martes, 29 de noviembre de 2022

LA PELEA DEL “FILIOQUE”

La ortodoxia es, de hecho, una nebulosa en la que, tanto en el plano disciplinario como en el teológico, no hay unidad. 

Por el padre Damien-Marie


Segundo artículo de nuestra serie: "Catolicismo y Ortodoxia: abriendo la cuestión doctrinal".


La lista precisa de los puntos doctrinales que los "ortodoxos" reprochan a los católicos no es fácil de establecer, ya que una de las características de los orientales separados de la unidad romana es precisamente que están privados de una autoridad doctrinal incuestionable. Sabemos lo que enseña la Iglesia Católica, a través de la voz de los papas que hablan como sucesores de San Pedro; no siempre está claro qué autoridad pueden reclamar las profesiones de fe emitidas por los diversos organismos ortodoxos de Constantinopla, Atenas, Moscú o cualquier otro lugar a lo largo de los siglos: nunca una asamblea general de las Iglesias ortodoxas ha examinado y decidido los puntos en disputa con Roma (el Concilio Pan-Ortodoxo, reunido en 2016 en Creta tras más de 50 años de preparación, no pudo producir gran cosa, dada la abstención de varias sedes ortodoxas, en particular el Patriarcado de Moscú, de lejos el más importante en número de fieles). Canónicamente, pues, los teólogos orientales no católicos pueden ser considerados como pensadores privados, cuyas opiniones pueden ser relevantes, pero cuya autoridad no es incuestionable, ni siquiera necesariamente para todos sus correligionarios.


Una dificultad: la ausencia de una autoridad doctrinal incuestionable entre los "ortodoxos"

Nunca se insistirá demasiado en este punto, pues de lo contrario se produciría una grave confusión: un determinado escritor, un prelado o incluso la Iglesia ortodoxa en su conjunto pueden profesar una doctrina concreta; otros escritores, prelados o comunidades eclesiásticas de similar tendencia no se sentirán comprometidos. La ortodoxia es, de hecho, una nebulosa en la que, tanto en el plano disciplinario como en el teológico, no hay unidad. Así, por poner un ejemplo bastante enorme, todavía encontramos hoy a griegos o rumanos, muy rigurosos en materia de sacramentos, que no admiten la validez del bautismo conferido por los latinos, mientras que este punto nunca ha supuesto ninguna dificultad para los rusos...

De esta situación se desprende que, para trabajar por la unidad de los cristianos divididos, es necesario evitar centrarse en un teólogo concreto o en una corriente particular de la Ortodoxia; se correría el riesgo de exacerbar los antagonismos al dar a estas opiniones una autoridad que no tienen. Nos parece mucho mejor exponer los puntos controvertidos de forma sencilla y metódica, basándose en la historia y en las fuentes comunes a las partes implicadas (es decir, en la Sagrada Escritura, en los Padres de la Iglesia y en los concilios ecuménicos y los ritos litúrgicos anteriores a la ruptura); entonces habrá alguna posibilidad de discernir dónde está la verdad y de dar el paso de adherirse a ella. Este paso intelectual no es ciertamente suficiente para constituir un acto de fe en el sentido preciso del término, pero es sin embargo un preliminar considerable que se habrá cumplido.

Pasemos ahora a los principales artículos de fe en disputa entre Roma y los orientales separados. Podemos limitar el número a cinco, si nos situamos en las controversias que han durado y persistido hasta la época contemporánea:

1. La disputa del Filioque

2. La cuestión de la consagración eucarística (epíclesis o relato de la institución)

3. El Purgatorio

4. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen

5. Por último, pero no menos importante, la jurisdicción del Papa, sucesor de Pedro.


El conflicto del Filioque

Esta disputa permanece en la mente de todos los que conocen algo de las relaciones entre Roma y los países orientales, como si fuera la principal manzana de la discordia; lo que probablemente no es realmente el caso. Esta disputa es propiamente teológica, relativa a las "relaciones" entre el Espíritu Santo y las otras dos personas de la Trinidad divina: "el Espíritu Santo procede del Padre", afirma el primer concilio ecuménico de Constantinopla (381), en una fórmula pronunciada en el Credo de la Misa; ¿procede sólo del Padre (como empezó a afirmar la ortodoxia más antirromana), o procede del Padre y del Hijo (como dedujeron los latinos, explícitamente a partir del siglo VIII, hasta el punto de añadirlo posteriormente a la fórmula del Credo de la Misa)?

Comencemos por señalar que esta disputa no es una "disputa bizantina", no es una cuestión de palabras: rechazar el Filioque es, en última instancia, disociar a Cristo del Espíritu Santo; y el Espíritu Santo no se nos da independientemente del Hijo: Esto no es baladí para cualquiera que se precie de ser discípulo de Cristo; aquí encontramos el germen de graves desviaciones: más de una vez, en la historia de la Iglesia, se ha pretendido que el Espíritu Santo renueve la institución eclesial...

Históricamente, fue el Patriarca de Constantinopla, Focio, quien en el siglo IX rompió con Roma de forma escandalosa, afirmando que el Espíritu Santo procede sólo del Padre, lo que violenta la Sagrada Escritura. En efecto, está bien escrito que "el Espíritu recibe del Hijo" (Jn 16/14), que "será enviado por el Hijo" (Jn 15/26); es "el Espíritu del Hijo" (Rom. 8/9) o "el Espíritu de Cristo" (Gal. 4/6). Asimismo, esta doctrina se encuentra en todos los Padres de la Iglesia latina (unánimes en este tema desde el siglo IV), y en más de uno de los Padres griegos: en los escritos de San Epifanio, San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Alejandría y San Máximo el Confesor, hay claras indicaciones a favor de la "procesión" del Espíritu Santo. Los teólogos ortodoxos contemporáneos (el padre Sergio Bulgakov, por ejemplo) lo reconocen fielmente.

También hay que señalar que antes del cisma definitivo del siglo XI, este añadido del Filioque nunca se había considerado como motivo de ruptura. Fue este cisma el que lo convirtió en una nueva causa de discordia. De hecho, este punto se tuvo en cuenta posteriormente durante los diversos intentos de restaurar la unión, en particular en 1439, durante el Concilio de Florencia en el que participaron los principales prelados bizantinos. Digamos unas palabras sobre este episodio: tras nueve meses de profundo debate, se llegó a un serio acuerdo: los griegos reconocieron (y esto fue una revelación para muchos) que los latinos no eran herejes al negar la unicidad de la procesión del Espíritu Santo; y se llegó a un acuerdo sobre la siguiente fórmula (que ya se encontraba en Santo Tomás de Aquino dos siglos antes): "El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un único principio". Esta precisión salvaguardaba de hecho la "monarquía divina" tan querida por los griegos (es decir, el hecho de que el Padre es el único Autor y Fuente de toda la Trinidad). Por razones políticas, la unión proclamada en Florencia no fue desgraciadamente duradera; sin embargo, este acuerdo atestiguaría, durante el resto de los siglos, que la controversia era más aparente que real. Entremos en un poco más de detalle.


Objeciones griegas a las fórmulas latinas: respuestas

a) En primer lugar, debía haber un acuerdo sobre la interpretación de los pasajes de la Sagrada Escritura que se refieren al misterio trinitario. En efecto, la cita que los ortodoxos opusieron -y siguen oponiendo- a los católicos es esta precisa palabra de Nuestro Señor (en Jn 15/26): "Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre [pero no del Hijo, según entienden nuestros adversarios], él dará testimonio de mí". Pero contra esta objeción, el Concilio de Florencia recordó la respuesta ya clásica en el siglo XV -y se puede entender aunque no se sea un teólogo avezado-: el Padre y el Hijo son iguales en todo, excepto en el hecho de que uno es Padre y el otro es Hijo (cf. Juan 16,15: 'Todo lo que es de mi Padre es mío'); siendo el principio del que procede el Espíritu Santo (la 'procesión' del Espíritu Santo) no entra dentro de estas relaciones de parentesco o filiación; por eso esta 'procesión' del Espíritu Santo es común al Padre y al Hijo. La fórmula latina del Credo de la Misa en latín no se opone, por lo tanto, al pasaje evangélico citado: la Iglesia católica se ha limitado a explicitar las Sagradas Escrituras.

b) Había también, y tal vez sobre todo, en esta disputa una cuestión de desacuerdo sobre el significado de las palabras -y es cierto que ciertos términos habían sido durante siglos fuente de malentendidos; la palabra "proceder" es una de ellas: en Florencia, una vez que los griegos admitieron que la palabra latina "procesión" es muy general -lo que no ocurre con la palabra griega por la que se suele traducir-, se desvaneció una dificultad que parecía insuperable.

En el Concilio de Florencia, la Iglesia romana recordó inequívocamente lo que, desde Tomás de Aquino, era un hecho bien aceptado entre los latinos, a saber, la equivalencia de las dos fórmulas teológicas siguientes: "El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo" (utilizada por los occidentales); y  "El Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo", expresión elaborada por San Gregorio de Nisa en el siglo IV, consagrada por San Juan Damasceno cuatro siglos después, y adoptada por todos los orientales.

Cualquier teólogo sin prejuicios puede y debe, nos parece, admitir esta equivalencia, a la luz de los escritos de los Padres y de las actas del Concilio de Florencia (que, por cierto, reunía todas las condiciones susceptibles de hacerlo aceptable a los orientales más quisquillosos: la asamblea había sido convocada regularmente: Estaba compuesta por obispos que representaban a toda la cristiandad, de Oriente y de Occidente, incluido el obispo de Roma, sucesor de San Pedro; ni siquiera faltaba el emperador bizantino, presencia que no era opcional, según las concepciones orientales).

Para concluir esta visión general de una cuestión teológica controvertida, reconozcamos que ninguna fórmula teológica podrá nunca dar cuenta perfecta del misterio de la Santísima Trinidad: las dos tradiciones, la latina y la griega, no agotan el misterio, sino que ofrecen visiones diferentes, aunque no contradictorias.


La verdadera crítica al "Filioque": su inclusión en la liturgia

De hecho, lo que los ortodoxos reprochan a los católicos sobre el Filioque no es tanto el significado de esta palabra como su inserción en la fórmula litúrgica: en 381, el Concilio Ecuménico de Constantinopla, que había proclamado esta fórmula del Credo que se canta en la Misa, había prohibido modificar nada en el futuro. De ahí, además, la reticencia de la Santa Sede a refrendar, sólo en el siglo XI, esta adición del Filioque, que inicialmente se había introducido subrepticiamente en España y en el Imperio carolingio hacia los siglos VIII-IX... En Occidente, sin duda, había menos preocupación por respetar la letra de los antiguos concilios; y desde principios del siglo XIII, el desarrollo práctico del poder pontificio aclararía la articulación entre la autoridad del papa y la de los concilios (aunque fueran ecuménicos); la bien sustentada superioridad del sucesor de Pedro sobre los concilios hizo que esta adición, aprobada por la Santa Sede, no escandalizara en absoluto a los latinos, cosa que no ocurrió con los griegos, hasta hoy...

Y es esta reticencia griega la que ha llevado a la Iglesia romana a no imponer la formulación del Filioque en las liturgias orientales; más exactamente, allí donde esta formulación pueda ofender y constituir un obstáculo para el retorno a la fe de los cristianos separados, no se introducirá; a la inversa, en los países latinos donde su omisión pueda ofender, podrá hacerse obligatoria. Sin embargo, la doctrina expresada por esta fórmula es exigible a todo católico: de lo contrario, ¡la unidad de la fe estaría ausente!

Concluyamos estas observaciones citando la liturgia bizantina, expresión indiscutible de la fe oriental, la misma que celebran todos los ortodoxos de los Balcanes o de los países eslavos y que, en el punto que nos ocupa, no contradice la fe romana. De hecho, el jueves de Pentecostés, encontramos:

"El Espíritu Santo tiene la misma naturaleza que el Padre y el Hijo y se sienta en el mismo trono; luz perfectísima, procede del Padre eterno y es perfeccionado por el Hijo".

Y en la fiesta de San Dionisio Areopagita (3 de octubre):

"Jesucristo sube a los cielos cerca de su Padre, y envía a sus discípulos el Espíritu Santo que procede de Él"

Por lo tanto, podemos aventurarnos a afirmar que esta cuestión del Filioque, lejos de ser la manzana de la discordia que se pretendía en tiempos relativamente recientes, es más bien un pretexto, invocado a posteriori, y no una causa de ruptura.


La Porte Latine


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