Parece una verdad de perogrullo decir que debemos aprender de quienes saben. Sin embargo, en la confusión característica del mundo moderno, sobre todo en el ámbito de la Pedagogía, da la impresión de que hemos dejado de lado -por error, ignorancia o mentira- el legado que nos han dejado los verdaderos maestros.
¿Qué hubiera sido de Aristóteles sin Platón o de éste sin Sócrates? ¿Qué hubiera sido de San Francisco Javier sin San Ignacio? ¿Qué hubiera sido de Lewis sin Tolkien? No sabemos qué hubiera sido, pero sí sabemos lo que fueron gracias a los maestros que tuvieron. Y la Providencia nos ha dado muchos: Chesterton, Pieper, Don Bosco, San José de Calasanz, García Hoz, Dostoyevski, Cervantes… Y a quien mucho se le dio, mucho se le pedirá.
Por eso, es importante reflexionar, por ejemplo, en las enseñanzas de John Henry Newman, sobre la importancia de la unidad del saber, de la relación entre fe y razón, la belleza literaria, la sabiduría intelectual, el desarrollo en el educando de una visión amplia, del hábito de reflexionar, de una inteligencia crítica, del pensar por sí mismo, de la importancia de una moral recta, un gusto delicado, una sensibilidad social y un comportamiento noble ante la vida.
Pensemos en John Senior, gran maestro creador del Programa de Humanidades Integradas en la Universidad de Kansas, que aún tiene mucho por enseñarnos sobre las grandes verdades, la necesidad de la literatura, el asombro de la realidad, la belleza de la existencia, el legado de los clásicos, la importancia de la tradición, la apreciación del arte, la necesidad de la restauración de la cultura cristiana y la esperanza renovada de que no todo está perdido.
Y si hablamos de maestros, no podemos dejar de mencionar al maestro por excelencia: Santo Tomás de Aquino. Si bien no elaboró un tratado sobre educación, a lo largo de sus escritos nos presenta los principios y fundamentos necesarios para consolidar la tarea educativa de manera sólida, coherente e integral. Bien podría sintetizarse dicha misión en el principium “Rigans montes” (Riegas los montes) que constituyó su lección inaugural en la Universidad de París, cuyo argumento versa en el ser y obrar del doctor cristiano a la luz del salmo 103 que reza: “De tus altas moradas, riegas los montes; se saciará la tierra del fruto de tus obras”. Pensar la educación a la luz de este principio nos habla de la elevación de la doctrina, la dignidad de los docentes, la condición de los oyentes, y del orden y modo de comunicar la doctrina. Entonces, “su labor traspasó tiempo y espacio porque no solamente supo dar respuestas a las demandas de su siglo sino que también como faro que ilumina y guía en todo momento, fue capaz de dar respuestas válidas a las inquietudes actuales” (Celi Quiroga, 2018, p. 21).
El ejemplo de estos grandes maestros y la dignidad de la tarea que nos convoca debe ser aquello que nos motive e impulse -en palabras del poeta Marechal- a “no vacilar jamás en la defensa o enunciación o elogio de la Verdad, el Bien y la Hermosura”.
Para terminar, hago propias y los invito a hacer lo suyo con las líneas de la rima LXXX de Bécquer:
“Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro:
al que es raudal de ciencia inextinguible,
rogadle por nosotros”.
Peregrino de lo Absoluto
No hay comentarios:
Publicar un comentario