Por el Dr. Juan Carlos Grisolia
Del llamado Progresismo
Constituye la herramienta operativa de los procesos ideológicos en curso, destinados a provocar la paulatina extinción de la persona humana.
Esto se logra mediante la degradación conceptual de su dignidad, que tiene por finalidad última la total eliminación de lo que hemos definido tantas veces, citando a Boeccio, como “la sustancia individual de naturaleza racional”; la que ha de quedar reducida a simple sujeto, primero, y luego, a una cosa inerme que puede manejarse como tal. Porque las cosas no tienen ni intelecto ni voluntad en tanto que, siquiera, pueden ser equiparadas a los seres portadores de alma simplemente vital, que gozan del beneficio de encontrarse regidos por las leyes naturales que determinan sus actos vegetativos y sensitivos, los que las ordenan hacia los fines que corresponden conforme su especie.
El progresismo nada tiene que ver con el progreso, en la medida que no sea para designar la gravedad de la patología que afecta a este último. Aquél es una deformación que ignora la realidad, en tanto tiene su origen en el proceso subjetivo mediante el cual el hombre crea aquello que, debería develar para poder conocer. El progresismo ignora las esencias, esto es, lo que las cosas son y se detiene en los accidentes, que al no ser parte de la naturaleza de ellas, es decir, de aquello que las define y que permite se las enuncie objetivamente, reduce la realidad a la multiplicidad de lo variable insustancial. Esto, en la medida en que se intenta afirmar como válido, solo puede generar el caos propio del relativismo que ignora la verdad ontológica y requiere, para ser sostenido, sólo de la repetición –pues no pueden argumentar por carencia de lo sustancial-, y la instauración de la violencia que implica impedir toda actividad reflexiva ordenada a poner de manifiesto la arbitrariedad de la que se valen.
Pero en tanto la naturaleza reclama para el hombre vida ordenada hacia la obtención y disfrute de los valores, los que garantizan la perfección buscada y la sociedad todavía reconoce la persona humana como unidad sustancial conveniente de cuerpo y espíritu, se hace necesario imponerle al hombre sometido por los intereses de la subjetividad de quienes se designan progresistas, simular el reconocimiento para obtener permanencia en la comunidad y, aún el ejercicio de valores reconocidos por todos, por su carácter objetivo, ocultando detrás de tal fingimiento, sus convicciones y sentimientos contrarios a aquellos. Esto ha recibido el nombre de hipocresía, y su atribución al sujeto que la manifiesta, permite que el mismo sea designado como hipócrita. Éste, entonces, es el sujeto que actúa intentando que su personaje –que simula apegado a valores- oculte su identidad. El deterioro ético que ha sufrido nuestra sociedad y que se halla cercano a la claudicación total, ha tenido una directa incidencia en lo concerniente a la subsistencia de los valores. Primero se los ha simulado, después ignorado y luego, sencillamente, se los ha negado.
He escrito: “Ocurre que una concepción antropocéntrica, que comenzó por desplazar a Dios, para luego negarlo, exigió convertir al hombre en el centro de la creación, la cual, a su vez, habría sido obra de inexplicables movimientos cósmicos. Para ella, ya no existe una realidad de la que el hombre es parte y a la cual dirige su conocimiento, sino que la realidad es conforme la “crea” el hombre en su mente… El racionalismo, padre de las posturas idealistas, quiebra el nexo del hombre con la realidad exterior y con su propia realidad. El hombre se cierra a la verdad, pero no por temor o falta de interés, sino porque en su soberbia crea para sí un grotesco sustituto. Y como inexorable consecuencia, pierde el sentido de su naturaleza, no advierte su fin y encerrado en una cárcel que él mismo se ha levantado se desespera, y aún cuando crea absolutos –que no lo son por esencia- a los que rinde culto no obstante saber, en su intimidad, que los mismos no resisten tal calificación; no halla la paz” (1).
Sin embargo, como la tendencia de la sociedad se ordena a la permanencia, se hace necesario que en el conjunto de las “verdades”, se erija quien imponga la suya al resto de quienes integran la comunidad. Y éste se encuentra permanentemente alerta y esperando el momento de que sea posible elevarse al podio desde el cual ha de imponer el producto de su razón, simplemente razonadora, con la fuerza del dogma que asegure la sumisión. Ésta, presupuesto del progresivo estado de esclavitud al que los seres humanos son sometidos.
El tirano, así instalado para regir una comunidad “sin justicia y a medida de su voluntad” (Conf. DRAE), en el progresivo tránsito de quienes son llevados a la pérdida de su libertad, necesita de un instrumento fundamental que es el de someter al hombre a la ignorancia, para lo cual desaparecen los conceptos y con ello las esencias que expresan, sin posibilidad de obrar en los universales. Este mal, que aqueja hoy a gran parte de quienes integran nuestra comunidad, inmoviliza al hombre. No es posible, sumido en la ignorancia, que pueda aquél obrar movimiento perfectivo generado por el paso de la potencia al acto. Así, el ser humano pierde la condición de persona y queda reducido, por ello, a un ser infecundo. Le han contado que debe gozar sin indicarle que ello implica mucho más que percibir los estímulos del sistema nervioso que, aislados, solo preanuncian el vacío que angustia. No le han dicho que gozar, para la persona humana, consiste en disfrutar el permanente y constante incremento de su ser espiritual que, por constituir el sostén de su cuerpo, es plenitud de bien y origen de la felicidad. Y que ésta es la auténtica causa de dicha y de paz. Por eso la ignorancia es oscuridad.
Del poder destructivo de la dialéctica comunista
Tal como lo ha expuesto Hegel: “Decimos que este poder destructivo de la dialéctica radica en la inclusión dentro de ella de la contradicción. Así como el ser es la realidad primera y más fecunda y cuando se encuentra en plenitud –el Ser por esencia- es fuente de todo ser, en el cielo como en la tierra, por el contrario, el no ser en la medida en que lo sea, es origen de la nada o de la destrucción de las cosas…. El comienzo no es la nada pura, es una nada de la cual tiene que surgir algo; luego también el ser está ya contenido en el comienzo. El comienzo contiene, en consecuencia, a ambos: el ser y la nada, es la unidad del ser y la nada, es decir, es un no ser que al mismo tiempo es ser; un ser que al mismo tiempo es un no ser” (2).Es decir, que Hegel reconoce el comienzo como el sí y el no en un mismo tiempo bajo un mismo aspecto. Hegel confunde así el orden del pensamiento con el orden de la realidad. Hegel afirma, entonces, que el ser es una misma cosa que la nada. Debe rechazarse esta concepción por cuanto al menos, en lo que somos, no somos la nada. El ser limitado predica el ser pleno, del cual aquél obtiene sus perfecciones. Todo cambio constatado se entiende por sus referencias a lo que permanece.
La dialéctica hegeliana-comunista, que se funda en una identificación del ser y de la nada, del sí y del no, encierra, por lo mismo, una poderosa fuerza de destrucción. El ser construye y crea. La nada destruye y aniquila.
Se hace necesario generar contradictorios, de allí que, por ejemplo, la mujer es enfrentada al varón, negándose todo proceso de integración generador de los cuerpos intermedios, entre los que está la familia. El tejido social es atacado en el entramado celular que conforman sus instituciones naturales.
Debo resaltar que ante el fracaso, en la práctica, de esta concepción marxista ordenada a concretarse en la infraestructura de la sociedad, y por tanto, en el estamento donde se ubica la actividad económica, Antonio Gramsci focaliza el ámbito donde debe desarrollarse el proceso revolucionario, que es en la superestructura en la que se encuentran los cuerpos que se definen en la familia, las organizaciones sociales diversas, la actividad cultural, el desarrollo de las ciencias particulares y de la filosofía en los centros educativos y formación, etc.. Aquí el sujeto es el hombre, por lo que técnicamente Gramsci retoma la concepción de Feuerbach atacando la intelectualidad, esto es, destruyendo el carácter objetivo del conocimiento y con ello, el orden definido por las esencias, las que permiten ser predicadas en las diversas sustancias.
Al desaparecer las esencias, desaparecen también las sustancias, por ello es que la persona humana queda eliminada como tal, convirtiéndose en una simple cosa que, dentro de la estructura relativista, no será sino el objeto de manejo de quien arbitraria y normalmente por la violencia, asuma el control de la sociedad. Siempre, claro está, en nombre de la libertad y de la democracia.
El hombre queda así inserto en una sociedad destinada al caos en el que se halla la causa de su destrucción.
De la ideología
Ha escrito el Dr. Jordán Bruno Genta: “La objetividad es la real purificación del alma… Ser objetivo es tanto como ser verdadero y obrar con justicia; es haberse liberado de la tiranía y de la opresión del cuerpo, tomado en el sentido de lo material transitorio y contingente. Es que la objetividad repugna a la materia individuante, exterior, exclusiva, excluyente, de suyo inexpresiva e indiferente, impenetrable e incomunicable; esto es irremediablemente subjetiva y sujeto de toda mudanza, pasando de un contrario a otro y siempre inclinada hacia el no ser o hacia lo que deja de ser” (3).
La operación del conocimiento debe iniciarse y concluirse. De otro modo éste queda afectado. La idea, en este caso, no es expresión de un objeto exterior, sino la indefinida manifestación que reconoce la permanencia en la voluntad del sujeto conogcente. La diversidad oscurece la posibilidad de saber. Se cierran así los caminos para la perfección del entendimiento que es la natural aspiración de la persona humana, ordenada a la consecución de su fin. Se ha sustituido la objetividad por la subjetividad. Ésta, que expresa los contenidos interiores de quien ha rechazado el recto orden del pensar, no tiene otra relación con la realidad que lo exigido por sus propios intereses, los que pretende oponer a la diversidad caótica que le impide conocer.
Agrega el Dr. Genta: “Pero la inteligencia racional está ligada con la sensibilidad receptiva, de cuyos datos abstrae las formas inteligibles de las sustancias y de los accidentes; y para objetivar estas formas tiene que reintegrarlas a su concreta materialidad, puesto que no pueden subsistir por sí mismas y deben revestir el mismo pensamiento, el modo inferior de subsistencia que conviene a los seres materiales, externos e individuales. De lo contrario, en su carácter de meras abstracciones, no tienen de suyo ningún valor de verdad ni significación realmente objetiva…”. Por cuanto “…La verdad y real objetividad exigirá que el pensamiento vuelva a concretar esa forma inteligible en su substracto material, a través de la imagen sensible” (4).
Las ideologías, entonces, no pueden enfrentar lo evidente. La realidad las desmiente. Y todo ataque a las postulaciones del ideólogo, significa un ataque a su persona. De ahí el carácter irreductible de sus acciones. Lo que se agrava cuando el mismo se halla ubicado en un estamento del gobierno de la comunidad. Su dominio es arbitrario y perverso. Y ello así en tanto debe impedir que se impongan las consecuencias de los dictados del orden natural, que la condición humana reclama. La apelación a convertir sus tesis en dogmas es una constante y se comprueba cuando toda afirmación en contrario es rechazada con consignas formularias, pues están impedidos de argumentar.
Puede concluirse que se advierte en el ideólogo los síntomas de la esquizofrenia, patología en la que es imposible no detectar las actitudes paranoicas traducidas en “trastornos de ideas delirantes”, que se clasifican como psicosis en el marco de las afecciones psíquicas. Se manifiestan por la creencia de que existen conspiraciones o conjuras en su contra, lo que determinan enfermizas ideas de persecución. Algo que resulta familiar en estos tiempos y que es posible comprobar en las acciones de quienes ocupan los cargos de gobierno de la sociedad política.
Por ello es que puede concluirse con un diagnóstico nada alentador: El proceso de deterioro de la sociedad lleva, si antes la voluntad traducidas en acciones concretas de esclarecimiento no lo impide, a la eliminación del concepto de persona humana y, con ello, a la manipulación del ser humano como cosa, tal como supra ya lo he adelantado. Y no se trata de una infundada futurología. Los actos concretos que vivimos, y que pasan sustancialmente por la progresiva eliminación del derecho a la vida, prometen una sociedad de esclavos, sirviendo en un próspero ámbito de dineros corruptores a quienes vendieron vida y honor para asegurarse el goce de un triste y fugaz hedonismo.
Escribe Benigno Blanco: “Una ideología, como fenómeno moderno, es un sistema omnicomprensivo y cerrado, que da una visión completa del hombre, de la sociedad, de la historia y de todos los sucesos de la vida ordinaria, sobre la base de unos principios muy sencillos… Si uno admite los presupuestos de esa ideología, toda su construcción es lógica y coherente. Hay que colocarse fuera para ver sus inconsistencias… (por ej.) Si uno comparte la visión de la lucha de clases de Marx, se entienden los cincuenta millones de muertos del régimen soviético” (5).
El Género. Concepto
Dice el Dr. Alberto Caturelli: “Al recordar el texto de Gn.2,23, Juan Pablo II sostiene que ‘a la luz de este texto comprendemos que el conocimiento del hombre pasa a través de la masculinidad y feminidad, que son como dos encarnaciones de la misma soledad metafísica (del hombre) frente a Dios y el mundo’. Por eso, el cuerpo sexuado es ‘el elemento constitutivo de su unión cuando se hacen marido y mujer’ a través de la elección recíproca…” (7). Lo masculino es definido por el DRAE como: “Dicho de un ser: Que está dotado de órganos para fecundar”; en tanto que lo femenino: “Propio de mujeres… Dotado de órganos para ser fecundados”. Con lo que queda claro, en reiteración, que sexo masculino y femenino se integran en la esencia de lo masculino y lo femenino. La función específica de los órganos sexuales, es la procreación. En las relaciones aberrantes, que se dan entre personas del mismo sexo, en las que no es posible hablar de uniones, tales órganos son el objeto para provocar simples sensaciones provocadas fuera del marco natural, y por tanto, generadoras de conductas corruptoras que necesitan ser difundidas, y que terminan en la enfermedad y la muerte.
El sexo, por tanto, no puede ser materia de opción ni de mutación alguna. El Dr. Ricardo Antonio Orallo, a quien he consultado sobre el tema, ha escrito: “Fundamentos de la determinación del sexo. En las especies que se reproducen por gametos (células reproductoras), entre ellas los humanos, poseen individuos con características bien diferenciadas: hembras y machos. Cada individuo posee un número diploide (doble) de cromosomas en su genoma, entre ellos un par que se denomina sexual compuesto por lo que se conoce como cromosoma ‘Y’ y cromosoma ‘X’. Cuando se generan las células reproductoras cada una de ellas lleva solo un número haploide (simple) de cromosomas. Los individuos que poseen genomas con la formula ‘XX’, son hembras; mientras que los que poseen la formula ‘XY’ son machos. En consecuencia las hembras generan células reproductoras (óvulos) que poseen solo cromosomas ‘X’, mientras que los machos generan células reproductoras de dos tipos, unas poseen el cromosoma ‘Y’ y otras el cromosoma ‘X’. Esto último se debe a una división celular que genera las células reproductoras que se conoce como meiosis. En ella la carga genética celular (diploide) se divide en dos, componiendo cada célula reproductora con carga genética simple o haploide. Cuando por reproducción sexual, los machos aportan espermatozoides y las hembras óvulos, estas células al unirse recomponen el número diploide que caracteriza a cada especie formando la célula huevo o cigoto. Esta última, multiplicándose, es un nuevo individuo. Si un espermatozoide ‘X’ fecunda un óvulo se recompondrá la formula ‘XX’ y el individuo será hembra. Si un espermatozoide ‘Y’ fecunda un óvulo se recompone la formula ‘XY’ y el individuo será un macho” (8).
Por lo que es absolutamente imposible pretender que puedan alterarse constituciones orgánicas por el solo gusto o la simple “percepción”.
De la ideología de género
Previo al desarrollo del tema del subtítulo, entiendo prudente precisar qué debe entenderse como “cultura”. He escrito: “Es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” (DRAE). El conocimiento es objetivo, lo que permite afirmar que toda obra cultural es del hombre y para los hombres. La interpretación necesaria para ser posible el juicio crítico, debe serlo de la realidad. “Por eso, además, los objetos culturales son elementos de un permanente y constante diálogo inter-temporal, que da sentido y unidad a la vida del hombre sobre la tierra” (9). Es por ello que, el conocimiento para el juicio también en materia de sexo, no puede ignorar la evidencia orgánica y funcional. Precisamente por las características de ésta, se definen las normas de consideración y trato, acorde a la persona y en orden a su perfección.
Escribe Benigno Blanco: “Que (en la ideología de género), no hay nada natural en la distinción entre el hombre y la mujer… Los roles psicológicos, sociales y sexuales asociados a la condición masculina y femenina, son pura construcción cultural, hecha por el hombre para ‘esclavizar’ a la mujer, como hembra al servicio de la ‘función reproductiva’, en beneficio del varón, a través de esa ‘institución opresora’ que es el matrimonio… Por tanto, si no hay ninguna distinción que sea natural y no cultural entre hombre y mujer, lo que hay que hacer para liberar a la mujer es erradicar… todas las categorías culturales, religiosas, jurídicas y lingüísticas que durante siglos se han puesto en marcha para reforzar –según esta ideología- la distinción antinatural entre hombre y mujer”. Al sustituir entonces el término sexo por el de género, que “es un término tomado de la lingüística y nos lleva al terreno de lo cultural” se hace posible que cada uno efectúe libremente una ‘construcción personal’. “A esa construcción es lo que llaman ‘orientación afectivo – sexual” (10).
En nuestro derecho positivo vigente se ha regulado este despropósito mediante la Ley 26.743, publicada en el Boletín Oficial el 24/05/2012, designada como “Identidad de género”. En dicha norma se consigna: “1. … Toda persona tiene derecho: a) Al reconocimiento de su identidad de género; b) Al libre desarrollo de su persona conforme a su identidad de género; c) A ser tratada de acuerdo con su identidad de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad respecto de el/los nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí es registrada. 2. Definición: Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”. La ley, para regular conductas debe sustentarse en la realidad y no crear grotescos que constituyen signos de afectaciones psíquicas, que debe procurar sean tratadas científicamente. La sociedad tiene el deber de brindar el cuidado de la salud de quienes la integran.
Joseph Ratzinger (luego Papa Benedicto XVI), en su libro “La sal de la tierra” expone: “Actualmente se considera a la mujer como un ser oprimido; así que la liberación de la mujer sirve de centro nuclear para cualquier actividad de liberación tanto política como antropológica con el objetivo de liberar al ser humano de su biología. Se distingue entonces el fenómeno biológico de la sexualidad de sus formas históricas, a las que se denominan gender, pero la pretendida revolución contra las formas históricas de la sexualidad culmina en una revolución contra los presupuestos biológicos. Ya no se admite que la ‘naturaleza’ tenga algo que decir, es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto, tiene que liberarse de cualquier presupuesto de su ser: el ser humano tiene que hacerse a sí mismo según lo que él quiera, solo de ese modo será ‘libre’ y ‘liberado’. Todo esto, en el fondo, disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo como ser biológico. Se opone, en último extremo, a ser criatura. El ser humano tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquél ‘sereis como dioses’: tiene que ser como Dios” (11). En la perspectiva de género, el hombre y la mujer eligen su sexo y lo podrían cambiar, cuantas veces lo estimen oportuno. Puestos que las diferencias entre hombres y mujeres se deben fundamentalmente a determinaciones sociales.
La ideología de género quiere terminar con la opresión de la mujer por el hombre, considerando al matrimonio monógamo como la principal expresión de esta dominación, por lo que el matrimonio normal y la familia pasan a ser instituciones a combatir. La lucha de clases propia del marxismo pasa a ser ahora lucha de sexos, siendo el varón el opresor y la mujer la oprimida. Esta es la dialéctica marxista instalada y operante en toda su plenitud.
Cabe concluir que la negativa de lo evidente precipita al hombre en el absurdo, que oscurece su fin natural, haciendo imposible aquél sobrenatural. La unidad sustentada en el reconocimiento del prójimo como persona humana de su misma condición –aunque único e irrepetible- se hace imposible y es por ello que la comunidad entra en estado de disolución. ¿Cómo es factible que las reglas de trato generen el sexo que, precisamente, está determinado orgánica y psicológicamente, y que constituye la fuente de la consideración del sujeto conforme su particular naturaleza?. La razón, desconectada de la realidad, solo puede generar lo absurdo y extravagante que mueve a risa pero que, en definitiva, expresan una grave tragedia personal y social. Tan penosas son estas conductas, que no conocen el límite de su corrupción. En algunos casos, quienes argumentan a favor de tamaño dislate, han manifestado su enojo por la separación que la naturaleza efectúa respecto de la mujer, al cargarla con las molestias de la maternidad. Por ello dicen, la mujer debe rechazar ese imperativo que le impide su total igualación con el varón. En otros términos, debe juzgarse severamente a la ley natural, sin que se pueda afirmar cuál sería la conclusión de tan particular e inefable juicio.
En nuestra Argentina se ha legislado y constituye derecho positivo vigente, el llamado “matrimonio” entre personas del mismo sexo. Tal aberración fue introducida en la estructura normativa vigente, mediante la Ley 26.618, la que fuera sancionada el 15/07/2010 y promulgada el 21/07/2010, modificando el Código Civil vigente a esa data. Este concepto atentatorio contra el orden natural se incorpora al Nuevo Código Civil y Comercial, cuya sanción se produjo por Ley 26.994 del año 2014. Esta regla jurídica, en su art. 5, reza: “Las leyes que actualmente integran, complementan o se encuentran incorporadas al Código Civil o al Código de Comercio …. mantienen su vigencia como leyes que complementan al Código Civil y Comercial de la Nación, aprobado por el art. 1º de la presente”. En este cuerpo normativo, el art. 402 reza: “…Ninguna norma puede ser interpretada ni aplicada en el sentido de limitar, restringir, excluir o suprimir la igualdad de derechos y obligaciones de los integrantes del matrimonio, y los efectos que este produce, sea constituido por dos personas de distinto o igual sexo” (Felizmente se omitió la multiplicidad de contrayentes o la participación de alguna mascota). Cuando la razón primaba en nuestra sociedad, la ley no establecía la diversidad de sexo en forma expresa, pero se la entendía como un impedimento dirimente (vide art. 403. Código Civil y Comercial) en el que se mantiene tal omisión pero, ahora, con fundamentos impuestos por la filosofía instalada a través de la mencionada ley antecedente. En su momento, era un requisito propio de las condiciones naturales para contraer matrimonio. Señala el Dr. Guillermo A. Borda: “Distinto sexo.- Aunque la ley no enumera este impedimento, es obvio que el matrimonio tiene que celebrarse entre personas de distinto sexo; se trata de una condición natural ineludible. La única dificultad posible en este punto la constituyen los casos, bien raros por cierto, de hermafroditismo. En el antiguo derecho romano se aceptaba la elección voluntaria del sexo cuando la investigación médica no era suficiente para revelarlo (Dig. 1,5,15). Pero la ciencia moderna ha demostrado que nunca se produce en una misma persona una coincidencia de desarrollo normal de ambos sexos, y que en realidad hay siempre un sexo predominante y uno atrofiado o aparente. La reciente doctrina y jurisprudencia canónica han resuelto que si el hermafrodita tiene un sexo predominante y con él puede cumplir la cópula carnal, es capaz de contraer matrimonio; caso contrario, está impedido de hacerlo. Y si luego del matrimonio se descubre que uno de los cónyuges no tiene realmente el sexo que aparentemente tenía, el matrimonio es nulo. Creemos que estos principios son de estricta aplicación en nuestro derecho positivo” (12).
Como hemos visto, todo esto encuentra sustento ideológico en la concepción inmanentista (principio de inmanencia) por la que se ha admitido la llamada “identidad de género”, en la que el sexo no es el que la naturaleza le ha otorgado al hombre, sino aquél que el mismo dice percibir o sentir (13). Se ha intentado regular jurídicamente, una situación natural imposible por su inexistencia. La ley no crea el dato de la realidad, simplemente lo subsume en la norma que rige la conducta. Aquí no hay presupuesto fáctico, por lo que, entonces, el precepto legal gira en el vacío. Sin embargo, nada es posible hacer para impedir el ridículo en el que incurre una sociedad seria que debe propender a la excelencia. La anti-natura, no tiene entidad óntica. Es simplemente negación de la naturaleza. Joseph Ratzinger, quien fuera el Santo Padre Benedicto XVI, y en tal condición, en el discurso pronunciado en el Reichstagsgebäude, Berlín, 22 de Septiembre de 2011, afirmó: “También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha y cuando se acepta como lo que es y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana”.
El Cardenal Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, respecto de la ideología de género, afirmaba: “…Es la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura”. Y abundaba: “El hombre moderno, con el ateísmo, ha pretendido negar la existencia de una instancia exterior que le diga algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo que es bueno y lo que es malo para él; el hombre moderno, con el materialismo, ha intentado negar las exigencias para sí mismo y su libertad, derivadas de admitir su condición de ser también espiritual; y ahora, con la ideología de género, el hombre moderno pretende liberarse ya hasta de las exigencias de su propio cuerpo. El hombre moderno, con la ideología de género, es un ser autónomo que se construye a sí mismo, es pura voluntad que se autocrea, ya es dios para sí mismo” (14).
Este articulo fue escrito en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina, 22 de Octubre de 2016.
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Citas:
1) Juan Carlos Grisolía. “Gral. Don José de San Martín. Arquetipo”. Pág. 6. Año 2000.
2) Citado por Julio Meinvielle. “El poder destructivo de la dialéctica comunista”. Pág. 16.-
3) J.B. Genta “La Idea y las Ideologías”. Pág. 13.
4) J.B. Genta. Ob. Cit. Pág. 20/21.
5) Benigno Blanco. Colaborador de Agea-Madrid. Pte. Del Foro Español de la Familia. “La ideología de género”.
6) Enrique Collin. “Manual de Filosofía Tomista”. Tomo I. Pág. 30.
7) Alberto Caturelli. “Dos, una sola carne”. Pág. 232.
8) Dr. Ricardo Antonio Orallo. Médico Ginecólogo y Legista. Consulta solicitada.
9) Juan Carlos Grisolía. “La Persona Humana”. Pág. 30.
10) Benigno Blanco citado y obra.
11) Joseph Ratzinger. “La sal de la tierra”.
12) Guillermo A. Borda. Tratado de Derecho Civil. Familia. Tomo I. Pág. 90.
13) Mario Caponnetto. “Inmanencia e Inmanentismo” en “Tomismo y Existencia Cristiana”. Simposio de Homenaje a Alberto Caturelli. Pág. 37/38. Se trata “…el proceso del inmanentismo contemporáneo y su fruto de muerte, el Pleroma de la Nada, ya adelantado por la atormentada lucidez de Nietzsche. …A partir de un exhaustivo examen del llamado principio de inmanencia y de su resultado, el inmanentismo moderno, Caturelli nos muestra de qué modo la razón humana, al ponerse a sí misma como ‘productora’ del ser, no ha hecho otra cosa que encerrar el ser en sí misma y, de este modo, puesto que nada hay fuera de la razón ‘todo es inmanente a todo’”.
14) Cardenal Joseph Ratzinger. Cit. por Jesús Trillo-Figueroa en la “Ideología de género”. Pág. 32. Ed. Libros Libres. Octubre 2009. Consignado por Benigno Blanco. Citado y obra.
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