A esto respondemos que el punto de hoy es tanto la culminación como el fracaso de nuestra cultura. El Occidente democrático, científico y capitalista produjo tecnocracia biopolítica y financiera no por un accidente histórico, sino porque en su ADN hay una vocación totalitaria que solo esperaba tecnologías adecuadas para expresarla.
El agotador llamamiento a la urgencia de la "transición digital" no es otro que la voz del poder que anhela extender sus lazos a cada sombra de la vida personal y asociada. El sueño globalista no esconde más que el anhelo de un gobierno único, que se extiende sobre una entidad amorfa y homogénea -el mundo depurado de cualquier diferencia cualitativa- con todo el arsenal de control disponible: económico, mediático y sanitario.
El enigmático éxito que los medios tienen al inculcar colectivamente todo tipo de narrativas improbables o puntos de vista arbitrarios, se basa ciertamente en el poder abrumador de los medios de comunicación y su omnipresencia, por lo tanto, sobre una base tecnológica, pero es posible gracias a otra gran "conquista" de la modernidad, es decir, la liquidación de la idea de la verdad como dimensión objetiva que puede extraerse del conocimiento, se sustituye por sustitutos del pensamiento débil, de la hermenéutica elegida en forma de conocimiento, del relativismo gnoseológico, antes que ético.
Más inquietante aún es la siniestra solidaridad que existe entre democracia e individualismo, que desemboca en el fenómeno de la atomización social. De hecho, si la democracia ha sancionado al sujeto como portador de los derechos individuales, como núcleo primario e irreductible del cuerpo social, esto fue posible gracias a una forma de pensamiento, ya presente y madura, que privilegiaba las prerrogativas del individuo a las de cualquier otro tipo de realidad superior en la que participaba, como la familia, el clan, el pueblo o la nación. Esta idea, que la democracia esconde en el pecho tras una torpe retórica comunitaria, la respira el hombre de hoy desde que nace, llevándola consigo en todas las dimensiones del vivir asociado, que siempre se subordina a los intereses de una parte e instrumental para la realización y supervivencia del individuo. Esta es la razón por la que en el régimen de "distanciamiento social" la mayoría de nuestros semejantes se han aclimatado con tanta facilidad: porque la separación forzada de cuerpos exterioriza la separación íntima de almas que nuestra sociedad esconde como fundamental.
Weltanschauung
El enigmático éxito que los medios tienen al inculcar colectivamente todo tipo de narrativas improbables o puntos de vista arbitrarios, se basa ciertamente en el poder abrumador de los medios de comunicación y su omnipresencia, por lo tanto, sobre una base tecnológica, pero es posible gracias a otra gran "conquista" de la modernidad, es decir, la liquidación de la idea de la verdad como dimensión objetiva que puede extraerse del conocimiento, se sustituye por sustitutos del pensamiento débil, de la hermenéutica elegida en forma de conocimiento, del relativismo gnoseológico, antes que ético.
Más inquietante aún es la siniestra solidaridad que existe entre democracia e individualismo, que desemboca en el fenómeno de la atomización social. De hecho, si la democracia ha sancionado al sujeto como portador de los derechos individuales, como núcleo primario e irreductible del cuerpo social, esto fue posible gracias a una forma de pensamiento, ya presente y madura, que privilegiaba las prerrogativas del individuo a las de cualquier otro tipo de realidad superior en la que participaba, como la familia, el clan, el pueblo o la nación. Esta idea, que la democracia esconde en el pecho tras una torpe retórica comunitaria, la respira el hombre de hoy desde que nace, llevándola consigo en todas las dimensiones del vivir asociado, que siempre se subordina a los intereses de una parte e instrumental para la realización y supervivencia del individuo. Esta es la razón por la que en el régimen de "distanciamiento social" la mayoría de nuestros semejantes se han aclimatado con tanta facilidad: porque la separación forzada de cuerpos exterioriza la separación íntima de almas que nuestra sociedad esconde como fundamental.
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