martes, 7 de diciembre de 2021

LA ÚNICA COSA NECESARIA

Si la gente sacrifica tantas cosas para salvar la vida del cuerpo, que al final debe morir, ¿qué no deberíamos sacrificar para salvar la vida de nuestra alma, que ha de durar para siempre? 

Por el Padre Reginald Garrigou-Lagrange, O.P.


Como todo el mundo puede comprender fácilmente, la vida interior es una forma elevada de conversación íntima que cada uno mantiene consigo mismo en cuanto está solo, incluso en el tumulto de una gran ciudad. Desde el momento en que deja de conversar con sus semejantes, el hombre conversa interiormente consigo mismo sobre lo que más le preocupa. Esta conversación varía mucho según las diferentes edades de la vida; la de un anciano no es la de un joven. También varía mucho según el hombre sea bueno o malo.

En cuanto el hombre busca seriamente la verdad y el bien, esta conversación íntima consigo mismo tiende a convertirse en conversación con Dios. Poco a poco, en lugar de buscarse a sí mismo en todo, en lugar de tender más o menos conscientemente a hacer de sí mismo un centro, el hombre tiende a buscar a Dios en todo, y a sustituir el egoísmo por el amor a Dios y a las almas en Él. Esto constituye la vida interior. Ningún hombre sincero tendrá dificultad en reconocerlo. La única cosa necesaria de la que Jesús habló a Marta y María consiste en escuchar la palabra de Dios y vivir de ella.

La vida interior así concebida es algo mucho más profundo y más necesario en nosotros que la vida intelectual o el cultivo de las ciencias, que la vida artística o literaria, que la vida social o política. Desgraciadamente, algunos grandes eruditos, matemáticos, físicos y astrónomos no tienen vida interior, por así decirlo, sino que se dedican al estudio de su ciencia como si Dios no existiera. En sus momentos de soledad no tienen ninguna conversación íntima con Él. Su vida parece ser, en ciertos aspectos, la búsqueda de lo verdadero y del bien en un dominio más o menos definido y restringido, pero está tan manchada de amor propio y de orgullo intelectual que podemos preguntarnos legítimamente si dará frutos para la eternidad. Muchos artistas, literatos y hombres de Estado no se elevan nunca por encima de este nivel de actividad puramente humana que es, en definitiva, bastante exterior. ¿Vive el fondo de su alma por Dios? Parece que no.

Esto demuestra que la vida interior, o la vida del alma con Dios, bien merece ser llamada la única cosa necesaria, ya que por ella tendemos a nuestro último fin y aseguramos nuestra salvación. Este último no debe separarse demasiado de la santificación progresiva, pues es el camino mismo de la salvación.

Hay quienes parecen pensar que basta con ser salvo y que no es necesario ser santo. Evidentemente, no es necesario ser un santo que hace milagros y cuya santidad es reconocida oficialmente por la Iglesia. Para salvarse, hay que tomar el camino de la salvación, que es idéntico al de la santidad. En el cielo sólo habrá santos, ya sea que entren allí inmediatamente después de la muerte o después de la purificación en el purgatorio. Nadie entra en el cielo si no tiene esa santidad que consiste en la perfecta pureza del alma. Todo pecado, aunque sea venial, debe ser borrado, y el castigo debido al pecado debe ser soportado o remitido, para que un alma pueda disfrutar para siempre de la visión de Dios, verlo como Él se ve a sí mismo, y amarlo como Él se ama a sí mismo. Si un alma entrara en el cielo antes de la remisión total de sus pecados, no podría permanecer allí y sería arrojada al purgatorio para ser purificada.

La vida interior de un hombre justo que tiende a Dios y que ya vive por Él es, en efecto, lo único necesario. Para ser santo no se requiere ni una cultura intelectual ni una gran actividad exterior; basta con vivir profundamente de Dios. Esta verdad es evidente en los santos de la Iglesia primitiva; varios de esos santos eran pobres, incluso esclavos. Es evidente también en San Francisco, San Benito José Labre, en el Cura de Ars, y en muchos otros. Todos ellos tenían una profunda comprensión de estas palabras de nuestro Salvador: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si sufre la pérdida de su propia alma?". Si la gente sacrifica tantas cosas para salvar la vida del cuerpo, que al final debe morir, ¿qué no deberíamos sacrificar para salvar la vida de nuestra alma, que ha de durar para siempre? ¿No debería el hombre amar su alma más que su cuerpo? "¿O qué cambio dará el hombre por su alma?", añade Nuestro Señor. "Una sola cosa es necesaria", nos dice. Para salvar nuestra alma, una sola cosa es necesaria: escuchar la palabra de Dios y vivir de ella. Ahí está la mejor parte, que no se le quitará al alma fiel aunque pierda todo lo demás.


De su libro “Las tres edades de la vida interior” (2 vols.)

Edición original en francés © Provincia Dominicana, Francia.

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