miércoles, 3 de febrero de 2021

UNA CARTA DEL PADRE BRUCKBERGER, O.P. SOBRE LA MISA

El genial padre Bruckberger o.p. -escritor, traductor, guionista y director de cine-, publicó hace 46 años en Le Figaro (24 de enero de 1975), esta carta. Los obispos franceses de ese momento están todos muertos. Los que los sucedieron, son iguales, o peores.


Ya no son los ateos, los anticlericales, los librepensadores, los sin Dios, los que quieren a todo precio despojar a los fieles de lo que tienen de mas precioso, son obispos los que se dedican a esta tarea.

¿De qué se trata? Mientras que las iniciativas litúrgicas mas anárquicas, mas profanadoras pululan por doquier en nuestras iglesias y hasta en nuestras catedrales mas venerables, con el consentimiento y a veces la participación de ciertos obispos, resulta que a los ojos de los obispos franceses, un solo rito, una sola liturgia, un solo modo de celebrar la misa queda formalmente prohibido y prácticamente excomulgado: la 
llamada Misa Tradicional de San Pio V, o sea la misa celebrada en la Iglesia latina desde hace quince siglos. De este modo, el cardenal-arzobispo de Paris acaba de desaprobar la misa de la sala Wagram, celebrada cada domingo por monseñor Ducaud-Bourget, según dicho rito.

¿Por quién nos toman nuestros obispos? También nosotros conocemos los textos. Sabemos que el nuevo misal de Pablo VI queda simplemente autorizado, no impuesto. Sabemos que jamás Pablo VI ha prohibido la celebración de la misa según el rito de San Pío V. Sabemos que el Concilio, a su tiempo, y el Papa mismo han considerado el latín como la lengua oficial de la Iglesia. Sabemos que el Papa no para recomendando el uso del latín y del canto gregoriano. Sabemos que cuando ha publicado su misal en el siglo XVI, el Papa Pio V, en su Constitución apostólica, ha promulgado al mismo tiempo un indulto perpetuo para todo sacerdote, autorizándole, sin restricción de tiempo, de espacio, a celebrar la misa según este rito, poniéndole expresamente y perpetuamente a cubierto de toda sanción. Sabemos que dentro de la Iglesia católica lo que un Papa ha establecido solemnemente, tan solo otro Papa puede deshacerlo, empleando el mismo procedimiento y la misma solemnidad. Y que, en lo que atañe al misal de San Pio V no se ha hecho nada parecido ni esta en perspectiva.

Por testamento, Georges Pompidou ha exigido funerales en latín. Como era presidente de la República, le han sido concedidos. Hoy en día, un cura puede prestar su iglesia a musulmanes, a budistas, a tibetanos, a patagones, a «hippies», a las papúes y a los que no lo son, a chicos, a chicas, a ambiguos, a ambivalentes, a ambidextros, a anfibios, a ambulantes; pero, ¡ay!, si un infeliz sacerdote quiere celebrar allí la misa para la cual esta misma iglesia ha sido construida —por el pueblo, no por los curas—, si quiere celebrar y si el pueblo francés quiere asistir a la misma misa que ha sido celebrada allí desde hace siglos, los anatemas episcopales se fulminarán contra ellos.

Y son los mismos obispos que nos hablan de ecumenismo, de pluralismo, de tolerancia. Y es verdad que para todos los del exterior son pura miel. Para nosotros solos, sus hermanos en la fe o el sacerdocio, sacan las garras y se vuelven despiadados. ¡Ojo! iQue no se fíen! Montesquieu dijo: «Cuando solo se quieren esclavos buenos, solo se obtienen hombres viciados!».

Pablo VI ha abierto solemnemente las puertas del Año Santo, que ha proclamado «año de la reconciliación». Los nuevos obispos, los nuevos sacerdotes están dispuestos a reconciliarse con el Diablo, pero con la energía mas extrema, con el rigor mas inflexible cerrarán las puertas del Año Santo a nuestras narices, tendrán echado el cerrojo para una sola categoría de parias, los cristianos y los sacerdotes que permanecen fieles a la antigua liturgia; a éstos los rechazarán sin compasión.

"Santo Tomás de Aquino nos afirma que la Eucaristía es el bien común de la Iglesia católica. Cuando se destruye este bien común es la Iglesia entera que se desintegra.

Si no es tal desintegración lo que se desea, que nos dejen en paz —y en nuestras iglesias, edificadas por el pueblo francés al cual pertenecen tanto como a los sacerdotes—, que nos dejen practicar un rito milenario, donde se expresa perfectamente la fe de nuestros antepasados, la fe católica que no ha cambiado. Como escribe Henri Bergson: «No hay religión sin ritos ni ceremonias. Sin duda emanan de la creencia, pero repercuten inmediatamente sobre ella y la consolidan». Trastornándolas, corre peligro de ser destruida.

Raymond-Leopold BRUCKBERGER, O. P.

Traducción de A. Roig publicada en ¿Qué pasa?, de Madrid, año XII, n. 587,

29 de marzo de 1975


Wanderer


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