domingo, 4 de febrero de 2024

4 DE FEBRERO: SAN ANDRÉS CORSINO, OB. y CONF.


San Andrés Corsino, Obispo y Confesor

(✝ 373)

El bienaventurado Fray Andrés Corsino fue natural de Florencia, y descendiente de la noble familia de los Corsinos. El día antes de que naciese, soñó Peregrina, su madre, que paría un lobo el cual, entrando en la iglesia, poco a poco se convertiría en cordero, y aunque no entendió lo que aquel sueño pronosticaba, siempre estuvo con recelo y guardó el secreto hasta su tiempo.

Encaminaban los piadosos padres a su hijo a la virtud y buenas letras, como a hijo que era de oraciones, pero apenas había entrado Andrés en los años de mocedad, cuando comenzó a llevar una vida desbaratada, huyendo del estudio y de la virtud, dándose a deshonestos placeres y juegos y entretenimientos dañosos, riñas, pendencias, y al desperdicio de la hacienda de sus padres y poniéndose cada día en peligro de perder el alma y el cuerpo.

Todas estas cosas eran clavos y puñales que atravesaban con increíble dolor las entrañas de sus padres. Pero llegó un día en que habiendo estado muy descomedido e insolente con su madre, ella le dijo: Verdaderamente que eres tú aquel lobo carnicero e infame, que yo soñé había de dar a luz.

A estas palabras Andrés quedó atónito, y como quien despierta de un gran sueño rogó a su madre que le declarase qué lobo y sueño era aquel que le decía. Y fueron de tal eficacia las palabras de la santa madre, que el hijo se compungió y al día siguiente se fue al convento de Nuestra Señora del Carmen a hacer oración delante del altar de la Virgen, y pidió de rodillas el hábito de aquella Sagrada Orden, con grande gozo de sus padres que le habían ofrecido a la Virgen Santísima.

¿Quién no se maravillará de la asombrosa mudanza que obró en aquel corazón la gracia divina? De allí en adelante, el lobo se tornó manso cordero, y el hijo pródigo e incorregible se hizo un gran Santo.

Dejó atrás la soberbia y la vana estima de sí mismo; domó la rebeldía de su cuerpo con ayunos, vigilias y asperezas y se esmeró tanto en las letras y virtudes, que fue elegido Prior de su convento de Florencia, y después, Obispo de Fiésoli, y Nuncio de Su Majestad en Bolonia, donde unió la nobleza y la gente popular que ardían con un incendio de discordias y bandos. 

Finalmente, después de haber salvado a innumerables pecadores y hecho muchos milagros y profecías,  estando diciendo la Misa la noche felicísima de Navidad, le apareció la Virgen Santísima y le dio las buenas pascuas; avisándole que el día de los Reyes entraría en la Jerusalén soberana a ver cara a cara al Rey de los reyes, a quien con tanta fidelidad había servido.

Y en efecto, en aquel día glorioso dio el santo su espíritu al Señor, a la edad de setenta y un años, cercada su alma con un gran resplandor, y exhalando su cuerpo un olor suavísimo.


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