jueves, 30 de diciembre de 2021

PODER VERSUS AUTORIDAD EN LA IGLESIA

La Iglesia católica sufre hoy una crisis de autoridad, no porque no tenga autoridad legítima, sino porque demasiados de sus dirigentes están ebrios de poder.

Por Eric Sammons


La reciente directiva del Vaticano de que las parroquias no pueden anunciar sus Misas Tradicionales en Latín programadas fue recibida con una burla generalizada en las redes sociales. Para cualquiera que haya trabajado en una parroquia, la idea de que un burócrata curial en Roma trate de decirle a la señora Jones de la parroquia de San José en Des Moines lo que puede poner en el boletín es risible y ridícula. Diablos, ¡algunos párrocos ni siquiera pueden controlar lo que sale en el boletín!

Pero detrás de la burla hay una profunda percepción de las diferencias entre poder y autoridad, aunque en el mundo actual estas dos ideas distintas se confunden a menudo. Esta confusión ha llevado a profundos malentendidos entre los católicos en cuanto a la naturaleza de la autoridad en la Iglesia.

Desgraciadamente, hoy en día, muchos líderes de la Iglesia tienen poder detrás de sus órdenes, pero no autoridad. Saben que pueden imponer la obediencia de la mayoría de los católicos a sus directivas, y así ejercen el poder por su propio bien o por el de su ideología, en lugar de por el bien común.

Los obispos alemanes que quieren normalizar el “matrimonio” homosexual pueden tener el poder de hacerlo entre los católicos alemanes, pero no tienen la autoridad.

Los obispos estadounidenses que permiten comulgar a políticos pro-aborto como Joe Biden podrían tener el poder de hacerlo, pero no tienen la autoridad.

El cardenal Cupich podría tener el poder de abolir el culto ad orientem, pero no tiene la autoridad.

El papa Francisco podría tener el poder de abrogar la Misa en Latín, pero no tiene la autoridad.

Debemos tener siempre presente esta distinción entre poder y autoridad. El ex cardenal Theodore McCarrick tuvo durante décadas el apoyo de altos funcionarios de la Iglesia, a pesar de que muchos conocían sus monstruosas fechorías. ¿Por qué? Porque tenía un inmenso poder en la Iglesia, incluso después de estar retirado y con poca o ninguna autoridad. Si el cardenal Cupich prohíbe el culto ad orientem, puede que no tenga esa autoridad bajo la ley de la Iglesia (o divina), pero puede hacer la vida miserable a cualquier sacerdote que se atreva a desobedecer. Eso es poder.

El poder viene de abajo: sólo es posible si tiene el consentimiento (ya sea forzado o dado libremente) de las personas bajo control. José Stalin tenía poder en la Unión Soviética porque nadie por debajo de él se atrevía a resistirse. Mijail Gorbachov también tuvo poder, hasta que el pueblo de la Unión Soviética ya no se lo dio.

La autoridad, en cambio, viene de arriba, en última instancia de Dios. Un padre o un obispo, o incluso un monarca católico, tiene autoridad en ciertas esferas que le ha dado Dios para el bien común de su familia, diócesis o reino, respectivamente. Los que están bajo la autoridad están obligados a seguir las órdenes del superior, no por su consentimiento, sino porque la autoridad proviene en última instancia de Aquel que tiene la verdadera autoridad sobre todos.

Debido a la Caída, el poder puede llegar a ser prácticamente ilimitado en este mundo, a través de la fuerza o la influencia. ¿Qué no pudo hacer Stalin durante su reinado? Una persona con poder también suele querer adquirir más poder. Como señaló Lord Acton, "el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente". Poder decirle a la gente lo que tiene que hacer puede ser embriagador.

La autoridad, en cambio, tiene siempre un alcance limitado. Sólo Dios tiene una autoridad ilimitada, y sólo delega aspectos de su autoridad a los individuos según sea necesario para acercar a la gente a Él.

Y es importante señalar que esta limitación se aplica a todos los que tienen autoridad terrenal -incluida la eclesial-, pues sólo Dios mismo tiene plena autoridad sobre el hombre, como señala Santo Tomás de Aquino: "El hombre está sometido a Dios simplemente en lo que respecta a todas las cosas, tanto internas como externas, por lo que está obligado a obedecerle en todo. En cambio, los inferiores no están sujetos a sus superiores en todas las cosas, sino sólo en algunas y de manera particular" (ST Pt. II-II, Q 105, Art. 5).

El Vaticano I reconoció también estas limitaciones en el ejercicio del papado. Afirma:
Porque el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que, por su revelación, dieran a conocer alguna nueva doctrina, sino para que, con su ayuda, guardaran religiosamente y expusieran fielmente la revelación o depósito de la fe transmitida por los apóstoles.
La autoridad papal legítima, en otras palabras, se ejerce cuando el papa "guarda religiosamente y expone fielmente la revelación o el depósito de la fe transmitido por los apóstoles". Pero es un ejercicio ilegítimo del poder cuando intenta "dar a conocer alguna doctrina nueva". Incluso un papa tiene una autoridad limitada en la Iglesia, aunque en la práctica moderna tiene un poder casi ilimitado. Y si un papa sólo tiene una autoridad limitada, entonces seguramente también la tienen los obispos y los sacerdotes.

Los problemas surgen cuando los líderes confunden la autoridad que Dios les ha dado con el poder. Abusan de su autoridad porque tienen el poder de salirse con la suya. Así que el padre abusivo es capaz de mandar a sus hijos mucho más allá de su autoridad, porque sus hijos son incapaces de resistirse a él. Tiene poder sobre ellos. Un obispo decide que puede hacer lo que quiera -designar a los sacerdotes que le gustan, usar los fondos de la diócesis para viajes en jet privado- porque tiene el poder de hacerlo.

Nuestro Señor condenó enérgicamente este abuso de autoridad mediante el ejercicio ilegítimo del poder bruto:
Sabéis que los príncipes de las naciones se enseñorean de ellas, y que los más grandes ejercen su poder sobre ellas. No será así entre vosotros, sino que el que quiera ser el mayor entre vosotros, que sea vuestro ministro: Y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro servidor. (Mateo 20:25-27)
La verdadera autoridad, que viene de Dios, se pone siempre al servicio de los que están bajo el gobernante. San Gregorio Magno lo entendió bien, diciendo que "Quien se llama a sí mismo obispo universal, o desea este título, es, por su orgullo, el precursor del Anticristo" y, en cambio, llamó a su papel de papa "el Siervo de los Siervos de Dios".

Es también la falta de distinción entre poder y autoridad lo que a menudo confunde los debates actuales sobre la obediencia. La mayoría de los católicos fieles saben instintivamente que la obediencia es una virtud importante y necesaria. Pero cuando un líder de la Iglesia emite una directiva cuestionable, todo el foco de la discusión parece centrarse en aquellos que están bajo su autoridad y su necesidad de obedecer. Pero apenas se discute si el líder de la Iglesia está ejerciendo su autoridad o simplemente ejerciendo su poder bruto. Y de hecho, la obediencia silenciosa a las falsas directivas aumenta su poder, llevando a más falsas directivas en el futuro.

¿Cómo distinguimos entre las órdenes dadas desde la autoridad legítima y las órdenes impuestas desde el ejercicio del poder? La línea divisoria entre la autoridad y el poder se encuentra en la naturaleza de la orden dada. El padre que le dice a su hijo de seis años que se coma las verduras está ejerciendo su autoridad legítima como proveedor de su familia. Pero el padre que le dice a su hijo que en realidad es una niña porque le gusta bailar está forzando su poder sobre él. La primera orden es para el bien del hijo, pero la segunda es perjudicial.

Por lo tanto, las órdenes legítimas son las que están dentro de la esfera de autoridad del gobernante, y para el bien de los que están bajo su mando. Todo lo demás es un ejercicio de poder.

La Iglesia católica sufre hoy una crisis de autoridad, no porque no tenga autoridad legítima, sino porque demasiados de sus dirigentes están ebrios de poder. En lugar de utilizar la autoridad que Dios les ha dado para el bien común -nuestra salvación-, están imponiendo su voluntad mediante el poder bruto. Los católicos deben aceptar la autoridad de la jerarquía y rechazar su abuso de poder. Sólo entonces se restablecerá el desequilibrio clerical actual a algo más acorde con el deseo de Nuestro Señor de que nuestros líderes sean servidores que nos inspiren y guíen, no dictadores que se deleiten en su propio poder.

[Foto: El cardenal Cupich entregando el Premio Espíritu de Francisco al entonces cardenal McCarrick en 2016].


Crisis Magazine



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