Por John Horvat II
Solíamos tener una sensación de vergüenza que influía en nuestro comportamiento. Reflexionar sobre una palabra o un acto vil puede hacernos sentir vergüenza. Cuando se le amonesta por llevar algo revelador o inapropiado, puede desencadenar un movimiento de vergüenza. Traicionar la fe, la familia o los principios alguna vez se consideró actos vergonzosos que debían evitarse a toda costa. Sentimos vergüenza cuando no cumplimos con los estándares más altos.
Este sentimiento de vergüenza se ha ido. La gente todavía comete engaños y, en todo caso, esos actos son mucho más comunes en la actualidad. En efecto, los actos viles ya no despiertan en los corazones tibios movimientos de vergüenza y remordimiento.
La razón de este comportamiento lamentable es que ya no nos exigimos mucho. En vano buscamos restaurar la vergüenza si no abordamos cómo se desarrollan estos estándares.
Falta de perspectiva metafísica
La sensación de vergüenza proviene de una perspectiva metafísica del mundo. Sostiene que la única forma de interpretar la realidad de manera significativa es mirar más allá de la existencia material de las cosas. En las tradiciones clásicas y cristianas, la gente hacía esto buscando los principios fundamentales y las causas de las cosas.
Esto significó que intentaron comprender la naturaleza de las cosas, y de esta percepción, derivaron principios y formas de lidiar con el mundo que los rodeaba. Así, desarrollaron los vehículos del alma que se encuentran en el arte, la filosofía y la religión. Valoraron las cosas espirituales sobre las materiales; lo bello sobre lo vulgar; el virtuoso sobre el pecador.
Esta “sociedad metafísica” desarrolló un rico cuerpo de ideas, leyes y principios filosóficos. La gente aplicó estos ideales a la cultura y las costumbres de sus tierras. Esta visión creó altos estándares de comportamiento que se esperaba que todos respetaran. Identificó los niveles inferiores de conducta considerados vergonzosos que eran inaceptables, inmorales y viles.
La vergüenza como defensa
La vergüenza es producto de una sociedad que prioriza el alma sobre el cuerpo. Es un mecanismo de defensa contra todo lo bajo, vulgar y pecaminoso.
En su perspicaz libro “La astucia de la libertad: salvar el yo en una era de falsos ídolos”, el filósofo polaco Ryszard Legutko explica cómo el sentido de la vergüenza es "la reacción de los elementos más elevados de la naturaleza humana a la incursión de sus instintos más básicos".
El alma ordenada naturalmente se levanta y clama contra nuestros vergonzosos apetitos. Instintivamente percibimos que estamos cediendo a las tentaciones, debilidades o malos deseos. Nuestros sentimientos se rebelan contra estas incursiones. La vergüenza puede incluso tener manifestaciones físicas en forma de rubor y torpeza.
Por lo tanto, cuando no cumplimos con los estándares más altos, sentimos vergüenza por nuestras innobles acciones o palabras. Cuando traicionamos la fe o la familia, se deben despertar en nosotros sentimientos de vergüenza por nuestra perfidia. Cuando pecamos gravemente, pica la conciencia que nos llama a la contrición y a buscar el perdón.
Los beneficios de la vergüenza
La vergüenza sirve como un sistema de alerta temprana. Cuando se activa, nos pide que cambiemos nuestras costumbres. Representa un choque espectacular entre el bien y el mal. Este fuerte sentimiento nos hace ver la malicia de nuestros actos y sus consecuencias duraderas para nuestra reputación.
Por lo tanto, el sentimiento de vergüenza beneficia a toda la sociedad. No se limita a las reflexiones individuales, sino que se extiende a cómo otros reflexionan sobre nosotros. Muchos son persuadidos de que abandonen los caminos perversos por temor a la vergüenza que les traerá a ellos, a sus comunidades y familias.
Con las barreras de la vergüenza, la sociedad puede establecer altos estándares de conducta. Puede proponer perspectivas edificantes y hechos nobles. El miedo a la vergüenza da lugar a una rica colección de costumbres, modas y modales que nos protegen de las peores locuras de nuestra naturaleza caída.
Esta perspectiva sólo es posible en un mundo metafísico. Lo bueno, lo verdadero y lo bello ocupan entonces un lugar de honor porque la gente reconoce que hay cosas más importantes que la vida y la comodidad. Las personas se sienten atraídas hacia el cielo hacia un Dios que creó el mundo con significado y propósito.
Un mundo de materialismo vacío
Así, la pérdida de la vergüenza en el mundo actual proviene de un profundo cambio de valores. Nuestro mundo materialista abruma los sentimientos del alma, y solo buscamos el máximo confort y placeres.
Nuestro mundo individualista convierte todo en una obsesión por nuestro bienestar y gratificación hasta el punto de que nos identificamos como lo que queremos ser.
Nuestro mundo metafísico está vaciado y todo lo que queda son ruinas de tiempos pasados. Así, el sentido de la vergüenza queda amortiguado y sofocado por un páramo posmoderno sin narrativas ni ideales. La vergüenza regresa ocasionalmente en tiempos de depresión y aburrimiento. Sin embargo, es rápidamente barrida por una cultura ruidosa e inquieta que nos invita a ser felices en medio de nuestro vacío.
No es porque hayamos perdido ciertos hábitos o usemos ropa diferente por lo que no tenemos vergüenza. Hemos perdido los altos estándares y los elevados principios que una vez gobernaron nuestras acciones. Ya no vivimos en un mundo metafísico que apoya una noción de vergüenza. Solo un rechazo de nuestra mentalidad materialista y un regreso a Dios restaurarán nuestro tan necesario sentido de vergüenza.
Tradition, Family & Property
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