martes, 1 de octubre de 2024

MÉDICOS POR LA VIDA

Cuando los médicos se han convertido en traficantes de la muerte, tenemos que cantar las alabanzas de aquellos médicos nobles que han adoptado una postura valiente a favor de la cultura de la vida.

Por Joseph Pearce


Quizá no haya mejor prueba de la salud de una cultura que la forma en que trata a sus niños. Los cananeos sacrificaban sus propios bebés a Moloc; los cartagineses sacrificaban niños a Baal; y los aztecas y los mayas sacrificaban niños para alimentar a sus dioses demoníacos hasta que los conquistadores cristianos pusieron fin a la barbarie. Ahora, en nuestra autoproclamada cultura “postcristiana”, las madres sacrifican a sus propios hijos en los altares erigidos para su propio autoempoderamiento narcisista o para el autoempoderamiento narcisista de sus parejas sexuales sin ataduras. Ya sea que el nombre del dios que exige el sacrificio de niños se llame Moloch o Mammon o simplemente “Yo”, su adoración es en última instancia demoníaca.

En las culturas paganas, la persona ordenada para practicar el sacrificio de niños era un sacerdote; en nuestra propia cultura, es un médico. Tales médicos desprecian el Juramento Hipocrático, que todos los médicos recién profesos hicieron una vez, en el que prometían solemnemente no hacer daño ni injusticia a sus pacientes. Refutan especialmente estas palabras del Juramento: 
Llevaré adelante ese régimen, el cual de acuerdo con mi poder y discernimiento será en beneficio de los enfermos y les apartará del perjuicio y el terror. A nadie daré una droga mortal aún cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin. De la misma manera, no administraré a la mujer pesarios para provocarle aborto; mantendré puras mi vida y mi arte.
Cuando los médicos se han convertido en mercaderes de la muerte, tenemos que cantar las alabanzas de aquellos médicos nobles que han adoptado una postura valiente en favor de la cultura de la vida. Ya hemos alabado a Jérôme Lejeune, el pediatra y genetista francés que descubrió que el síndrome de Down estaba causado por una copia adicional del cromosoma 21, y que posteriormente hizo campaña contra quienes pretendían utilizar su descubrimiento para cazar a los niños con síndrome de Down en el útero y exterminarlos. Alabemos ahora a esos médicos menos conocidos cuya fe les llevó a luchar por la cultura de la vida, empezando por John y Evelyn Billings.

Evelyn y John Billings

Una búsqueda en Internet de “John Billings” permite encontrar a un piloto estadounidense que llevó espías tras las líneas enemigas durante la Segunda Guerra Mundial, así como a un bibliotecario estadounidense pionero. Hay que indagar un poco más para encontrar al “John Billings” que, junto con su esposa Evelyn, fue pionero en la investigación de la planificación familiar natural. Ese relativo anonimato desmiente la aclamación que recibió el Dr. Billings en su larga e ilustre carrera. 

Nacido en Australia, fue elevado a la categoría de miembro del Colegio Australiano de Médicos y nombrado miembro de la Orden de Australia por recomendación de la Reina Isabel II. Pablo VI le nombró Caballero Comendador de San Gregorio, Juan Pablo II le rindió homenaje y Benedicto XVI le calificó de “alma noble”.

Esta “alma noble” estaba animada por la creencia en la dignidad inherente a toda persona humana. “Tenemos que cambiar los corazones humanos” -dijo durante un discurso en la India en 1997- “para que los derechos de todas las personas sean reconocidos, respetados y defendidos..... Todos los derechos de las personas humanas dependen en primer lugar del derecho fundamental a la vida, sobre el que pueden definirse todos los demás derechos”.

John y Evelyn Billings iniciaron su labor pionera en el campo de la planificación familiar natural en 1953, desarrollando lo que se conoció como el Método de la Ovulación Billings, que fue aprobado por la Iglesia Católica y adoptado por la Organización Mundial de la Salud.

John Billings falleció en 2007 a la edad de ochenta y nueve años; Evelyn murió en 2013 a la edad de noventa y cinco años. Se casaron en 1943 y fueron bendecidos con nueve hijos, treinta y siete nietos y numerosos bisnietos. ¡Alabado sea Dios!

Barbara y John Willke

También hay que alabar a Dios por otro matrimonio, John y Barbara Willke, probablemente responsables de salvar la vida de miles de niños no nacidos. Se les considera los padres del movimiento provida. Su Handbook on Abortion (Manual sobre el aborto) se convirtió en un bestseller internacional, acumulando unas ventas de alrededor de 1,5 millones de ejemplares y siendo traducido a treinta y dos idiomas. Un libro posterior, Abortion: Questions and Answers (Aborto: Preguntas y respuestas), obtuvo un éxito mundial similar. Además de ser autores de otros libros, viajaron a nada menos que sesenta y cuatro países para transmitir el mensaje provida y aparecieron juntos con frecuencia en programas de televisión y radio.

John C. Willke ejerció como obstetra en Cincinnati desde 1950 hasta 1988, año en que se jubiló para dedicarse a tiempo completo a su labor provida. Fue presidente de National Right to Life, la mayor y más antigua organización provida de Estados Unidos, y fundó el Life Issues Institute

El enfoque de Willke, a quien se atribuye la conversión del presidente George H. W. Bush a la postura provida, consistía en emplear la ciencia para demostrar la humanidad del feto. Una vez demostrado científicamente, apeló al sentido común y a la decencia común para defender a los no nacidos de la lacra del aborto. “Se trata de un ser único -dijo del niño no nacido- que contiene en sí mismo un paquete genético, completamente programado para la existencia humana adulta y avanzando activamente hacia ella”.

John C. Willke falleció en 2015 a la edad de ochenta y nueve años; Barbara le precedió dos años antes. Pasaron sus vidas mortales en defensa de la vida, así que bien podemos creer que están pasando sus vidas eternas rezando por la causa provida y por la vida de los no nacidos. Una vez más, ¡alabado sea Dios!          



1 DE OCTUBRE: SAN REMIGIO, ARZOBISPO DE REIMS


1 de Octubre: San Remigio, arzobispo de Reims

(✞ 533)

San Remigio, esclarecido taumaturgo y apóstol de Francia, nació en Cerny-en- Laonnois y fue hijo de Emilio, conde de Laon, y de Santa Celina, cuya memoria se celebra en la Iglesia el 21 de octubre.

Hizo rápidos progresos en las letras y virtudes, y para huir de los peligros del mundo se retiró al castillo de Laon.

A la edad de 22 años, por muerte de Beunado, arzobispo de Reims, fue elegido como su sucesor, dispensándole el Papa la falta de años, que alegaba el santo mozo para esquivar aquella dignidad.

Nota San Gregorio Turonense que fue tan eminente la santidad de su vida, que era San Remigio tan venerable en Reims, como San Silvestre en Roma.

El Señor lo ilustró con el don de milagros; dio la vista a ciegos, libró endemoniados, multiplicó el vino, apagó un terrible incendio, sanó toda clase de enfermedades y resucitó muertos.

Pero el mayor portento de San Remigio, fue la conversión del rey de casi toda la nación francesa.

Hacía cinco años que reinaba Clodoveo, el cual era gentil y estaba casado con Clotilde, y aunque esta santa reina le persuadía que dejase sus ídolos y reconociese por verdadero Dios a Jesucristo, no pudo lograr su conversión.

Más haciendo Clodoveo la guerra a los alemanes y suevos, y viéndose en la jornada de Tolbiac muy apretado y en peligro inminente de muerte, pidió socorro y favor a Jesucristo, prometiéndole hacerse cristiano si le daba la victoria sobre sus enemigos.

Habiendo hecho esta promesa se arrojó con su ejército contra los contrarios, y los desbarató, dejando a su mismo rey tendido en el campo, y alcanzando sobre ellos la más completa victoria.

Volvió triunfante a su reino para cumplir su palabra, y señalado el día en que había de recibir el Bautismo, se adornó con telas blancas y ricas colgaduras para esta augusta ceremonia la iglesia de San Martín, que estaba afuera de los muros de Reims, las antorchas y las velas, que ardían en gran número, estaban preparadas con bálsamos olorosos y suaves perfumes; y el día de la Natividad del Señor, el rey, adornado con blancas vestiduras, y tres mil catecúmenos de su corte y ejército, fueron bautizados por san Remigio, el cual dio a Clodoveo el nombre de Luis, siendo el primero de este nombre y el que dio principio a los cristianísimos reyes de Francia.

Finalmente, habiendo San Remigio hecho innumerables bienes a aquel rebaño de Jesucristo y gobernado santísimamente su iglesia setenta y cuatro años, a los noventa y seis años de vida, dio su alma al Señor con gran sentimiento y llanto de todo el reino de Francia, que perdió tan buen padre, maestro y pastor.

Reflexión:

No cabe duda que la conversión de Clodoveo y los francos al catolicismo se debe en gran parte a las oraciones y ejemplos de su santo prelado y de la piadosa reina Clotilde. ¡Oh, cuánto pueden las plegarias fervientes y el buen ejemplo de un celoso pastor, de una buena madre, de una esposa cristiana, de un amigo caritativo, y en general, de todos los fieles para trocar los corazones! Cuando, desatados de los lazos del cuerpo, entremos en la posesión de los bienes eternos, veremos sin duda que más conversiones han obrado la oración y la fragancia de las virtudes de los siervos de Dios, que la predicación de los varones apostólicos, pues aún esta, por sí sola y destituida de aquella, quedaría en gran parte frustrada.

Oración:

Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice el bienaventurado Remigio, nos aumente la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.