martes, 18 de abril de 2023

LA NATURALEZA SACRAMENTAL DE LA AUTORIDAD Y LOS LÍMITES DE LA SINODALIDAD

¿Qué se entiende exactamente por “sinodalidad” o “eclesiología sinodal”? ¿Cuáles son las propuestas específicas para implementar la sinodalidad en todos los niveles de la Iglesia?

Por Nicholas J. Healy, Jr.


La primera regla de San Ignacio de Loyola para pensar con la Iglesia es: "Debemos dejar a un lado todo juicio propio, y tener la mente siempre dispuesta y pronta a obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo Nuestro Señor, Nuestra Santa Madre, la Iglesia jerárquica". Esta obediencia amorosa puede ser difícil; requiere discernimiento y disposición para conformar el propio pensamiento a la mente de Cristo y de su esposa inmaculada - sentire cum ecclesia. Una de las dificultades actuales se refiere a la idea de "sinodalidad" concretada en el actual proceso sinodal plurianual. Muchos católicos que quieren pensar con la Iglesia se sienten a la vez avergonzados y profundamente aprensivos ante el flujo constante de imágenes y documentos generados por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. Estamos avergonzados por la fealdad y el carácter ideológico de las imágenes, por el bajo nivel intelectual de los documentos, y por el desplazamiento de un sentido genuino de la catolicidad de la Iglesia enraizada en el misterio de Jesucristo por eslóganes sobre "aceptación", "igualdad" y la necesidad de "abrazar la diversidad" (1).

Para intentar comprender las exigencias del sentire cum ecclesia en esta situación, es útil recordar el discernimiento emprendido por Henri de Lubac en el confuso período inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II. En particular, de Lubac criticó a sus cohermanos por adoptar
una falsa idea de apertura al mundo, predicada descaradamente como si fuera el pensamiento del Concilio, que quita a la masa de los fieles lo que fue siempre la fuerza de los cristianos por inmersos que estuvieran en el mundo; es decir: la conciencia de su obligación de ser el alma vivificadora del mundo. En cambio, los deja como pobres criaturas sin identidad, a remolque (2).
Estas palabras "a remolque" -intentando desesperadamente estar a la moda y ser aceptados por el mundo- son una descripción acertada de muchas de las frases esparcidas por los documentos de trabajo del proceso sinodal. Y no inspira confianza cuando eslóganes ideológicos sobre "abrazar la diversidad" y la necesidad de proporcionar "un espacio más acogedor" para las personas lgbtq se presentan como la voz del Espíritu Santo. Por ejemplo, los redactores del reciente "Documento de trabajo para la etapa continental" del sínodo nos exhortan a "entrar en estas páginas como en 'tierra santa'". No, gracias.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Qué se entiende exactamente por "sinodalidad" o "eclesiología sinodal"? ¿Cuáles son las propuestas concretas para implantar la sinodalidad en todos los niveles de la Iglesia? Por último, ¿cuáles son algunas de las limitaciones de esta nueva eclesiología sinodal? Mi objetivo en lo que sigue es explorar estas cuestiones en dos pasos. En la primera parte de mi ponencia trazaré la historia reciente del concepto de "sinodalidad" y la eclesiología que subyace a las recientes propuestas de edificar o construir una Iglesia sinodal. La segunda parte planteará algunas cuestiones críticas a la luz de la naturaleza sacramental de la autoridad eclesial y de la vocación específica de los laicos.

Permítanme que prologue mis observaciones abordando un posible malentendido o una objeción. La objeción puede enmarcarse de la siguiente manera: El magisterio de la Iglesia ha propuesto la "sinodalidad" como clave para renovar la vida de la Iglesia. De ello se deduce que una crítica fundamental del proceso sinodal representa una forma de desobediencia a los pastores de la Iglesia. En respuesta a esta preocupación, quiero hacer dos observaciones, que serán desarrolladas en lo que sigue:

1. La palabra "sinodalidad" significa caminar juntos. El concepto se basa en la común dignidad y corresponsabilidad de todos los bautizados en la vida y misión de la Iglesia. En el centro del camino sinodal está la escucha mutua, la colaboración y un renovado sentido de corresponsabilidad de todos por la misión de la Iglesia. Concebida de este modo general, la "sinodalidad" es inobjetable; es un objetivo noble. De hecho, puede leerse como un intento de tomar en serio la enseñanza de Dei Verbum de que el depósito de la fe es un bien común que une a pastores y fieles en lo que los Padres conciliares llaman una "singularis conspiratio". Los fieles, no menos que sus pastores, tienen un papel en la recepción y transmisión de la Palabra de Dios. Nada en mis observaciones debe tomarse como una crítica a la "sinodalidad" concebida de esta manera general. La escucha mutua, las formas renovadas de colaboración y el sentido de responsabilidad compartida por parte de todos los bautizados son bienes esenciales para la vida de la Iglesia. Mis preguntas críticas no se dirigen a la "sinodalidad" como tal, sino más bien a los documentos que pretenden poner en práctica la vía sinodal creando nuevas estructuras y procesos. En este sentido, mi crítica pretende restaurar una auténtica corresponsabilidad y escucha mutua a partir de lo que considero ciertas distorsiones clericales. Esto nos lleva al segundo punto:

2. El blanco de mi crítica no es el Magisterio de la Iglesia Católica, sino los documentos no magisteriales generados por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. El jefe de esta burocracia, el cardenal Mario Grech, ha pedido específicamente a los laicos su opinión, incluyendo comentarios críticos sobre estos documentos.


Primera parte: La historia reciente del concepto de "sinodalidad" (1965-2021)

La palabra "sínodo", derivada de la preposición "συν" (con) y del sustantivo "όδός" (camino), sugiere la noción del "camino común" de los cristianos o la asamblea de aquellos que han sido convocados por Dios. Más concretamente, la palabra sínodo se refiere a "asambleas eclesiales convocadas a diversos niveles (diocesano, provincial, regional, patriarcal o universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y a la escucha del Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se plantean con el paso del tiempo" (3). Desde los tiempos de la Iglesia primitiva, los concilios o sínodos han desempeñado un papel esencial en la vida y la misión de la Iglesia.

El énfasis contemporáneo en la sinodalidad se remonta a la decisión del papa Pablo VI en 1965 de reintroducir la práctica de las reuniones periódicas de los obispos para tratar cuestiones de interés para la Iglesia universal (4). La inspiración y el fundamento teológico para instituir el Sínodo de los Obispos fue la enseñanza de Lumen Gentium sobre la "colegialidad". El colegio episcopal es también (con el Romano Pontífice) el sujeto de suprema y plena autoridad sobre la Iglesia universal.
El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a doce para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el reino de Dios; a estos Apóstoles los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos mismos. Esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta él fin del mundo, puesto que el Evangelio que ellos deben propagar es en todo tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esto los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada.

...el Cuerpo episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, más aún, en el que perdura continuamente el Cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza (5).
No es el caso que Cristo confiera toda la autoridad al sucesor de Pedro, que luego delega parte de su autoridad en otros obispos. En virtud del sacramento de la ordenación episcopal, Cristo confía a cada obispo la autoridad para enseñar y gobernar la Iglesia, y cada obispo es corresponsable de la Iglesia universal. Para que los obispos y el Papa puedan ejercer mejor su responsabilidad compartida sobre la Iglesia, es conveniente que haya reuniones periódicas para deliberar sobre cuestiones de interés universal. Como señaló Juan Pablo II, el Sínodo de los Obispos, "que representa a todo el episcopado católico, demuestra el hecho de que todos los obispos están en comunión jerárquica en la solicitud por la Iglesia universal" (6). Desde el establecimiento del Sínodo de los Obispos en 1965, pasando por los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, los términos "sínodo" o "sinodalidad" se referían principalmente al ejercicio colegial de la autoridad episcopal.

Más recientemente, se ha impuesto una nueva idea: la idea novedosa es que la "sinodalidad" pertenece a la esencia de la Iglesia y a todos los aspectos de la vida y la misión de la Iglesia. En resumen, la sinodalidad es un rasgo esencial y constitutivo de la Iglesia. ¿Cuáles son los fundamentos teológicos y la motivación de esta extensión analógica del concepto de "sinodalidad"? La primera y más básica preocupación de la eclesiología sinodal es un sentido renovado de la dignidad y vocación comunes de todos los miembros de la Iglesia. En virtud del sacramento del Bautismo, todos los fieles participan en los oficios sacerdotales, proféticos y reales de Cristo. La eclesiología sinodal busca confirmar y profundizar la participación y responsabilidad compartida de todos en la vida y misión de la Iglesia. La diversidad de carismas y ministerios en la Iglesia está destinada a servir y enriquecer nuestro "camino común", permitiendo a cada miembro desempeñar un papel activo en la misión de la Iglesia.

En la base de la participación y corresponsabilidad de todos los fieles está la doctrina del sensus fidei fidelium. En un importante discurso con motivo del quincuagésimo aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, el papa Francisco desarrolló la conexión entre la sinodalidad y el sensus fidei:
Después de afirmar que el pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados llamados a "ser casa espiritual y sacerdocio santo", el Concilio Vaticano II prosiguió diciendo que "todo el cuerpo de los fieles, que tiene la unción que viene del Santo (cf. 1 Jn 2,20.27), no puede equivocarse en materia de fe. Esta característica se manifiesta en el sentido sobrenatural de la fe (sensus fidei) de todo el pueblo de Dios, cuando 'desde los obispos hasta el último de los fieles' manifiesta un consenso universal en materia de fe y de moral. Estas son las famosas palabras infalibles "in credendo". En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, subrayé que "el pueblo de Dios es santo gracias a esta unción, que lo hace infalible in credendo", y añadí que "todos los bautizados, cualquiera que sea su posición en la Iglesia o su nivel de instrucción en la fe, son agentes de evangelización, y sería insuficiente prever un plan de evangelización a cargo de profesionales, mientras que el resto de los fieles serían simples receptores pasivos". El sensus fidei impide una separación rígida entre una Ecclesia docens y una Ecclesia discens, ya que el rebaño posee igualmente una capacidad instintiva para discernir los nuevos caminos que el Señor revela a la Iglesia (7).
El sensus fidei establece a toda la Iglesia, ungida por el Espíritu Santo, como portadora de la Tradición Apostólica. Para discernir la voz del Espíritu, es necesario que los pastores de la Iglesia consulten a los fieles y escuchen su voz. Recíprocamente, la sinodalidad anima a los fieles a convertirse en protagonistas o participantes activos en el camino misionero de la Iglesia. Tanto el método como el objetivo de la sinodalidad es "una escucha recíproca en la que todos tienen algo que aprender". El pueblo fiel, el colegio episcopal, el Obispo de Roma: todos se escuchan y todos escuchan al Espíritu Santo, "Espíritu de verdad" (Jn 14,17), para saber lo que "dice a las Iglesias" (Ap 2,7)" (8).

Un segundo objetivo, y relacionado, de la eclesiología sinodal es superar un "clericalismo" excluyente o unilateral que impediría "la participación de todos, según la vocación de cada uno, con la autoridad conferida por Cristo al Colegio de los Obispos encabezado por el Papa" (9). En palabras del papa Francisco, "la sinodalidad, como elemento constitutivo de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico" (10). Si cada miembro de la Iglesia es corresponsable de la Iglesia, entonces cada miembro debe participar en el gobierno de la Iglesia. Al tiempo que reconoce la distinción de dones o carismas en la Iglesia, incluido el carisma del ministerio jerárquico, el programa de sinodalidad busca desarrollar nuevas formas de colaboración y "escucha mutua", así como nuevas estructuras que permitan a los laicos participar en la toma de decisiones en la Iglesia.

En resumen, la historia reciente del concepto de sinodalidad comienza con la preocupación de poner en práctica la enseñanza de Lumen Gentium sobre la colegialidad. La institución del Sínodo de los Obispos pretendía expresar y hacer realidad la colaboración y la responsabilidad compartida del Papa y los obispos para con la Iglesia universal. En los últimos años se ha asistido a una evolución o ampliación analógica del significado de "sinodalidad"; si el término se refería inicialmente a la colegialidad episcopal, la nueva idea es que toda la Iglesia es constitutiva y esencialmente sinodal. En palabras de la Comisión Teológica Internacional, "la sinodalidad es el modus vivendi et operandi específico de la Iglesia" (11).

Antes de considerar algunas posibles limitaciones de la eclesiología sinodal, es necesario presentar algunas propuestas específicas para la implementación de la sinodalidad en la vida de la Iglesia. "Sinodalidad" es esencialmente un concepto programático en el sentido de que autoriza y requiere nuevos procesos, estructuras y acontecimientos para realizar el objetivo de "construir una Iglesia sinodal" (12). Un importante texto de la Comisión Teológica Internacional ofrece una descripción de la sinodalidad como dimensión esencial y constitutiva de la Iglesia:
a. Ante todo, la sinodalidad denota el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia, expresando su naturaleza de Pueblo de Dios que camina unido y se reúne en asamblea, convocado por el Señor Jesús con la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. La sinodalidad debe expresarse en el modo ordinario de vivir y trabajar de la Iglesia. Este modus vivendi et operandi se concreta en la comunidad de escucha de la Palabra y de celebración de la Eucaristía, en la fraternidad de comunión y en la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios en su vida y misión, a todos los niveles y distinguiendo los diversos ministerios y funciones.

b. En un sentido más específico, que se determina desde un punto de vista teológico y canónico, la sinodalidad denota aquellas estructuras y procesos eclesiales en los que la naturaleza sinodal de la Iglesia se expresa a nivel institucional, pero análogamente en varios niveles: local, regional y universal. Estas estructuras y procesos están oficialmente al servicio de la Iglesia, que debe descubrir el camino a seguir escuchando al Espíritu Santo.

c. Por último, la sinodalidad designa el programa de aquellos acontecimientos sinodales en los que la Iglesia es convocada por la autoridad competente según los procedimientos específicos previstos por la disciplina eclesiástica, implicando de diversas maneras a todo el Pueblo de Dios a nivel local, regional y universal, presidida por los Obispos en comunión colegial con el Obispo de Roma, para discernir el camino a seguir y otras cuestiones particulares, y para tomar decisiones y orientaciones particulares con el fin de cumplir su misión evangelizadora (13).
Hay varias cosas que observar en relación con este resumen de los tres niveles o dimensiones de la sinodalidad. El primer punto a destacar es la conexión lógica entre los tres niveles. El primer nivel se refiere a la sinodalidad como un "estilo" que puede y debe expresarse en la vida ordinaria de la Iglesia, especialmente en su vida litúrgica. Sin embargo, el contenido y significado de este "estilo sinodal" es vago y genérico. La verdadera prueba de si un estilo sinodal está o no adecuadamente presente en la vida de la Iglesia es la atención que se presta a los procesos, estructuras y asambleas sinodales descritos como segundo y tercer nivel. En una reflexión sobre estos tres niveles en los que se expresa la sinodalidad, el Documento Preparatorio del Sínodo de 2023 afirma que "si no se encarna en estructuras y procesos, el estilo de la sinodalidad se degrada fácilmente del nivel de las intenciones y los deseos al de la retórica" (14).

El segundo punto a destacar es que la sinodalidad es un proyecto o plan que requiere nuevas iniciativas y nuevos procesos. Al caminar juntos de manera sinodal, "la Iglesia podrá aprender a través de su experiencia qué procesos pueden ayudarla a vivir la comunión, a lograr la participación" (15). Esto requiere "la capacidad de imaginar un futuro diferente para la Iglesia y sus instituciones" (16) con el objetivo de "construir una Iglesia sinodal" (17).

¿Cuáles son algunos de los procesos y estructuras en los que puede expresarse la naturaleza sinodal de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es compleja en la medida en que se requieren diferentes procesos y estructuras a nivel de parroquia, diócesis, región, nación e Iglesia universal. Es útil centrarse en la sinodalidad a nivel parroquial. Para la mayoría de los miembros de la Iglesia, la parroquia es el lugar concreto donde se encuentra y experimenta la Iglesia. Refiriéndose a la importancia de la sinodalidad en la vida de la parroquia, el documento del CCI sobre la sinodalidad señala:
En la parroquia existen dos estructuras de carácter sinodal: el consejo pastoral parroquial y el consejo económico, con participación de los laicos en la consulta y planificación pastoral. En este sentido, parece necesario revisar la norma canónica que actualmente sólo sugiere la existencia de un consejo pastoral parroquial y hacerlo obligatorio, como ha hecho el último Sínodo de la diócesis de Roma. La realización de una dinámica sinodal eficaz en una Iglesia local requiere también que el Consejo pastoral diocesano y los consejos pastorales parroquiales trabajen de manera coordinada y estén debidamente actualizados (18).
La idea aquí parece ser que la sinodalidad implica participar en instituciones o estructuras representativas que permitan a los laicos compartir el gobierno de la parroquia. Anteriormente en el texto, el CCI explicaba que "las avanzadas exigencias de la conciencia moderna respecto a la participación de cada ciudadano en el funcionamiento de la sociedad, requieren una nueva y más profunda experiencia y presentación del misterio de la Iglesia como intrínsecamente sinodal" (19). La dinámica de "escucha mutua" y responsabilidad compartida dentro de la Iglesia debería encontrar su expresión en estructuras que permitan a los laicos participar en las decisiones que afectan a la vida de la parroquia.

La segunda forma de que los laicos pongan en práctica y realicen la naturaleza sinodal de la Iglesia es mediante su participación en "eventos sinodales" convocados por una autoridad eclesial competente. El actual proceso sinodal, que culminará en una Asamblea General plurianual del Sínodo de los Obispos, es un ejemplo clave de este tipo de eventos. En su inicio y planificación, el actual proceso sinodal ha sido diseñado específicamente para permitir la participación de toda la Iglesia. La primera fase del actual proceso sinodal implica "escuchar y consultar al pueblo de Dios en las Iglesias particulares" (octubre 2021 - abril 2022) (20). ¿Cómo pueden participar exactamente los laicos en este evento? Participando en reuniones parroquiales o talleres sobre la sinodalidad o respondiendo a una encuesta sinodal en sitios web interactivos especialmente diseñados. En ambos casos, las preguntas que constituyen la base de la fase de consulta del proceso sinodal son las siguientes:
¿Cómo es el "caminar juntos" [sinodal] hoy en la Iglesia?

¿Qué espacio hay en tu vida para escuchar las voces de las periferias de la Iglesia, especialmente los grupos culturales, las mujeres, los discapacitados, los que experimentan la pobreza, la marginación o la exclusión social?

¿Qué espacio hay en nuestras parroquias para la voz de las personas, incluidos los miembros activos e inactivos de nuestra fe?

¿Cómo se ejerce la autoridad o el gobierno en tu parroquia local y en la Iglesia?

¿Cómo promueve tu parroquia la participación en la toma de decisiones dentro de las estructuras jerárquicas de la Iglesia?
Esta encuesta sinodal, permítanme subrayarlo, está diseñada para promulgar una consulta o escuchar la voz de los laicos como una forma de escuchar la voz de Dios. En palabras del Secretario General del Sínodo de los Obispos, el cardenal Mario Grech, "escuchando al pueblo de Dios -para eso sirve la consulta en las Iglesias particulares- sabemos que podemos oír lo que el Espíritu dice a la Iglesia" (21). Las respuestas a estas preguntas han sido cotejadas y tamizadas por un comité de expertos sinodales, primero a nivel diocesano, y luego por un comité a nivel de la Conferencia Episcopal nacional, y después por un comité de expertos de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, que a su vez han redactado documentos que resumen los resultados de esta consulta a los fieles.


Segunda parte: Cuestiones críticas

El método y el objetivo de la sinodalidad consisten en una apreciación más profunda de la dignidad compartida y del "camino común" de todos los miembros de la Iglesia. Una Iglesia sinodal promueve la participación, la responsabilidad compartida y la escucha mutua en aras de una reforma y una renovación que revitalicen la misión de la Iglesia. Como he señalado antes, planteada en estos términos generales, la noción de "sinodalidad" es inobjetable.

Sin embargo, la cuestión que requiere más discernimiento proviene del hecho de que lo que se describe como una "enseñanza trascendental y nueva" sobre la eclesiología sinodal se concreta y expresa en procesos, estructuras y acontecimientos específicos. Lo que hay que comprobar es si los documentos que guían e informan estos nuevos procesos y estructuras reflejan adecuadamente la naturaleza sacramental de la Iglesia y la diversidad de carismas en la Iglesia fundada por Cristo. Tengo cuatro preguntas o áreas de preocupación.


El fundamento sacramental de la autoridad

Uno de los objetivos declarados del proceso sinodal es reflexionar de nuevo sobre el ejercicio de la autoridad en la Iglesia. "La sinodalidad", escribe el papa Francisco, "como elemento constitutivo de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico" (22). El Documento Preparatorio del Sínodo de 2023 sobre la Sinodalidad pide que se examine "cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, así como las estructuras mediante las cuales se gestionan" (23). El Documento Preparatorio vuelve al tema de la autoridad en una sección final que enumera temas clave que deberían considerarse durante la primera fase de la consulta. Bajo los epígrafes "Autoridad y participación" y "Discernir y decidir", se plantean las siguientes cuestiones:
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable... ¿Cómo se ejerce la autoridad en nuestra Iglesia particular? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la asunción de responsabilidades por parte de los fieles? ¿Cómo se promueve la participación en la toma de decisiones dentro de comunidades estructuradas jerárquicamente?
El hilo conductor de estas preguntas sobre el ejercicio de la autoridad en la Iglesia es la preocupación por corregir un desequilibrio o injusticia percibidos que excluirían a los fieles laicos de la participación en el gobierno o en la "toma de decisiones" en la Iglesia. El remedio para este desequilibrio es una "conversión sinodal" que inspire y genere nuevos procesos y estructuras que impliquen a los laicos en la toma de decisiones dentro de la Iglesia jerárquica.

Podría decirse que lo que falta en los diversos documentos sobre la sinodalidad o el proceso sinodal es una reflexión adecuada sobre la fuente y el significado de la autoridad jerárquica en la Iglesia. Se trata de una laguna significativa, dada la tendencia moderna a rechazar como injusta cualquier forma de autoridad que no haya sido delegada o autorizada por las personas implicadas. Como se ha señalado anteriormente, el CCI menciona "las avanzadas exigencias de la conciencia moderna en relación con la participación de cada ciudadano en la gestión de la sociedad" (24). Si se asume una concepción moderna de la autoridad como un poder esencialmente arbitrario, entonces el camino de la reforma eclesial consiste en crear procesos y estructuras que distribuyan la autoridad/poder más ampliamente. Una autoridad autorizada "desde abajo" parecería ser el tipo de gobierno más justo y participativo.

Permítanme dejar claro que la dificultad que estoy planteando no se refiere a la idea de "promover la participación" o la escucha mutua o la consulta en la vida de la Iglesia. La dificultad se refiere a la naturaleza precisa de la participación de los laicos en las tareas específicas del ministerio jerárquico. Que surja tal dificultad tiene que ver con el hecho de que existe una cierta confusión o ambivalencia en los documentos preparatorios sobre la naturaleza jerárquica de la Iglesia. Esta ambivalencia coincide con una fe moderna en la sociología y en los procedimientos burocráticos, que son, bien mirados, mecanismos de control vertical que no rinden cuentas.

En este contexto, es necesario recordar la naturaleza sacramental de la autoridad eclesial. El ministerio jerárquico no es delegado ni autorizado por los miembros de la Iglesia; es don de la gracia. Un texto del Catecismo de la Iglesia Católica despliega el fundamento esencial de la autoridad eclesial:
"La fe proviene de lo que se oye" (Rom 10,17). Nadie puede darse a sí mismo el mandato y la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor no habla y actúa por su propia autoridad, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablándole en nombre de Cristo. Nadie puede otorgarse a sí mismo la gracia; debe ser dada y ofrecida. Este hecho presupone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por Cristo. De Él reciben la misión y la facultad ("el poder sagrado") de actuar in persona Christi Capitis. El ministerio en el que los emisarios de Cristo hacen y dan por la gracia de Dios lo que no pueden hacer y dar por sus propias fuerzas, es llamado "sacramento" por la Tradición de la Iglesia. De hecho, el ministerio de la Iglesia es conferido por un sacramento especial (25).
Las implicaciones de esta enseñanza son infinitamente ricas. La autoridad para enseñar y gobernar la Iglesia es un don sacramental que no todos los miembros de la Iglesia reciben. Además, la gracia de la autoridad implica hablar y gobernar en nombre de Cristo. Esto exige fidelidad a Cristo, participar de su vida y de su misión, configurarse por la gracia con Aquel que ofreció su vida como sacrificio por la redención de todos. Esto es lo contrario del despotismo; hablar y gobernar en nombre de Cristo es participar en el modo propio de Cristo de unir personalmente autoridad y amor en representación de Dios Padre. Por la misma razón, es mostrar un icono de la verdadera autoridad tal como se entiende en su significado raíz. Porque "auctoritas" (autoridad) deriva de "augere", que significa "aumentar o hacer crecer". La autoridad genuina es distinta de la idea moderna de poder arbitrario. La naturaleza y la finalidad de la autoridad es aumentar la vida de los miembros de la comunidad. Este es el punto de vista de la Carta a los Efesios, que explica cómo la distinción de carismas o ministerios en la Iglesia es para "edificar el cuerpo de Cristo... hablando la verdad con amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, en Cristo... cada parte, obrando rectamente, crece en cuerpo y se edifica en amor" (Ef 4,12-16).

Podría decirse que la naturaleza sacramental de la autoridad eclesial sugiere una vía de reforma algo distinta de la idea de "promover la participación en la toma de decisiones" propuesta por el proceso sinodal. La verdadera reforma, por lo tanto, exige un retorno a la fuente vivificante de la autoridad, Cristo mismo. Esto es más que un llamamiento moral para que los ministros jerárquicos de la Iglesia actúen como siervos. Un retorno a la fuente de la autoridad implica preservar fielmente el inestimable don de Cristo que es el depósito de la fe. Esto puede requerir y requiere una enseñanza magisterial clara en forma de una confesión precisa de la doctrina: Jesucristo es homoousios con el Padre (Concilio de Nicea); "Si alguien dice que el sacrificio de la Misa es sólo de alabanza y acción de gracias, o que es una mera conmemoración del sacrificio consumado en la Cruz, pero no propiciatorio... que sea anatema" (Concilio de Trento). Lo que revelan declaraciones doctrinales como éstas es la confianza bimilenaria de la Iglesia, fundada en la promesa y el mandato de Cristo, de que el Magisterio está encargado de interpretar auténticamente el depósito de la fe y de identificar sus contenidos vinculantes.

Ciertamente, el sensus fidei es un testimonio esencial del depósito de la fe. Más aún, todos los creyentes tienen un interés en recibir y transmitir este depósito. Ahora bien, su participación en esta tarea tiene lugar in persona Sponsae ecclesiae; deben recibir y transmitir en el espíritu y la actitud de la inmaculada Esposa del Cordero. Pero como nadie es inmaculado fuera de María, los creyentes necesitamos un oficio de autoridad, distinto de nosotros mismos, facultado para hablarnos en nombre del Esposo y mantener así su palabra siempre ante nosotros con toda su autoridad vivificante y vinculante.

Por esta razón, hay una dimensión de la autoridad apostólica que no puede delegarse ni compartirse. Por supuesto, esta autoridad fue concedida para "edificar" en el amor a todos los miembros del cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 11-16). Sin embargo, la gracia sacramental del oficio apostólico no consiste simplemente en escuchar la voz del Pueblo de Dios. Hay también una escucha obediente de la tradición apostólica: "todo lo que se contiene en el Símbolo de la Fe... y todo lo que se contiene en la Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición, que la Iglesia, por juicio solemne o por el Magisterio ordinario y universal, declara creíble como divinamente revelado" (26).

La clericalización de la vocación laical

Un objetivo primordial del proceso sinodal es implicar a los fieles laicos en la vida y la misión de la Iglesia: "Sinodalidad significa que toda la Iglesia es sujeto y que todos en la Iglesia son sujetos... Los fieles son sunodoi, compañeros de camino. Están llamados a desempeñar un papel activo". Como se ha señalado anteriormente, el documento del CCI sobre la sinodalidad y el Documento Preparatorio del Sínodo de 2023 elaboran dos formas para que los laicos participen en el proceso sinodal. En primer lugar, los laicos pueden formar parte del consejo pastoral o del consejo económico de su parroquia. En segundo lugar, los laicos pueden dejar oír su voz participando en los diversos medios de consulta sinodal, incluida la respuesta a las "encuestas sinodales" por internet.

Los diversos documentos sobre la sinodalidad o el proceso sinodal guardan un sorprendente silencio sobre la vocación específica de los laicos. Según el Concilio Vaticano II, el rasgo esencial o especificador de los fieles laicos es su "carácter secular". En palabras de Lumen Gentium, los fieles laicos "viven en el mundo, es decir, en cada una de las profesiones y ocupaciones seculares... en las circunstancias ordinarias de la vida familiar y social" (27). El punto crucial es que es precisamente desde dentro de este "ámbito secular" que los laicos contribuyen a la vida y misión de la Iglesia ordenando el mundo desde dentro al Reino de Dios. Los laicos "son llamados por Dios para que, guiados por el espíritu del Evangelio, contribuyan a la santificación del mundo, desde dentro como levadura, cumpliendo sus deberes particulares". Una adecuada valoración de lo que es propio y específico de la vocación laical es esencial para evitar una eclesiología autorreferencial. La Iglesia es esencialmente misionera, y los laicos están llamados a encarnar y extender el misterio de la comunión eclesial en los ámbitos ordinarios de la familia, del trabajo y del orden social en todas sus dimensiones.

Desde este punto de vista, el proceso sinodal, tal como se describe en los documentos pertinentes, parece propenso a una sutil "clericalización" de los laicos, en el sentido de que su contribución a la vida y misión de la Iglesia se mide por el grado de implicación en tareas que son específicas del ministerio jerárquico de la Iglesia. En lugar del énfasis del Concilio Vaticano II en la contribución única de los laicos a la misión de la Iglesia en el mundo, hay un giro hacia el interior para intentar convencer a los laicos de que lo que realmente importa es su participación en "la toma de decisiones dentro de las estructuras jerárquicas de la Iglesia". Una vez más, no se trata de negar la corresponsabilidad de todo el cuerpo de creyentes en la recepción y transmisión del depósito de la fe. Se trata más bien de que la corresponsabilidad propia de los laicos se despliega en y a través de la configuración con la esposa eclesial -una configuración que requiere esencialmente una obediencia a la Palabra de Dios que el Magisterio existe para fomentar y proteger. Sin embargo, lejos de ser una forma de esclavitud al señorío clerical, esta obediencia es una implicación de la libertad de los hijos de Dios, del mismo modo que el Magisterio no es un bien privado de los clérigos, sino un servicio al depósito de la fe que exige la expropiación más radical por parte de éstos en aras del bonum commune.

Sinodalidad autorreferencial

En sus notas manuscritas que sirvieron de base a su intervención durante las Congregaciones Generales previas al Cónclave de 2013, el entonces cardenal Jorge Bergoglio escribió:
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se vuelve autorreferencial; enferma (como la mujer encorvada del Evangelio). Los males que aparecen a lo largo de la historia en las instituciones eclesiales tienen su raíz en esta autorreferencialidad, una especie de narcisismo teológico (28).
Estas reflexiones concuerdan con una preocupación fundamental y reiterada de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI:
la primera palabra de la Iglesia es Cristo, y no ella misma. La Iglesia está sana en la medida en que toda su atención se centra en Él. El Concilio Vaticano II situó magistralmente este concepto en la cumbre de sus deliberaciones; el texto fundamental sobre la Iglesia comienza con las palabras: Lumen gentium cum sit Christus... Si se quiere comprender correctamente el Concilio Vaticano II, hay que partir una y otra vez de esta primera frase (29).
La idea compartida por Jorge Bergoglio y Joseph Ratzinger es que el centro de la Iglesia está fuera de ella misma; existe para dar testimonio fiel del misterio de Cristo. Un Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad es, por excelencia, un ejercicio autorreferencial. Por supuesto, hay momentos en los que una mirada hacia el interior o una reforma de las estructuras son apropiadas. La dificultad surge cuando este ejercicio de mirar hacia dentro (y reformar estructuras) se presenta como lo más esencial. El riesgo es que la sinodalidad se agote en el mero proceso de organizar sínodos. La impresión de que el pensamiento actual sobre la sinodalidad se acerca alarmantemente a esa adopción de la fe burocrática moderna en los procedimientos (que resultan ser mecanismos de control vertical que no rinden cuentas) es, por desgracia, difícil de descartar a la luz de declaraciones como éstas: "Nuestro "caminar juntos" es, de hecho, lo que más eficazmente promulga y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero" (30). O consideremos la afirmación del CCI: "El ejercicio de la sinodalidad hace realidad la llamada de la persona humana a vivir la comunión, que se produce a través de la entrega sincera, la unión con Dios y la unidad con nuestros hermanos y hermanas en Cristo" (31).

Deshonestidad

Esto me lleva a mi cuarta y última preocupación. Es difícil evitar la impresión de que hay algo fundamentalmente deshonesto en el actual proceso sinodal. Bajo la apariencia de un proceso sinodal dedicado al tema de la sinodalidad, las cuestiones reales que se debaten se refieren a la enseñanza moral de la Iglesia y al orden sacramental. Esto es especialmente cierto en el caso de los defensores más acérrimos de la "sinodalidad". Consideremos, por ejemplo, el reciente artículo de Phyllis Zagano sobre la "sinodalidad", en el que critica duramente al cardenal Pell, al cardenal Müller y a otros por plantear cuestiones sobre el actual proceso sinodal: Después de castigarlos por no abrazar la sinodalidad, escribe:
Los temas del sínodo son bien conocidos: las mujeres en el ministerio, el sacerdocio conyugal, la situación de las personas divorciadas y vueltas a casar y las consideraciones sobre la homosexualidad. Estas son las preocupaciones de los católicos de todo el mundo (32).
Pensaba que el sínodo iba a revitalizar la responsabilidad compartida de todos los bautizados en la misión de la Iglesia. En cambio, ahora se nos dice que el sínodo trata realmente de cambiar la doctrina de la Iglesia sobre las uniones entre personas del mismo sexo, la indisolubilidad del matrimonio y el sacramento del Orden. Afirmar que esto es lo que el Espíritu Santo está pidiendo - porque hemos discernido la voz del Espíritu Santo consultando al pueblo de Dios a través de nuestros talleres sinodales, y encuestas por Internet que varios comités de expertos sinodales han cotejado y resumido - es agravar la deshonestidad.


Conclusión

En su ensayo seminal sobre la prioridad de la dimensión mariana de la Iglesia, Hans Urs von Balthasar escribe:
La Iglesia desde el Concilio ha abandonado en gran medida sus características místicas; se ha convertido en una Iglesia de conversaciones permanentes, organizaciones, comisiones consultivas, congresos, sínodos, comisiones, academias, partidos, grupos de presión, funciones, estructuras y reestructuraciones, experimentos sociológicos, estadísticas: es decir, más que nunca una Iglesia masculina. . . . ¿No será que el dominio de nociones tan típicamente masculinas y abstractas se debe al abandono de la profunda feminidad del carácter mariano de la Iglesia? ... Desde la cruz, el Hijo entrega a su madre a la Iglesia de los apóstoles; a partir de ahora, su lugar está allí. De manera oculta, su maternidad virginal domina todo el ámbito de la Iglesia, le da luz, calor, protección; su manto hace de la Iglesia un manto protector. No hace falta ningún gesto especial de su parte para mostrar que debemos mirar al Hijo y no a ella. Su misma naturaleza de esclava lo revela. Así, también, ella puede mostrar a los apóstoles y a sus sucesores cómo se puede ser a la vez presencia totalmente eficaz y servicio totalmente apagado. Porque la Iglesia ya estaba presente en ella antes de que los hombres fueran puestos en funciones (33).
La actual preocupación por los procesos sinodales y las reestructuraciones sinodales y los planes para construir finalmente una Iglesia sinodal representan una cierta pérdida de visión o un olvido del verdadero rostro de la Iglesia. En el corazón de la Iglesia está la fe inmaculada de María, que nos precede en santidad con un amor que todo lo soporta. Mirándola a Ella, los fieles laicos pueden discernir una forma de escucha y de responsabilidad compartida que es menos visible en las encuestas sinodales y en los cultos, pero que tiene más probabilidades de dar fruto y de renovar la misión de la Iglesia.


(Nota del editor: Este ensayo, publicado originalmente por CWR el 4 de febrero de 2023, es una versión abreviada y revisada del ensayo titulado "Comunión, autoridad sacramental y los límites de la sinodalidad", publicado en el número de invierno de 2021 [48.4] de Communio).


Notas finales:

1 Cf. "Documento de trabajo para la etapa continental".

2 Henri de Lubac, Mémoire sur l'occasion de mes écrits (Namur: Culture et Vérité, 1989) [Al servicio de la Iglesia (San Francisco: Ignatius Press, 1993), 150].

3 ITC, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 4.

4 Pablo VI, Apostolica Sollicitudo.

Lumen Gentium, 19, 22.

6 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis (2003), 58.

7 Papa Francisco, "Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos".

8 Papa Francisco, "Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos".

9 ITC, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 67.

10 Papa Francisco, "Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos".

11 ITC, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 6.

12 Secretaría General del Sínodo de los Obispos, "Documento preparatorio de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos", § 16 [en adelante, Documento preparatorio].

13 ITC, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 38.

14 Documento Preparatorio, § 27.

15 Documento Preparatorio, § 1.

16 Documento Preparatorio, § 9.

17 Documento Preparatorio, § 16.

18 CCI, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 84.

19 CCI, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 38.

20 Documento preparatorio, § 3.

21 Cardenal Mario Grech, entrevista de Andrea Tornielli, "Transformation of Synod to Create Space for People of God", Vatican News, 21 de mayo de 2021.

22 Papa Francisco, "Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos".

23 Documento preparatorio,

24 ITC, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 38.

25 Catecismo de la Iglesia Católica, 875.

26 Juan Pablo II, Carta Apostólica Motu Proprio Ad Tuendam Fidem.

27 Lumen Gentium, 31.

28 Jorge Bergoglio, [**].

29 Joseph Ratzinger, "La Eclesiología del Concilio Vaticano II", Communio: Revista Católica Internacional 13 (1986): 239-252, en 240.

30 Documento Preparatorio, 1.

31 CCI, "La sinodalidad en la vida de la Iglesia", § 43.

32 Phyllis Zagano, “Can Pope Francis survive the scheming of ‘the schismatics’?” (¿Podrá el Papa Francisco sobrevivir a los tejemanejes de "los cismáticos"?) National Catholic Reporter (2022)

33 Hans Urs von Balthasar, "The Marian Principle" (El principio mariano), en Elucidations, trad. John Riches (Londres: SPCK, 1975), 70-72.


Catholic World Report


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