Las ordenaciones realizadas en Ecône por Mons. Lefebvre el 29 de junio de 1988 |
Compartimos estas palabras de nuestro venerado fundador que nos hacen comprender la grandeza de la vocación sacerdotal y religiosa hoy más que nunca.
Por el honor de la Iglesia
Queridos amigos, os pido que salvéis el honor de la Iglesia, el honor de Nuestro Señor Jesucristo y el honor del sacerdote católico. Queridos jóvenes, ahora es papel vuestro mostrar que aún hay almas capaces de comprometerse a seguir a Nuestro Señor Jesucristo, a ser buenos y santos sacerdotes, tal como la Iglesia lo desea y como nos lo mostró nuestro Señor.
Se puede hacer un trabajo maravilloso siguiendo las normas que nos dieron los Apóstoles:
Por el honor de la Iglesia
Queridos amigos, os pido que salvéis el honor de la Iglesia, el honor de Nuestro Señor Jesucristo y el honor del sacerdote católico. Queridos jóvenes, ahora es papel vuestro mostrar que aún hay almas capaces de comprometerse a seguir a Nuestro Señor Jesucristo, a ser buenos y santos sacerdotes, tal como la Iglesia lo desea y como nos lo mostró nuestro Señor.
Se puede hacer un trabajo maravilloso siguiendo las normas que nos dieron los Apóstoles:
Mantened las tradiciones (II Timoteo 1: 14)
Permaneced en lo que habéis aprendido (II Timoteo 3: 14)
El mundo decrépito que está llamado a desaparecer es el mundo del aborto. Las familias fieles a la Tradición al mismo tiempo son familias numerosas. Su misma fe les asegura la posteridad: Creced y multiplicaos (Génesis 1: 28)
3 Al cumplir con lo que la Iglesia siempre ha enseñado, el hombre asegura su propio futuro.
Un día vendrá en que se volverán a honrar en la Iglesia estos preceptos, no lo dudamos, y estoy muy persuadido de que las vocaciones de sacerdotes, religiosas y religiosos auténticos y verdaderos, y no aparentes, vendrán precisamente de las familias que hayan permanecido fieles a la Tradición.
Rezad para que se puedan abrir muchos seminarios y se restablezca la senda que la Iglesia ha seguido siempre para formar santos sacerdotes. Creo que, haciendo esto, estamos realizando el mejor servicio que se le puede prestar a la Iglesia.
¡Ay, si hubiera más sacerdotes, más santos sacerdotes en el mundo entero!, el mundo no estaría en el estado en que se encuentra hoy: lleno de odio, de luchas, de guerras, de masacres y de campos de concentración. Qué pena pensar que, después de dos mil años de la venida de nuestro Señor Jesucristo a este mundo, ¡los hombres aún se dedican a destrozarse entre sí, a odiarse, a dividirse, a matarse unos a otros, y ahora a matar a millones de niños! Harían falta aún más sacerdotes, aún más santos sacerdotes, que enseñen el Decálogo y la caridad de nuestro Señor.
Queridos hermanos, concluyo. Parecemos débiles, pues, ¿qué son estos miles de personas aquí reunidas cuando pensamos en la humanidad entera que debería adorar a nuestro Señor Jesucristo, apiñarse en torno de los altares de nuestro Señor Jesucristo para recibir su preciosísimo Cuerpo, su preciosísima Sangre, su Alma y su Divinidad, y transformarse de este modo en Él? ¡Qué dolor pensar que miles de millones de almas están alejadas de nuestro Señor Jesucristo!
Pero, siendo como somos débiles y pocos con relación a la misión que Dios nos pide que cumplamos, somos fuertes.
Somos fuertes con aquella palabra de nuestro Señor Jesucristo, que dice: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (Mateo 28: 20)
Somos fuertes, precisamente porque queremos continuar la misión de nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Iglesia. Somos fuertes en razón del vínculo esencial y capital con todo lo que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó y legó a su Iglesia.
Siendo fuertes por nuestra unión con todos los elegidos del Cielo y con todos los católicos de la tierra que quieren guardar la fe, estamos seguros de la victoria. No intentamos gritar victoria contra todos los que están resentidos con nosotros y nos persiguen, no; sino que hablo de la victoria de nuestro Señor Jesucristo contra el demonio, victoria que ganó con su Cruz.
Estamos persuadidos de que esta victoria se extenderá, y no puede dejar de extenderse porque la Iglesia tiene que continuar y perseverar.
Por lo tanto, si alguna vez os asaltan los sentimientos de desánimo y os sentís desgarrados interiormente, casi desesperados a la vista de la Iglesia desgarrada, atormentada y golpeada en todas partes, si tales sentimientos invaden vuestra alma, pensad que nuestro Señor Jesucristo está con vosotros, siempre y cuando vosotros guardéis las palabras que Él nos enseñó. Por medio de estos sacrificios, un día el demonio será arrojado de la Iglesia. Cuando ya no se vea socavada por personas que quieren su destrucción, entonces la Iglesia recuperará todo su esplendor. No tenemos ni que ceder al desánimo ni frenar nuestro combate para contribuir, en la medida de nuestras posibilidades y de nuestras fuerzas, al restablecimiento del reinado de nuestro Señor Jesucristo en los corazones, en las almas, en las familias y en las naciones, de modo que así se restaure la civilización cristiana, puesto que Él mismo nos lo ha asegurado: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.(Mateo 16: 18)
Queridos amigos, en cuanto a vosotros —que estáis revestidos del sacerdocio— se refiere, sed dichosos incluso de vivir en esta época.
En tiempos en que el mundo era cristiano, tal vez los sacerdotes no sentían tanto la necesidad de manifestar su sacerdocio, la luz de nuestro Señor Jesucristo, y que eran la sal de la tierra.
Cuando la vida cristiana existía en todas partes, las iglesias estaban llenas y se señalaba con el dedo a los que no iban a la santa misa, mientras que ahora es lo contrario, se señala con el dedo a los que obedecen a la Ley de Dios.
El mundo ha cambiado completamente. Por consiguiente, vuestra presencia como sacerdotes en la sociedad de hoy es más necesaria aún que en otro tiempo. Comprended la utilidad hoy más grande que nunca de este sacerdocio y sed dichosos de afirmarla.
Fundados en la Tradición, apoyados en dos mil años de fe cristiana, dos mil años de experiencia del sacerdocio orientado al sacrificio de la misa que encierra las verdades eternas que no pueden ser disminuidas, apoyados, pues, en esto, hemos de llegar necesariamente a vencer los errores. Yo puedo morir mañana, pero, si vosotros continuáis la tradición, venceréis.
Poco a poco, pero de modo seguro, la Iglesia será reconstruida por vuestras manos. Volveréis a poner piedra sobre piedra y restableceréis el hermoso templo de la Iglesia católica, que hoy parece en plena destrucción. Este es el papel que vosotros tendréis. Que Dios os guarde, queridos amigos, en estos pensamientos que tenéis hoy, en vuestra fe, en vuestra esperanza, en vuestra caridad y en todas las virtudes que habéis adquirido a lo largo de vuestros años de formación.
Permaneced en la unión con nuestro Señor Jesucristo. Evitad que os devore la actividad y que tal actividad disminuya en vosotros la presencia de nuestro Señor. Amad vuestros ejercicios de piedad, y sobre todo vuestra Santa Misa y todo lo que pueda ayudaros a hacer realidad vuestro sacrificio de la Misa durante el día. Tened sobre todo una gran devoción a la Santísima Virgen.
Que Dios os bendiga. Que Dios os guarde en estos pensamientos y en esta fuerza en el combate contra el demonio y contra todos los que quisieran hacer desaparecer a nuestro Señor de este mundo. Sed servidores de esta cruzada de nuestro Señor Jesucristo y del reinado de la Santísima Virgen.
Sed hijos de la Santísima Virgen, Madre del Sacerdote eterno y Madre vuestra. Ella será vuestro consuelo, vuestra ayuda y vuestro auxilio en las dificultades y en las pruebas, y también vuestro gozo y vuestra fuerza. Que San Pío X venga también en ayuda vuestra, para guardaros siempre en la verdad, para haceros evitar los errores modernos, y para que sigáis siendo verdaderos sacerdotes católicos y luz del mundo.
Texto tomado del libro "La Santidad Sacerdotal", primera edición, 2012. Ediciones Río Reconquista, pág 472, "Por el honor de la Iglesia".
FSSPX
Un día vendrá en que se volverán a honrar en la Iglesia estos preceptos, no lo dudamos, y estoy muy persuadido de que las vocaciones de sacerdotes, religiosas y religiosos auténticos y verdaderos, y no aparentes, vendrán precisamente de las familias que hayan permanecido fieles a la Tradición.
Rezad para que se puedan abrir muchos seminarios y se restablezca la senda que la Iglesia ha seguido siempre para formar santos sacerdotes. Creo que, haciendo esto, estamos realizando el mejor servicio que se le puede prestar a la Iglesia.
¡Ay, si hubiera más sacerdotes, más santos sacerdotes en el mundo entero!, el mundo no estaría en el estado en que se encuentra hoy: lleno de odio, de luchas, de guerras, de masacres y de campos de concentración. Qué pena pensar que, después de dos mil años de la venida de nuestro Señor Jesucristo a este mundo, ¡los hombres aún se dedican a destrozarse entre sí, a odiarse, a dividirse, a matarse unos a otros, y ahora a matar a millones de niños! Harían falta aún más sacerdotes, aún más santos sacerdotes, que enseñen el Decálogo y la caridad de nuestro Señor.
Queridos hermanos, concluyo. Parecemos débiles, pues, ¿qué son estos miles de personas aquí reunidas cuando pensamos en la humanidad entera que debería adorar a nuestro Señor Jesucristo, apiñarse en torno de los altares de nuestro Señor Jesucristo para recibir su preciosísimo Cuerpo, su preciosísima Sangre, su Alma y su Divinidad, y transformarse de este modo en Él? ¡Qué dolor pensar que miles de millones de almas están alejadas de nuestro Señor Jesucristo!
Pero, siendo como somos débiles y pocos con relación a la misión que Dios nos pide que cumplamos, somos fuertes.
Somos fuertes con aquella palabra de nuestro Señor Jesucristo, que dice: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (Mateo 28: 20)
Somos fuertes, precisamente porque queremos continuar la misión de nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Iglesia. Somos fuertes en razón del vínculo esencial y capital con todo lo que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó y legó a su Iglesia.
Siendo fuertes por nuestra unión con todos los elegidos del Cielo y con todos los católicos de la tierra que quieren guardar la fe, estamos seguros de la victoria. No intentamos gritar victoria contra todos los que están resentidos con nosotros y nos persiguen, no; sino que hablo de la victoria de nuestro Señor Jesucristo contra el demonio, victoria que ganó con su Cruz.
Estamos persuadidos de que esta victoria se extenderá, y no puede dejar de extenderse porque la Iglesia tiene que continuar y perseverar.
Por lo tanto, si alguna vez os asaltan los sentimientos de desánimo y os sentís desgarrados interiormente, casi desesperados a la vista de la Iglesia desgarrada, atormentada y golpeada en todas partes, si tales sentimientos invaden vuestra alma, pensad que nuestro Señor Jesucristo está con vosotros, siempre y cuando vosotros guardéis las palabras que Él nos enseñó. Por medio de estos sacrificios, un día el demonio será arrojado de la Iglesia. Cuando ya no se vea socavada por personas que quieren su destrucción, entonces la Iglesia recuperará todo su esplendor. No tenemos ni que ceder al desánimo ni frenar nuestro combate para contribuir, en la medida de nuestras posibilidades y de nuestras fuerzas, al restablecimiento del reinado de nuestro Señor Jesucristo en los corazones, en las almas, en las familias y en las naciones, de modo que así se restaure la civilización cristiana, puesto que Él mismo nos lo ha asegurado: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.(Mateo 16: 18)
Queridos amigos, en cuanto a vosotros —que estáis revestidos del sacerdocio— se refiere, sed dichosos incluso de vivir en esta época.
En tiempos en que el mundo era cristiano, tal vez los sacerdotes no sentían tanto la necesidad de manifestar su sacerdocio, la luz de nuestro Señor Jesucristo, y que eran la sal de la tierra.
Cuando la vida cristiana existía en todas partes, las iglesias estaban llenas y se señalaba con el dedo a los que no iban a la santa misa, mientras que ahora es lo contrario, se señala con el dedo a los que obedecen a la Ley de Dios.
El mundo ha cambiado completamente. Por consiguiente, vuestra presencia como sacerdotes en la sociedad de hoy es más necesaria aún que en otro tiempo. Comprended la utilidad hoy más grande que nunca de este sacerdocio y sed dichosos de afirmarla.
Fundados en la Tradición, apoyados en dos mil años de fe cristiana, dos mil años de experiencia del sacerdocio orientado al sacrificio de la misa que encierra las verdades eternas que no pueden ser disminuidas, apoyados, pues, en esto, hemos de llegar necesariamente a vencer los errores. Yo puedo morir mañana, pero, si vosotros continuáis la tradición, venceréis.
Poco a poco, pero de modo seguro, la Iglesia será reconstruida por vuestras manos. Volveréis a poner piedra sobre piedra y restableceréis el hermoso templo de la Iglesia católica, que hoy parece en plena destrucción. Este es el papel que vosotros tendréis. Que Dios os guarde, queridos amigos, en estos pensamientos que tenéis hoy, en vuestra fe, en vuestra esperanza, en vuestra caridad y en todas las virtudes que habéis adquirido a lo largo de vuestros años de formación.
Permaneced en la unión con nuestro Señor Jesucristo. Evitad que os devore la actividad y que tal actividad disminuya en vosotros la presencia de nuestro Señor. Amad vuestros ejercicios de piedad, y sobre todo vuestra Santa Misa y todo lo que pueda ayudaros a hacer realidad vuestro sacrificio de la Misa durante el día. Tened sobre todo una gran devoción a la Santísima Virgen.
Que Dios os bendiga. Que Dios os guarde en estos pensamientos y en esta fuerza en el combate contra el demonio y contra todos los que quisieran hacer desaparecer a nuestro Señor de este mundo. Sed servidores de esta cruzada de nuestro Señor Jesucristo y del reinado de la Santísima Virgen.
Sed hijos de la Santísima Virgen, Madre del Sacerdote eterno y Madre vuestra. Ella será vuestro consuelo, vuestra ayuda y vuestro auxilio en las dificultades y en las pruebas, y también vuestro gozo y vuestra fuerza. Que San Pío X venga también en ayuda vuestra, para guardaros siempre en la verdad, para haceros evitar los errores modernos, y para que sigáis siendo verdaderos sacerdotes católicos y luz del mundo.
Texto tomado del libro "La Santidad Sacerdotal", primera edición, 2012. Ediciones Río Reconquista, pág 472, "Por el honor de la Iglesia".
FSSPX
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