Por Miguel Cuartero Samperi
Desde tiempos inmemoriales, la Iglesia ha mirado con interés y admiración a los primeros cristianos, sus costumbres, su fe, sus liturgias, su ejemplo considerado válido para todos los tiempos.
Este interés se ha manifestado de manera más o menos evidente e incisiva en algunos momentos particulares de la historia de la Iglesia. Pensemos en las órdenes mendicantes, en San Benito o en el florecimiento de estudios y experiencias tras el Concilio Vaticano II. Porque la historia de los primeros cristianos está estrechamente ligada a la relación entre la política y la fe, entre la sociedad secular y la comunidad cristiana.
De manera especial hoy, en un mundo cada vez más alejado de Dios, en una sociedad que ha dado el gran paso hacia el abismo de la apostasía, el ejemplo de los primeros cristianos es una luz para quienes se preparan para vivir la fe en un contexto postcristiano: como una comunidad viva y valiente, como una minoría creativa capaz de influir en la sociedad y de contribuir a su enriquecimiento y -podemos decir hoy- a su construcción.
Así, la ya famosa "profecía" del cardenal Joseph Ratzinger (en la última de las cinco conferencias radiofónicas pronunciadas en 1969)[1] contemplaba la iglesia del futuro, siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas.
De la crisis actual -dijo- surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Se quedará pequeña y tendrá que volver a empezar más o menos desde el principio [...]. En contraste con un período anterior, se verá mucho más como una sociedad voluntaria, en la que se entra sólo por libre decisión. Como sociedad pequeña, exigirá mucho más a la iniciativa de sus miembros individuales.
[...] Pero a pesar de todos estos cambios que se pueden asumir, la Iglesia volverá a encontrar con toda energía lo que le es esencial, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios Trino, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, en la asistencia del Espíritu, que durará hasta el final. Volverá a partir de pequeños grupos, movimientos y una minoría que volverá a poner la fe y la oración en el centro de la experiencia y volverá a vivir los sacramentos como un servicio divino y no como un problema de estructura litúrgica. Será una Iglesia más espiritual, que no se arrogará un mandato político coqueteando ahora con la izquierda, ahora con la derecha.
Vivir según el modelo de los primeros cristianos se convierte, por lo tanto, en una tarea cada vez más urgente, una exigencia para revitalizar nuestra fe y la misión de la Iglesia. Un ejemplo, en este sentido, son las comunidades neocatecumenales que tienen como modelo el antiguo catecumenado basado en el trípode de la Palabra, la liturgia y la vida comunitaria.
Surge un interesante cuadro social, político y religioso de nuestros padres en la fe que aceptaron la proclamación del kerigma y comenzaron a crecer en la fe reuniéndose en pequeñas comunidades para celebrar la palabra, la eucaristía y apoyarse mutuamente en diversas necesidades.
Ágape, hospitalidad, domus ecclesiae, colectas, son aspectos diversos de una dimensión única y fundamental de la vida de estos cristianos: la de la fraternidad (de hecho, se llamaban "hermanos") vivida en obediencia al mandato de Jesús "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).
Extracto de El Blog de Sabino Paciolla
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