con acto suyo propio; sea excomulgado”. Cana. XII y XIII, ses. VII, de Bap. , Cons. Trident. Celebrado el 3 de marzo de 1547.

“Cualquiera que niegue que los párvulos por el bautismo de Cristo quedan libres de la perdición y perciban la salud eterna; sea excomulgado”. Ex cod carthag. n. 6.

“No quieras creer, ni decir, ni enseñar (si quieres ser católico) que los infantes antes de ser bautizados, prevenidos por la muerte, puedan conseguir el perdón del pecado original”. San Agustín. Ad Renatum.
El bautismo es necesario para los niños pero también lo es para los adultos. Por eso los misioneros dejaban sus casas y se iban a tierras remotas a anunciar el Evangelio y a bautizar a paganos, idólatras e infieles de cualquier pelaje. Y muchos morían en tierras de misión, algunos mártires de la fe. Recordemos, por ejemplo, a San Francisco Javier.

Los adultos tienen que querer recibir el bautismo libre y espontáneamente. Se requiere también tener fe en quien tiene uso de razón: “El que creyere y se bautizare se salvará” (Mc. 16, 16.). Finalmente, se requiere el arrepentimiento de los pecados pasados y el propósito de cambiar de vida en adelante; pues el Bautismo nos impone la obligación de morir al pecado y de andar en novedad de vida viviendo para Dios (Act. 2 38; Rom. 6 11; Gal. 3 27).

El bautismo nos incorpora a Cristo y nos abre las puertas del cielo, cerradas por el primer pecado. Por naturaleza nacemos de Adán hijos de la ira: Éramos por naturaleza u origen hijos de la ira, no menos que todos los demás (Efes., II, 3). Pero por el Bautismo renacemos en Cristo, hijos de misericordia. Pues dio potestad a los hombres de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales han nacido no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Este Sacramento es necesario a todos sin excepción alguna para conseguir la vida eterna. Por eso es importante bautizarse.

Dice el Catecismo Romano que “la ley del Bautismo está prescrita por Dios a todos los hombres, de modo que, si no renacieren para Dios por la gracia del bautismo, los engendran sus padres, sean fieles o infieles, para la infeliz y eterna muerte. Y así los Pastores explicarán muchas veces lo que se lee en el Evangelio: “El que no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios”.

¿Se enteran? No da igual estar bautizados que sin bautizar. Por el bautismo somos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Esta es la única fraternidad posible. Por eso si queremos un mundo fraterno, ¿qué tenemos que hacer? Predicar el evangelio y bautizar para salvar todas las almas que podamos: esa es la mayor obra de misericordia que podemos hacer. Es un deber de caridad. Porque nos jugamos la vida eterna o la condenación eterna.

¡Ah! ¿Que no creen? Allá ustedes. Quien no cree, se condena.
“El bautismo es precio de la redención de los cautivos, perdón de las deudas, muerte del pecado, regeneración del alma, vestido resplandeciente, sello Inquebrantable, conductor para el cielo, conciliador del reino, don de la adopción”. Ex S. Basilio. 330 + 379.
No hay salvación fuera de la Iglesia. Por eso hay que ir por todo el mundo anunciando el evangelio y bautizando. Es el sentido de las misiones. Es un acto de caridad tratar de salvar todas las almas posibles. No todas las religiones son queridas por Dios. No todas las religiones llevan al cielo. Para salvarse hay que estar bautizado.

En 1824, el Papa León XII denunció esa secta (eso son los modernistas: una secta) “que se presenta bajo la delicada apariencia de piedad y liberalidad” y predica “el tolerantismo (como se le suele llamar) o el indiferentismo, no solo en asuntos civiles sino también en la religión”, afirmando que “Dios le ha dado a cada individuo una amplia libertad para abrazar y adoptar, sin peligro para su salvación, la secta u opinión que más le atraiga en base a su juicio privado”. (Encíclica Ubi Primum, 5 de mayo de 1824)

Gregorio XVI también condena el indiferentismo en 1832:
“[…] opinión perversa, según la cual es posible obtener la salvación eterna del alma por la profesión de cualquier tipo de religión, siempre que se mantenga la moral. (…) Esta fuente vergonzosa de indiferencia da origen a esa proposición absurda y errónea que afirma que la libertad de conciencia debe mantenerse para todos” (Encíclica Mirari Vos Arbitramur, 15 de agosto de 1832).
Y Pío IX insiste en la condena:
“[…] la escandalosa teoría que presenta como indiferente el hecho de pertenecer a cualquier religión, una teoría que está muy en desacuerdo incluso con la razón. A través de esta teoría, esos hombres astutos eliminan toda distinción entre virtud y vicio, verdad y error, acción honorable y vil. Hacen creer que los hombres pueden obtener la salvación eterna mediante la práctica de cualquier religión…” (Carta Encíclica Qui Pluribus, 9 de noviembre de 1846).

“Es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Esta creencia ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica” (Encíclica Quanto Conficiamur Moerore, 10 de agosto de 1863).

“Existen, por supuesto, aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima Religión. Al guardar cuidadosamente la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos, y dispuestos a obedecer a Dios llevando una vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la eficacia de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y entiende perfectamente los pensamientos, corazones y naturaleza de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria”.
Pero esto no significa que los que viven en ignorancia invencible se salven gracias a sus religiones falsas, sino a pesar de ellas.
“Pero bien conocido es también el dogma católico; a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña, no pueden alcanzar la eterna salvación”.
Proclamar que cualquiera se puede salvar, sin bautizarse e independientemente de la religión que profesen, es contrario a la fe católica. Predicar que todas las religiones son queridas por Dios es un error gravísimo. En el Syllabus o Índice de errores modernos, Pío IX condena expresamente el indiferentismo en las siguientes proposiciones:
“Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que, guiado de la luz de la razón, juzgare por verdadera”. (Proposición 15)

“En el culto de cualquier religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación”. (Proposición 16)

“Está bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo”. (Proposición 17)

“El protestantismo no es más que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana, en la cual, lo mismo que en la Iglesia católica, es posible agradar a Dios”. (Proposición 18). (¿Lutero, testigo del Evangelio? ¡Venga ya!)
Insisto: todas estas proposiciones o expresiones, que tantas veces oímos repetir hoy en día, están condenadas por la Iglesia desde 1864. No hay libertad para el error. No da igual una religión que otra. No es correcto esperar la salvación de aquellos que no están en la Iglesia Católica. La diversidad de religiones no es algo que Dios quiera. Dios quiere que todo el mundo se convierta y se bautice y se incorpore a la Iglesia Católica, al Cuerpo Místico de Cristo. Y Dios quiere que todos los hombres y todos los pueblos se arrodillen ante Cristo y proclamen que en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
Te encarezco ante todo que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad. Todo ello es bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a sí mismo en redención por todos. (I Tm. 2, 1-8).

Sólo hay un Cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo. (Ef. 4, 5-7)

Post Scripitum

El camino de la santidad comienza en el bautismo. Sólo los santos van al cielo. Ergo, para ir al cielo lo primero es estar bautizado. Ahí empieza el camino al cielo: por la regeneración por el agua y el Espíritu.


Santiago de Gobiendes


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