1. Al Padre de las misericordias
¡Oh Padre de las misericordias! En tus eternos designios creaste al hombre para tu honra y gloria queriéndole llevar después de la vida terrestre a tu casa paterna en la feliz eternidad.
Te doy íntimas gracias por los hijos que en tu divina Providencia me diste y que confiaste a mi cuidado, a fin de educarlos para Ti.
Bendícelos en cuerpo y alma; protégelos en los peligros, en las tentaciones y en las pruebas de la vida.
Consérvalos en la verdadera fe, y condúcelos por el camino de la piedad y virtud a la feliz eternidad a la que los llamaste.
Señor, los hombres somos débiles e ignorantes, y no atinamos con lo que nos sirve para la eternidad. Por eso, sé Tú mismo padre de mis hijos. Ilumínalos en lo que se refiere a su vocación, y llévalos al estado en que te servirán mejor y alcanzarán con mayor seguridad su eterna salvación.
Asísteme, Señor, siempre con tu divina gracia. Ayúdame a cumplir en la educación de mis hijos con el sagrado deber que me impusiste, a fin de que yo pueda presentarme con la conciencia tranquila ante el tribunal de tu divina justicia, cuando me llames a darte cuenta de mis obras, y que pueda verte y alabarte en unión de mis hijos por toda la eternidad.
¡Oh María, Madre del mejor de los hijos, Jesús Nuestro Señor!, sé también Madre bondadosa de los míos.
Santos Ángeles custodios de mis hijos: velad sobre ellos, cuando yo no esté a su lado; hablad a sus almas, cuando ni voz ya no llegue a sus oídos; conducidlos a través de las tinieblas de esta vida a una muerte feliz, a la luz perpetua y a la eterna bienaventuranza en el reino de los cielos. Así sea.
2. Al Soberano Señor
Soberano Señor y Padre universal de los vivientes, que aunque yo sea indigna de tanto bien, te has dignado constituirme representante tuya en la tierra para con mis hijos. ¿Cómo podré agradecerte tan señalado beneficio y tan grande dignidad?
Haz que te represente dignamente ante ellos y no solo en la autoridad, sino también en la providencia amorosa que ejerces con todos, y en la misma santidad, siendo yo fiel copia de la tuya. Haz que nunca me avergüence de profesar tu doctrina, ante los hombres, y ajuste mi conducta, no a las máximas del mundo, sino a las sagradas leyes del Evangelio.
Concédeme, Dios mío, prudencia en los negocios, moderación en la prosperidad, paciencia en los trabajos, fidelidad en el cumplimiento de los deberes de mi estado, vigilancia y acierto en la educación de mis hijos y en el gobierno de la familia. Destierra de mí el falso amor que ciega a tantos padres y pierde a tantos hijos. Sepa yo alejarlos de los peligros, inspirarles horror al pecado y amor a la virtud.
Para lograrlo asísteme con tu gracia, oh Padre celestial, Hijos tuyos son, más bien que míos; te los devuelvo y consagro para siempre. Sé en todo tiempo su Padre, especialmente en la elección del estado a que Tú en tu Providencia los has llamado desde la eternidad. Sé también el mío. Que ninguno de nosotros te ofenda jamás gravemente, y que todos un día alabemos eternamente tus misericordias en el cielo. Así sea.
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