Por Carlos Esteban
En la revista de la asociación católica lgbti Outreach ha escrito un artículo explicando por qué es partidario de celebrar este mes como el mes del Sagrado Corazón y el mes del “orgullo gay”, es decir, por qué un sacerdote puede animar a celebrar el orgullo al mismo que tiempo que la suprema humildad, la glorificación de una condición que la Iglesia juzga intrínsecamente desordenada y la del amor que tiene por los hombres el Hijo de Dios.
Ya nos explicó en un artículo previo que el “orgullo” del “orgullo gay” no es del malo, sino del bueno; que no es soberbia, sino de esos orgullos legítimos que nos hacen estar orgullosos de lo que somos, aunque no llega a explicar por qué nadie habría de sentirse orgulloso, en un sentido ‘bueno’ o ‘malo’, por el sexo de las personas que le atraen.
“Tal como yo lo veo -dice Martin en su escrito-, ambos eventos no son contradictorios, sino complementarios. Porque cada uno de ellos nos dice algo sobre cómo Jesús ama. Y es providencial que ambos coincidan en junio”.
Martin se sabe a salvo. Es asesor de un dicasterio vaticano, cuenta con el beneplácito expreso de su santidad y con la protección de los obispos más favorecidos en Roma; concretamente, uno de sus principales y más expresos valedores, el obispo de San Diego, Robert McElroy, acaba de ser designado para el cardenalato por Francisco, por delante de su inmediato superior, el metropolitano de Los Ángeles y presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, José Gómez. Sobre todo, puede darse cuenta con solo abrir los ojos y estar atento de que la atmósfera en las altas esferas eclesiales es cada vez más complaciente con el lobby lavanda.
Hay, naturalmente, un problema: la sodomía, el acto que constituye el núcleo de la actividad sexual de los varones homosexuales, no solo está claramente condenado por la Iglesia de forma inequívoca, sino que ha sido incluso desde antes considerado con especial severidad. Y Martin no puede, por lo tanto, defender las relaciones homosexuales sin colocarse inmediatamente al margen de la doctrina de la Iglesia.
Pero Martin es un jesuita en toda la extensión de la palabra, es decir, también según el tópico infamante que se ha colgado sobre los miembros de la Compañía de Jesús como maestros de la ambigüedad. Así, Martin nunca ha caído en esta trampa.
Tampoco lo necesita, aunque cualquiera entiende que si el sacerdote se presentara en el “orgullo” exhortando a la castidad y al celibato a sus amigos del lobby perdería inmediatamente su tribuna privilegiada. Y, naturalmente, no lo va a hacer.
InfoVaticana
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