lunes, 28 de marzo de 2022

SANTA TERESA DE JESÚS (1515 - 1582)

“Es muy necesario también que comencéis con gran seguridad en que, si peleáis con ánimo y no os dejando vencer, que saldréis con la empresa; esto sin ninguna falta: por poca ganancia que saquéis, saldréis muy rico”


Teresa nació un 28 de marzo de 1515 en Gotarrendura (Ávila) en el seno de una familia acomodada, fue una niña con mucha imaginación, la cual alimentaba con la lectura de los romanceros que su padre poseía, y muy devota. Con seis años convenció a su hermano Rodrigo, un año mayor, de viajar al sur, a tierras musulmanas, para que les cortasen la cabeza. Un tío de ambos los encontró y los devolvió a sus padres, entonces acordaron hacerse eremitas y se construyeron una cabaña en los terrenos pertenecientes a la huerta familiar.

A Teresa le gustaba la figura de la mujer que aparecía reflejada en las novelas que leía, le agradaba arreglarse y coquetear, e incluso tenía un pretendiente, uno de sus primos. Su padre no aprobaba esta relación y cuando la madre de Teresa falleció, la ingresó en el colegio de Gracia, regido por las agustinas, a la edad de trece años. Aunque la muchacha añoraba su vida anterior, tampoco le disgustaba el régimen severo que llevaba en el colegio, que fomentaba su ya temprana vocación, pero no estaba convencida de tomar los hábitos. Sería una amiga de ella, quién sí los había tomado, la que acabó por convencerla, así que en 1535 y con la oposición de su padre, ingresó en el convento de la Encarnación de Ávila. Pero en su primer año de estancia allí, se vio afectada por una cardiopatía y otras molestias que hicieron que su salud se fuera deteriorando, así que tras dos años de ingreso, su padre la sacó de la institución y la llevó a la casa de su hermana mayor: María. La joven no mejoraba, estando cuatro días inconsciente, lo que le provocó una parálisis que duraría dos largos años.


En 1539 regresó al convento de la Encarnación, aún no había recuperado totalmente la movilidad por lo que no podía valerse por sí misma. En esa época los conventos no eran de clausura, algo que se impondría en 1563, así que Teresa gozaba de una vida conventual muy relajada, recibiendo numerosas visitas y participando de frecuentes actos mundanos. Aunque pensaba que esta libertad no era muy conveniente para las mojas, no hizo nada por plantear un cambio, pues ella disfrutaba de ese régimen abierto.

Desencantada, fue dejando de lado la oración paulatinamente, no reaccionaría hasta que ocurrió el fallecimiento de su padre. Desesperada ante todos estos acontecimientos, acudió a rezarle a un crucificado llagado, pidiéndole fuerzas para continuar con su vida de monja y no ofenderle. Teresa intentó enmendar su comportamiento dejando el trato con seglares y las prácticas mundanas, empezó la lectura de las Confesiones de San Agustín y se confesó con Juan de Prádanos, fundador de un colegio de la Compañía de Jesús en Ávila. Fue entonces cuando comenzaron sus visiones y los estados de abandono de su cuerpo, que se alternaban con periodos de la más absoluta tranquilidad. En 1558 tuvo su primera visión del Infierno, la cual le aterró, y en 1560 hizo votos de aspirar a la perfección, así que animada por otros religiosos, resolvió llevar adelante la reforma de la Orden del Carmen. Recordemos que esta Orden mendicante fue fundada en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, en el siglo XIII. 

Habiendo recibido dinero de uno de sus hermanos que estaba en Perú se decidió a realizar su primera fundación en Ávila: el Convento de San José. Teresa quería un Monasterio que siguiera la más estricta observancia, es decir, la obligación por la pobreza, la soledad y el silencio. 


Durante su proyecto se produjeron numerosos altibajos que hicieron que se retirara a su celda de la Encarnación, viéndose impotente ya que nada podía hacer para que su cometido se acelerara. 

Son doña Guiomar de Ulloa y el Padre Ibáñez los que interceden por ella en Roma, logrando así el permiso de la máxima autoridad religiosa para que comenzaran las obras del convento. 

En ese tiempo, Teresa se vio obligada a viajar a Toledo, con ella lejos, los trámites para la consolidación del Monasterio de San José de Ávila fueron progresando poco a poco. Regresó a Ávila una vez que obtuvo del Papa una bula para levantar el convento. 

En agosto de 1562 se abrió el edificio, tomando los hábitos cuatro novicias en la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas. El alboroto fue tal, que durante el año siguiente la Santa se vio obligada a regresar a la Encarnación abandonando a las cuatro novicias. 

Más tarde volvió al pequeño Convento de San José dejando atrás su celda de la Encarnación. La convivencia entre las cuatro novicias y Teresa era buena, ya que las cinco ostentaban el mismo nivel, puesto que la fundadora no quería que se la tratara como una superior, así que dormían en un jergón de paja, llevaban sandalias de cuero o de madera, consagraban ocho meses al ayuno y se abstenían de comer carne.

Esta reforma promovida por Santa Teresa y en la rama masculina por San Juan de la Cruz, progresó con rapidez, a pesar de los escasos recursos que tenía. 

En 1567 el general del Carmen, el padre Rossi, visitó el Convento de San José y autorizó a Teresa a que se fundaran nuevos establecimientos para mujeres y dos para hombres. En los años siguientes se inauguraron conventos en: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Granada y Burgos, este último, en el mismo año del fallecimiento de la Santa. Además del masculino de Duruelo (1568).

Durante los años que duraron las fundaciones (1562-82) se enfrentó a la Inquisición en varias ocasiones, una de ellas por culpa de la Princesa de Éboli, que quiso convertirse en religiosa del Convento de Pastrana bajo el nombre de sor Ana de la Madre de Dios. 

La Princesa de Éboli

La princesa quería ser monja y que todas sus criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tendría armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, todas las monjas se fueron del convento y abandonaron Pastrana, dejando sola a Ana. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid, no sin antes publicar una biografía tergiversada de Teresa, lo que produjo el alzamiento de escándalo de la Inquisición española, que prohibió la obra durante diez años.

Teresa también fue tres años priora del Convento de la Encarnación de Ávila y tuvo que hacer frente a las disputas entre los carmelitas descalzos y los calzados, que comenzaron con la primera fundación de un Convento de descalzos en Andalucía sin permiso de la máxima autoridad carmelita andaluza.

Los últimos años de su vida los pasó aquejada de enfermedades, se rompió un brazo en una caída, padecía dolencias cardíacas y sufrió una nueva parálisis pero continuó con su labor fundacional. 

Cuando estaba regresando de Burgos, enferma y agotada, la Duquesa de Alba la requirió en Alba de Tormes, y es allí donde falleció, en brazos de Ana de San Bartolomé, la monja que hacía las labores de secretaria de la Santa, el 4 de octubre de 1582 (calendario Juliano). Con el cambio al calendario Gregoriano el día de su fallecimiento pasó a ser el 15 de octubre, que es cuando se celebra su festividad. 


Fue sepultada en el convento de la Anunciación de Alba de Tormes, con muchas precauciones para evitar el robo de su cuerpo. Nueve meses después se abrió el ataúd, comprobándose que el cuerpo estaba entero, no así los ropajes, se le cortó una mano, de la que el Padre Gracián le cortó el dedo meñique, para enviarla a Ávila. 

Reunido el capítulo de los descalzos, se acordó que todo el cuerpo de la Santa debía descansar en el convento de San José en Ávila, por lo que el 25 de noviembre de 1585 fue exhumado su cadáver para trasladarlo a la sala capitular del convento, quedando en Alba un brazo. Enterado de esto el duque de Alba, envió sus quejas a Roma y en 1586 volvió a Alba por orden del Papa Sixto V, hallándose el cuerpo incorrupto. 

En 1598 se alzó el sepulcro y en 1616 se colocó su sepulcro en la capilla Nueva y en 1670 el cuerpo incorrupto de la Santa fue metido en una caja de plata. 

No volvió a trasladarse el cuerpo, pero sí que se abrió una y otra vez para sacar reliquias de la Santa: el pie derecho y la parte superior de la mandíbula fueron a Roma, la mano izquierda a Lisboa, el ojo izquierdo y la mano derecha a Ronda, decir que es ésta mano la famosa mano que el General Franco tenía en su poder; el brazo izquierdo y el corazón en relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación de Alba, en cuyo altar descansa lo que queda del cuerpo de la Santa; un dedo en Paris, otro en Sanlúcar de Barrameda, el resto desperdigados por la geografía española…

Cuando murió aún quedaban muchos cometidos pendientes, que no tuvo tiempo de realizar: como era el separar las Órdenes de descalzos de los calzados, sin haber efectuado una fundación en Madrid, sin publicar ninguno de sus escritos y como no, con la duda de cuánto podrían aguantar sus fundaciones el régimen que se les había impuesto. Pero el Padre Gracián fue un fiel continuador de su obra y quién inspirándose en las prédicas de la Santa fue el creador de las primeras generaciones teresianas.


SUS OBRAS


En lo referente a su obra escrita, Teresa falleció sin haber publicado ninguno de sus textos, que tanto le costaba escribir. Entre los documentos redactados de su propio puño contamos con innumerables cartas, poemas y anotaciones. Sus obras maestras son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían más interesante que escribiera sus experiencias y sus enseñanzas. 

Teresa fue vigilada por la Inquisición temiendo que sus escritos estuvieran en la misma corriente que los de otros religiosos y que provocasen un Cisma de Fe. Pero ella era su peor censora, ya que destruyó algunos de ellos, como las “Meditaciones sobre El Cantar de los Cantares”. Sus textos son considerados como magníficas contribuciones a la literatura mística y devocional, sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, nacidos del amor ideal que brotaba de su interior. 

Entre sus obras didácticas destacamos: “Libro de la Vida”, su primer manuscrito en el año 1562, hoy día perdido, y en 1565 lo reescribió basándose en el texto inicial, se trata de una autobiografía tanto espiritual como externa de la Santa, el original lo alberga la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial; “Camino de perfección” también con dos ejemplares de años diferentes, 1562-64, se trata de una guía de espiritualidad para las monjas del Convento de San José, uno está en El Escorial y otro en Valladolid; “Conceptos del amor de Dios” y “El Castillo Interior” (o “Las Moradas” de 1577) guía espiritual a través del servicio y la oración; el “Libro de las relaciones” una descripción de la vida contemplativa (1579); el “Libro de las fundaciones” (1573–1582) en donde relata la reforma del Carmelo y la fundación de varios Monasterios; el “Libro de las constituciones” (1563) legislación para el ideal de la nueva forma de vida carmelita.

Con “Meditaciones sobre los cantares”, la Iglesia no permitía redactar las Sagradas Escrituras en lengua romance, por lo que su confesor le mandó quemar los dos manuscritos que hizo, pero aunque no se conservan los originales, sí que hay copias de los mismos; de “Exclamaciones del alma a Dios” se conservan copias de lo que es un diálogo directo y continuo con Dios; en “Visita de descalzas”, la Santa ofrece consejos y sugerencias a los que inspeccionaban los conventos; “Desafío espiritual” fue la respuesta que dio Teresa a un reto a lo divino que recibió desde el monasterio de Pastrana; en “Vejamen”, estando en oración, escuchó la frase: ‘Búscate en mí’; preguntó por su significado a Salcedo, Julián de Ávila y Juan de la Cruz, y allí se recoge la respuesta que dio Teresa a las interpretaciones que le dieron los religiosos, desde un punto de vista festivo.

De su Epistolario se han conservado unas 451 cartas y 24 fragmentos que no pueden fecharse, aunque se estima que escribió entre 10.000 y 25.500. Lo más interesante de ellas es que nos muestran la vida íntima de Teresa, sus alegrías y sus penas, la evolución que la Santa sufrió a medida que su nueva Orden iba creciendo, etc.


Su vida fue el fiel reflejo de lo que predicaba a sus monjas, que la oración les daría fuerzas para ayudar a los demás. Jamás se apartó de los sucesos mundanos, lo que hizo que se entregara con mayor energía a las tareas que le eran encomendadas.

En 1614 Pablo V la beatificó, en 1622 fue canonizada por Gregorio XV, en 1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo, en 1627 fue designada para Patrona de España por Urbano VII, en 1922 fue nombrada Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada Patrona de los escritores, en 1963 se le otorgó el título honorífico de Alcaldesa de la Villa de Alba de Tormes, y no fue hasta 1970 bajo el papado de Pablo VI, cuando la Iglesia como institución reconoció a la abulense como Doctora de la Iglesia Universal.


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