Por Saul Castiblanco
Para mí, la noticia no es un mero hecho de que la Sala de Casación Penal argentina, máximo órgano judicial ante la Corte Suprema de Justicia, haya ratificado la sentencia de tres años contra Madre María Isabel de la Santísima Trinidad, ex Superiora de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá, ubicadas en la Provincia de Entre Ríos.
La pregunta es qué puede implicar esto en la sana paz de los conventos y órdenes religiosas en general.
La ex superiora está acusada y condenada por privación ilegítima de la libertad de las religiosas a su cargo, uso de violencia y amenazas.
No podían faltar los titulares “basura” de algunos exponentes de los grandes medios para atemperar el caso y el ambiente: “El convento del horror en Nogoyá”; “Látigo y mucho miedo”, son algunos.
Revela uno de los informes sesgados con la declaración de una ex religiosa: “Sufrí castigo físico, encierro en la celda y duras reprimendas por parte de la superiora”. Dice mucho, pero no dice nada para lo inespecífico y porque gran parte del clima anticlerical creado por los grandes medios en estas ocasiones se basa en impresiones sensacionalistas sin contenido real.
Pero, por supuesto, después del bautismo mediático del convento como “casa del horror”, ¿qué más podría pasar en ese “antro de monasterio” salvo cosas horribles?
Si mi padre no me hubiera castigado...
En un contexto diferente, un buen padre que corrige a un hijo un tanto rebelde podría ser perfectamente acusado de esto. "Saúl, ve a tu habitación antes de que te dé una paliza, no verás la televisión en tres días y no vuelvas a golpear a tus hermanas", me decía mi padre cuando yo era joven. Fue solo porque tenía ese mal hábito.
Sin embargo, hoy ese 'crimen' paterno se puede caracterizar como: 'Confinamiento forzado, reprimenda dolorosa, coacción física (digamos psicológica), uso de violencia física y psicológica, amenazas...'. Yo podría haber gritado durante mi rebelión. Sin embargo, fue el miedo al justo castigo de mi padre -ejecutado varias veces- lo que puso fin a mis actos de verdadera “violencia doméstica”. Si todo se hubiera reducido a las dulces recomendaciones maternas, mis hermanas habrían sufrido mucho más de lo que yo les hice sufrir.
No leí todos los expedientes del caso, pero sí alguna y buena parte de las noticias de los medios sesgados, la de los titulares “basura” que buscan captar audiencia. Estamos cansados de ver a un tribunal civil hablar y decidir si un superior está siguiendo las reglas de Santa Teresa o no. Sin embargo, nos abstenemos de dar una opinión sustantiva sobre el mérito o no de la decisión, cuyo caso debe ser analizado por un tribunal eclesiástico.
Tampoco evaluamos las acciones de la monja, aparentemente excesivas. Sin embargo, no las evaluamos porque hemos visto declaraciones de religiosas que en su momento defendieron a la acusada, y porque, en principio, desconfiamos de declaraciones de ex religiosas que pueden estar resentidas por varios motivos.
Advertimos del grave peligro de que los tribunales civiles, movidos por ex religiosas resentidas, comiencen a clasificar las conductas dentro de la vida religiosa, especialmente cuando cada vez más los criterios del mundo, de los que los tribunales no son los mismos criterios.
Mañana habrá un tribunal que, impulsado por la libertad igualitaria y anticatólica, ataque el voto de obediencia, ya que sería “contrario a la dignidad humana”. O que otro tribunal determina que la castidad es “un ataque a la naturaleza sexual del hombre”.
Inquietante.
Gaudium Press
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