«¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!», exclamó el papa Francisco (L’Osservatore Romano, 17 de marzo de 2013). Pero la antítesis de su ideal está representada por la iglesia más próxima a él: la alemana.
Por Roberto de Mattei
La Conferencia Episcopal Alemana, que ideológica y económicamente patrocinó el Sínodo para la Amazonía del pasado octubre, es en realidad la empresa más rica y privilegiada de todo su país. Esa riqueza la obtiene de la Kirchensteuer, impuesto que el Gobierno devuelve a la Iglesia deduciéndolo de los impuestos de los católicos alemanes, y que equivale al 8 o el 9 por ciento de la carga impositiva total. Ahora bien, el impuesto es obligatorio, a diferencia de lo que pasa en otros países, en los que la Iglesia se financia mediante la generosidad de los fieles, que voluntariamente deciden darle una parte de sus ingresos.
En Alemania, quien desee eximirse de la Kirchensteuer o impuesto eclesiástidco está obligado a firmar una declaración de abandono de la Iglesia (Kirchenaustritt), a consecuencia de lo cual se ve privado de los sacramentos. El 20 de septiembre de 2012 los prelados alemanes decretaron que quienes hubieran solicitado no estar registrados para no pagar el impuesto religioso no podrán confesarse, comulgar ni recibir la confirmación, y ni siquiera tener un funeral católico cuando se mueran. Ni siquiera se les permitirá ejercer el voluntariado en una organización católica ni trabajar en una institución de la Iglesia, como puede ser un colegio o un hospital.
En una entrevista concedida al Schwäbische Zeitung el 17 de julio de 2016, el arzobispo Georg Gänswein denunció con las siguientes palabras tan escandalosa contradicción: «¿Cómo reacciona la Iglesia Católica alemana contra quien no paga el impuesto eclesiástico? Con la exclusión automática de la comunidad eclesial, lo que supone la excomunión. Es algo excesivo e incomprensible. Eso sí, por poner en duda los dogmas no se excluye a nadie. ¿Es que negarse a pagar la Kirchensteuer es una infracción más grave que las transgresiones contra las verdades de fe? Da la impresión de que no les parece tan trágico que esté en juego la fe, pero cuando lo que está en juego es el dinero, ya no les hace tanta gracia ». Si los colonos de EE.UU. se negaban a pagar impuestos a Inglaterra si no tenían representación en el Gobierno, los obispos alemanes de hoy dicen: «Si no se paga el impuesto, no hay sacramentos». Si pagas, los recibes; si no, se te priva de ellos. Dicho de otro modo: la riqueza de la Iglesia alemana se basa en la simonía.
La simonía es un pecado que ha acompañado a la Iglesia a lo largo de los siglos, en muchos casos asociada al nicolaísmo o concubinato de los clérigos. Los primeros sínodos de San Gregorio VII (1073-1085), el gran pontífice reformador medieval, se dedicaron precisamente a combatir la simonía de los prelados alemanes y las vulneraciones del celibato eclesiástico. Es una plaga mucho más grave que la venta de indulgencias que sirvió de pretexto a la revolución de Lutero.
El término simonía se deriva de Simón Mago, que ofreció dinero a los apóstoles (Hechos 8,18) a cambio de adquirir poder espiritual. Santo Tomás de Aquino, que dedica toda una cuestión de la Suma teológica al tema de la simonía, explica: «Quienes venden cosas espirituales se asemejan a Simón Mago en sus intenciones, mientras que quienes las compran se le asemejan en sus actos» (q. 100, a. 1). Según Santo Tomás, «recibir dinero a cambio de la gracia espiritual de los sacramentos es un pecado de simonía que no encuentra justificación en ninguna costumbre. Porque una costumbre nunca puede vulnerarla ley natural ni la divina» (q. 100, art. 2, resp.). «Así pues, si por costumbre se llegase exigir algo en compensación por un bien espiritual, con intención de comprar o vender, se cometería simonía, y más aún si se exigiera contra la voluntad de quien paga» (art. 2, ad 4).
La simonía es un pecado que ha acompañado a la Iglesia a lo largo de los siglos, en muchos casos asociada al nicolaísmo o concubinato de los clérigos. Los primeros sínodos de San Gregorio VII (1073-1085), el gran pontífice reformador medieval, se dedicaron precisamente a combatir la simonía de los prelados alemanes y las vulneraciones del celibato eclesiástico. Es una plaga mucho más grave que la venta de indulgencias que sirvió de pretexto a la revolución de Lutero.
El término simonía se deriva de Simón Mago, que ofreció dinero a los apóstoles (Hechos 8,18) a cambio de adquirir poder espiritual. Santo Tomás de Aquino, que dedica toda una cuestión de la Suma teológica al tema de la simonía, explica: «Quienes venden cosas espirituales se asemejan a Simón Mago en sus intenciones, mientras que quienes las compran se le asemejan en sus actos» (q. 100, a. 1). Según Santo Tomás, «recibir dinero a cambio de la gracia espiritual de los sacramentos es un pecado de simonía que no encuentra justificación en ninguna costumbre. Porque una costumbre nunca puede vulnerarla ley natural ni la divina» (q. 100, art. 2, resp.). «Así pues, si por costumbre se llegase exigir algo en compensación por un bien espiritual, con intención de comprar o vender, se cometería simonía, y más aún si se exigiera contra la voluntad de quien paga» (art. 2, ad 4).
Como la Kirchensteuer supone una extorsión contra la voluntad del contribuyente, la declaración de abandono de la Iglesia suscrita por quien no desea pagarla carece de valor para la Iglesia. El Pontificio Consejo para los Textos Legislativos de la Santa Sede explicó en un documento fechado el 13 de marzo de 2006 que para que el abandono de la Iglesia tenga validez como un acto formal de apostasía debe concretarse en los siguientes términos: «El abandono de la Iglesia católica, para que pueda ser configurado válidamente como un verdadero actus formalis defectionis ab Ecclesia, también a los efectos de las excepciones previstas en los cánones arriba mencionados, debe concretarse en: a) la decisión interna de salir de la Iglesia católica; b) la actuación y manifestación externa de esta decisión; c) la recepción por parte de la autoridad eclesiástica competente de esa decisión».
Ningún acto que no proceda de una motivación interior sino que sea fruto de coacción puede considerarse una decisión voluntaria interior de abandonar la Iglesia Católica; es nulo. Es más, el párroco debería constatar que verdaderamente hay deseo de apostatar, y eso nunca se hace en Alemania. El católico alemán que firma la Kirchensteuer no debe tener miedo de incurrir en un cisma si no tiene realmente intención de ser cismático, si su verdadera intención no es abandonar la Iglesia y sólo desea separarse del perverso sistema de financiación que lo vincula a la Conferencia Episcopal, que no sólo está dirigida por prelados simoníacos, sino por herejes y cismáticos. El ‘proceso sinodal’ emprendido en Alemania por el cardenal Marx tiene en realidad por objeto trastornar la moral sexual de la Iglesia y subvertir su estructura jerárquica. Es un proceso de autodemolición al que los católicos, en conciencia, no pueden colaborar.
Muchos católicos alemanes critican la Kirchensteuer pero dicen que no tienen más remedio que pagarla para no verse privados de los sacramentos. Pero así se hacen cómplices de la simonía de los obispos. Entre otras cosas, Santo Tomás explica que «dado que no es lícito pecar por motivo alguno, en caso de que el sacerdote no quisiera bautizar gratuitamente se debe obrar como si no hubiese sacerdote. En tal caso, podría bautizar a la criatura, o bien su padrino, u otra persona cualquiera (…) Y en caso de haber otra persona disponible, de ningún modo se debe pagar por el bautismo, siendo preferible en ese caso morir sin bautizarse, ya que la falta del sacramento se supliría con el bautismo de deseo» (q.100, art. 2, ad 1).
Pero, ¿será realmente imposible encontrar en Alemania u otros países a sacerdotes y obispos dispuestos a administrar los sacramentos a los objetores de conciencia de la Kirchensteuer? Creemos que no, porque no hay nada imposible para quien busca por encima de todo el Reino de Dios y su justicia (Mt.6,33).
Ningún acto que no proceda de una motivación interior sino que sea fruto de coacción puede considerarse una decisión voluntaria interior de abandonar la Iglesia Católica; es nulo. Es más, el párroco debería constatar que verdaderamente hay deseo de apostatar, y eso nunca se hace en Alemania. El católico alemán que firma la Kirchensteuer no debe tener miedo de incurrir en un cisma si no tiene realmente intención de ser cismático, si su verdadera intención no es abandonar la Iglesia y sólo desea separarse del perverso sistema de financiación que lo vincula a la Conferencia Episcopal, que no sólo está dirigida por prelados simoníacos, sino por herejes y cismáticos. El ‘proceso sinodal’ emprendido en Alemania por el cardenal Marx tiene en realidad por objeto trastornar la moral sexual de la Iglesia y subvertir su estructura jerárquica. Es un proceso de autodemolición al que los católicos, en conciencia, no pueden colaborar.
Muchos católicos alemanes critican la Kirchensteuer pero dicen que no tienen más remedio que pagarla para no verse privados de los sacramentos. Pero así se hacen cómplices de la simonía de los obispos. Entre otras cosas, Santo Tomás explica que «dado que no es lícito pecar por motivo alguno, en caso de que el sacerdote no quisiera bautizar gratuitamente se debe obrar como si no hubiese sacerdote. En tal caso, podría bautizar a la criatura, o bien su padrino, u otra persona cualquiera (…) Y en caso de haber otra persona disponible, de ningún modo se debe pagar por el bautismo, siendo preferible en ese caso morir sin bautizarse, ya que la falta del sacramento se supliría con el bautismo de deseo» (q.100, art. 2, ad 1).
Pero, ¿será realmente imposible encontrar en Alemania u otros países a sacerdotes y obispos dispuestos a administrar los sacramentos a los objetores de conciencia de la Kirchensteuer? Creemos que no, porque no hay nada imposible para quien busca por encima de todo el Reino de Dios y su justicia (Mt.6,33).
El escritor francés Ernest Hello (1828-1885) afirma que desistir es palabra del Diablo: «Dios nunca desiste. En cambio, el Diablo siempre lo hace, aun cuando parece que actúa. Quien desiste es él. El hombre que abandona no puede nada, y es un impedimento para todos. Quien persevera mueve montañas». A lo que más temo hoy en día es a los católicos resignados y claudicantes. ¿Y quiénes son esos católicos? Los que están convencidos de que las fuerzas están desproporcionadas entre nosotros y nuestros adversarios (lo cual es cierto) y no se puede hacer otra cosa que aceptar la situación de facto (lo cual no es cierto). Los católicos claudicantes critican en privado la Kirchenseteuer pero creen que no sirve de nada criticarla en público porque todo seguirá igual.
En la homilía que pronunció el cardenal Müller el pasado 21 de enero con motivo de la festividad de Santa Inés, afirmó: «Al derramar su sangre a tan joven edad, Santa Inés dio testimonio de Cristo, Hijo de Dios y único Salvador del mundo. Con su ejemplo, nos anima también a los que estamos en Roma y en Europa a profesar públicamente nuestra fe católica sin miedo a los hombres». En Alemania, quien critica públicamente a la Conferencia Episcopal y se niega en consecuencia a pagar la Kirchensteuer no se juega la vida como Santa Inés, pero se arriesga a quedarse desprovisto de sacramentos y sobre todo a ser objeto de las censuras ajenas. Es ciertamente una dura prueba, pero tal vez debamos imitar el ejemplo de los católicos ingleses en tiempos de Isabel I, o los franceses durante la Revolución, que estuvieron perseguidos y privados de sacramentos pero se mantuvieron fieles a la Fe católica. La Europa secularizada tiene necesidad de heroísmo, no de resignación.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)
En la homilía que pronunció el cardenal Müller el pasado 21 de enero con motivo de la festividad de Santa Inés, afirmó: «Al derramar su sangre a tan joven edad, Santa Inés dio testimonio de Cristo, Hijo de Dios y único Salvador del mundo. Con su ejemplo, nos anima también a los que estamos en Roma y en Europa a profesar públicamente nuestra fe católica sin miedo a los hombres». En Alemania, quien critica públicamente a la Conferencia Episcopal y se niega en consecuencia a pagar la Kirchensteuer no se juega la vida como Santa Inés, pero se arriesga a quedarse desprovisto de sacramentos y sobre todo a ser objeto de las censuras ajenas. Es ciertamente una dura prueba, pero tal vez debamos imitar el ejemplo de los católicos ingleses en tiempos de Isabel I, o los franceses durante la Revolución, que estuvieron perseguidos y privados de sacramentos pero se mantuvieron fieles a la Fe católica. La Europa secularizada tiene necesidad de heroísmo, no de resignación.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)
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