jueves, 14 de octubre de 2021

“ANHELO MORIR POR AMOR A MI DIOS QUE MURIÓ POR MI”

Santa Teodora, nativa de Alejandría, descendía de padres cristianos nobles y opulentos; nació hacia fines del siglo III, y a la temprana edad de dieciséis años se distinguía por su belleza...

Por San Alfonso de Ligorio


Deseosa de tener a Jesucristo solo como su esposo, hizo voto de virginidad perpetua, y sus muchas virtudes admirables la convirtieron en un modelo de perfección para las otras vírgenes cristianas que conocía. Tan pronto como se publicaron en Egipto los edictos de Diocleciano contra los cristianos, nuestra Santa se enardeció con el santo deseo de sacrificar su vida por Jesucristo, y por medio de la oración comenzó a prepararse para la gran lucha y a hacer frecuentes ofrendas de sí misma. a Dios.

Fue una de las primeras en ser detenidas y, al ser presentada al juez Próculo, que quedó muy impresionado por su belleza, le preguntaron si era esclava o mujer libre; la Santa contestó que era cristiana, habiendo sido liberada por Cristo de la esclavitud del diablo, y que también había nacido de lo que el mundo llamaba padres libres. El tirano, al descubrir que era de noble cuna, preguntó por qué no se había casado. Santa Teodora respondió que se había abstenido de casarse para poder vivir sola con Jesucristo su Salvador. 

-“¿Pero no sabes”, continuó el juez, “que el Emperador ha ordenado que cada uno ofrezca sacrificios a los dioses, o de lo contrario será condenado a los castigos más infames?”

- “Y tú también sabes muy bien”, replicó la Santa, “que Dios se cuida de los que le sirven, y los defiende de la contaminación”. 

Proculus continuó persuadiéndola de que sacrificara a los dioses, amenazando con que de lo contrario se deberían hacer cumplir los edictos imperiales. La Santa respondió como antes, agregando que estaba consagrada a Jesucristo y no lo abandonaría aunque estuviera despedazada. 

- “Ya no soy mía” -dijo ella-“sino de Él. Él me defenderá”.

- “Pagarás muy caro tu obstinación”, dijo el juez; “¡Qué locura poner tu confianza en un hombre que no pudo librarse de la muerte de cruz!”

- “Sí”, respondió la Santa, “mi confianza está puesta en Jesucristo, que sufrió la muerte para darnos la vida; él me preservará de todo mal. No temo ni a los tormentos ni a la muerte, al contrario, anhelo morir por amor a mi Dios que murió por mí”.

- “Pero tú eres de noble cuna”, dijo el juez, “y no debes deshonrar a tu familia con una infamia eterna”

Teodora respondió: 

- “Mi gloria es confesar el nombre de Jesucristo mi Salvador; me ha dado tanto honor como nobleza; él sabe cómo preservar su paloma del halcón”.

- “Tú no haces más que insignificancias” -dijo Próculo- “Haz sacrificio instantáneo a nuestros dioses, no te vuelvas loca”. 

- “Realmente estaría loca” -dijo Theodora- “si tuviera que sacrificar a los demonios y dioses de bronce o mármol”. 

Exasperado por esta respuesta, el juez hizo que la golpearan y dijo: 

- “Nos acusarás de esta deshonra; pero no debiste haber deshonrado a nuestros dioses”

- “No me quejo” -dijo la Santa- “sino que me regocijo por esta oportunidad de soportar insultos por mi Salvador”.

- “Te daré” -dijo el tirano- “tres días para deliberar; después de lo cual, si permaneces obstinada, te espera el castigo”

Teodora respondió: 

- “Puedes considerar estos tres días como ya vencidos; me encontrarás igual entonces que ahora”. 

Habiendo expirado los tres días, y siendo la Santa aún constante en su fe, Próculo dijo que estaba obligado a obedecer el edicto y ordenó que la llevaran adonde la había amenazado.

Al entrar en el infame lugar, la Santa se encomendó fervientemente a Jesucristo, y fue escuchada; pues Dídimo, vestido como un soldado, se mezcló entre la multitud, y obtuvo la admisión a la habitación donde ella se encontraba. Al verlo, Teodora huyó de él a varios rincones de la habitación; pero Dídimo le dijo "No me temas, Teodora; no soy tal como supones; he venido a salvar tu honor y a liberarte. Cambiemos de hábitos; toma mis ropas y parte; yo me quedaré aquí con las tuyas". Teodora hizo lo que se le pedía y, con su disfraz, partió alegremente de aquel lugar de infamia; agachando la cabeza, pasó sin ser descubierta en medio de la multitud.

Después de algún tiempo, otro joven, al entrar en el apartamento, se asombró de encontrar allí a un hombre en lugar de la virgen, y en su asombro exclamó: 

- “¡Quizás Cristo convierte a las mujeres en hombres!” 

Pero San Dídimo explicó y dijo al idólatra: 

- “Cristo no me ha cambiado de mujer a hombre, sino que me ha dado la oportunidad de adquirir la corona del martirio. La virgen está fuera de tu alcance; Me he quedado en su lugar; hazme lo que te plazca”.

Informado el prefecto, mandó llamar a Dídimo y le preguntó por qué había actuado así. Él respondió que era consecuencia de una inspiración de Dios. Se le ordenó entonces que sacrificara a los dioses y que diera a conocer dónde estaba Teodora. Respondió que, en cuanto a Teodora, no lo sabía, y en cuanto a sacrificar a los dioses, era mejor que el juez pusiera en vigor el edicto imperial, ya que nunca sacrificaría a los demonios, aunque fuera arrojado a un horno. El prefecto, indignado por esta declaración, ordenó que fuera decapitado y que su cuerpo fuera posteriormente quemado.

Dídimo, en consecuencia, fue al lugar de la ejecución, pero en el mismo momento llegó Teodora, y con santa emulación luchó por la corona. Dídimo dijo: 

- “Es mía, porque sobre mí se ha pronunciado sentencia”

Teodora respondió: 

- “Quería que salvaras mi honor, pero no mi vida. Abominé la infamia, pero no rehuí la muerte. Si has tenido la intención de privarme del martirio, me has engañado”. 

Finalmente, el juez ordenó que ambos fueran decapitados, y así ambos recibieron la corona del martirio.


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