lunes, 26 de diciembre de 2022

EL DIABLO EN HÁBITOS SAGRADOS

El anónimo pintor ¿trató de insinuar maliciosamente que, inquieto y corrompido, el Diablo se escondía gustoso bajo los hábitos de monjes y frailes?


El burgo de Monfort-l´a Amaury -a diecinueve kilómetros del famoso castillo de Rambouillet en Seine-et-Oise-  es célebre sobre todo por su catedral, erigida entre el cuatrocientos y el quinientos. Uno de los vitrales de colores de esta catedral representada la tentación de Jesús en el desierto, para asombro de quienes la miran, el Diablo aparece con ropas de santo eremita, con sayo y capucha, y con aspecto de peregrino devoto más que de tentador. La única alusión a su carácter infernal se alcanza a ver en el color rojo de sus calzones. Aquellos vitrales son obra del siglo XVI y contemporánea,  tal vez, de las primeras escaramuzas herejes. ¿Quiso el anónimo pintor vidrierista insinuar maliciosamente que en aquel tiempo, inquieto y corrompido, el Diablo se escondía gustoso bajo los hábitos de monjes y frailes?

Es cierto que en toda la historia cristiana -desde los eremitas de Tebaida a los curatos de Ars- el demonio siempre tuvo comercio con los hombres de Dios, con los religiosos y con los ascetas, ora como perseguidor y tentador, ora como inquilino molesto de sus almas.

Pero dejando ya la Edad Media, que ofrece documentos innumerables pero no siempre irrefutables, nos dirigiremos sin salir de Francia, al “gran siglo”. Uno de los casos más famosos de invasión diabólica es la del padre Jean Joseph Surin, docto jesuita, nacido en Burdeos en 1600, al cual se deben obras de profunda piedad como el Cathechisme spiritual (1661) y Fondements de la vie spirituelle (1669).

padre Jean Joseph Surin

Este pío jesuita era un excelente exorcista y por eso fue llamado a exorcizar a las famosas Ursulinas de Loudun, perseguidas implacablemente por obsesiones diabólicas. El padre Surin hizo lo suyo y consiguió liberar a algunas monjas obsesas; pero el Diablo entonces, se las tuvo con él y se vengó cruelmente.

De esto tenemos precisamente el testimonio del mismo padre Surin, en una carta escrita por él al padre D^Attichy, jesuita de Rennes, el dia 3 de mayo de 1635. El pobre exorcista cuenta al hermano de estar de continuo acompañado y dirigido por muchos diablos, sobre todo, por el tremendo Leviathan, que, junto con Lucifer y Belzebú, constituye la trinidad infernal.

“Soy dueño de muy pocos actos -relata el pobre jesuita- cuando yo quiero hablar, se me niegan las palabras; en las misas me quedo detenido de súbito; en la mesa no puedo llevar bocado a la boca; en la confesión olvido de pronto todos mis pecados, y siento al Diablo ir y venir por mi casa como si estuviera en la suya. En cuanto me despierto ya está aquí; en la oración trastueca mis pensamientos como le place; cuando el corazón comienza a dilatarse lo llena de rabia; él me duerme cuando yo quiero estar en vela, y, públicamente, por la boca de las poseídas se vanagloria de que él es mi maestro a quien yo no puedo contradecir en nada”

Se trata pues, de una posesión diabólica en toda regla. El Diablo ocupaba el alma y dominaba la vida del desventurado exorcista sin darle casi tregua. Y la posesión no fue corta: duró nada menos que veinte años, con rarísimas y efímeras remisiones. El Demonio era a tal punto dueño del alma y del cuerpo del padre Surin que una vez lo obligó a arrojarse de una ventana y se rompió una pierna.

Como vemos, el padre Surin no tenía nada de satánico y el ocultismo lo horrorizaba. Era, por el contrario, un enemigo acérrimo de Satanás a quien se esforzaba por expulsar con fórmulas sagradas; y no podía sentir complacencia alguna hacia el enemigo de Dios y delos hombres. A pesar de eso, Satanás residió en él durante veinte años; y únicamente la vejez pudo, al llegar, liberar de aquella horrible dominacion al desventurado jesuita. Porque el Demonio no se limitó a perseguir y tentar al padre Surin, como con frecuencia sucede entre la gente de la Iglesia y entre los enamorados de Dios, sino que realmente lo “poseyó”, es decir, habitó en él.

La primera causa que se nos ocurre para explicar semejante caso es la venganza: el Diablo quiere desquitarse del exorcista, que es su declarado adversario. Pero acaso no se trate solamente de venganza.

Es preciso no olvidar que Satanás es, ante todo, el enemigo de Dios, y que es su odio lo que lo lleva a esforzarse por quitarle a Dios a sus más fieles servidores. Su obra maestra consiste precisamente en ocupar el lugar de Dios en el alma de quienes en la tierra siguen y aman a Dios. Es su gran triunfo, la más anhelada compensación por su caída. Y como por naturaleza, es maligno y escarnecedor, ha de saborear una intensa y profunda voluptuosidad cuando consigue enseñorearse de un religioso, cuando logra pavonearse por los caminos de la tierra bajo el sayo de un cenobita, o bajo la vestidura talar de un sacerdote de Cristo.

“El Diablo” - Giovanni Papini


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