domingo, 5 de diciembre de 2021

CATÓLICO APOSTÓLICO MUNDANO

Hoy hay un “complejo del católico”: se nos ha hecho creer que, histórica, espiritual y hasta socialmente, un católico es un ser de segunda categoría…

Por el padre Javier Olivera Ravasi, SE


“Dichoso aquél que no se escandalice de mí”

Llegado el Adviento, la figura de San Juan Bautista emerge como la de un islote en el medio de las tempestades. Y emerge en el día de hoy con una aparente duda:
“Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Jn 11, 2).
El Bautista, como sabemos, se encontraba en prisión; detenido por haber denunciado el pecado de Herodes, casado con la esposa de su hermano. Había perdido la cabeza por una mujer y esa misma mujer sería la culpable de que Juan perdiera la suya.

Ahora bien -podría preguntarse uno- ¿por qué San Juan Bautista hizo esa pregunta? ¿acaso dudaba de Cristo?

1. Desde el vientre su madre, con sólo seis meses, ya lo había reconocido saltando de gozo en el seno de Santa Isabel, su madre.

2. Desde pequeño se había retirado al desierto para hacer penitencia, comer miel silvestre y langostas.

3. Había visto descender la paloma desde lo alto en el día del bautismo de Cristo.

4. Había reconocido al “cordero de Dios”, que quita los pecados del mundo…

¿Y ahora, a punto de dar la vida, dudaba…?

Pues no. Estaba, una vez más, señalando al Cordero de Dios, para que sus propios discípulos, antes de su partida, lo vieran por sí mismos. La respuesta de Nuestro Señor no se hizo esperar:
“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
Son las palabras del profeta Isaías (Is 26, 19 ; 29,18 ss ; 35,5 s ; 61, 1).

Este testimonio les bastó a los discípulos de San Juan para seguir no al profeta, sino al Cordero anunciado por el profeta.

Pero en ese mismo diálogo, Nuestro Señor añade a los discípulos de Juan:
“¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
¿Por qué? ¿escandalizarse de qué? Pues de su modo de ser; de su enseñanza, de su misma presentación. Para muchos -aún para los discípulos de Juan- seguir al Mesías esperado era seguir al Gran libertador de los judíos, al Rey de reyes carnal, que vendría a en majestad a salvar al Pueblo de Israel, no a este aparente hijo del carpintero.

“¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”; como si dijese: “felices aquellos que no tienen vergüenza de seguir a Cristo; de ser cristianos coherentes. Felices los que no tienen “respeto humano”.

¿“Respeto humano”? -dirá uno- ¿Qué es el “respeto humano”...?

Es el temor mundano que algunos católicos tienen por el “qué dirán”. Es un veneno poderoso que hoy se encuentra en la mayoría de los católicos de occidente; es la actitud que, por temor o por vergüenza hace que muchas veces, frente a la sociedad, intentemos mimetizarnos con sus criterios, con sus juicios, con sus costumbres. Es el católico camaleónico. La antítesis de lo que sucede en Egipto con los cristianos que, desde bebés nomás, sus propios padres les hacen un tatuaje en la muñeca derecha para que nunca renieguen de su Fe.


El “respeto humano” es un veneno sutil, tan sutil que nos va tomando de a poco hasta dejarnos paralíticos: es uno de los medios más eficaces que el demonio tiene para impedir la santidad en el mundo moderno. Es la causa de tantas parálisis espirituales.

¿Y por qué?

Porque el demonio quiere que muchos vayan al infierno, por eso se gloría de sus maldades y persigue a los fieles con burlas mundanas o comentarios hirientes.

– ¿Cómo te vas a vestir así?

– ¿Cómo no vas a dejar que tus hijos vayan a tal parte?

– ¿Por qué no te modernizas?

– ¡Si todo el mundo lo hace!

Pero no se puede ser de Cristo y el mundo. O se es de Cristo o se es del mundo.

No se puede ser sólo católico en la esfera privada. Eso se llama “catolicismo liberal” y es un pecado funesto de nuestra época.

Es que hoy hay un “complejo del católico”; se nos ha hecho creer que, histórica, espiritual y hasta socialmente, un católico es un ser de segunda categoría…

“Soy católico pero…”

“Creo en Dios pero…”

Ejemplo: “soy católico pero… voy a los mismos lugares que los mundanos, hago lo mismo que los mundanos, me visto igual que los mundanos, hablo igual que los mundanos, educo a mis hijos igual que los mundanos, escucho la misma música que los mundanos, pero…”

Más bien debería ser al revés: “soy mundano pero… los domingos voy a misa y rezo cada tanto…”

¡No! ¡Basta ya! ¡O de Cristo o del mundo!

Lo que hoy en día quiere decir ser católico “abierto”, “pluralista”, “tolerante”, etc., es, simplemente, una patraña, una mentira; es ser o no ser católico… Y, si no, leamos las Actas de los mártires. Sentiríamos vergüenza al ver cómo vivían y por qué morían los primeros cristianos…

Y hasta olvidamos que, el termómetro de nuestras buenas obras, muchas veces, es la misma persecución; el mismo “ser señalado por el mundo”; porque allí está la bienaventuranza:
“Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os insulten y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo” (Lc 5, 26).
Porque si no, cuando todo va bien, algo va mal… Porque no se puede ser de Cristo y del mundo.

El católico, para el mundano, claramente debe ser signo de contradicción; tal signo de contradicción que hasta acuse con su modo de vivir a quienes no son de Cristo, a tal punto de que digan, como señalan las Escrituras:
“Acechemos al justo, porque con su conducta nos reprocha nuestra forma de vivir” (Sab. 2,12).
Terminemos con una anécdota que, Douglas Hyde, un ex militante comunista, narraba acerca de su vida en el marxismo cuando se encontraba con un compañero de militancia, ya en su vejez y cómo no tenían vergüenza en mostrarse como lo que eran:
Nuestra conversación se centró vivamente a la época en la que los dos estábamos de lleno dedicados a la causa del partido (…). Entonces muy nostálgicamente me dijo : '¿recuerdas realmente lo que era nuestra vida en el partido?, te levantabas y te ponías a afeitar pensando en las cosas que podrías hacer por el comunismo aquel día. Ibas a desayunar y leías el Daily Worker, nuestro diario comunista, para entonarte y tomar el aire de la lucha en la que estabas envuelto. Leías cada artículo del diario que te enardecía y pensabas cómo podrías ser tú, útil a la causa'.

Recuerdo que nunca estuve interesado en los deportes, pero leía las páginas de deporte para ser capaz de discutir más tarde y decirles a los demás: '¿Has leído eso en el Daily Worker?' Entonces les daba el periódico esperando que además de las hojas de deportes le echaran un vistazo también a los comentarios de política.

En el autobús o en el tranvía cuando iba a mi tra­bajo leía el Daily Worker tan ostentosamente como po­día, sosteniéndolo en lo alto, esperando que los que me rodeaban pudieran leer los titulares y pudieran ser in­fluidos por ellos. Siempre llevaba dos ejemplares con­migo, dejaba uno sobre el asiento en espera que más tarde alguien lo tomara y lo leyera.

Cuando llegaba a mi trabajo hacía circular mi Daily Worker; un trabajador tras otro lo cogía, se lo llevaba unos minutos y lo devolvía. A la hora del almuerzo en la cantina o el restaurante, intentaba entablar conver­sación con los compañeros de mesa. Puse en práctica el sentarme con varios grupos diferentes para que mi influencia fuese todo lo extensa que yo pudiera. No trataba de embutirles comunismo por todas partes, pero guiaba la conversación de manera tal que se terminase hablando de política, y si era posible de las campañas que había puesto en marcha el partido.

Antes de dejar mi trabajo por la noche teníamos una rápida reunión con el grupo de la fábrica o de la célula. Discutíamos los procesos y éxitos del día; y discutíamos también lo que seríamos capaces de hacer el día siguiente.

Iba corriendo a casa cenaba rápidamente y enton­ces me iba a dar unas clases, o a hacer de moderador en alguna discusión, quizás a unirme a alguna campaña comunista, yendo de puerta en puerta e intentando convencer a la gente, o estando a un lado de la calle vendiendo diarios comunistas. Es decir, haciendo algo para el comunismo. Cuando iba a acostarme por la noche, soñaba en lo que haría para el comunismo al día siguiente” (Douglas Hyde, Cómo formar dirigentes, Ed. dig., S/L 1968, 28-30).
* * *

En este tiempo de Adviento que ahora transitamos entonces, pidamos la coherencia de nuestra Fe; la fortaleza en el buen obrar y la proclamación con nuestras vidas de que Cristo es el Único Señor que merece ser servido.

Ave María Purísima, sin pecado concebida.



Que no te la cuenten...


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